sábado, 26 de diciembre de 2009

FRONTERAS PERDIDAS

Ramón Iribertegui

FRONTERAS PERDIDAS


HISTORIA NOVELADA SOBRE AMAZONAS




A mis dos «jóvenes» Maestros,
Don Gilberto Mendoza y Dr. González Herrera,
amigos de tertulia y cómplices en el galanteo de esa dama
amada por unos y odiada por otros, llamada «Historia».
Al Dr. Juan Haro Cuesta
por su valioso aporte documental.








PROLOGO

España despertaba de un sueño.
La casa de los Habsburgo languidecía con la debilidad de Carlos II, su último rey. Sin hijos, enfermizo, débil y manejado por esposas y validos, el problema sucesorio se convirtió para él en una auténtica pesadilla.
Todas las potencias europeas estaban ávidas de lanzarse sobre las diversas posesiones españolas, pero la obsesión de Carlos II por conservar unida la herencia de sus mayores, pesó más que la repugnancia que sentía hacia todo lo francés y, a pesar de las pretensiones de la casa de Austria, nombró único heredero al Duque de Anjou y nieto de Luis XIV desde 1700 rey de España con el nombre de Felipe V.
Una nueva dinastía monárquica, la de la casa de Borbón, se sentaba ahora en el trono español.

El término Ilustración tiene origen francés y en Europa, en este siglo XVIII que apenas se estrena, todo tiene sabor francés.
El expansionismo de Francia con Luis XIV se basaba sobre todo en esas luces que a nivel intelectual, económico y político se extendieron por toda Europa.
Los intelectuales de la época estaban convencidos que emergían después de siglos de oscuridad e ignorancia, a una nueva era iluminada por la razón, la ciencia y el respeto por la humanidad. Esto en teoría. En la práctica, se conculcaron como siempre los basamentos de la razón, de la ciencia y del respeto por la humanidad. Hasta se le añadió el adjetivo “ilustrado” al Despotismo que siguió vigente en todas las cortes europeas. La censura gubernamental y las condenas de la iglesia siguieron impertérritas en un mundo que comenzaba a cambiar.
Con Felipe V el proceso de afrancesamiento iba in crescendo. La princesa de los Ursinos, camarera de su esposa, tenía gran influjo en la corte e instaló en puestos claves de la administración pública a franceses que ayudaron a sanear la situación económica.
En 1714 murió su esposa María Luisa de Saboya de la que Felipe V había tenido dos hijos, Luis y Fernando.
A pesar de que la descendencia estaba asegurada, se casó en segundas nupcias con la ambiciosa y autoritaria Isabel de Farnesio, hija del duque de Parma, de la que tuvo otros dos hijos, Carlos y Felipe.
La nueva reina logró que fuera nombrado primer ministro el Cardenal Alberoni, fiel seguidor y hechura de la reina. El plan estaba bien estudiado. Su política se basaba en recobrar las posesiones italianas perdidas en el Tratado de Utrecht en beneficio de Austria, para colocar en ellas como reyes a sus dos hijos. Así, por medio de los españoles echaría de Italia a los austríacos y por medio de sus hijos echaría de Italia a los españoles.
Esta política exterior agresiva invadiendo Sicilia y Cerdeña, hizo sonar la alarma entre las potencias de Europa que, unidas en una Cuádruple Alianza, Inglaterra, Francia, Austria y Holanda, obligaron a Alberoni a renunciar a sus pretensiones y fue depuesto de su cargo. Felipe V abdicó la corona en su hijo Luis I, pero tuvo que regresar al trono por su muerte prematura en ese mismo año.
A Isabel de Farnesio no le importaban alianzas, pactos o guerras con tal de darle una corona a sus dos hijos. Y lo logró después de una guerra con Austria. El infante Don Carlos fue coronado rey de Nápoles y su hermano Felipe se posesionó de los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla.
El 9 de julio de 1746 moría en Madrid el rey Felipe V.
Fernando VI tenía 33 años cuando sucedió a su padre en el trono español. Casado con la portuguesa Bárbara de Braganza, continuó las políticas reformistas iniciadas por su padre, gracias a dos ministros muy eficaces: Don José de Carvajal y Lancaster de tendencia anglófila que dirigió la política exterior y el Marqués de la Ensenada, francófilo, buen administrador y reorganizador de la Hacienda y la Armada. A pesar de tener visiones distintas, lograron enrumbar al estado por un camino de paz y neutralidad, desoyendo las invitaciones de Francia e Inglaterra para ayudarlos en sus guerras. El estar casado con la hija del rey de Portugal favorecía ciertamente, las relaciones con la nación vecina, gran rival de España en las conquistas transoceánicas.
En 1494 España y Portugal habían firmado en el Tratado de Tordesillas la línea de demarcación entre las posesiones de los dos reinos. Portugal, cuya preparación cosmográfica era superior a la de los navegantes españoles, forzó que la línea divisoria pasara a 370 leguas al oeste de las Islas de Cabo Verde (meridiano 46° 35 ) de manera que en adelante, todo lo que se descubriera al este de esa línea pertenecería a Portugal, y lo encontrado al oeste sería para España.
Cuando en 1500 Pedro Alves Cabral descubre Brasil, tal vez Portugal sabía ya que esa tierra estaba al este del meridiano 46 por lo que los portugueses extendieron rápidamente sus conquistas hasta el río de la Plata.
Estas continuas conquistas portuguesas, avanzando más allá de lo propuesto en Tordesillas, preocuparon grandemente en algunos círculos españoles.
En 1540 el español Francisco de Orellana descendió de Ecuador por el río Napo recorriendo todo el Amazonas hasta llegar al Atlántico. El portugués Pedro Teixeira en 1637 subió hasta el Ecuador por el gran río y regresó nuevamente. El Virrey de Perú, Conde de Chinchón ordenó a los Padres jesuitas Acuña y Artieda que lo exploraran desde Ecuador para dejar en claro los derechos españoles sobre el Amazonas.
Fueron precisamente los jesuitas, que posteriormente serían acusados de deslealtad por la corona española, los adalides principales en esta contención de los avances portugueses. Ya en 1632 solicitaron a Roma y a Madrid que se les concediera la posibilidad de penetrar en esas tierras. El P Fritz hizo esfuerzos por combatir los avances de los portugueses con el fin de evitar las incursiones de los cazadores de esclavos y por ello fue a Lima para presionar al Virrey, Conde de la Monclova, para que pusiera coto a esos avances portugueses. El Virrey le contestó: “Las Indias son muy grandes y hay bastantes tierras para las dos Coronas”.
A esta problemática se añadía la ignorancia y confusión sobre la geografía mediterránea entre los ríos Amazonas y Orinoco. Se creía que ambas cuencas estaban separadas por una gran cordillera. Cuando el jesuita P Román pasó del Orinoco al Río Negro descubriendo el Casiquiare, algo se aclaró. Los portugueses siguieron avanzando por el Río Negro en busca de esclavos. La presencia de jesuitas españoles desde la desembocadura del Río Negro hasta Perú contuvo los avances portugueses.
Los problemas limítrofes luso-españoles no terminaban ahí. Se complicaban también en la parte sur. La Colonia de Sacramento fue la avanzadilla colonial del gobierno de Portugal interesado en llegar al estuario del río de la Plata para consolidar el comercio con Buenos Aires, ciudad por donde los españoles recibían la plata peruana. Desde entonces la Colonia de Sacramento pasó intermitentemente de manos portuguesas a españolas y viceversa y fue causa de guerras y tratados entre las dos naciones por casi dos siglos.

Toda esta problemática unida a la suscitada también en las posesiones de ambas metrópolis en Asia, hizo que se sentaran a la mesa en Madrid en el año 1750 los delegados de España y Portugal, dispuestos a zanjar las diferencias limítrofes de todas sus posesiones.
El Secretario de Estado D. José de Carvajal, asesorado por el geógrafo Jorge Juan, fue el alma y motor de ese tratado. El se dio cuenta de que, además de resolver el problema de la Colonia del Sacramento en el Sur, era de vital importancia el problema Amazónico. El Tratado hispano-portugués firmado en Madrid el 13 de enero de 1750 estableció que “...ambas Magestades nombrarán quanto antes Comisarios inteligentes los quales visitando toda la raia ajusten con la mayor distinción y claridad los parages por donde ha de recorrer la demarcación en virtud de lo que se expresa en este tratado...”
Esta enorme tarea se encomienda por parte española a dos Comisiones: Una con dirección al Sur comandada por el Marqués de Valdelirios y otra dirigida por D. José Iturriaga desde Venezuela que debía encontrarse con los comisarios portugueses en el fuerte de Vilanova de Barcelos o Mariuá en el Río Negro.

Esta última Comisión de Límites es la que protagonizan los personajes que, de forma novelada, presentamos en este libro.
Este fue el tiempo en el que la mayor parte de los pueblos del Estado Amazonas actual cobraron forma y fueron incorporados a la Corona española.
Este libro, “aprendiz de novela”, quiere dar a conocer en forma narrativa lo fundamental de un documento importante para la Historia Colonial de Amazonas como lo es el libro de Demetrio Ramos Pérez “El Tratado de Límites de 1750 y la Expedición de Iturriaga al Orinoco”, esto es, lo que sucedió en la segunda mitad del siglo XVIII por estas tierras del sur de Venezuela.
A pesar de que algunos de los personajes, diálogos, actitudes y circunstancias que aquí se presentan son ficticios, la mayor parte de ellos y las narraciones son extraídas de las crónicas, documentos e historia real de la época.



1.

Diciembre de 1767.

- Mi padre se llamaba Kalaimi y era jirajara...
Así hablaba Tame, un indio de unos 30 años, al rescoldo de un fuego mortecino en una de esas pequeñas manchas de selva que bordeaban las sabanas y morían en el rumoroso Orinoco. Allá enfrente, al otro lado del río languidecía el pueblo de San Juan Nepomuceno de los Atures, fundado por los Jesuitas en 1740.
Anochecía.
Tame hablaba despacio, con voz parsimoniosa y monótona mientras mordisqueaba un fruto de moriche. El lento chisporroteo de la candela iluminaba a ratos unas facciones bien definidas: pequeño de estatura, cuello fuerte y un ancho rostro desgarrado apenas por unos ojos achinados, una boca carnosa y pequeña y una aplastada nariz.
Frente a Tame estaba un hombre demasiado espigado y desgarbado para ser indígena, se entretenía en remover el fuego con una estaca. El resplandor intermitente de las brasas mostraba una cara afilada que denotaba preocupación. Miraba con miedo a Tame cada vez que escuchaba algún ruido sospechoso.
- No pasa nada, Kameni. Descansa y deja de preocuparte. Aquí nadie te conoce.
Kameni disimulaba nuevamente latensión que le afilaba cada vez más su rostro.
- Lo peor que te pueden hacer al apresarte es mandarte a tu tierra. - Tame trataba de bromear - ¿quién te va a reconocer? Por esta parte no hay achaguas. El Casanare queda muy lejos.
Kameni, aunque no lo parecía, era un sacerdote que no quiso entregarse a los soldados del Gobernador Centurión quien por orden del rey expulsó a los jesuitas de Guayana. Prefirió adentrarse en el llano, y después de pasar por numerosas y peligrosas aventuras, recorriendo sabanas inmensas, y atravesando esteros y morichales para las que no estaba preparado, se encontró providencialmente con Tame.
- Fue Dios el que te envió. Estoy seguro.
- Debes ser muy importante para Dios... - siguió bromeando Tame.

El año 1767 fue un año desdichado para la Compañía de Jesús. El rey Carlos III de España, decretó la expulsión de los jesuitas de todos sus dominios. Fue un auténtico terremoto institucional dentro del Imperio español. Era una orden religiosa que se distinguía por su obediencia y fidelidad al Papa y a todo lo que esa fidelidad abarcaba en los diversos escenarios políticos. La firma de 1767 expulsó de todos los dominios del imperio español a aquellos hombres que mejor habían servido, acrecentado y defendido los intereses de la Corona. El P. Ortega como le llamaban en la misión de Guanapalo entre los achaguas, no estuvo de acuerdo con la obediencia al rey.
- No es justa. Ningún cristiano está sujeto a cumplir una orden injusta.
Y desde entonces vagó errante de pueblo en pueblo por el inmenso llano. Se hacía llamar Kameni. Apenas sospechaba que alguien podía reconocerle, huía inmediatamente antes que lo delataran a las autoridades españolas. Por eso, todos los días teñía cuidadosamente de negro curame su pelo rojizo.
- Mi papá se llamaba Kalaimi y era jirajara....
Cuando se encontró con Tame y oyó el nombre de Kalaimi, sus ojos brillaron y le disparó una batería de preguntas, casi sin esperar respuesta, con el ansia de que lo que estaba pensando fuera cierto.
- ¿Kalaimi? ¿El cacique amigo del P. Gumilla? ¿El músico? ¿El compañero de Gumilla en Casiabo?,El poblador de los Betoyes?...
Tame sonreía tranquilo, mientras en la cabeza de Kameni o P. Ortega, bullían todas aquellas narraciones y cuentos que en Bogotá le relataron los jesuitas veteranos de las misiones del Orinoco.
Un graznido agudo cortó el ambiente de nocturna serenidad, haciendo que el asustado Kameni abriera los ojos inquisidoramente hacia un Tame que, levantándose del chinchorro se perdió sigiloso en el bosque. No tardó en regresar sosteniendo por el largo cuello una úkira, un negro pajarraco nocturno.
Una de las trampas montadas por Tame había funcionado. Unas veces cazando, otras pescando, la compañía y experiencia de Tame hacían que Kameni aprendiera a sobrevivir con lo estrictamente necesario en tan áspero ambiente.
- Mi papá se encontró con el P. Gumilla por pura suerte. Vivía en Tame, de ahí viene mi nombre, uno de los primeros pueblos cristianos que los jesuitas lograron poblar con diversas naciones de indios: jirajaras, guamos, guajibos... Se hizo cristiano. Aprendió a tocar el clarín. Allí había instrumentos de todo tipo y los misioneros enseñaban a tocarlos con maestría. Los primeros misioneros sabían de todo. Yo era muy joven cuando me contaba que el P. Gumilla era un magnífico carpintero, albañil, escultor, pintor, pero no sólo eso; conocía bastante de medicina y eso era lo que le hacía más apreciado. En las continuas epidemias que se presentaban, el P. Gumilla les curaba con medicinas naturales y caseras por lo que se ganó la buena fama de brujo... ¿Estoy hablando mucho, Kameni? Pareciera que no te interesa lo que te estoy contando.
- No. Estaba pensando en otras cosas, Tame.
Kameni rumiaba con dolor todo lo acontecido. La historia de Gumilla la conocía muy bien. Desde su noviciado en España y en los años de seminario en Santa Fe de Bogotá le habían emocionado las historias de los primeros misioneros de los Llanos. Sus emocionantes y penosos viajes por sabanas inmensas, enfrentándose a Caribes y holandeses, sus fracasos, sus grandes éxitos con tribus peligrosas que fueron reducidas pacíficamente... las figuras y el ejemplo de grandes misioneros como Gumilla, Rotella, Lubián, Román, Gilij etc. fueron lo que alimentaron su vocación misionera y enrumbaron su vida.
- ¿Por qué no te entregas? – susurró Tarne.
- Ya no tengo vuelta atrás. Mis compañeros ya están muy lejos. La Compañía fue borrada de la tierra, no existo... ¿te das cuenta, Tame? El P. Ortega ya no existe. Ya no sé quién soy...
- Eres Kameni.
- ¿Kameni..? ¿pintándome el cabello a cada rato para que no me reconozcan? ¿Huyendo de acá para allá como una fiera? No, Tame, ya no soporto más esta situación. A veces pienso que hice mal en quedarme... pero otras veces pienso que los jesuitas aquí, fuimos unos auténticos cobardes. ¿Por qué no nos alzamos como en las misiones del Paraguay? Aquí podríamos haber reunido miles de indígenas y defendido nuestras misiones. Nos entregamos como ovejas...
La noche avanzada iba espaciando cada vez más el diálogo. Al otro lado del Orinoco titilaban como cocuyos las débiles luces de San Juan Nepomuceno de los Atures, mientras el río se despeñaba raudal abajo con un ruido sordo.
Tame seguía hablando mientras Kameni parecía estar dormido.
- Mi papá, el famoso Kalaimi, fue un aventurero. No podía estar quieto en ninguna parte. Era como si tuviera una casa de hormigas en sus pies. Armado con su famoso clarín, se dedicó a vagar por aquellas tierras. Llegó a Tunja y desviando hacia el norte, fue a topar con Pamplona. De aquí tomó rumbo a oriente adentrándose en tierras del piedemonte andino de la cordillera de Mérida. Bajando al Llano, se encontró con una tribu cuya lengua era muy parecida a la suya. Eran Betoyes que vivían muy cerca de allí. Buen conversador y tocando el clarín de vez en cuando, se dirigió con ellos al pueblo.
Kalaimi me contó sus aventuras y viajes, invitando a los Betoyes a que se acercaran a conocer Tame, su pueblo. Después de largas discusiones decidieron no hacerle caso, pero los jefes del pueblo dejaron en libertad a los que quisieran acompañar a Kalaimi. Así se puso en marcha atravesando tribus salvajes, con quienes tuvo a veces que hacer uso de su arma secreta: el clarín. Cuando la situación se hacía muy tensa, Kalaimi sonaba el clarín con toda su fuerza, y los salvajes huían espantados ante aquel sonido tan horrible. Por fin llegó a Tame con 16 betoyes.

Kameni se sentó en el chinchorro. A pesar de sus ojos cargados, no lograba dormir. Tame avivó el fuego nuevamente y acostado siguió con su monólogo...
- Como te dije, Kalaimi tenía rollones en sus pies y no duraba mucho tiempo en un sitio. Animado por el P. Obino, misionero de Tame, volvió a tierras de los Betoyes y, después de pasar muchas aventuras y desventuras, a los pocos meses regresó con otras familias Betoyes.
Pero se dio cuenta que entre jirajaras y betoyes las cosas no marchaban muy bien. Los jirajaras, como viejos habitantes del sitio trataban a los betoyes como advenedizos, obligándoles a un servicio. Por esto Kalaimi solicitó a los misioneros fundar un nuevo pueblo para los betoyes. Caminaron por extensas sabanas y se detuvieron en un sitio llamado Casiabo, cerca del río Cravo. Allí dirigió como cacique a los betoyes y fue el primer misionero indio de los Llanos, enseñándole todo lo que él había aprendido.
Cuando pasó por Tame el P. Mimbella, Provincial de los jesuitas, Kalaimi le pidió un misionero para Casiabo y para hacer entradas a tribus betoyes, lolacas, tamanacos y otras que habitaban el Llano.
Ese misionero fue el P. José Gumilla. Se hizo muy amigo de mi padre y juntos recorrieron los llanos del Meta y Casanare hasta llegar al Orinoco, estableciendo pueblos y construyendo fuertes para defenderse de los Caribes y holandeses. Gumilla decía siempre que sin escolta española no podrían subsistir los pueblos. Famoso fue el ataque del caribe Taricura a San José de los Otomacos, en donde murió. Un holandés disfrazado de indio, desnudo y bien pintado le sucedió en el mando, pero fracasó en su ataque. Desde entonces los caribes dejaron en paz a Gumilla y su gente. Los caribes arrasaron varios pueblos de los PP. Capuchinos en Guayana. La noticia de que no sólo habían dado muerte a un misionero, sino que después le cortaron los brazos, lo ahorcaron y quemaron todo el pueblo, produjo gran conmoción en los pueblos de los llanos Anteriormente los caribes habían matado a los jesuitas Teobast, Fiol, Bek y Loberzo.
Después de unos años, al P. Gumilla lo mandaron a Santa Fe de Bogotá como Superior y posteriormente a España. Cuando regresó a los Llanos le dieron la triste noticia de la muerte de mi padre. El clarín de Kalaimi había dejado de sonar para siempre. Poco después, en 1750, murió Gumilla.

Sentado en su chinchorro miró a Kalaimi con ojos brillantes.
- ¿Sabes por qué te conté toda la historia del jirajara Kalaimi?
- Estás orgulloso de tu padre. Es natural...
- Sí - contestó Tame sentándose en el chinchorro - Pero no es eso lo que interesa. Eres tú lo que importa en este momento. Mi padre fue un vagabundo, errante, peregrino por tierras extrañas. Dejó a su gente, a su parentela jirajara y se hizo betoye. ¿No te dice nada eso?¿No ves ahí un camino posible para ti?
- ¿Cuál?
- Deja de lamentarte, Kameni. Sal de tu escondite. Busca un nuevo pueblo, una nueva gente, olvídate que eres o eras un jesuita. Ponte a caminar y construye tu nueva vida. Ahí tienes el Orinoco. Cruza los raudales que te separan de un mundo nuevo. Aventúrate como Kalaimi y como él, busca tu nuevo pueblo. Rompe con todo lo que fuiste. Ya no existen los jesuitas. No te fuiste con ellos, te quedaste. ¿Para qué?¿Para estar pensando siempre en el pasado?
- ¿Te parece fácil? - musitó Kameni enrollándose nuevamente en su hamaca.

El alba que apenas se asomaba, encontró a Kameni bañándose en el caño, tratando de borrar sus recuerdos, al mismo tiempo que recuperaba el color rojizo de sus cabellos teñidos por el negro curame.



2.

- ¡¡¡Dale, Kameni... empuja fuerte!!!
El cuerpo rechoncho de Tame sostenía la cuerda de la pequeña embarcación, mientras Kameni, con el agua a la cintura, entre resbalón y resbalón, trataba de ayudar a Tame.
Las rocas cubiertas de un limo verdoso hicieron dar más de una pirueta al pelirrojo Kameni. Después
de superar innumerables raudales llegaron a la desembocadura del río Samariapo y de ahí al pueblo de Maipures. La navegación posterior sería un paseo comparándola con los esfuerzos hechos para superar aquella barrera de rocas.
Maipures era un pueblito minúsculo en 1768. Su población la conformaban dos familías de antiguos desertores españoles y dos decenas de indios de diversas tribus: maipures, sálivas y guajibos trashumantes. Las chozas de palma y una pequeña iglesia de bahareque rodeaban una pequeña y descolorida plazuela, siguiendo la tradición urbanística española.
Cuando arrimaron su pequeña embarcación, sólo unos chiquillos se acercaron a la orilla. Con las manos delante de la boca disimulaban su risa al ver la cabellera rojiza de Kameni.
Se dirigieron hacia la Iglesia para hablar con el misionero. Este era un anciano capuchino de barba blanca y ojos pequeños e inquietos llamado Fray Andrés de Antequera. Antes de saludarlos los miró de forma inquisidora. Sospechaba de todo español que se aventuraba por aquellas zonas sin otra razón que seguir río arriba. La apariencia de Kameni le daba más bien la impresión de ser un fugitivo de la justicia.
La calma y el buen hacer de Tame que mintió dándole saludos de Fray Elpidio, misionero de Atures, lo tranquilizó y, después de conocer sus intenciones, les dejó pernoctar bajo techo. Refocilados con una sopa caliente después de varios días de mala y muy escasa comida, la frugal cena les pareció el mejor banquete de su vida.
- ¿Qué te pareció el viejo?
- Un ángel enviado por Dios. Las paredes del estómago me reclamaban desde hacía tiempo algo que se pareciera a comida.
Mientras hablaba se esforzaba por atar su chinchorro a una de las columnas de madera del corredor interno de aquel claustro vegetal. El amarre de la hamaca era una asignatura no aprendida en los pocos años que llevaba por estas tierras. Varias veces dio con su largo cuerpo en tierra y, por más que Tame le explicaba, casi siempre tenía que recurrir a él para asegurarse y no darse otro golpe.
- Como jesuita ¿qué piensas de los capuchinos y franciscanos? - habló Tame ya en su chinchorro.
- Son unos religiosos muy importantes para la Iglesia y para España.
- Que se apoderaron de los pueblos y misiones y pueblos que eran de los jesuitas...
- Según como lo quieras ver... - replicó Kameni mientras se acostaba - Yo considero que no se apoderaron, sino que continuaron lo que nosotros tuvimos que dejar a la fuerza. Ellos no tienen culpa alguna...
- Pero mi papá, el viejo Kalaimi, me habló de peleas entre los misioneros. Fue una cosa que él nunca entendió. ¿Por qué, siendo todos cristianos se pelean la tierra y los indios como si todo fuera una mercancía?
- El territorio entregado por el Rey a las diversas Ordenes, es la manera que tiene la Corona para cristianizar lo antes posible el inmenso territorio de Indias. Son como batallones o compañías del mismo ejército y todos tienen un mismo fin: extender el Evangelio de Cristo. Ya en 1734 en Santo Tomé de Guayana, el P. Gumilla como superior de los jesuitas, los Capuchinos y los Franciscanos de Píritu convinieron en un pacto el territorio que le correspondía a cada orden. Los franciscanos se encargaron de fundar pueblos y misiones desde el Orinoco hacia arriba, desde Angostura hasta el Cuchivero. Los capuchinos se encargaron de la zona desde Angostura, río abajo hasta la boca grande del Orinoco. Los jesuitas trabajarían desde el Cuchivero, Orinoco arriba por entrambas orillas, hasta el Amazonas o Marañón.
- Y de las peleas ¿Qué me dices?
- Tame, a tí te gusta exagerar... yo no conozco ninguna pelea.
- ¿No oíste hablar de un tal Fray Vicente de Ubrique?
- No. Pero no te alargues.... No te aseguro que aguante despierto.
La mortecina luz del candil apareció en la pieza al otro lado del pequeño jardín interno. El anciano misionero, después de contar las pocas aves de corral en un pequeño gallinero, se retiró a descansar.

Tame inició el cuento con voz queda.
- Me contó Kalaimi que en 1732 un jesuita se topó en un bosque del Orinoco con un grupo de indios guamos que huían de la misión de los Capuchinos e iban dispuestos a guarecerse entre los caribes, enemigos de las misiones. El jesuita consiguió que esperasen allí al P. Gumilla. Este al llegar, los convenció de quedarse cerca de un sitio habitado por indios Cabres, llamado Caparuta o Cabruta y dejó a un misionero con ellos. Gumilla avisó al Obispo de Caracas y al Superior de los Capuchinos y estos aprobaron la actuación de Gumilla.
- ¿Y dónde está la pelea?
- La pelea vino después. Después de otra fuga de indios de una misión capuchina en el Apure, Gumilla fue a Caracas y con el Obispo y el Superior de los Capuchinos establecieron que los indios Guamos fugados, se quedaran en Cabruta con el jesuita que los había rescatado.
- Sigo sin ver la pelea. – insistió Kameni.
- El P. Rotella era un jesuita italiano que había fundado el pueblo de Cabruta. Un domingo, al salir de la misa, la gente se dio cuenta que todo el pueblo estaba rodeado por un gran número de hombres, los más de ellos vestidos y todos armados, unos de fusil, otros de flecha. El P. Rotella se adelantó a parlamentar con el capitán y el alférez, les invitó a almorzar y les preguntó qué estaba pasando. Ellos le respondieron que venían acompañando a Fray Vicente de Ubrique, que se había quedado a una legua del pueblo y que habían apresado a cinco indios de Cabruta.
El P. Rotella se decidió a acompañarles para hablar directamente con el capuchino. Lo encontraron efectivamente, rodeado de unos 40 hombres fuertemente armados. Con calma el P. Rotella le preguntó la razón de todo aquel movimiento.
- Venimos en busca de unos indios cimarrones - le dijo muy serio Fray Ubrique - y no regresaré sin llevarlos conmigo.
- Los indios que apresásteis no son cimarrones y nunca estuvieron en sus misiones, y aunque así fuere, no le asiste ningún derecho, pues por el Convenio entre su Superior de Caracas, el Obispo y el Comandante de Venezuela, se estableció que los misioneros de ambas Ordenes se comprometían a no pretender ni solicitar la reducción de los indios que se fugan de una misión a otra.
Fray Ubrique, desconociendo dicho Convenio, aceptó a regañadientes y se retiró no sin antes devolver los indios apresados.

Se apagó el candil de la celda del misionero. Kameni se moría de sueño, pero a Tame, como a todo indígena, le encantaban las charlas nocturnas.
- La cosa no terminó ahí. Al año siguiente, en 1741, volvió el terco capuchino con más hombres y mejor armados, dispuesto a llevarse a los indios por la fuerza. El P. Gumilla contó a mi padre que, gracias a que la escolta del Orinoco que estaba en Cabruta para estorbar el paso de los caribes y a los indios guamos que se armaron hasta los dientes dispuestos a hacer frente a las fuerzas de Fray Vicente de Ubrique, se impidió el nuevo ataque a Cabruta.
El jesuita fue a su encuentro y le recordó al capuchino que el año anterior le había explicado el Convenio realizado en Caracas. Fray Vicente le contestó que ese Convenio ya no era válido, pues ahora habían nombrado a otro Superior. Ya cansado de tanta platicadera, D. Francisco de Sanabria, Capitán de la escolta del Orinoco dijo con gran resolución:
- Su Reverencia tenga por cierto que hasta perder la vida yo y mis soldados, no se llevará indio alguno de Cabruta, porque yo mismo les prometí defenderlos de toda violencia.
Y desde entonces ya no hubo más peleas. Los mismos superiores de los Capuchinos calmaron los ánimos de Fray Ubrique cambiándole para otra zona.,. ¿No sabías esta historia, Kameni?
Tame por toda respuesta escuchó sólo un acompasado ronquido que iba aumentando en intensidad...


3.

Desde octubre, el río Orinoco decrece día a día su caudal mostrando irreverente sus interioridades: playas amarillentas en donde se asolean los caimanes boquiabiertos; piedras enormes, medianas y pequeñas, grises y negras, solas y en montón; islas fantasmales que emergieron en una sola noche; árboles anfibios en las orillas que exponen sus ramas al sol para recobrar el verde primigenio perdido en seis meses de inmersión En febrero, todo el Orinoco se arrastraba perezoso entre rocas numerosas y playas amarillentas.
Tame, en la proa del barco, manejaba la palanca con la pericia de veterano marinero del Meta y del Arauca. Kameni lucía un poco desgarbado en el manejo del canalete, pero colaboraba en el lento avance río arriba.
Superada la desembocadura del río Vichada, las aguas no corrían con tanta fuerza. Kameni le dijo a Tame que atracara en un barranco de la orilla.
- Espérame aquí. - y saltó a tierra introduciéndose en la espesura.
Tame achicaba el agua del fondo de la pequeña embarcación mientras esperaba. Al rato le vio salir del monte con una vara de tres o cuatro brazadas de largo.
- ¿Otra palanca?
- No. Una vela. - y buscó en el bagaje el rollo de tela blanca que había podido llevarse antes de huir de los hombres de Centurión, con la intención de hacer sus camisas.
Tame sonreía mientras Kameni cosía rápidamente los dos trozos de tela.
- Yo nací en Cádiz, a la orilla del mar. Desde niños aprendimos a montar velas en pequeñas barcas para jugar en la bahía. Verás que esto nos ayuda a navegar más rápido.
Tame sonreía incrédulo mientras Kameni se esforzaba por mantener derecho y amarrar al fondo de la embarcación el endeble mástil.
Después de montar la rudimentaria vela, la contempló orgulloso.
- Listo. Arreando que es gerundio.
- ¿Cómo?
- Nada, nada... vámonos.
Los dos hombres siguieron río arriba, combatiendo contra la corriente. Tame seguía sonriendo burlonamente del aparejo que su compañero había montado y que había aumentado el peso notoriamente. Kameni, de vez en cuando jalaba de la cuerda abriendo la tela, pero ésta, por falta de brisa, seguía flácida e inmutable.
De pronto, al salir de una curva del río, bordeando una gran isla, la tela empezó a agitarse. Kameni saltó, dejó el canalete y abrió la vela que se infló inmediatamente.
- ¡¡¡Hurra!!! Descansa Tame. Vete a popa y haz de timón con el canalete. Te lo dije... te lo dije... tú te reías. Ahora reza para que esto dure…

No duró mucho. La bonanza llegó otra vez y volvieron al canalete y a la palanca.
Después de 9 largos días, unas veces a vela, otras veces a palanca, divisaron enfrente una gran boca a la derecha del Orinoco y unas pequeñas islas que dividían en dos el caudal.
- Creo que estamos llegando...
Navegaban sobre aguas unas veces claras, otras veces oscuras, otras veces mezcladas, misterio éste que resolvieron al alcanzar la pequeña ensenada sobre la que se levantaba el pueblo de San Fernando. En efecto, el río Atabapo de aguas profundamente oscuras, que descendía en línea recta hacia la desembocadura, se encontraba por la izquierda con las aguas lechosas del Guaviare y unidas así alimentaban a un Orinoco que bajaba menguado por el fuerte verano.

Bordeando una ensenada que se abría a la izquierda, llegaron al puerto real que por
la bajada del río, en verano, distaba del pueblo menos de un cuarto de legua. Nadie se preocupó ni se acercó a los recién llegados. Era una hora en la que la canícula ahuyentaba y escondía a todo ser viviente. El río, sumamente bajo, dejaba al desnudo unas playas extraordinariamente blancas que se unían a una pequeña isla que hacía de rompevientos para el puerto.
Kameni y Tame divisaron allá en lo alto un pequeño grupo de casas, la mayor parte en ruinas, dominadas por un torreón de madera. Un fuerte con varios cañones y una escolta de escasos y aburridos soldados conformaban la presencia de la autoridad española.
Se dirigieron al este de la plaza en donde se levantaba el Convento y la Iglesia. Con la misma táctica usada con el anterior capuchino, los viajeros presentaron los saludos de los misioneros de S. José de Maipures y S. Juan Nepomuceno de los Atures. Por ausencia del Prefecto Fray José Antonio de Xerez, fueron hospedados con gran generosidad por Fray Felipe de Málaga, un andaluz de tez morena y ojos saltones. Kameni se presentó como Luis de Rodrigo, natural de Cádiz. Las facciones indígenas de Tame lo señalaban como el ayudante natural del español.
- Paz y bien.- y después de saludarlos hizo un gesto indicándoles la puerta.
- Adelante. Vuecencia comprenderá, pero el convento es muy chico y no hay comodidades - se excusó Fray Felipe.
Refocilados con las acostumbradas gachas o sopa conventual, fueron a saludar al jefe de la escolta, un castellano de pocas palabras, natural de Cuenca, que comandaba 15 hombres en armas.
Después reconocieron el pueblo en donde Tame y Kameni habrían de separarse. En el lado sur de la ensenada frente a una enorme playa blanca se sucedían en hilera casi una treintena de casas, bohíos y ranchos en donde vivía la población indígena.
- Esos son los feroces Guaipunabi, - anticipó Tame - más peligrosos que los caribes. Aunque proceden del oeste, por el río Inírida, ya vivían aquí cuando llegó Don José Solano con parte de la Expedición de Límites. A este pueblo, ellos le dicen Marakoa.
- ¿Cómo sabes todo esto, si tú vives en el Casanare? ¿También te lo contó tu viejo? - preguntó Kameni.
- Sí. - se sentaron debajo de un manojo de bambúes en un recodo de la ensenada, desde donde podían contemplar un paisaje deslumbrante con un sol ya moribundo - Tus compañeros jesuitas, avanzaron Orinoco arriba y fundaron en 1747 un pueblo en pleno raudal del Orinoco. Es el que tú viste desde la otra orilla: San Juan Nepomuceno de los Atures, en donde lograron reunir a varias tribus, Atures, Maipures, Caberres, Avanis, Quimpas y Parenes, unas setecientas personas. Estaban tranquilos, cuando una mañana se presentaron los Guaipunabi, quemaron las casas, mataron a unos, cautivaron a otros, y arrasaron el pueblo. Los misioneros no se desanimaron y lograron reunir a los escapados y construyeron un nuevo pueblo, esta vez a la margen izquierda del Cataniapo, en donde está todavía.
- ¿Son caníbales como los caribes? - preguntó Kameni.
- No hay indios caníbales. Eso es un invento de ustedes los españoles. Son belicosos, guerreros, ambiciosos. ¿Conociste al P. Gilij?
- Sí, fue mi superior antes de nuestra derrota.
- El decía que los Guaipunabi tienen una cultura muy fuerte, que eran casi blancos... y que se parecían a los europeos...
- ¿En qué?
- Debe ser en lo de “caníbales”... - sonrió Tame - Así como a los caribes les proveen las armas los holandeses, los guaipunabi las reciben de los portugueses del Pará, como pago por los poitos o esclavos que les entregan.
- Son los Caribes del sur.
- Más o menos.
En la gran explanada en declive cercana a la playa del Atabapo, caracoleaba un caballo y el que lo montaba parecía un niño de corta edad. Era impresionante la pericia del minúsculo caballero. De pronto lo lanzaba a galope, lo frenaba, le hacía caminar al paso, alzaba sus patas delanteras el rucio y unas veces el pequeño jinete se apoyaba en el estribo derecho escondiéndose tras el lomo, otras en el estribo izquierdo. Kameni y Tame quedaron asombrados ante tal demostración.
Al terminar, bajó al prado un adulto que estuvo largo rato gesticulando y hablando con él. El niño bajó de la cabalgadura y se sentó en el suelo mientras el hombre, después de acomodar los estribos a sus piernas, inició un galope progresivo. Agachado tras el cuello del caballo parecía una sola cosa con él, de pronto brincó a la derecha, tocó los pies en tierra y con el mismo impulso volvió a la silla. Lo mismo hizo por la izquierda repitiendo varias veces ese movimiento. Al desmontar se fue con el caballo hacia el pequeño y bajaron rumbo al río a dar de beber al rucio.
Después del inesperado espectáculo ecuestre, regresaron al convento dispuestos a descansar de tan largo viaje.

Kameni se acostó primero, esperando que la tradicional charla nocturna de Tame no se alargara demasiado. Pero fue él mismo quien le proporcionó el tema.
- No me quedó claro qué tienen que ver los portugueses en lo que me contaste. ¿Tan cerca están?
- Los Guaipunabi forman parte de un gran grupo de gente que, aunque tienen lenguas distintas, se entienden entre ellos. Los maipures, los atures, los parenes, los achaguas, hasta los jirajaras... pertenecemos a esa gran familia de lenguas parecidas. Más al sur, los manitivitanos tenían relaciones y comercio con los portugueses, así como los guaipunabi lo tuvieron después con los españoles y los caribes con los holandeses. Como puedes ver, al indio lo tenían rodeado. Por donde se escapara, se encontraba con los blancos. Fueron éstos los que invadieron.
- Tienes razón. Pero esta es tierra que le pertenece a la Corona española, no a los portugueses.
- ¿Y quién se la dio a los españoles? - respondió Tame -. Tanto unos como otros, consideran que la tierra es de ellos. ¿Oíste hablar del P. Román?
- Sí. Fue un misionero, fundador de Carichana. El fue quien se encontró con los portugueses en el Río Negro.
- Mi padre, muy joven todavía, viajó con él. Era un hombre valiente. Se aventuró a viajar sólo, sólo con un cabo, sin escolta y eso en aquellos tiempos era muy arriesgado. Cuando llegaron aquí al Atabapo, me contó Kalaimi, se encontraron con un barco portugués, traficando esclavos. Al hablar el P. Román con ellos, les dijeron cómo habían llegado allí y les contaron que con ellos estaba en el Rio Negro otro padre jesuita.
Sin más, se pusieron en marcha y fue en ese viaje en donde se resolvió el problema que tenían los blancos sobre el paso del Orinoco al Río Negro. Los indios caminaban por ahí desde siempre, pero para los blancos el caño Casiquiare fue una novedad. Los portugueses hacían unas veces esa ruta, otras veces la del caño ltiniwini, pero no sabían qué río era el Casiquiare.
El P. Román se entrevistó con el P. Aquiles Avvogadri, otro jesuita que estaba allí por orden del Rey de Portugal para examinar si eran bien o mal comprados los indios esclavos. Justificó su presencia allí para tratar de que la cacería de esclavos no fuera tan violenta. Mi padre dijo que eran más de 8.000 esclavos los registrados, pero que eran más los indios muertos que los cautivos. ¿Qué te parece Kameni? ¿Cómo una cosa mala puede ser más o menos mala porque tú, como jesuita, estés allí presente? Si es mala, es mala ¿o no?
El silencio de Kameni le pareció sospechoso a Tame.
- ¿Ya duermes?
- Tame ¿qué es el Dorado? – preguntó Kameni - ¿Tú crees que existe?
- No contestaste a mi pregunta.
- Ya no soy jesuita, Tame. Hace tiempo que no estoy de acuerdo con muchas cosas...
El silencio duró bastante tiempo, hasta que de nuevo lo rompió Tame:
- Me preguntaste sobre el Dorado... ¿Cómo dicen ustedes los españoles? ¿Una “quemadura de pelo”?
- Una tomadura de pelo.
- Eso es, precisamente. El Dorado es una tomadura de pelo. Los indios se dieron cuenta de que el verdadero dios de los españoles, lo que a ellos verdaderamente les interesaba, era el oro. Por eso, para quitárselos de encima y que se fueran rápido de sus tierras, les decían que más adentro, más allá estaba el Dorado, una lugar maravilloso en donde los habitantes nadaban en oro. ¡¡Cuántos de ellos murieron víctimas de su propia codicia!! Hubo un español que reclutó a dos mil personas en España con más de veinte misioneros, y se adentró en Guayana. Pereció la mayoría o cayeron en manos de los caribes. Otros subieron el río Paragua buscando esa ciudad toda de oro, llamada Manoa. Todos murieron. ¿Te acuerdas cuando los expulsaron a ustedes, cómo los soldados entraron buscando en las misiones y pueblos, en los baúles y en las iglesias, el tesoro que creían que ustedes guardaban? A nosotros los indios nos engañaron con espejitos y cristales, nosotros los engañamos a ustedes con el mito del Dorado...
- Una broma de mal gusto... piensa en tantos hombres que murieron o se los tragó la selva - murmuró Kameni.
- No te lamentes, Kameni... más hombres murieron a manos de los blancos. Además, si hubiera existido Manoa o el Dorado ya no habría ningún español ni blancos por estas tierras. Todos se hubieran matado entre sí.
El cansancio fue acallando a ambos después de un viaje tan largo. Kameni tardó un poco más en dormir pensando en la posibilidad de que lo reconocieran. No se sentía seguro rodeado de españoles. No se olvidaba del Gobernador Centurión cuyos tentáculos se alargaban hasta allí.
Sudaba frío cada vez que pensaba que lo pudieran reconocer. Estaba a miles de leguas de Casanare, pero todo era posible.

Al amanecer del día siguiente Tame lo despertó muy temprano.
- Kameni me voy.
- ¡¿Cómo?! Creí que esperarías un poco más. No habías dicho nada.
- La embarcación de unos sálivas que van a Carichana está partiendo. Es una ocasión que no puedo perder. Ya te acompañé lo que pude, Kameni.
Kameni lo abrazó fuertemente y emocionado le dijo:
- Te estoy muy agradecido, Tame. No olvidaré tus sabios consejos... Aprendí tu lección. Buscaré mi camino, un nuevo pueblo, una nueva vida.., como tu padre Kalaimi.
Bajaron en silencio hacia el puerto. Tame nunca expresaba exteriormente sus sentimientos. Kameni hacía esfuerzos para no mostrarlos. Los sálivas ya estaban embarcados en el bongo, con sus mujeres, niños, gallinas y perros.
- Tal vez volvamos a vernos - dijo Tame mientras se embarcaba.
Kameni permaneció inmóvil en la orilla hasta que la embarcación se perdió tras la pequeña isla que cierra la ensenada de San Fernando.


4

- “¡¡Auxi1io!! ¡¡Al timón!! ¡¡Al timón..!!”
“El piloto Zuloaga corría gritando, pero éramos muy pocos los marineros que a las 11 de la noche estábamos en cubierta. Cádiz era una ciudad muy alegre, sobre todo de noche.
No se me olvidará. Era el 6 de febrero de 1754. La tormenta arreciaba y los vientos se desbocaban en ráfagas largas. Un navío inglés a la deriva venía derecho contra la «Veneciana». Urrutia y Zuloaga y unos pocos marineros, ante el peligro de abordaje, maniobramos con toda rapidez, evitando que ambos barcos se fueran a pique. El choque fue inevitable. Nuestra fragata recibió el golpe en el bauprés, rindió la yerga del trinquete y maltrató el jardín de babor, mientras que el navío inglés se llevó un boquete hecho por una de las anclas de la «Veneciana». Gracias a la agilidad de Zuloaga que picó los cabos al barco inglés en lo más crudo del temporal, hizo apartarle del costado de nuestra fragata corriendo hacia la costa donde finalmente varó.”

Francisco López, el español que narraba emocionado a Kameni estas aventuras, no era otro que aquel caballero que enseñaba los trucos de la caballería al pequeño guaipunabi que tanto les había asombrado a Tame y a él.
Mientras Kameni encontraba oportunidad de embarcarse hacia el sur, entabló amistad con Francisco que le invitó a residir en su casa. Su esposa era un bella guaipunabi de larga cabellera que sonreía siempre. Cargaba en su cadera izquierda al último de cuatro vástagos, sostenido con una cinta de marima a su cuello, mientras hacía unas tortas de almidón en el budare caliente.
- Nací en Galicia, en los Ancares. Una región montañosa fría y agreste. Mi pasión por los caballos me viene desde niño. En esa zona, manadas de caballos salvajes vagan por las montañas. El campesino se organiza una vez al año para dar una batida y enlazar el mayor número de animales, «raparlas» o cortarles sus crines y domarlas. Esa fue mi vida desde pequeño. El caballo para mí no tiene secretos.
- Pero tú eres marinero.
- Mi padre tenía un hermano en Ferrol y me envió con él para que me ayudara a ser un hombre. Toda esa ciudad vivía en función del mar. Por eso me inicié como grumete en un barco de pesca fregando pisos y arriando velas. Bordeé varias veces la terrible “costa de la muerte” de enormes y filosos acantilados, en donde cada temporal dejaba a muchas esposas viudas y a muchas madres sin hijos. De joven me reclutaron como guardiamarina. El mar y otras cosas me hicieron olvidar la montaña, la nieve, los caballos. Recorrí media España sirviendo al Rey, hasta que supe de la Expedición que se estaba preparando en Cádiz y solicitaba guardiamarinas voluntarios para ir a las Indias. Esa Expedición fue la que me trajo hasta aquí. Por eso te estoy contando todo esto.
- ¿Y tus compañeros?
- Todos o casi todos, regresaron cuando murió el Rey Don Fernando VI y se deshizo la Expedición. Yo amaba a mi guaricha y ya tenía un hijo aquí, por lo que decidí quedarme. Comencé una nueva vida.., muy dura, pero ya me acostumbré.
Mucho fue el tiempo que Kameni tuvo para escuchar las interesantes narraciones del gallego Francisco López y mucho fue el conocimiento de hechos que él ignoraba. Su noviciado en España y su seminario en Santa Fe de Bogotá se habían preocupado de muchas cosas que tenían muy poca relación con el mundo en que vivían, ignorando otras que ahora le parecían fundamentales. Kameni achacaba su profundo desconcierto al hecho de la supresión de la Compañía. El piso de su vida se abrió de repente bajo sus pies.
- . . Don José de Carvajal, Secretario de Estado y el Marqués de la Ensenada, ministro de Marina y Hacienda fueron los encargados de ejecutar lo estipulado por el Tratado de Madrid: establecer de una vez por todas, los límites entre las posesiones españolas y portuguesas, sea por el norte como por el sur.
Te hablaré primero de los jefes de esa expedición.
En 1750, el ministro Carvajal dispuso que se presentaran en Cádiz Don Eugenio de Alvarado y Don Antonio de Urrutia.
Alvarado era un español nacido en Barbacoa, Popayán, hijo del Gobernador de la provincia. Poco después la familia se trasladó a Lima en donde él se alistó en el Ejército. Al pasar a España sirvió en varias ciudades y luchó en Italia en el ejército del Marqués de Castelar. Su hoja de servicios era impecable y si a esto se añadía la estima del Secretario de Estado, era normal que fuera escogido para formar parte de la Expedición de Límites. Sobre el carácter de este oficial ya tendré tiempo de hablarte.
Don Antonio de Urrutia era Teniente de Navío y procedía del departamento del Ferrol, igual que yo, en donde se le respetaba como hombre muy activo y emprendedor. Su nombramiento decían que venía por influencias del Marqués de la Victoria. Alvarado lo tenía por hombre de pocas luces y lo despreciaba, a veces abiertamente.
Poco a poco los guardiamarinas nos íbamos enterando. Otro hombre importante en la Expedición, fue Don José de Iturriaga, vasco de Azpeitia, Caballero de Santiago, Diputado de Guipúzcoa y ex gerente de la Compañía Guipuzcoana de Caracas. Según las malas lenguas se dijo que su nombramiento se debía al influjo del jesuita P. Rábago, confesor del rey, pero yo creo que lo nombraron porque era el único que tenía experiencia y conocimiento de estas tierras.
Por último, mi jefe inmediato, Don José Solano. Creo que fue el único escogido realmente por lo que valía. Nació hidalgo en Zorita, Cáceres. Nativo como yo de una tierra agreste, se hizo guardiamarina y por su esfuerzo siguió ascendiendo. En el momento de la preparación de la Expedición era Alférez de Fragata. Asistente geográfico del ministro Carvajal, era un experto en la geografía amazónica y del río de la Plata y conocía varios países europeos que había recorrido en plan de estudios y espionaje naval e industrial. Como sabes, en España nadie medra si no tiene influencias...
- ¿Hubo problemas entre los jefes?
- Naturalmente. Te das cuenta que todos los recién nombrados Comisarios eran de la Marina, excepto Alvarado que era del Ejército. Ahí empezaron los líos... No se tragaban entre ellos.
A Alvarado y a Urrutia, como te dije, les encargaron de los preparativos relacionados con la adquisición de las naves, el contrato del personal de a bordo y toda la permisología. Todo esto debía hacerse con el mayor sigilo. El Tratado de Madrid no había que airearlo mucho porque Inglaterra siempre favoreció la discordia entre España y Portugal. Vestidos de civil, recorrieron el puerto para reconocer y tasar las naves ancladas. Les gustó una fragata llamada “Inmaculada Concepción” propiedad de un comerciante veneciano radicado en Cádiz llamado Don Juan Maria Simoni. El precio fijado era el de treinta mil pesos. Después de un largo regateo se fijó en veintiún mil. Pero el italiano les metió gato por liebre, pues al comenzar a carenarla se dieron cuenta que no era tan nueva como él proclamaba y por eso un tribunal de Cádiz obligó al veneciano a pagar la suma de novecientos pesos para resarcir los gastos que se hicieron en la quilla de la fragata.
Para resumir, reparada la “Veneciana”, todo lo que iba llegando se iba embarcando, bastimentos, municiones, armas etc. Una buena noticia llegó en Agosto de 1751. El ministro Carvajal consiguió el ascenso a todos los jefes de la Expedición, “... atendiendo el terreno que han de pisar los destinados a la expedición, que excede de dos mil leguas, en plena zona tórrida, lleno de fieras y de insectos venenosos, cubiertas de selvas desiertas y cortado por ríos caudalosos....”- decía la comunicación.
D. José Iturriaga fue ascendido a Jefe de Escuadra; Eugenio de Alvarado de Capitán de granaderos a Coronel; Antonio de Urrutia de Teniente a Capitán de Navío y José Solano de Alférez de Navío a Capitán de Fragata.
Los problemas entre Alvarado e Iturriaga iban saliendo a flote según avanzaban los días. Alvarado fue quien llevó la mayor carga en el alistamiento de la expedición, en la compra del barco, en solventar todos los trámites legales. El de Popayán no tragaba el que hubieran preferido al guipuzcoano como Jefe de la Expedición, y no dejaba pasar una ocasión para comentarlo.
- Ese viejo desdentado... ese vasco tan engreído y terco...
Iturriaga conocía toda esa inquina de Alvarado contra él pero no le daba mayor importancia. Sólo recuerdo que una vez explotó:
- Mire Don Eugenio, todo lo que yo soy y todo lo que he sido, me lo he ganado a pulso, sin necesidad de apoyos e influencias.
- ¿Qué quiere insinuar con eso? – saltó Alvarado.
- Que yo soy Caballero de Santiago y usted también. Pero Usted lo es gracias a superiores influencias y yo no.
La trifulca terminó en amenazas de duelo por ambas partes, que no se cumplieron. Todos sabíamos en efecto que Iturriaga llevaba razón en esto. El ministro Carvajal le había ahorrado a Don Eugenio el trámite de la pureza de sangre necesario para entrar a la orden de Santiago y que tenía que llevarse a cabo en Popayán, por lo que se hubiera retardado enormemente el proceso de admisión. La rapidez con la que todo se solventó dejó manifiestas las influencias que empujaron todo.
La guerra entre los dos estaba declarada.

- Otra aventura que nos sobrevino poco antes de partir de Cádiz fue la huida de Don Francisco Garza, cosmógrafo de la expedición que tomó las de Villadiego pensando en los peligros que acarreaba dicho viaje. El muy ladino se fue, pero no antes de cobrarse los veinte mil reales de vellón que se les concedía a los pasajeros. Como no había tiempo para buscar a un sustituto, se cubrió la vacante con un dibujante.
Por esos días se presentó a Alvarado solicitando pasaje, un jesuita alemán llamado Francisco Javier Haller que se dirigía a la misión de los Moxos en Perú. Alvarado, suponiendo ya las dificultades que tendríamos que pasar al atravesar las reducciones de la Compañía, consideró oportuno escribirle al ministro Carvajal para que lo nombrara Capellán de la Expedición. La compañía del jesuita haría que los ánimos de los misioneros estuvieran mejor dispuestos para ayudarles en el camino y prestarles su colaboración.
- Y se embarcó con ustedes? ¿No iba a Perú? – preguntó Kameni.
- Alvarado le aseguró a él y a su Superior que lo conducirían a su destino por el camino continental.

Kameni pasaba largas horas con el exguardiamarina gallego escuchando y después anotaba todas esas narraciones y detalles ¿Quién sabe si como hicieron varios jesuitas, también él algún día escribiría un libro sobre todas sus aventuras?


5

Kameni curioseó el barrio guaipunabi de Marakoa. La vida del indígena se desarrollaba como en aquellos pueblos del Casanare que en su corta vida de misionero había podido observar. El hombre regresaba de madrugada con el pescado en su curiara, mientras entre las casas varias columnas de humo anunciaban la laboriosa presencia femenina. La pesca y la caza complementaban el alimento básico que extraían del conuco: la yuca. Las mejores tierras para la labranza se encontraban en el Guaviare y el Orinoco y allí pasaban semanas elaborando el casabe y el mañoco.
No faltaban los indígenas que vivían mezclados con los españoles, como siervos, criados o contratados para duros trabajos saltuarios, especialmente en la construcción de casas y cercas. Como también observaba la degradación de algunos de estos a causa del alcohol, un vicio presente en todo pueblo de españoles. El esfuerzo que el Gobernador Centurión hizo para convertir los pueblos de misión en poblaciones de españoles, gobernados por regidores y cabos, trajo estos y otros muchos inconvenientes.
Francisco López, cuando el sol se ocultaba hundiéndose en las aguas del Guaviare, aprovechaba para contarle a Kameni sus inagotables aventuras.

- Como te venía diciendo, Don Eugenio Alvarado disgustado por la jefatura de la expedición encomendada a Iturriaga, hizo todo lo posible, hablando, murmurando y escribiendo cartas para malponer a éste con el ministro Carvajal. Pero el peso del vasco, como ex representante de la Compañía Guipuzcoana era fundamental. Y así quedó.
Pocos días antes de embarcarnos, los guardiamarinas protagonizamos un desaguisado que nadie esperaba. Para despedimos de tierra los que teníamos la noche libre de guardia, fuimos a las tabernas del puerto y armamos la tremolina. Después de muchos vasos de vino y fuentes de pescado frito, salió a flote lo que todos teníamos callado.
- ¡¡Los «zeñoritos» sí ascienden, y a nosotros que nos parta un rayo!!
- ¡Pues que se embarque su agüela! Yo me voy pa Huelva…
Y entre vino y vino, un joven guardiamarina, siempre hay algún chivato, salió a dar noticia de lo que estaba pasando. Era un motín en tierra.
La cosa llegó a oídos de Don José Solano que nos llamó y nos prometió hacer las gestiones con el Ministro para los debidos ascensos. Y cumplió. Desde entonces ascendí a Sargento de la Armada.
Todos los expedicionarios embarcaron en la «Veneciana» o «Purísima Concepción», excepto los asignados a la mesa o mando de Don José Solano que embarcamos en el «Santa Ana», un navío de la Compañía de Caracas. Dos médicos, dos dibujantes, el botánico Pedro Leofling y los guardiamarinas. En total 25.
El 15 de febrero de 1750 nos hicimos a la vela en Cádiz. Y después de unos 54 días de viaje tranquilo y aburrido, tiempo en el que aprendí todos los trucos de los juegos de naipes que un guardiamarina malagueño me enseñó, llegamos a Cumaná el 11 de abril de 1750.

El gallego seguía hablando. Se notaba la alegría de haber encontrado a alguien a quien pudiera contar sus batallitas.
- ¿Conoces Cumaná? Está situada en una valle alegre surcado por el río Manzanares, sobre el que emerge un cerro con tres castillos. A las márgenes del río se extiende la ciudad. Para aquel entonces la tercera parte de los habitantes eran pardos y los demás criollos y peninsulares.
Nada más desembarcar nos dieron la triste noticia de la muerte en Madrid del ministro Carvajal, el alma y promotor de la Expedición. El calor húmedo y pegajoso del trópico nos parecía más caliente que el andaluz. Las mujeres, aunque más morenas que las andaluzas, se les asemejaban en belleza y picardía. Los primeros días pasaron rápidamente, desembarcando y alojándonos en los establecimientos dispuestos por el Gobernador Don Mateo Gual.
Después, una larga espera debida a las relaciones tirantes entre el Gobernador y el primer Comisario Iturriaga, nos dejó en un estado de total abandono en Cumaná.
Iturriaga y el Gobernador eran viejos conocidos desde 1741 cuando el vasco era Director de la Compañía Guipuzcoana y Gual era Comandante de La Guaira. Algún pique había entre ellos, y lo pagó toda la tripulación.
Alvarado no perdía ocasión para entorpecer las relaciones con Iturriaga. Aprovechaba para zaherirlo en los corrillos y, en connivencia con el Gobernador Gual, enviaba cartas a la península al nuevo ministro Don Ricardo Wall, criticando su actuación como primer comisario.
Resumiendo para no fastidiarte, te diré que mientras en España nos habían dado las Reales Ordenes para que aquí se nos proporcionara lo necesario para cumplir con nuestro propósito, el Gobernador Gual se encerró en una serie de legalismos que impedían nuestra salida de Cumaná.
Iturriaga exigía unas 12 lanchas grandes y tres o cuatro goletas o balandras, unos 250 indios bogas y unos 100 hombres de tropa. Gual se escudaba en que no tenía las posibilidades económicas. Varias veces se alzaron la voz en público. Todo eran conflictos, pues los dos competían en testarudez. Hasta impidió que se nombraran Capellanes de la expedición a tres franciscanos de Píritu que se habían presentado voluntariamente, y hasta el último momento no dio la lista de soldados que debía acompañarlos como escolta.
Iturriaga tuvo que acudir a sus amigos de Caracas para que le enviaran recursos, además de la ayuda que le proporcionó el gobernador de Margarita.
Nosotros, los de la casa Don José Solano, no nos metimos mucho en estos líos, pues nos hallábamos con él y con los dibujantes bordeando las costas cercanas a Cumaná haciendo mapas y mediciones que era su principal interés.
Finalmente, a pesar de los grandes problemas económicos que nos aquejaban, salimos de Cumaná después de cuatro años de espera, el día 5 de agosto de 1754.
El convoy a las órdenes de Don Eugenio Alvarado, estaba conformado por una balandra con doce cañones, dos goletas y doce lanchas más, la escolta de 22 soldados, dos cabos, un sargento y un teniente, además de los comisarios Don José Solano y Don Antonio de Urrutia y el personal técnico, cosmógrafos, dibujantes etc. Unos días antes, el botánico Loefling había salido con sus ayudantes hacia Guayana por tierra, recolectando y dibujando plantas.
Antes de salir, Iturriaga y Alvarado tuvieron otra disputa. El vasco nunca se fió del segundo comisario y trató siempre de disminuir las atribuciones de Alvarado. Ordenó que dos lanchas se pusieran a la orden de Don José Solano, mientras que la balandra y las dos goletas dispuso estuvieran al mando del cosmógrafo Don José Monroy, con la excusa de ser éste el encargado de los bagajes.
- Me supongo el estado de ánimo de Alvarado - intervino Kameni.
- Terrible. De carácter sombrío, se hizo cada vez más hosco con la tripulación. A Don José Solano, que lo suponía como integrante de la confabulación contra él, no le hablaba sino lo estrictamente necesario.
Iturriaga se quedó en Cumaná enzarzado en sus peleas con el Gobernador Gual, pero envió a Don Juan Galán por tierra hasta Cabruta, con la intención de acercarse a los Raudales y preparar alojamiento y almacenes.
Ya en Trinidad las altísimas fiebres se cobraron las dos primeras víctimas: Don José Santos y el P. Haller, el capellán jesuita.

- Nuestro viaje a Guayana no fue un paseo. Ya en las costas de Paria hicimos prisioneros a varios extranjeros arrasando y quemando las rancherías que tenían en tierra firme. Tocamos en Trinidad y nos dirigimos al Delta del Orinoco y de ahí, seguidos continuamente por una nube de insectos, llegamos a Guayana, ciudad que padecía de mengua por las repetidas invasiones de los caribes enemigos y lo malsano del clima. La ciudad sobrevivía gracias a los víveres producidos por los indios, especialmente pan, casabe, carne, plátanos y otros frutos que traían los misioneros capuchinos catalanes. El P. Caulín fue el nuevo capellán de la expedición.
En Guayana, Alvarado tuvo otro choque con el cosmógrafo Monroy que, apoyado por las órdenes de Iturriaga, se resistía a las órdenes de Alvarado. Este le dejó bien en claro que el comandante del convoy era él.
Las misiones encomendadas a los comisarios estaban claras: Solano se quedaría atrás haciendo los mapas desde la costa de Cumaná hasta Guayana, el Comisario Don Antonio de Urrutia haría el plano de las costas guayanesas y el Segundo Comisario, Don Eugenio de Alvarado exploraría el interior, las comunicaciones con las colonias holandesas y la situación de las misiones.
Urrutia, como marino, tampoco se llevaba bien con Alvarado, pero duraron poco esos problemas, debido a su enfermedad y muerte prematura ocurrida en enero de 1755.

- No entiendo. - lo interrumpió Mamen - ¿No era objetivo principal de la Expedición el establecer los límites con los portugueses? ¿por qué entonces se detuvieron tanto en Guayana, en lugar de dirigirse hacia el sur?
- ¡Ojo! Nuestra misión no era una simple modificación de fronteras. La parte conocida por todos era esa. Lo que desconocían muchos eran los propósitos secretos de la expedición.
- ¿Se pueden conocer esos secretos?
- Desde que fracasó todo, ya no hay secretos. Nuestro primer objetivo era económico. El cacao y la canela, su producción y comercio en exclusiva, eran para España el auténtico Dorado. El interés de Fernando VI por la botánica hizo que se invitara al sueco Linneo, el más conocido botánico de la época, para que pasara a las Indias en una de estas expediciones. Linneo se excusó pero le envió a su discípulo más aventajado, el también sueco Pedro Loefling, que murió de fiebres continuas el 22 de febrero de 1756 en San Antonio del Caroní.
Entre los muchos cuentos que corrían sobre los jesuitas había uno que hablaba sobre inmensas explotaciones riquísimas de cacao que poseían en las reducciones del Orinoco. Por creer estos cuentos, el botánico Loefling que estaba destinado a la parte de Perú y La Plata, fue destinado al Orinoco.
- ¡Qué disparate! - pensó Kameni que, como jesuita, había vivido en carne propia las penurias de esos pueblos del llano.
- Otro objetivo de la expedición era político. Consistía en la expulsión de los holandeses de todos los territorios españoles. Holanda ocupaba unos territorios con las colonias de Surinam, Demerara y otras que apoyaban el contrabando y favorecían los ataques de los caribes sobre los pueblos del Orinoco. Habían implantado un sistema en el que le adelantaban o avanzaban mercancías y armas a los caribes y éstos tenían que pagarlas con poitos o esclavos para sus plantaciones de caña. Como nunca lograban resarcir la deuda se veían obligados a hacer “razzías" contra todo pueblo que encontraban a su paso. Holanda, a pesar de que mantenía relaciones diplomáticas con España, aquí en el Orinoco mantuvo siempre una guerra sorda e indirecta. Nuestra misión era la de responder de la misma forma, procurando que negros y caribes se levantaran contra los holandeses que los esclavizaban en sus plantaciones.
- ¿Se lograron esos propósitos? - preguntó Kameni.
- Ninguno. Pero ya llegaremos ahí. Por fin, en julio de 1755, llegó a Guayana el Comandante Iturriaga. El pobre viejo llegó mal. Y peor se sintió cuando nos encontró a todos enfermos, algunos tullidos, otros mancos, y los demás muriéndose, languideciendo en una ciudad a la que habían entrado más sujetos que el número total de sus habitantes. La expedición se redujo a la mitad, entre muertos y desertores. Los demás estábamos desanimados y con pocas ganas de seguir adelante.
A pesar de todo esto, Iturriaga empezó los preparativos para partir en noviembre, en la primera bajada del Orinoco. Era diciembre y no nos habíamos movido aún. Las provisiones para la siguiente etapa se agotaban poco a poco.
La cosa se nos complicó porque Don Juan Galán, el comisionado por Iturriaga para avizorar las dificultades de los Raudales y hacer acopio de provisiones, falleció en Atures después de unas fuertes calenturas.
Eliminada así la posibilidad de tener abastecimientos en los Raudales para continuar la expedición, Alvarado, por medio de los misioneros jesuitas envió un mensaje al Virrey de Santa Fe para que les enviaran los auxilios necesarios. El P. Lubián, superior de las misiones, le respondió que era una mala época para hacer seguro un transporte, pues todas las playas estaban invadidas de guajibos; de todas formas enviaría una escolta y bogas para ahuyentarlos. Saliendo del Orinoco, en 15 días de navegación estarían en las misiones del Meta; de ahí le darían mensajes a unos indios
prácticos y de confianza que podrían llegar a Apiay en 11 días de navegación por el mismo Meta. De allí a Santa Fe, por tierra eran apenas cuatro o cinco días a caballo.
El P Lubián le aseguraba también a Alvarado que en las misiones del Meta había acopios de harinas y sal para los expedicionarios, pero que había que buscarlos antes de que se echaran a perder.
- ¿Conociste al P. Lubián?
- Sí, lo vi en Cabruta cuando pernoctamos allí.
- Yo también lo conocí - dijo un emocionado Kameni.
- ¿Sí? ¿en dónde? – preguntó Francisco.
- Es una historia larga. En otro momento te la contaré. Ahora continúa tú con tu historia.
- El principal obstáculo para encontrarse con los portugueses en el Río Negro eran los raudales. El día 15 de febrero de 1756 partimos con Don José Solano trece soldados y ciento ventiseis indios. Iturriaga encargó a Alvarado que siguiera a Solano en su penetración por el Orinoco.
Las rencillas entre Iturriaga y Alvarado aumentaban con el tiempo en lugar de disminuir. Iturriaga se enteró de las pretensiones de Alvarado para que lo ascendieran a Brigadier y éste no perdía ocasión de escribir al Ministro sobre la triste situación de la expedición a causa de la indecisión del Primer Comisario que estaba refugiado en Muitaco. A esto se añadía la mala relación que Iturriaga tenía con los misioneros capuchinos, pues infligía duros castigos a los indios Caribes reducidos en las misiones cuando no querían o no podían trabajar para la expedición. Varios capitanes con su gente se fueron al monte huyendo de los maltratos del vasco.
La oposición velada de Alvarado tuvo como respuesta de Iturriaga la orden de que no pasara de Carichana hasta que él llegara, lo que fue considerado por aquél como un ostracismo y un destierro.
Nosotros con Solano, llegamos a Carichana en una situación lamentable. Allí nos encontramos con el P. Lubián que nos dijo que era imposible pasar por el Raudal con aquellas embarcaciones. También nos comunicó el mensaje enviado a Alvarado: en las misiones del Meta había harinas y sal para los expedicionarios. Después de la deserción de muchos de nuestros bogas, atacados por enfermedades y con muy poco alimento pues por el excesivo tiempo de almacenamiento se había podrido casi todo, las palabras del jesuita terminaron por desalentarnos. Solano cobró ánimos y después de recoger y animar a varios desertores, llegamos por fin a la misión de Atures el 12 de marzo de 1756.
Francisco López continuaba emocionado su relato:
- Como el abastecimiento en San Juan Nepomuceno apenas alcanzaba para los habitantes de la Reducción, Solano envió cuatro embarcaciones, dos para que siguieran Orinoco abajo y las otras dos para que se introdujeran por la boca del Meta para recoger el acopio de víveres prometido por el P. Lubián, que en realidad, no eran tantos como se esperaban.
Mientras tanto, Solano no perdía el tiempo. Estaba obsesionado por el paso de los raudales, en contra de la opinión de los jesuitas que los consideraban infranqueables para las embarcaciones que llevábamos. Solano era extremeño y como Pizarro, Hernán Cortés y otros antiguos conquistadores tenía una fibra especial que vibraba ante el peligro; el riesgo lo transformaba y planificaba con todo detalle los pasos que iba a dar para conseguir su objetivo. Varias veces, con la excusa de la pesca, nos invitaba a dos o tres soldados muy temprano, y mientras nosotros pescábamos, él exploraba los raudales.
Un día, tomó una embarcación y con algunas canoas de indios ocupadas por unos doscientos de los más hábiles y fuertes, se adelantó hacia el despeñadero, haciéndonos creer que tenía interés en montar una cacería al otro lado del río. Al atravesar por el pie del raudal nos empeñó a subir la primera cascada con el pretexto de ahorrarnos un rodeo para ir al cazadero. Una vez que logramos superarla, Solano nos animó a que subiéramos el siguiente paso, y luego la siguiente cascada, con gran riesgo de su parte, pues no sabía nadar, y a cada paso peligraba el barco en los remolinos, chorreras y saltos del raudal. Y así zigzagueando entre las peñas, saltando de vez en cuando a tierra para descansar y volviendo otra vez a la brega, arrastrando la embarcación sobre las rocas por medio de troncos, Solano nos entusiasmó y logramos superar lo que a todos nos parecía imposible. Habían pasado tres días de nuestra salida de San Juan Nepomuceno de los Atures.
Era el 28 de marzo de 1756.

Después de un intervalo en que Francisco me invitó a comer en su casa, sentados en los chinchorros indios, el gallego Francisco continuó su historia.
- La experiencia y los conocimientos adquiridos nos sirvieron para pasar después las otras embarcaciones sin tantas dificultades y peligros.
Solano no descansaba. Ahora planeaba salvar los raudales de Maipures y lo que más le preocupaba no eran las rocas y los chorros sino los Guaipunabi con su Cacique Cuseru que dominaban desde los raudales hasta el río Inírida. Logró entrevistarse con él en plena catarata. Cuseru estaba preocupado por todo el movimiento de los españoles en los raudales.
Solano lo tranquilizó asegurándole que los Comisarios eran españoles distintos de los blancos que él conocía. Cuseru y Solano en esta primera entrevista entablaron una relación de amistad que perduró hasta que Solano regresó a España.
- Lo conocí ayer - dijo Kameni - me pareció un viejo cansado.
- No es tan viejo como parece, pero sus heridas mal curadas y sus muchas peleas y viajes, en este momento lo tienen bastante tranquilo. No es ningún angelito. La reducción de Atures conoce muy bien su crueldad y su saña. A los enemigos los destruye, a los amigos en cambio los respeta y hace que los respeten. Lleva atado a la cadera izquierda un crucifijo que le regalaron los jesuitas y con él entra en combate y se cree invulnerable. Por eso es conocido en todo el Alto Orinoco con el nombre de Cuseru o Crucero. Cuentan que vivía con la hija de un jefe indio del Temi. En un ataque de odio contra su suegro, le dijo a su mujer que iba a batirse con él. La mujer le recordó el valor y la fuerza de su padre, pero Cuseru, sin escuchar ni proferir palabra, cogió una flecha envenenada y le atravesó el corazón.
Mientras estuvimos aquí con Don José Solano los Guaipunabi no nos tocaron ni un cabello. Yo mantengo desde entonces su confianza y me encargó la educación de Kuati su nieto, aquel que tú viste cabalgando.
En resumen, como Solano le cayó bien, le ofreció auxiliar a los expedicionarios con víveres y hasta con bogas.
Con estas buenas noticias salió Solano hacia Muitaco o Puerto Sano para entrevistarse con Iturriaga y hacer los planes para seguir al Alto Orinoco.
Solano se llevaba bastante bien con los jesuitas del Raudal, en especial con el P. Olmo, que nos acompañó después a San Fernando. No así Itumaga que se enzarzó con ellos en su viaje a Cabruta y Caramana o Encaramada. El P. Lubián, superior de las misiones, les había prometido bogas y los indios necesarios para llegar a los raudales, pero en la Encaramada el P. Gilij sólo pudo concederle catorce indios. Iturriaga perdió los estribos y se enfureció.
- ¡No obedecen al Rey! ¡No quieren obedecer al Rey! — y asiéndolo por la pechera de la sotana, lo zarandeó cuanto quiso.
El Padre Gilij no se inmutó y dejó que Iturriaga se desahogara. Cuando el vasco se sentó cansado, el P. Gilij le explicó pacientemente:
- No tenemos nada contra la Expedición, Sr. Comandante. Quedamos en que ustedes nos mandarían aviso indicándonos la fecha en que salían de Muitaco. Y no lo hicieron. Los indios tienen sus trabajos y así, de repente, es muy difícil conseguir tal número de bogas.
Alvarado mientras tanto, aunque no sentía ninguna simpatía hacia los jesuitas, se frotaba las manos al ver los resbalones de su jefe y no perdía ocasión para comunicar a España lo que estaba sucediendo.
Los bogas caribes no quisieron seguir hasta el Raudal por lo que Iturriaga tuvo que devolverse a Cabruta y con él, Solano. Ahí acordaron enviar a Solano a Santa Fe a solicitar dinero del Virrey para continuar la Expedición, pero noticias alarmantes sobre una supuesta confabulación del capitán de escolta de los jesuitas y los guaipunabi, hizo cambiar de planes a Solano que regresó al Raudal.
Iturriaga mientras tanto, envió a Don Vicente Doz y Don Nicolás Guerrero a explorar el río Apure hasta la boca del río Sarare y después el Caura y el Cuchivero.

Francisco López fue interrumpido por un indio que le pidió fuera a su casa. Kameni mientras tanto se distrajo recorriendo la orilla de la playa.

Por la tarde el gallego continuó. Estos recuerdos lo hacían rejuvenecer.
- La rivalidad de Iturriaga con Alvarado continuaba. Se demostró cuando el vasco eligió a Solano para hacer el viaje a Bogotá con el fin de solicitar del Virrey recursos para la Expedición.
Iturriaga seguía sin fiarse de Alvarado.
Y así pude conocer yo la capital del Virreinato.
- ¡Cómo! ¿Estuviste en Santa Fe? - preguntó Kameni
- Salí con Solano del Raudal en febrero de 1757 y llegamos a Bogotá en los primeros días del mes de abril. Navegamos dieciocho días por el Meta y el resto lo hicimos por tierra, cuarenta días a lomo de mula y a pie, atravesando las escarpadas sierras que separaban Santa Fe de la región de los Llanos. Fue una bella expedición. ¡Qué belleza de paisajes!
El Virrey Don José Solís Folch de Cardona nos recibió muy bien , en cambio el Presidente de Quito comunicó a Solano que de los doscientos mil pesos que le pedía, en este momento sólo podía proporcionarle unos cincuenta mil.
Salimos de Santa Fe de Bogotá a fines de diciembre de 1757. Hicimos el camino por tierra hasta el embarcadero del río Curiana, cerca de Santiago de las Atalayas. Desde aquí envió Solano unos emisarios para decirle a Iturriaga de nuestra pronta llegada al Orinoco.
Cuando salíamos por la boca del Meta mediado el mes de enero de 1758, nos esperaba un enviado de Iturriaga para transmitirnos la orden de continuar a Cabruta con las mil quinientas arrobas de harina y unos ciento treinta mil pesos.
Solano tuvo unos momentos de desilusión y desengaño.
- ¡Cómo! ¿Otra vez para atrás? - le gritó al emisario.

El objetivo del viaje a Santa Fe era el de conseguir los medios para proseguir su viaje arriba del Raudal. ¿Por qué se le ordenaba ahora llevar el bastimento al cuartel general de Cabruta?
El plan de Iturnaga era concentrar toda la expedición en el Raudal. Pero su proceder era sumamente lento y parsimonioso, todo lo contrario a lo que Solano se proponía.

El ministro Don Ricardo WalI, sucesor de Carvajal, estaba bien informado de todos los problemas que aquejaban a los expedicionarios. A todo esto se le añadían los cambios políticos que se estaban dando en la Corte madrileña. Femando VI estaba cada vez más alejado de sus funciones de gobierno. El Tratado de Madrid con los portugueses estaba renegociándose otra vez, debido a las dificultades encontradas en el sur con los jesuitas e indios alzados en las misiones guaraníes.
Los portugueses proponían sacar a los jesuitas de los territorios de las dos coronas. No sólo en el sur. También por el río Amazonas. Ellos sabían muy bien que los jesuitas y sus misiones eran los que impedían a los portugueses la subida del Amazonas más arriba de la desembocadura del Río Negro. El Marqués de Pombal que era el motor de toda la campaña antijesuítica en Portugal, logró convencer poco a poco a los políticos españoles.
A fines de 1757 nombraron Gobernador de Cumaná y Cuarto Comisario de la expedición a Don José Diguja, por lo que a Solano lo nombraron Tercer Comisario ocupando así el puesto vacante que dejó la muerte de Don Antonio de Urrutia.
Finalmente, Solano logró salir de Cabruta en dirección al Raudal y, aún sin contar con hombres suficientes y abastecimiento seguro, se dispuso a preparar el viaje aguas arriba del Orinoco. El confiaba en su amistad con Cuseru.

Kameni escuchó a Francisco López con sumo interés, pues a cada rato le recordaba paisajes, situaciones y personas por él conocidas. Apenas habían pasado diez años de todas esas aventuras. Hoy, en 1768, los jesuitas estaban expulsados y él, errante, buscaba un horizonte que aún no divisaba.
No se atrevía a contar su historia a Francisco López, pero tal vez un día de estos se la contará a Fray José Antonio de Xerez, el superior de los capuchinos a quien esperaban de un momento a otro.

6.

Fray José Antonio de Xerez regresó después de pasar tres meses en el sur. Era de estatura más bien baja, tez morena y una barba que comenzaba a encanecerse por sus puntas. Aunque ciertamente frisaba los sesenta años, el cansancio del viaje lo hacía más viejo de lo que era en realidad. De su dureza y nervio no había que dudar: viajes como estos sólo pueden hacerlos personas muy sanas y fuertes.

- Subí por el Atabapo visitando todos los pueblos y pequeñas comunidades de indígenas. Estuve con el capitán Jacobo Yavita y sus yaviteros, con los banivas del Tomo que finalmente se animaron a poblar en Maroa, con los guarequenas de Miguel Davipe en la boca del Itiniwini, acampé en Tiriquín y luego bajé a San Carlos de Río Negro en donde me detuve más tiempo con el misionero residente.
Posteriormente viajé hacia el sur en donde hice amistad con el Capitán Cocuy, seguí a la zona de Maravitana y regresé visitando la misión de San Francisco Solano en el Casiquiare; desde allí me metí por el río Pasimoni a contactar con la tribu Mandáwaca y después, Casiquiare arriba hasta llegar al Orinoco.
Después de ver las ruinas del antiguo Fuerte Buena Guardia me encontré en La Esmeralda con el Capitán poblador Don Apolinar Díez de la Fuente. Nos dejamos llevar río abajo hasta la desembocadura del río Ventuari en donde visité al Capitán Imo y su gente en el sitio de Santa Bárbara.
Y aquí estoy.

Este resumen del viaje lo hizo Fray José Antonio al día siguiente, a un grupo de paisanos y soldados entre los que se encontraban Kameni y Francisco López. Fue éste quien presentó Kameni al capuchino. Al saber que era andaluz de Cádiz, como había sucedido con los otros misioneros, congeniaron inmediatamente y lo invitó al convento a tomarse una sopa. Los capuchinos que había en el Alto Orinoco eran Capuchinos andaluces. Ellos y los franciscanos se encargaron de aquella zona una vez que fueron expulsados los jesuitas.
- ¡¡¡Un andaluz por estas tierras!!! Bien raro. ¿Eres soldado?
- Según como se mire. Mi historia es larga y extraña - dijo Kameni - espero contársela al tiempo que usted me cuenta la suya.
Después de la cena se despidieron prometiendo encontrarse al día siguiente.

Kameni esa noche estuvo rumiando cuál sería la reacción del capuchino si le confesaba que era un jesuita errante. ¿Lo trataría de apóstata? ¿O tal vez se le ocurriría denunciarlo al gobernador Centurión? La primera impresión que le causó el fraile fue la de un hombre valiente, animoso y avispado como buen andaluz, pero lo que más le impactó fue su mirada serena, profundamente humana y buena.

Las mañanas de este pueblito miserable y pequeño se engrandecía cada día con amaneceres espléndidos. Los pájaros de la selva circundante eran el reloj de sus habitantes. Eran los indígenas los primeros que bajaban al río a hacer su primer baño. Retozaban un rato y regresaban a sus chozas.
Kameni prefería acercarse y conversar con los guaipunabi que mezclarse y charlar con los españoles. Todavía no se acostumbraba a la libertad. Aún hoy le parecía un sueño todo lo que vivió desde que se escondió en la selva huyendo de los soldados de Centurión, el Gobernador de Guayana, que mandó expulsar a los jesuitas de sus misiones.
Saltando, de monte en monte, de sabana en sabana, teñido su escandaloso pelo rojizo de negro curame, sin poder acercarse a un pueblo. El encuentro con Tame, el hijo de Kalaimi, le salvó la vida. El iba a los pueblos, compraba el bastimento para poder sobrevivir y lo guiaba por sabanas inmensas y por ríos desde el Casanare hasta el Atabapo.
Aún no se sentía seguro. A pesar de su corta vida misionera en los Llanos, temía que alguien lo reconociera. Por eso se acercaba con frecuencia al convento.

- Buenos días Fray José.
- Hola. ¿Cómo está el gaditano?
Fray José Antonio estaba sentado en el suelo, tratando de reparar unas sandalias de cuero con un estilo no muy ortodoxo, pero efectivo.
- Muy bien. Mientras usted trata de coser las sandalias yo le echaré peramán a esta fibra de moriche. Me dijeron que usted llegó a San Fernando con la expedición de Don José Solano en 1758.
¿No estaban estas tierras asignadas a los jesuitas para su evangelización?
- ¿Y cómo lo sabes?¿Fuiste soldado?
- En cierta manera sí, pero eso no importa ahora - respondió Kameni mostrando un poco de nerviosismo.
- Te contaré. Por Real Cédula en 1736 se les asignó a los jesuitas la tierra comprendida desde el río Cuchivero hasta el Marañón o Amazonas. Pero otra Real Cédula de 1762 otorgó a los Capuchinos el territorio situado al sur de Maipures, desgajando así el Alto Orinoco de lo encomendado a la Compañía de Jesús. Después, a partir de la expulsión de los jesuitas, los Capuchinos nos hicimos cargo de todas sus misiones.
- ¿Por qué los jesuitas tuvieron problemas con el rey y ustedes no? - se aventuró a preguntar Kameni.
- ¿Tú crees que nosotros no tenemos problemas con el Gobernador Centurión? - dijo Fray José bajando un poco la voz — No nos deja respirar. Está empeñado en convencer al Rey que el trabajo de los misioneros es nefasto para estos pueblos y que su progreso se debe únicamente a él. Quiere ganar puntos ante la Corte haciendo Censos y empadronamientos inflados que no concuerdan con la realidad, para demostrar que desde que él es Gobernador de Guayana aumentó la población. Hablaremos de eso otro día cuando no haya peligro de que nos escuchen. Aquí las paredes oyen.
- Pero la Expedición de Solano estaba en Atures ya en 1756 por lo tanto estaban aquí los Jesuitas todavía. Usted llegó a San Fernando con Solano dos años después ¿Por qué?
- ¡Ojú! ¡Zí pregunta er niño! - sonrió con gracejo el capuchino - ¿ No serás miembro del tribunal de la Inquisición?
- No. Me intereso por las crónicas y la historia - mintió Kameni.
- Vamos a caminar. Ya terminaré de coser esto después. Al aire libre la memoria trabaja mejor. Cada árbol, cada recodo del río, cada persona que encuentro, me traen a la memoria muchos recuerdos.
El gallego López se les añadió en la plaza.
- ... Estaba yo de misionero en los Llanos centrales, en la misión de Iguanas, cuando llegó Iturriaga, el Comandante de la Expedición de Límites a Cabruta. Don José Solano descansaba de un largo y arriesgado viaje a Santa Fe de Bogotá, para conseguir dinero y bastimento. En uno de mis viajes a Cabruta me enteré que estaban preparando una exploración para reconocer los ríos Cuchivero y Caura. Estaba comandada por Don Vicente Doz y participaban tres criollos de Cabruta y los dos dibujantes del botánico Loefling, recién fallecido. Como baqueanos iban cuatro indios cabres y dos guaiqueríes y, para cuidar las treinta y ocho bestias de silla y carga llevaban a cuatro zambos y dos criados negros. A mí me encantan las aventuras. Me ofrecí como capellán de la expedición y allá me fui con ellos.
Salimos un 25 de octubre, recuerdo. Navegamos río abajo hasta llegar a un pueblito llamado Caicara, a la orilla opuesta de Cabruta, en donde pernoctamos martirizados por infinidad de zancudos.
A la mañana siguiente comenzó en serio la exploración atravesando colinas y sabanas llenas de mal pasto, con pocos árboles y frecuentemente anegadizas. Seguimos hasta dar con colinas cada vez más altas, llegando al Cuchivero un poco más arriba de donde se le junta el río Guaniamo. Atravesamos a nado el río con la única pérdida de un caballo obligado a hundirse por un caimán que se aferró a una de sus patas. Era el del comandante.
Al día siguiente, para bordear una montaña, atravesamos pajonales con hojas cortantes y un terreno anegadizo por donde caminamos unos doscientos pasos con el agua a la cintura. Al salir estábamos llenos de sanguijuelas. De noche, tuvimos que espantar un tigre que rondaba por el campamento.
Al otro día, le prendimos fuego a los pajonales incendiando toda la sabana, para evitar sufrir el mismo calvario al regreso. Seguimos nuestro camino, cruzando ríos y terrenos con cortaderas enormes que quemamos, consiguiendo así iguanas y morrocoyes que huían y nos servían de comida.
Después de 14 días de caminata llegamos por fin a las márgenes del río Caura. Una noche, muertos de cansancio, descansábamos felices porque no había zancudos, cuando escuchamos un estrépito que crecía incesantemente. Eran báquiros o puercos de monte que en manada se dirigían hacia nuestro campamento. Apenas nos dio tiempo para encaramarnos en los árboles. Los indios lograron abatir tres con las lanzas y hubieran matado más, si dos tigres que eran la causa de tal fuga no vinieran detrás, pasando por medio del campamento, preocupados sólo en perseguir a los báquiros.
El resultado de esta exploración, además de reconocer una tierra prácticamente desconocida fue el descubrir que el río Uyapi no era un caño del Cuchivero como se creía desde antiguo, sino que era un río intermedio entre las rápidas corrientes del Cuchivero y del Caura.
Llegamos a Cabruta el 30 de noviembre después de más de un mes de aventuras imborrables.
- Y por qué se vino después a San Fernando? - dijo Kameni.
- Por lo mismo que te dije. A mí me encanta la aventura. Y esta aventura servía para hacer mi misión de evangelizar a los que encontraba en mi camino. Al regreso de su viaje a Santa Fe de Bogotá, Don José Solano al oírme contar con tanto entusiasmo mi viaje al Cuchivero, me dijo:
- Fray José ¿por qué no se viene conmigo al Raudal? A usted como a mí, le gusta la aventura. Del Raudal para arriba tendremos bastantes.
Nos hicimos buenos amigos y, después de hablar con mi superior, partimos hacia el Raudal en Febrero de 1758. Vino conmigo también Fray Francisco de Llanos.
Solano, como Alvarado, no estaba contento por la manera en que se dirigía la Expedición pero no mostraba su disconformidad abiertamente. Iturriaga le imprimía un ritmo demasiado lento.
Además estaba desilusionado porque las harinas y el dinero que él había conseguido en Santa Fe, en lugar de emplearse para el avance de la Expedición raudal arriba, Iturriaga lo gastaba en una inmovilidad absoluta en Cabruta y Muitaco. No rompía con Iturriaga pues lo único que quería era subir Orinoco arriba y estaba decidido a hacerlo, con ayuda o sin ayuda del vasco.
Solano en su viaje a Santa Fe de Bogotá le había vendido bien la idea al Virrey e insistía constantemente en la situación estratégica de Marakoa entre los ríos Orinoco, Atabapo y Guaviare y además confiaba en su amigo Cuseru que le había invitado varias veces para que pasáramos a su pueblo donde no nos faltarían casabe, mañoco o mandioca y otros frutos de la tierra. Atabapo era la base principal para que la Expedición pudiera alcanzar el Río Negro.
- ¿Cómo los recibieron a ustedes en la misión de Atures? - inquirió Kameni.

Pasó a su lado un guaipunabi en un estado lamentable de ebriedad. Fray José Antonio de Xerez, con tristeza lo miró y murmuró:
- Eso es lo que hemos hecho... El gobierno no acepta las reducciones o pueblos de misión. Observa, Kameni, - le señaló al borracho - ése es el logro del gobernador Centurión.
Se calló por un rato mientras caminaban a la orilla del Atabapo por una playa que comenzaba a despuntar después de la enorme laja frente a la zona guaipunabi.
- ¿Qué me decías antes? – preguntó Fray José.
- Los jesuitas ¿los recibieron bien en Atures?
- ¿A Solano y su gente, o a mí?
- A todos.
- La política y manera de ser de Solano era diferente a la de Iturriaga y Alvarado que tuvieron varios choques con los misioneros de la Compañía. Nunca alzaba la voz y ganaba voluntades con su hablar tranquilo y sosegado. Eso sí, nadie podía oponerse a su idea fija de avanzar hacia el sur. Por eso, cuando los jesuitas le expusieron las dificultades que encerraba la subida del Raudal con aquellas embarcaciones, esto motivó mucho más a Solano para demostrarles que él sería capaz de hacerlo.
Viendo que los jesuitas eran un poco reacios a conseguirle bogas indios para esa aventura, con el engaño de ir de pesca y cacería logró que lo acompañaran y animándolos poco a poco, superó el gran raudal con el barco mayor.
- Si, eso me lo contó Francisco López - interrumpió Kameni.
- Iturriaga por fin, dio la orden a Solano para que partiera Orinoco arriba. Era a mediados de febrero cuando salimos del Raudal. El río estaba bastante seco por lo que el viaje duró un poco más y los zancudos nocturnos eran un continuo tormento. A los seis días de navegación, entrábamos por la boca del Guaviare y Atabapo que desaguaban juntos en el Orinoco.
Como tú mismo pudiste observar, a tres cuartos de legua, a nuestra izquierda nos encontramos con Marakoa, el pueblo de Cuseru. La primera impresión que recibimos fue el de una meseta alta y bravía en donde se alzaba una casa, la de Cuseru y otras doce y algunas chozas más en donde vivían unos 33 indios en armas.
El recibimiento que nos dieron, fue más que frío, hostil. Hasta hubo preparación de armas y gestos belicosos por parte de los indios guaipunabi. Solano, demostrando la sangre fría y el carácter conciliador de siempre, apeló a la hospitalidad de Cuseru y le pidió comida. Ante esa prueba de confianza el capitán guaipunabi fue deponiendo su actitud recelosa.
- Pero ¿Cuseru no se había entrevistado anteriormente con Solano en Maipures? Francisco López me dijo que se hicieron amigos y que le prometió bastimentos y ayuda a la Expedición.
- En efecto. Pero el indio, como tú y como yo, cambia cuando cambian las circunstancias. Desde el primer encuentro entre Cuseru y Solano en los raudales de Maipures, había transcurrido un año. Mientras tanto, Cuseru estaba presionado por los indios irruminabi que, huyendo de los portugueses, se fueron acercando poco a poco al Atabapo y trataban de convencerlo para que rechazara a los españoles. Pero Cuseru no sabía a quién temía más, si a los españoles o a los mismos irruminabi.
La diplomacia y los regalos de Solano para Cuseru y sus esposas pudieron más. Las suspicacias y resistencias se convirtieron en facilidades, accediendo a la fundación de un pueblo al lado de Marakoa.
Con Cuseru eligieron el lugar para construir un fuerte y varias casas, trabajo que encargó Solano a Don Francisco Fernández de Bobadilla, Sargento de la escolta. Los guaipunabi ampliaron sus conucos para abastecer a la expedición.
Una vez concluidos los trabajos más importantes, Solano organizó una fiesta en donde proclamó la fundación oficial del pueblo imponiéndole el nombre de San Fernando en homenaje a Fernando VI rey de España y nombró Alcalde al Cacique Cuseru.
- Muy político, Don José Solano - murmuró Kameni.
- No sólo. Se repitió el milagro de Clodoveo, el rey de los Francos ¿te acuerdas? Cuseru quiso bautizar a un hijo suyo y Don José Solano hizo de padrino. Lo bautizó mi compañero Fray Francisco de Llanos y después, muchos de los guaipunabi pidieron el bautismo para ellos y para sus familias.
El pueblito se organizó con los pocos españoles e indios de la expedición. La prosperidad era evidente: había alimento, y a poco más de un tiro de fusil por el Guaviare se encontraba abundante cacería y pesca. Comparado todo esto con las penurias pasadas en Guayana y el Raudal, a los expedicionarios esto les parecía el paraíso. También estaba buscando Solano una extensión de terreno con buen pasto para introducir ganado vacuno.
Solano sospechaba, por los mapas que llevaba siempre con él, que la comunicación con los Llanos y Santa Fe era muy factible por el Guaviare. Por eso envió a dos soldados con un mensaje para el Virrey Solís. No llevaron ningún práctico o baqueano y pasaron por un infierno de penurias y vicisitudes. Se extraviaron varias veces y, medio muertos de hambre y enfermos, llegaron a San Martín de los Llanos después de cincuenta y ocho días. Repuestos y descansados, cuando hicieron el retomo a San Femando, esta vez guiados por un práctico, duraron apenas once días.
Solano construyó el torreón y fuerte de San Fernando, con una artillería de ligero calibre. Estaba preocupado, no tanto por los guaipunabi, sino por los portugueses que con frecuencia penetraban libremente aprovechando el enmarañado sistema fluvial. Recientes noticias hablaban de que una patrulla portuguesa venía persiguiendo a unos indios que se habían sublevado y que, después de haber asesinado al misionero y a seis portugueses, se habían reunido con los irruminabi en el raudal del Rio Negro.
Una vez que Solano resolvió los problemas más acuciantes, le pidió a Cuseru que se pusiera en contacto con los indios del Casiquiare para que le dieran noticias sobre los portugueses. A primeros de marzo de 1758, Solano bajó al Raudal con la finalidad de traer las embarcaciones que había dejado allá y solicitar a Iturriaga un lote de ganado.
- ¡Cómo! ¿Pasaron el ganado por el Raudal? ¡Imposible! - dijo Kameni.
- Iturriaga por fin, se decidió a apoyar la nueva fundación de San Fernando y desde Cabruta pasó un lote de ganado al otro lado del Orinoco con dirección a San Femando.
Cuando los españoles llegaron a la misión de la Encaramada con el ganado, los indios del lugar les dijeron que había una forma para evitar los raudales de Atures. Les enseñaron el camino hacia el río Manapiare afluente del Ventuari. Siguiéndolo podían llegar hasta el Orinoco y el Atabapo sin pasar por los raudales. No se animaron y siguieron la ruta tradicional bordeando el Orinoco.
Solano, aunque no lo exteriorizaba, estaba preocupado por el escaso número de españoles en San Fernando. Los guaipunabi en cambio aumentaban día a día.
Los parientes de Cuseru, los capitanes Imo y Cayamu, suspicaces del poder y prestigio que tenía Cuseru desde la llegada de los españoles, fueron acercándose y creando problemas no sólo de habitabilidad, sino también a nivel político, pues Solano temía que en cualquier momento los indios podrían alzarse. Los españoles estábamos en inferioridad de número.
En el escrito que había mandado Solano al Virrey por el Guaviare, le había solicitado pobladores voluntarios para consolidar la población recién fundada. También se lo había pedido a Iturriaga con apremio, pues había escuchado que los irruminabi subían por el Casiquiare presionados por los portugueses.

- Fue un momento difícil - agregó Francisco López - Marakoa se poblaba cada vez con más indios que venían del Orinoco y Guaviare.
- ¿Temieron un asalto? - preguntó Kameni.
- ¿Y luego? - añadió el gallego - Nosotros apenas éramos unos treinta...
- Iturriaga – prosiguió Fray José Antonio – se dio cuenta del problema, pues si la Expedición perdía San Fernando, las dificultades serían enormes. Por eso envió cartas a los gobernadores de Caracas, Cumaná y Margarita para que le enviasen pobladores.
- ¿Vinieron muchos? – dijo Kameni.
- Al comienzo, nadie ¿quién se iba a animar a venir tan lejos? – respondió Francisco López – Los que estábamos aquí era por obligación.
- Pero tú te quedaste.
- Sí, pero esa es otra historia. Ya te contaré.

Prosiguió el fraile:
- Por eso el Comandante Iturriaga solicitó al Gobernador de Caracas que le enviara algunos presos, pícaros o ladrones de esos que abundaban en el Llano. Enviaron de Caracas unos sesenta, me contó Solano, y de Margarita unos siete, de los cuales cinco se regresaron en el camino y los dos restantes se negaron a pasar de Cabruta. Al Virrey le pidieron que les enviara algunas familias de los llanos del Casanare y Meta por el Ariari y Guaviare, también presos y vagabundos, pero no hubo respuesta.
Sólo en diciembre de 1758 comenzaron a llegar algunos españoles. El gobernador de Margarita envió a dos familias y seis solteros. Poco después llegaron setenta y tres personas a Cabruta y ciento veintitrés más procedentes de Caracas. Poco a poco fueron subiendo hasta San Fernando y algunos ayudaron a Solano a pasar el Raudal con el ganado que envió Iturriaga desde Cabruta.
- ¿Lograron pasar el Raudal con el ganado? – preguntó Kameni con sorpresa.
- Cuando Solano se empeñaba en una cosa, no cedía hasta que lo lograba – respondió Fray Antonio de Xerez.

7

Cruzando la blanca playa, se dirigieron hacia la isla que dividía las aguas oscuras del Atabapo de las tierrosas del Guaviare y se sentaron a la sombra de un chaparro orillero.
Fray José Antonio continuó:
- Solano estaba un poco disgustado con la tranquilidad del Primer Comisario que no lograba salir de Cabruta. Quería que se asentase en San Femando para coordinar la salida de la Expedición hacia el Sur. Sus espías le tenían al tanto del movimiento de los portugueses, así como de los indígenas irruminabi, manetibitanos y otros.
-Eso lo sabíamos los soldados porque a veces se le escapaba la queja delante de nosotros - dijo Francisco López.
- Solano era un comandante nato. Tenía la fibra de aquellos grandes conquistadores extremeños, pero con una inteligencia más refinada. No se dejaba llevar por impulsos inmediatos, sino que sabía dialogar y esperar. Yo diría que su mérito es aún mayor que el de aquellos. Hacía falta tener una gran robustez de espíritu para adentrarse casi solo en este rincón de la tierra, sin ilusiones de tesoros ignotos, sin sospechas de imperios poderosos, sin ninguno de esos alicientes que movieron a los otros codiciosos conquistadores.
La admiración de Fray José Antonio se dejaba traslucir cuando hablaba de Solano. El mismo nos contó la alegría que sintió cuando supo que lo habían nombrado recientemente Gobernador de Caracas. Esperaba que las tensas relaciones de los capuchinos con Centurión, el Gobernador de Guayana, cambiarían rápidamente.

- ¿Y la antigua amistad de Solano con Cuseru? - volvió a insistir Kameni.
- La relación con Cuseru no fue fácil - habló Fray José Antonio - Solano lo convenció para que le ayudara en una expedición para someter a los indios parrenes que vivían en la confluencia del Ariari con el Guayabero. Ya estaban preparados unos cuarenta indios armados con fusiles cuando Cuseru se echó para atrás con la excusa de que los Caribes estaban bajando por el río Ventuari.
Pasaba el tiempo y Cuseru no salía hacia el Ventuari. Por fin se enteró Solano de la verdadera causa de la reserva de Cuseru. El cacique Inao que vivía bajo la protección de los portugueses, después de quemar algunos poblados de esa comarca y robar su artillería, armas y municiones, se había unido al cacique Ymmo, jefe de los manetibitanos.
Entre Cuseru e Ymmo había viejas rencillas por unas reyertas en las que los guaipunabi salieron vencedores. Cuseru temía que Ymmo, aprovechando el refuerzo que le llegaba, intentara vengarse de los guaipunabi. Por eso Cuseru le pidió a Solano que le ayudase con sus soldados.
- ¿Y le ayudó? - preguntó Kameni.
- Solano aprovechó esta ocasión no sólo para concluir el torreón y artillar el fuerte de San Fernando, - explicó Francisco López - sino que trajo las fuerzas que habían quedado en el Raudal y las concentró todas aquí.
- Mientras Solano hacía todo este trabajo - continuó Fray José Antonio - Cuseru despachó secretamente emisarios con el fin de entablar la paz con Ymmo e Inao. Pero éstos, conociendo a Cuseru y sus artimañas no se fiaron de él y enviaron un enlace secreto a Solano solicitándole poder vivir bajo el amparo de la corona española.
Solano se vio en un auténtico aprieto. No podía pactar por su cuenta con los caciques del sur, Ymmo e Inao, sin darle la espalda a Cuseru que, a pesar de todo, le había prestado su apoyo. Y aquí se demostró una vez más la diplomacia de Solano. Logró convencer a Cuseru de la importancia de una reunión entre todos los caciques, no sólo los del sur, sino también otros que habían solicitado poblarse en los aledaños de San Fernando, como los puinabes del río Inírida y los maypures y megapures del Ventuari.
Un día, creo que fue el 25 de mayo de 1758, Cuseru quiso impresionar a Solano con un acto de sumisión de su pueblo. Cuseru, con todos los guerreros engalanados con sus mejores adornos y plumajes, pero sin armas, desfilaron ante Don José Solano y todos nosotros, frente a la estacada del fuerte. Primero, Cuseru y su sobrino, el heredero de su poder, con aire solemne y ritual colocaron a los pies de Solano frutas, aves y peces. Después de ellos una larga hilera de ataviados guerreros hicieron lo mismo con muchos y diferentes dones.
Entonces Solano se percató de que Cuseru, según transcurría el largo ritual se iba entristeciendo y encerrándose cada vez más en un silencio sospechoso. Solano captó enseguida la situación. El acto de vasallaje que estaba haciendo, cortaba su autonomía como jefe guaipunabi.
- ¿Por qué lo hizo entonces? - preguntó Kameni.
- Ya te contaré. Entonces Solano se acercó a Cuseru, lo llevó y lo puso a su derecha. Tomó un bastón, lo alzó y al dárselo a Cuseni gritó:
- “Desde hoy, Cuseru será el Cacique del Rey”.
Ahí cambió su adusto semblante y todo terminó en un gran baile en donde participaron todos los hombres y mujeres del pueblo, con sus más ricos vestidos. Cuseru dio la señal de comenzar la fiesta.
Fue una noche estupenda.
- Sobre todo para algunos... - acotó Fray José Antonio señalando con un guiño al gallego - al día siguiente no sabían donde estaban...
- El bureche estaba estupendo, Fray José...
Regresaron de la playa y cruzaron una pequeña sabana por el lado norte del pueblo para enseñarle a Kameni una laguna cercana al Orinoco. El camino sombreado condujo a los tres españoles hasta la orilla. Tomaron asiento en un enorme tronco medio quemado y prosiguieron con sus recuerdos.

- Cuando se agotó la bebida se acabó la fiesta - continuó Francisco López - Solano entendió entonces el por qué del acto de vasallaje voluntario de Cuseru. Llegaron noticias de que el cacique Ymmo y sus compañeros estaban a muy pocas jornadas de San Femando de Atabapo.
Efectivamente, a los dos días llegaron los emisarios de Ymmo solicitando una entrevista con Solano. Este, siempre atento a dar prestigio a la autoridad de Cuseru, los envió ante el jefe de los guaipunabi en visita de cortesía, a lo que Cuseru correspondió con una amabilidad un poco recelosa.
- ¿Cómo fue el encuentro entre Ymmo y Cuseru?
- Algo que yo no me esperaba - respondió Fray José Antonio - Cuseru tenía todo preparado para celebrar una gran comida. Al amanecer comenzaron a entrar en la ensenada de San Femando curiaras y bongos que transportaban a los indios pintados y engalanados con plumajes de guerra, armados con arco y flechas; un poco más atrás venía Ymmo en un bongo más adornado. Fue una entrada impresionante. Los guaipunabi, unos estaban rodeando la muralla del fuerte y otros los recibieron en la orilla.
De pronto, comenzó un espectáculo extraño para nosotros los españoles. Se inició un simulacro de combate entre los dos bandos, pero tan real y tan vivo, que murieron unos catorce hombres de uno y otro bando y quedaron heridos otros ochenta.
- ¿Qué hizo Solano?
- Solano, para evitar mayor derramamiento de sangre, hizo disparar desde el fuerte dos salvas de cañón y aún tuvo que repetirlas para que la pelea cesara completamente.
Aunque de mala gana, los indios se vieron obligados a deponer las armas para poder atender a los heridos y enterrar a los muertos.
- Ymmo y Cuseru ¿se hicieron amigos con ese encuentro? - volvió a preguntar Kameni.
- Mantenían las formas… A pesar del recibimiento, los dos jefes sospechaban uno del otro. Los guaipunabi trataban de influir en Solano para que se disgustase con Ymmo. Solano tuvo que hilar muy fino para lograr que no se abrieran las hostilidades entre los dos caciques, y logró que Ymmo y su gente aceptara poblarse en la boca del río Ventuari. Cuando Ymmo regresó al Río Negro a buscar a su gente quedó en San Femando su sobrino Cocubi con un pequeño grupo para preparar el terreno y comenzar a edificar el nuevo pueblo.
Con ellos fueron para escoger el lugar Don Nicolás Guerrero y el sargento Bobadilla. Así surgió el actual pueblo de Santa Bárbara situado en una sabaneta frente a la boca del Ventuari.

- ¿Y qué sucedió mientras tanto con la rivalidad entre Iturriaga y Alvarado? - preguntó Kameni.
- Iturriaga, el primer Comisario, no perdía ocasión de humillar a su segundo. Pero éste tenía una correspondencia continua con el Ministro Don Ricardo Wall en la Corte y esto produjo sus frutos. Cuando nombraron a Don José Dibuja, gobernador de Cumaná, como cuarto Comisario de la Expedición, después de la muerte de Urrutia, trajo de España unas disposiciones sobre la enemistad de los dos Comisarios, obligando a Iturriaga a hacer las paces con Alvarado.
Alvarado, que estaba arrinconado y enfermo en Uruana fue llamado a Cabruta para preparar el plan de marchar sin dilación al encuentro con los comisarios portugueses. Ahí esperaron la llegada del cuarto comisario Don José Diguja.
Pero el problema del avance estaba siempre supeditado al abastecimiento de San Fernando y los otros pueblos que se fundaran en el Río Negro.
Alvarado propuso un antiguo plan que ya Solano había intentado. La comunicación de Santa Fe con San Fernando, vía los ríos Ariari, Guayavero y Guaviare. Iturriaga, muy zorro, le tomó la palabra y lo envió a Santa Fe a comienzos de abril de 1759 para buscar recursos. Más por apartarle de su lado que por otra cosa, quedando así libre para hacerse cargo del transporte de todos los efectos que existían en Cabruta, Carichana y el Raudal.
Alvarado recogió en la capital del Virreinato unas 500 cargas pero el invierno impidió a los arrieros bajar la cordillera, para enviarlas por el Guaviare a San Fernando. Iturriaga le mandó un emisario diciéndole que enviara todo a Cabruta, cosa que nos perjudicó a nosotros, pues aquí ya estábamos pasando mucha necesidad. Solano tuvo momentos de desaliento, cuando supo el cambio de ruta.
Cuando Alvarado logró llegar al Meta, encontró dificultades en la misiones de los jesuitas pues no le conseguían bogas o marineros para transportar la carga a Cabruta. También Solano tuvo un problema en San Fernando con el jesuita, el P. Olmo, quien como ya conocía a los guipunabi, les estaba aconsejando que se poblaran en otra parte, asegurándoles que tendrían carne en abundancia y así evitarían las enfermedades que los estaban aquejando. Solano consideró inoportunos tales consejos y se lo comunicó a Iturriaga.
- ¿Ese fue el único problema con los jesuitas?
- La Expedición tuvo varios problemas con los misioneros jesuitas, especialmente Alvarado. Al regreso de Santa Fe de Bogotá, en los llanos de Iraca y Jiramena tuvo un conflicto con el jesuita de uno de esos pueblos que se llevó a los indios, dejando sin obreros a Alvarado.
- ¿Usted se quedó aquí en San Femando, después de la retirada de la Expedición? - preguntó Kameni.
- No. Al retirarse la expedición, yo me regresé a mi antigua misión de los Llanos. En 1764, siendo ya Capitán General de Venezuela y Gobernador de Caracas Don José Solano, recibí el encargo de presidir las misiones al sur de Maipures. Me fui con cinco compañeros, dos se quedaron en Maipures y los demás seguimos para San Femando a donde llegamos en los primeros días de marzo de ese año. Pero eso te lo contaré otro día. Ya es tarde y me esperan para rezar. Oye gaditano, ¿por qué me preguntas siempre sobre los jesuitas?
- Un día de estos sabrá el por qué, Padre.

El regreso de la laguna fue rápido. Cuando atravesaban la pequeña sabana, rota por manchas de pequeños árboles, entre el ganado que pastaba se encontraron con una bella mujer, con una cascada de brillante pelo negro que caía sobre su espalda. Por sus facciones era guaipunabi, pero excedía en belleza a las mujeres que Kameni había visto en la zona de Marakoa.
- Hola, Iwina - saludó Fray José Antonio.
- Hola - respondió lacónicamente, sin que su rostro mostrara ni la más tenue sonrisa.

Fray José Antonio se quedó en la minúscula casa que servía de convento. Kameni y el gallego Francisco siguieron hasta su casa.
- ¿Quién es esa mujer?
- Es Iwina, la hija de Cuseru. Es bella ¿verdad?
- ¿Siempre está así de seria? - preguntó Kameni.
- Le tiene inquina a los españoles. No nos traga - dijo Francisco - No perdona lo de Don José Solano.
- ¿Qué pasó con Solano?
- Fue su esposa. Nunca le perdonó su marcha.
- ¿La quería?
- La adoraba. Pero el compromiso político de Solano era muy fuerte. Yo me quedé porque mi compromiso era el de un guardiamarina. El regreso a España y la vuelta al servicio del Rey no me entusiasmaban, sobre todo después de que mi guaricha dio a luz a mi primer hijo.
- ¿Fueron pocos los que se unieron a las mujeres guaipunabi?
- Casi todos. Solano fomentó el mestizaje, pues creía que sólo con el mestizaje el indio podía civilizarse. El mismo dio el ejemplo. Pero lo suyo fue un enamoramiento en toda regla. Iwina era muy bella y Cuseru la celaba fieramente.
Iwina también se prendó locamente de Solano, por lo que éste la pidió a su padre por esposa. Fue una fiesta que duró varios días.
Iwina estaba feliz y Solano perdidamente enamorado. La amistad entre Cuseru y Solano se afianzó de forma perdurable. Cada uno de ellos se sentía ganador con este matrimonio.
- Y cuando se retiró la Expedición?
- Fueron momentos muy difíciles para los dos. Iwina le había comunicado que esperaba un hijo. Solano vivió un auténtico infierno. Una vez me dijo casi llorando: “¿Qué hago, gallego, qué hago?”.
Decidió marcharse. Le prometió a Iwina que volvería, que vendría a abrazar a su hijo, que se encargaría de él, que haría de él un hombre...
Iwina no respondió. Desde entonces se encerró en sí misma. Todo el amor que profesó por Don José se trastocó en odio hacia los españoles. Adora a su hijo, Kuati, pero no quiere saber nada del padre. Cuando Fray José le comunicó que Don José Solano había regresado a Venezuela y era el Gobernador de Caracas, Iwina mostró en su mirada todo el odio acumulado en casi diez años.
Fray José Antonio le envía frecuentes mensajes a Don José Solano y cuida con Cuseru de que la educación de su nieto Kuati sea propia de un hijo de español.


8.

Kameni siguió a Francisco López a su rancho de Marakoa. Todos los días a media mañana, cuando Kuati terminaba sus lecciones de doctrina con Fray José Antonio, iba siempre a la parte alta de Marakoa frente a un espectacular río Atabapo en creciente, que amenazaba escalar el barranco.
El gallego llevaba en sus manos dos floretes ligeros y dos lanzas adaptadas a la edad del pequeño. El rostro de Kuati se transformó cuando nos vió. Una vez en el lugar de entrenamiento, Kuati tomó el florete y atacó a Francisco López quien con un mandoble lo desarmó.
- Kuati, te dije que debes esperar. No debes atacar a traición.
El muchacho estaba decidido a demostrar al espectador Kameni, su valentía y su destreza. Tomó de nuevo el florete y comenzó la práctica de esgrima tratando de lucir todo lo que había aprendido con su maestro. Kuati se movía con agilidad felina en las estocadas, fintas, alcances y retiradas y a Francisco se le notaba una mal disimulada satisfacción por el aventajado discípulo. Pero si se movía con soltura con la espada, mejor lo hacía con la lanza. Golpeaba con fuerza y se protegía muy bien de los ataques de su maestro.
Así pasó una hora de fuerte ejercicio. Cuando Francisco López dejó la lanza dando por terminado el entrenamiento, Kuati sin despedirse, tomó carrera y se lanzó de cabeza al río desde el barranco. Tardó un tiempo en aparecer diez metros más allá de la orilla y con movimientos rápidos alcanzó el tronco de un enorme árbol seco que emergía del agua como un espantapájaros de brazos esqueléticos. Trepó rápidamente a lo más alto y lanzó un grito chillón con la clara intencionalidad de que nos fijáramos en él.
- ¡¡Tonina!! ¡¡Tonina!! - gritó de repente Francisco enseñando sus desiguales dientes en una amplia sonrisa.
Inmediatamente Kuati se lanzó al río desde lo más alto del árbol e hizo el recorrido de vuelta con mayor rapidez que antes.
Recogiendo las armas, el gallego me dijo:
- Le tienen pavor a estos animales. Creen que son encantos o personas embrujadas que los pueden arrastrar a un mundo misterioso.

Al regresar a la casa de Francisco, comieron y se acostaron en sendos chinchorros al frescor del techo de palma.
- Tú dijiste que Don José Solano estaba un poco desilusionado por la lentitud y la poca decisión del Comandante Iturriaga, ¿no cayó él mismo en esa inactividad, al no salir de San Femando hacia el sur?
- El trabajo de Solano en San Femando fue enorme. Primeramente, no podía avanzar dejando el pueblo de San Femando desguarnecido frente a unos doscientos indios en situación de tomar las armas. La carencia de víveres que esperaban de los Llanos les impedía avanzar.
- ¿No eran amigos de Cuseru? ¿Qué temían?
- El problema ya no era Cuseru, sino la cantidad de grupos que, celosos de la autoridad de Cuseru querían poblarse cerca de San Femando.
Mira, el viejo Ymmo que quería poblarse en Santa Bárbara, tardaba en llegar con su gente. Solano le ofreció a Cocubi, el sobrino de Ymmo, nombrarlo teniente si lograba reunir a los irruminabi del Río Negro y atraerlos a la boca del Casiquiare.
A su vez, el Cacique Tapu mandó avisó que se acercaba con un buen grupo de Puinabes. Cuseru protestó porque decía que ellos eran sus esclavos. Llegaron a fines de 1758 y se dispusieron a construir sus casas, conucos y ayudaron a construir la Iglesia.
Por este tiempo llegó también el Cacique Teyo que le había prometido a Solano reunir tanta gente como Cuseru en San Fernando si se le dejaba poblar un lugar que estaba a ocho días de San Fernando, cuatro navegando el Atabapo y el Temi y cuatro a través de sabanas y montes poblados de pastos y árboles. En las cercanías del pueblo que quería fundar Teyo, desembocaba un río cuyo nacimiento estaba cerca del Casiquiare. Era el Conorochite o Itiniwini. Solano, todo lo que sirviera a tener el control del Casiquiare, lo favorecía.
Solano, con esta afluencia de tribus que deseaban poblarse se proponía además, controlar la preponderancia de los Guaipunabi de Cuseru en el Atabapo y el Guaviare. Por esta razón facilitó la población de indios Parenne en la desembocadura del Inírida, indios que habían sido dispersados por los guaipunabi. También apoyó a la nación Puinabe y a otras más para que se poblaran en el Guaviare y así tener expedita esta vía.
Para facilitar el enlace con los Raudales, Solano se hizo amigo de los Maipures, Mengepures y Mazerinabi del río Ventuari, que habían sido obligados por la crueldad de los guaipunabi a esconderse monte adentro, y logró que se poblaran en San José de Maypures.
Hasta del Alto Orinoco bajaron unos Maquiritares que querían constituirse en pueblo dando la noticia de extensos cacahuales al sur del monte Duida.
Solano controló todo este movimiento de gente cuidando de no herir los sentimientos y autoridad de Cuseru. No fue nada fácil. Sobre todo en los momentos que las vituallas y regalos se iban reduciendo.
- ¿Por eso Solano no se movió de San Femando?
- Bastante trabajo tenía con mantener tranquilo a Cuseru y resolver los problemas de avituallamiento. Pero sí nos mandó a hacer varias exploraciones. La primera fue al final del año 1758. Yo no fui en ese viaje. Unos seis soldados dirigidos por el Sargento Francisco Fernández de Bobadilla, fueron a explorar el Alto Orinoco en busca de esos cacahuales de los que hablaban los maquiritares. Pasaron la bifurcación del Casiquiare y llegaron hasta la desembocadura del Ocamo. En su travesía confirmaron la existencia de cacao y regresaron portando consigo muchas semillas. Aunque lo que más buscaban era canela.
- Al menos encontraron cacao - ironizó Kameni.
- Solano se alegró mucho. Era el primer logro para la Expedición, pero lo que más le preocupaba era la lentitud del avance hacia el sur. Solano no se decidía a dar órdenes de proseguir para encontrarse con los comisarios portugueses y delimitar las fronteras. Pero llegó un momento que se cansó y comenzó a dirigir entradas y exploraciones por los ríos Atabapo y Orinoco.
- ¿Tú participaste en alguna?
- Ciertamente. Yo acompañé a Don Apolinar Díez de la Fuente en la exploración del Alto Orinoco el año 1759, pero anteriormente, en 1758, Solano había enviado también al Teniente de Fragata Nicolás Guerrero con unos hombres Atabapo arriba. Navegaron el río Temi y siguiendo a unos indios baqueanos cruzaron una selva y cayeron en el Caño Pimichín que desembocaba en el río Negro. Este camino lo mandó ampliar y limpiar después Fray José Antonio de Xerez, ahorrándose así en muchos días el viaje hacia el sur por el Casiquiare.
Después, Solano preparó una expedición, para saber algo sobre los comisarios portugueses. La dirigió el Alférez Simón Santos López y le acompañaba el Sargento Bobadilla. Fueron por los ríos Atabapo, Temi, Pimichín y cayeron en el Río Negro. Bajaron ese gran río, y superaron después de la desembocadura del Casiquiare el gran raudal Vitari, zona en la que se encontraban los irruminabi que habían huido de los portugueses.
Mucho más abajo, encontraron una zona alta en la margen izquierda que consideraron apta para la construcción de un Fuerte. Mientras Simón López se quedó allí fundando el pueblo de San Carlos y construyendo el torreón con varios grupos indígenas, el sargento Bobadilla siguió río abajo hasta encontrarse con los portugueses en el arraial o campamento de Mariuá.
- ¿Cómo recibieron los portugueses esta visita?
- Aparentemente muy bien. A Bobadilla lo trataron con mucha deferencia. Un Teniente Coronel le hizo esperar a que viniera el Gobernador que estaba visitando unos pueblos y después le dejaron visitar las fortificaciones. Bobadilla nos dijo que había visto unos 9 monolitos o hitos de piedra con las armas de España por un lado y de Portugal por otro, que debían colocarse allí como límites después del encuentro de las dos expediciones. Bobadilla espió todo lo que pudo y se llevó una idea clara de la potencia de los portugueses.
Dije que había sido aparentemente bien recibido. Pero el gobernador portugués Don Manuel Bernardo de Mello de Castro, entregó a Bobadilla una carta para el Primer Comisario Iturriaga, quejándose de la tardanza de los españoles en llegar al punto de encuentro, notificándole que el plenipotenciario del rey de Portugal que estuvo esperando todo este tiempo, ya se había ido y tardaría en llegar alrededor de un año.
También se quejaba de la construcción del fuerte de San Carlos, como si esa no fuera tierra española. Daba la impresión que los portugueses trataban de desanimar a los españoles para que no se diera la esperada delimitación. Por eso mismo, el Gobernador envió poco después hasta Cabruta al Teniente Coronel portugués de Mariuá, para comunicarle personalmente lo que ya le había dicho por carta.
- ¿Hasta Cabruta llegaron los portugueses?
- Así es. Y seguro que el oficial espió todo lo que pudo de los españoles como anteriormente lo había hecho Bobadilla en Mariuá.
Después de largo tiempo de aventuras y desventuras, enfermedades y sufrimientos, Simón López se quedó en San Carlos y Bobadilla subió por el río Casiquiare a primeros de febrero de 1760. Todo eso nos lo contó Bobadilla cuando nos encontramos con él en Buena Guardia.
- ¿En Buena Guardia?¿Dónde queda eso? - preguntó Kameni.
- Ahora te digo. En diciembre de 1759, mientras aquellos exploraban el sur, Don José Solano preparó otra expedición, esta vez por el Orinoco, en la que yo participé. El mando lo tenía Don Apolinar Díez de la Fuente. El objetivo era la búsqueda de las más remotas fuentes del río.
No se me olvidará esa aventura. Salimos el 3 de diciembre de 1759. A las seis de la tarde descansamos en la piedra de Súpiro, a dos leguas y media de aquí. Orinoco arriba, llegamos a primeras horas de la mañana del día 7 al pueblo de Santa Bárbara, frente al río Ventuari que desahoga su furia por cinco bocas, con una agradable y deleitosa vista.
El día 8 partimos de Santa Bárbara y el 9 contemplamos y reconocimos las tierras que descienden de la serranía Yapacana con abundantes aguas, palmas, maderas y mesas de sabana, aptas para nuevas fundaciones. El día 13 llegamos a una laguna que denominan Cárida, en donde permanecimos hasta el día 16 pues la mayoría de los expedicionarios se había debilitado enormemente.
Después de este descanso proseguimos viaje y llegamos a la desembocadura del caño Guanama. La noche del 25 la pasamos al pie de los cerros de Tiramoni y el día 28 llegamos a la desembocadura del río Cunucunuma, un río ancho y profundo por el que bajaban los caribes que, según nos contaron algunos indios, pasaban del río Caura por un portaje y llegaban hasta el Orinoco.
El día 31 de diciembre a las dos de la tarde, nos encontramos con el Casiquiare. Era un paisaje impresionante. Solano nos había ordenado establecer un fuerte en este paraje. La preocupación de nuestro jefe de misión fue la de encontrar un lugar que no se inundara con las crecientes del río. Reconocimos el terreno y no encontramos parte más eminente y no inundable que la esquina que hacía la separación de las aguas por el lado noroeste. Tardamos tres días en la roza del terreno para el fuerte y las labranzas y así fundamos el Fuerte de Buena Guardia.
Kameni anotaba fechas y circunstancias con gran rapidez y habilidad.

- El 2 de enero de 1760 proseguimos viaje con el fin de encontrarnos con los indios maquiritares, y el día 4 llegamos a un paraje de incalculable belleza: amplias sabanas, morichales abundantes y frescos arroyos, se cerraban a su espalda con una hermosa montaña que los indios llamaban Duida. Don Apolinar se enamoró del paisaje y comenzó a soñar con un poblado que, por la cercanía de Buena Guardia y por estar en la ruta del cacao, tendría mucho futuro.
Pero lo que más nos emocionó a todos fue, al acercarnos al pie del cerro, hallar en una gruta guijarros con variados cristales, algunos de color verdoso. Todos creímos que estábamos frente a un enorme tesoro e incomparable riqueza. Don Apolinar estaba emocionado. Los ojos le brillaban, no sé si de contento o de codicia.
Desde el lugar de las esmeraldas, Diez de la Fuente envió al río Iguapo a dos emisarios para avisar que nos encontraríamos con los capitanes maquiritares en la boca del Padamo. Así fue. Llegamos al Padamo el día 10 de enero. Al siguiente día llegaron unos indios trayendo regalos de parte del Cacique Guarape y otros capitanes maquiritares.
Subimos Padamo arriba y ahí estuvimos reconociendo pueblos y cacahuales con el capitán Guarena quien nos dijo que en los ríos Guatama, Unitamoni y Mariguané las extensiones de cacao eran más grandes. Por la cantidad de raudales y otros peligros decidimos volver, llegando al Orinoco el 7 de febrero.
Después de reconocer las orillas para ver si encontrábamos un cacao más maduro nos regresamos a Buena Guardia a donde llegamos el 12 de febrero de 1760.
Ahí fue donde nos encontramos con Francisco Bobadilla que regresaba del Río Negro como te conté antes. Cuando un centinela dio el aviso y otro dijo que se escuchaba gran ruido y algazara, Don Apolinar dispuso a todos los hombres sobre las armas, distribuyéndola también en los barcos, pues temía un ataque. Al rato, apareció una lancha de indios portugueses con Don Francisco de Bobadilla a bordo. Gran alegría para todos. Durmieron esa noche ahí y al día siguiente salieron para San Fernando.
- Y ustedes ¿No se fueron con ellos? – preguntó Kameni.
- No. Con anterioridad Díez de la Fuente había enviado a San Femando un emisario, mi compañero Juan Marcos Zapata, para recibir órdenes de Solano. Estábamos ya a 11 de marzo y el emisario no regresaba, por lo que Don Apolinar decidió bajar él mismo a San Femando. Cuando había recorrido una cuarta parte del camino se encontró con Juan Marcos Zapata que subía con instrucciones de Solano. Viró en redondo y regresó a Buena Guardia. Nos ordenaba Don José Solano que si ya estaba establecido el Fuerte, pasáramos a hacer el reconocimiento de las cabeceras del Orinoco y de los cacahuales. Una vez hechos los planos nos devolveríamos.
- ¿Cumplieron esas órdenes?
- ¿Y luego? - respondió el gallego López con su acento inconfundible - Como soldados debemos obedecer. Salimos Orinoco arriba el 16 de marzo. El día 21 recuerdo bien, lo dedicamos con todos los indios bogas a pescar, pues nuestras provisiones escaseaban. Después nos metimos a explorar el río Padamo hasta el día 30 encargando a los indios la fabricación de casabe para el fuerte Buena Guardia, y el día 31 de marzo subimos el Orinoco por vueltas y revueltas interminables. El 1° de abril llegamos a un sitio donde se divisaban los cerros Tumere y Cabisiyapara. El día 2 descubrimos el árbol de la yuvía que tú ya debes conocer.
- ¿Yuvía? no. En el Llano no se da ese árbol.
- Es un árbol grande que echa unas frutas del tamaño de una bala del 36. La cáscara es tan dura que hace falta un hacha para partirla y dentro tiene unas 20 almendras, cubiertas con una cascarilla, semejantes a la almendra de España, pero cuatro veces más grande y muy sabrosa.
El día 3 de abril tuvimos que parar nuestra marcha, por las enfermedades de algunos, lo que aprovechamos también para reparar nuestra lancha que estaba rota.
Al día siguiente continuamos viaje a pesar de las fiebres y calenturas que tenían postrado a Díez de la Fuente. Vimos varios campos de cacao, pero seguimos adelante y encontramos más árboles de yuvía y otro tipo de cacao que los indios urumanabi llamaban arana o guarana.
El día 8 de abril llegamos a las proximidades de la sierra de Maripi, en donde nace el río Maripiri. Siguiendo nuestro camino nos encontramos con raudales muy torrentosos. A uno le pusimos el nombre de Cocoro. Después había tres islitas pequeñas y algunas piedras que bautizamos como Islas de las Cruces, por la cruz que sufrimos al subir un corrientón que estaba al final de la primera isla; era tan violento que dudamos si podríamos subirlo. Finalmente, después de vanos intentos logramos superarlo. Más arriba, encontramos otro raudal menor que le dimos el nombre de Barranco. La ruta se hacía cada vez más estrecha. El día 10 de abril encontramos un caño a la derecha con bastante agua y lo llamamos Caño Hermoso, por lo espectacular de sus paisajes y de allí a media legua encontramos una isla que le pusimos el nombre de Farallón.
De allí en adelante, entre muchas vueltas pues iba encajonado el río entre dos montañas, siguieron los corrientones, piedras y bajos que nos hicieron imposible la navegación. Díez de la Fuente, nos recordó lo que Yoni, un cacique maquiritare, le había contado sobre las fuentes del Orinoco y otro indio urumanabi que iba con nosotros afirmó también que él había peleado una vez con los indios guaribas, unos indios valientes que vivían en aquellas montañas y no aceptaban amistad ni daban cuartel a ningún tipo de indios.
Después de estas informaciones, pasarnos esa noche del 10 de abril a las orillas del río, que ahí no medía más de 60 ó 70 varas de ancho. No descansamos mucho pues la pasamos con los ojos abiertos, por si los guaribas atacaban.
Al día siguiente, 11 de abril de 1760, llegamos al lugar donde el Orinoco se despeña y Díez de la Fuente, viendo la imposibilidad de seguir subiendo montaña arriba, nos preguntó a todos si nos animábamos a seguir explorando. Todos coincidimos en que era imposible continuar por lo que Don Apolinar dio por terminado nuestro reconocimiento.
Ese mismo día 11 emprendimos el viaje de regreso. El 12 era Viernes Santo y pensábamos ayunar a casabe y agua pues no había otra cosa, sin embargo al atardecer mataron un cerdo de monte con el que celebramos la Pascua adelantada.
El día 13 pasamos delante del cerro de Maguacapan. El clima que nos acompañó fue siempre muy húmedo y no divisamos nunca el sol limpio de celajes hasta el 14 de abril, día de Pascua.
El día 15 llegamos a la desembocadura del Ocamo y el 16 a la boca del Padamo. Descansamos allí esa noche y salimos el día 17 de abril, llegando al Fuerte Buena Guardia a las cinco de la tarde, en donde con gran alegría nos encontramos con los que se habían quedado allí.
Don Apolinar dejó el fuerte a la orden del cabo Agustín Fernández y el 21 de abril de 1760 partimos para San Femando.
Cuando llegamos a Santa Bárbara nos encontramos con Don José Solano que había venido a abrir una trocha para traer el ganado que esperaban traer de Cabruta. Viajó con nosotros y llegamos a San Femando el 24 de abril de 1760, después de cinco meses de exploración por el Alto Orinoco.
- ¿Ya estabas casado con Pumé? –preguntó Kameni.
- Si. Estaba embarazada cuando partimos y al llegar me encontré con un hijo. Fue una alegría muy grande. ¿Tú estás casado, Kameni?
- No... Aún no.
- Cuando llegamos a San Fernando nos dimos cuenta de lo que estaba pasando: una epidemia había producido estragos en los habitantes. Por carecer de víveres tuvieron que mantenerse con frutas y raíces silvestres. Las deserciones entre los indios era continua. De los marineros quedaban doce, de los gastadores sólo quedaban veinte y apenas oían hablar del viaje a Río Negro aumentaban las quejas.
La experiencia del envío de indios de Margarita, Cumaná, Trinidad y Guayana no funcionó, pues apenas se enteraban que iban a Río Negro, se fugaban desde Cabruta, al conocer que varios de ellos habían perdido la vida en un viaje a Maipures.
- ¿Qué hizo Solano en ese momento?
- Estaba muy nervioso. A esto se añadieron algunos problemas con Ymmo y sus indios de Santa Bárbara. Se desesperaba porque no llegaban los víveres y el dinero que había traido Alvaradodesde Bogotá. Escribió a Iturriaga, el Comisario principal, para que los auxiliase, lamentándose que Alvarado tardara tanto tiempo en enviar las provisiones. No sabía Solano que la culpa no era de Alvarado, sino de Iturriaga que, muy terco, le obligó a enviar los víveres por el Meta a Cabruta, cuando ya los estaba embarcando en el río Ariari para enviarlos vía Guaviare.
- Por lo que me cuentas, esa expedición estaba condenada al fracaso.
- Si Don José Solano fuera el Primer Comisario, para 1760 ya estaríamos de vuelta de nuestro encuentro con los portugueses. Fue Iturriaga, no se sabe si por su excesiva terquedad o por prudencia excesiva, quien hizo imposible nuestra llegada a Mariuá o Vilanova de Barcelos.


9.

1768.
La vida de San Femando en aquella placentera tarde, seguía su ritmo lento, tranquilo, como las aguas remolonas del Atabapo. Algunas visitas de pueblos vecinos, alguna refriega sin importancia entre indios de distintos clanes, pero por lo general el clima de convivencia era bueno.
Kameni llevaba varios meses aquí y se percataba que los capuchinos tenían diferentes maneras de trabajo a las usadas por los jesuitas en los Llanos. Los jesuitas, exceptuando la escolta que por cédula real les era asignada, siempre quisieron mantenerse alejados de los pueblos de españoles, y evitaban en lo posible la connivencia con las autoridades. Esta fue una de las causas por las que se sospechaba de ellos en las cortes europeas.

Subía del puerto Fray José Antonio de Jerez y saludó a Kameni:
- ¿Cómo está mi paisano?
- Muy bien, pero con ganas de levantar vuelo.
- ¿A dónde te diriges?
- A ciencia cierta, no lo sé. Pero voy hacia el sur.
- Estoy preparando otro viaje a San Carlos. Esta vez por el río Atabapo. Si quieres acompañarme...
- Seguro. Será un honor para mí – dijo Kameni.
Llegamos a la puerta del convento y Fray José lo invitó.
- Ven, tengo unos saltoncillos que se parecen a los pescaítos fritos de nuestra tierra.

Después de la sabrosa cena se sentaron en el pretil de la casa. Antes de que Fray José Antonio diera conversación, se adelantó Kameni.
- El día en que nos encontramos me preguntó algo sobre mi vida. Ha pasado casi un año y sólo sabe de mí que soy gaditano, paisano suyo. Usted se admiraba de las muchas preguntas que yo hacía sobre los jesuitas, Centurión, los capuchinos etc.
- Sí, es verdad. ¿Tuviste algunos problemas con el Gobernador Centurión? – inquirió Fray José Antonio.
- No sé cómo se lleva usted con dicho señor. Mi dificultad para hablar sobre la autoridad es la siguiente. Unos siempre creen que la autoridad, frente a cualquier desaguisado, nunca tiene la culpa; o porque no está enterado, o porque le ocultan la verdad. Los que están ejecutando las órdenes son los verdaderos culpables. Otros en cambio, suponen que es la suprema autoridad, el superior, quien conscientemente comete el atropello y los que lo ejecutan son obedientes y ciegos servidores.
- Pareces un jesuita haciendo distingos.
- Fray José Antonio, yo soy un jesuita. o mejor... era un jesuita – respondió Kameni.
El capuchino se quedó de piedra con una sonrisa tonta en los labios. Por un rato no pronunció palabra.
- Soy el P. Ortega, misionero jesuita del Casanare, expulsado como todos mis compañeros de nuestras misiones por el Gobernador Centurión. Me escondí y ayudado por Tame, un indio jirajara, llegué hasta aquí saltando de mata en mata, huyendo de todo contacto con españoles, esperando que a esta distancia ya nadie sospeche de mí. Me hago pasar por explorador y aventurero pero deseo bajar más hacia el sur y comenzar una nueva vida.
- Pero, ¿usted es jesuita, es sacerdote? - reclamó el capuchino.
- Lo era. Los jesuitas no existen, Padre. Por lo tanto yo no existo.
- Pero el sacerdote es «in aeternum», para siempre.
- Fray José, ¿me considera un apóstata?... ¿No tendré perdón de Dios? Póngase en mi caso. Si yo actúo como sacerdote, me estoy entregando a Centurión... No quiero darle ese gusto.
Kameni se levantó del pretil y comenzó a caminar en idas y venidas delante de un pensativo Fray José Antonio.
- ¿Por qué no se fue con sus compañeros?
- Porque no estaba de acuerdo con tamaña injusticia. No aprobé nunca la sumisión de mis hermanos que se entregaron sin exponer nuestras razones. En Paraguay los jesuitas actuamos distintamente.
Otro silencio largo que nadie quería romper.
- Todavía no me respondió a la pregunta que le hice sobre la autoridad - señaló Kameni - ¿Qué tal se lleva con Centurión?
- Si crees que estoy defendiendo a Centurión estás equivocado, Kameni... o Padre Ortega, ya no sé cómo llamarte.
- Mejor, Kameni.
- Los sufrimientos que ese gobernador nos está proporcionando, no son pequeños. Te fastidiaría si te los contara todos. Te diré solamente que nos ha tocado más sufrir las tiranías de ese Gobernador que todas las inclemencias del clima, las enfermedades y privaciones que hemos pasado. Nos ha presionado de tal modo, que ni permite bajar a Cabruta a los misioneros enfermos. Yo soy el Prefecto de estas misiones. Pues me ha usurpado la jurisdicción sobre los religiosos y él es el que dispone de todo. Como sigan así las cosas, tendremos que abandonar estas misiones como lo hicieron ustedes.
- Entonces, usted cree que el malo es el Gobernador Centurión y no el Rey.
- Ciertamente. El Rey hace lo que desde aquí le dicen.
- Lo suponía - se sentó nuevamente Kameni - Eso mismo pensaban la mayor parte de mis compañeros.
- ¿No lo crees así? – levantó su cabeza Fray José.
- Tal vez lo de ustedes sea así. Pero lo de eliminar la Compañía de Jesús, expulsarla de todas estas naciones cristianas y suprimirla no fue cosa de Centurión, se lo aseguro. Eso venía de mucho más arriba.
- Estás dudando del Rey. Eso es peligroso, Kameni.
- Por eso ando huyendo. Por eso ya no soy jesuita. Por eso ya no soy sacerdote. Todo eso ya pasó. Ahora sólo quiero, como me aconsejó Tame, encontrar un rincón de este mundo en donde pueda vivir en paz y en olvido eterno.
Esta vez el silencio fue más prolongado.
- ¿Qué cree usted de todo esto Fray José? ¿Podré encontrar algún día esa paz o como Caín vagaré con la señal de Dios en mi frente? Su respuesta es importante para mi vida futura. ¿Estoy abandonado de Dios?,.. ¿Me cree un apóstata?
Fray José Antonio después de un tiempo de reflexión se levantó, fue hacia Kameni y lo abrazó.
- Kameni. Tengo muchas dudas en mi mente. Pero de una cosa estoy totalmente seguro: Dios es Padre y tiene siempre las puertas abiertas para todos. Vete a dormir y prepárate para partir muy pronto. Ayer el sargento de la guarnición me hizo algunas preguntas sobre ti. No te hagas ver mucho. Próximamente saldremos hacia el Sur. Ya te avisaré.
- Gracias, Fray José – respondió emocionado el exjesuita.
Las estrellas brillaron con más fuerza esa oscura noche de Kameni.

Muy de mañana, Kameni bajó a bañarse al río. Muy cerca de donde él estaba, vio a Iwina. Se zambullía continuamente y cada vez que sacaba la cabeza del agua la cascada de pelo negro brillaba sobre su espalda.
Al rato bajó Francisco López a darse su baño mañanero.
- Ayer me olvidé de decirte que vino una comisión de Guayana enviada por el Gobernador Centurión en búsqueda de un jesuita que desapareció. ¿Sabes algo?
- Me lo dijo ayer Fray José Antonio. ¿No se habrá muerto? – tartamudeó levemente Mamen, al escuchar al gallego.
- Sus compañeros, antes de embarcar para Europa, avisaron a las autoridades que había desaparecido.
Kameni se zambulló en las negras aguas del Atabapo y después de nadar con fuerza unos metros río adentro, regresó, se sentó en la laja cerca de Francisco y cambió de conversación.
- ¿Qué vas a hacer hoy? – preguntó Kameni.
- Voy de pesca ¿Quieres venir?

Al poco rato, López y Kameni enrumbaban su curiara hacia la boca del Guaviare, en donde casi todas las familias tenían sus conucos. A pesar de ser españoles, la vida les había enseñado a manejar el canalete indio con suficiente maestría.
Kameni, tratando de olvidarse de Centurión y sus emisarios, le dio charla a Francisco López.
- Después de aquel viaje a La Esmeralda, ¿te quedaste siempre aquí?
- No. Hice otro viaje con Don Apolinar ese mismo año, en octubre de 1760.
- ¿Otra vez? ¿Para qué?
- Don Apolinar quedó hechizado, embrujado con aquellas sabanas en donde habíamos encontrado unos cristales bellísimos. Tú no sabes de eso. Nosotros los gallegos somos expertos. En algunos sitios hay “meigas”, espíritus brujos que arrastran a la persona y la encandilan. Don Apolinar quedó embrujado. Soñaba con el Duida y sus sabanas.
Efectivamente, muy aprisa se montó la expedición, con la encomienda de Solano para que trajéramos noticias ciertas sobre el cacao y lleváramos relevo a los hombres del Fuerte de Buena Guardia.
Pasamos hambre y muchas enfermedades. Llegados a Buena Guardia, nos repusimos y seguimos Orinoco arriba. En la boca del Padamo nos esperaban los capitanes maquiritares Guarena y Guarape y juntos, llegamos a la bella sabana a los pies del Duida. Trazamos, como es costumbre entre los españoles, el plano del pueblo y comenzamos a construir la choza del Capitán Guarape. El día 9 de noviembre Don Apolinar Díez de la Fuente fundó solemne y legalmente en nombre del Rey, “la villa noble y leal de La Esmeralda”. Seguimos levantando casas con los indios hasta el día 14 en el que unos emisarios de nuestro comandante Solano nos trajeron la triste noticia.
- ¿Cuál?
- Que nos regresáramos inmediatamente. La Comisión de Límites había sido suspendida. Debíamos regresar a España.
- ¿Así, de repente?
- Eso venía fraguándose desde la muerte del rey Femando VI. Las circunstancias habían cambiado. Su sucesor, Don Carlos III no tenía interés en continuar con la delimitación de las tierras con los portugueses. Esto, para algunos fue una gran alegría. Para Don Apolinar, para Solano y para mí fue de una gran tristeza.
- ¿Por qué?
- Don Apolinar Díez de la Fuente estaba enamorado de La Esmeralda, soñaba con crear allí un pueblo próspero. Les prometió a los maquiritares que volvería.
Don José Solano lamentaba enormemente el haber perdido el tiempo y no cumplir la misión encomendada de delimitar la frontera con los portugueses. Estaba seguro que aquellas fronteras se perderían, pues los portugueses sin obstáculos, avanzarían Río Negro arriba.
Además estaba enamorado de Iwina de quien esperaba un hijo muy pronto. Romper estos lazos de sangre le costó momentos muy tristes. Cuando Iwina supo que Solano se iba, desapareció y no quiso despedirse de él. Yo en cambio, no tuve la fuerza que tuvo él y otros muchos para abandonar a Pumé, mi guaricha. Tenía ya un hijo y esperaba otro. Decidí romper con todo y me quedé. Al inicio serví en la guarnición, posteriormente decidí salirme y dedicarme a mi familia. De vez en cuando ayudé como práctico de viajes y entradas a capitanes pobladores y a misioneros por el Orinoco y otros ríos. El año pasado fue mi último viaje.
- ¿Con quién?
- Otra vez con Don Apolinar Díez de la Fuente, y el ya Subteniente Don Francisco de Bobadilla. Figúrate mi alegría al ver a mis dos conmilitones después de 7 años.
Animados por Solano ya Gobernador de Caracas, regresaron a estas tierras. Don Francisco de Bobadilla se había quedado en San Carlos cuando se retiró la Expedición y después fue ascendido a Alférez. Don Apolinar tampoco regresó a España y fue nombrado Capitán poblador.

Bobadilla y Fray José Antonio se dirigían al Sur. Don Apolinar regresaba a su soñada Esmeralda. Los acompañé de buena gana. Con Bobadilla, bajamos por el Casiquiare llegando a San Carlos el l de mayo. Allí permanecimos cuatro meses.
Fray José Antonio se dedicó a visitar los pueblos anteriormente fundados, San Carlos, San Felipe, San Francisco Solano y bajó hasta San José de los Marabitanas para espiar los adelantos de las posiciones y fortificaciones de los portugueses. Todavía hoy, tiene contacto continuo con Don José Solano que es ahora gobernador de Caracas, a quien le envía informes de vez en cuando dándole noticias de Iwina y su hijo. El fue quien me encargó de la educación militar de su hijo Kuati.
- ¿Le hablaste alguna vez a Kuati de su padre?
- Sí. Siempre le digo que su padre es muy valiente y poderoso y que él tiene que ser como su padre. Pero nunca le dije su nombre.
Don Francisco de Bobadilla aprovechó ese tiempo para concluir el Fuerte de San Carlos. Un Fuerte de unas dieciseis varas de cuadro, capaz de montar cañones de a ocho, construcción que había comenzado con el Alférez Santos López en 1760.
- ¿Cuánta gente había en San Carlos?
- Demasiada, para tan escasa comida. Aprovechamos con Fray José Antonio a invitar a algunos grupos para que se fueran a habitar en San Felipe y San Francisco Solano.
Unos cien habitantes de nación Guaracutana, comandados por su capitán Miguel Davipe se trasladaron Río Negro arriba, o Guainía como dicen ellos, y se poblaron en la boca del caño Conorochite o Itiniwini, en un sitio que después llamaron San Miguel, en honor a su capitán.
Otras cien personas, con su capitán Jacobo Yavita de nación Parayene que huían de los portugueses, se establecieron a orillas de! Temi en un poblado que tomó el nombre de San Antonio de Yavita.
El 30 de Agosto regresamos por el Casiquiare. Tardamos dieciocho días para llegar a la Esmeralda en donde Don Apolinar, emocionado, seguía construyendo casas para las diversas naciones de indios que prometieron poblarse allí.
Al regreso de la Esmeralda volví a mis trabajos diarios de siembra, pesca y entrenamiento de Kuati, el hijo de Solano.
Hasta el día de hoy, fue ese mi último viaje.

Después de varias horas de fructífera pesca regresaron los dos españoles con una buena cantidad de bagres grandes y pequeños. La destreza en la pesca, adquirida por el gallego López, asombró a Kameni.
Al llegar a la orilla un grupo de muchachos se divertía en el agua, persiguiéndose unos a otros, escondiéndose debajo del agua, y formando gran algarabía. Cuando estábamos recogiendo el pescado, todos se asomaron curiosos. López llamó a Kuati:
- Kuati, a media tarde haremos esgrima.
Un niño de apenas 10 años, con un largo pelo liso y negro con una tez más blanca que la de sus compañeros y ojos extrañamente claros, hablaban por si solos de una interesante mezcla de razas.
Sonriendo, se zambulló en el Atabapo seguido de sus compañeros…

10.

Al día siguiente, no había amanecido aún y Fray José Antonio, Kameni y seis bogas embarcaron sigilosamente en la laja de Marakoa navegando Atabapo arriba. Fray José Antonio ya le había avisado al cabo de la Guarnición que saldría para San Carlos, pero no le dijo que llevaba consigo a Kameni.
El viaje por el río Atabapo es otro mundo, un paisaje más dulce que el del Orinoco. La vegetación es mucho más baja y escasa, con abundancia de árboles de madera de boya. Las aguas también son distintas. Mientras que las del Orinoco son tierrosas y amarillentas, las del Atabapo son de un color oscuro como las de Río Negro, pero cristalinas.
Kameni llegó en tiempo de verano a San Fernando y sabe que este inmenso caudal de agua que se expande en invierno por las sabanas adyacentes, se convertiría pronto en un río de pequeños brazos intercalado de hermosas e inmensas playas de fina arena blanca. - Parece mentira cómo un paisaje puede cambiar tanto en unos meses - reflexionó Kameni.
Pero lo que hacía más agradable el viaje por el Atabapo era la ausencia total de zancudos que proliferan en todo el Orinoco y hacen pasar momentos terribles.
Las aguas del río Atabapo tienen una corriente casi imperceptible y con muy pocas interrupciones torrentosas. Apenas dos raudales rompen esa calma, el de Samusida o Chamuchina un poco más largo y el de Guarinuma más pequeño. Superados estos escollos, la navegación es tranquila y en él se siente y se respira una auténtica paz.
- Estamos llegando al Temi, un río burlón - dijo Fray José Antonio.
- ¿Hay ríos burlones? – preguntó Kameni.
- Si, y éste lo es al máximo. Tú mismo lo comprobarás. Si entre un punto y otro hay 40 leguas de distancia en línea recta, este río te las convierte en 120. Da tantas vueltas y revueltas que parece que se ríe de uno. Mira, allá está la boca – señaló Fray José Antonio extendiendo su mano.
En la zona que cruzaban, a poca distancia uno de otro, además del río Temi desembocaban otros dos, el Atacavi por el este y el Guasacavi por el oeste.
- ¿Cuál de estos tres ríos es el Atabapo?
- Todos y ninguno. De la unión de los tres nace el Atabapo.
Los bogas descansaban de tanto en tanto y aunque la corriente era débil, las distancias iban haciendo mella en los músculos.
- No termina nunca. - dijo Kameni cansado.
- Te lo dije.
Al cuarto día de navegación arribaron a San Antonio de Yavita en donde vivían indios de la nación Parayene. Conocían bien a Fray José Antonio de Xerez pues fue él quien les convenció de que se poblaran en aquel lugar. Descansaron en ese pueblo y al día siguiente muy temprano, cargados con las escasas provisiones, emprendieron el camino de Pimichín.

Mientras caminaban lentamente, Fray José Antonio le dijo a Kameni:
- Este pasaje o camino que estamos haciendo lo descubrió el Teniente de Fragata Don Nicolás Guerrero en una de las primeras exploraciones que mandó hacer el comandante Solano. Los indios le habían hablado de un pasaje para ir al Río Negro, sin tener que viajar por el Orinoco y Casiquiare. En efecto, cuando lo vi por primera vez era un camino estrecho de los que usan los indios para trasladarse en medio de la selva. Lo encontré muy útil y mandé abrir este camino de seis varas de ancho. En 4 horas de camino nos ahorramos 30 días de navegación por el Orinoco y Casiquiare. Por este motivo poblamos esta zona con dos sitios o caseríos intermedios que ayudaran a facilitar el transporte de provisiones y ganado hacia el Río Negro. Uno de ellos es Yavita, en donde pernoctamos. El otro es San
Miguel, en el Río Negro, a tres días de San Carlos.
- Algo de eso me contó Francisco López.

Kameni, acostumbrado a las amplias e interminables sabanas del Meta y Casanare, contemplaba la inmensidad de la selva con variedad nunca vista de árboles gigantescos, ocoteas, laureles, curvanas, el iacifate de madera encarnada y tantos otros que alcanzaban los cien pies de altura.
Los indios parayenes de Yavita ayudaban a transportar la embarcación por medio de unas rolas de madera muy dura haciéndola deslizar de manera muy sincronizada, lo que suponía una práctica y experiencia bien consolidada.
- Estamos llegando al Caño Pimichín, un pequeño riachuelo que desemboca en el Río Negro o Guainía, como le dicen los indios.
Después de despedir a los parayenes de Yavita se deslizaron por las aguas sombreadas del Pimichín hasta llegar a su desembocadura. El Guainía o Río Negro, aunque no es muy ancho en esa parte, su corriente es más rápida que la del Atabapo e impresiona su color profundamente oscuro.
A merced de la corriente, el viaje se hizo más rápido y menos trabajoso para los
bogas que podían turnarse sin mermar el avance de la embarcación.
Divisaron unas chozas en la margen izquierda del río, en un ligero altozano. Atracaron y mientras Fray José Antonio bajó a saludar a un grupo de indios, Kameni y los bogas se quedaron en la embarcación.
Kameni iba muy pensativo. Estaba próximo a tomar una decisión fundamental. En realidad, ya no sabía si huía más de Centurión y sus hombres o de su propia vida.
Regresó Fray José Antonio y continuaron la ruta.
- Estos indios son Banibas – explicó Fray José - Vivían antes en este caño que le dicen Tomo, y en otro cercano llamado Aquio. Aún tienen allá sus siembras. Su Capitán Maroa consintió poblarse aquí en 1760.
Más abajo pasaremos por San Miguel, la boca del Caño Itiniwini que los Guaracutana llaman también San Miguel, en recuerdo de su Capitán Miguel Davipe.
- Fray José Antonio ¿Cuántas veces hizo este recorrido?
- Varias veces. El sur me atrae más que San Fernando. Tal vez es por la impresión que me llevé la primera vez que bajé a San Carlos, o tal vez porque estoy más lejos de Centurión comentó el fraile con sorna.
- El ex-cabo Francisco López me dijo que usted era espía del Comandante Solano.
- Solano es gran amigo mío y siempre me envía sus mensajes preguntando por Iwina y su hijo Kuati. Lo de espía fue porque en mi primer viaje a San Carlos a comienzos de 1763, Solano, ya Gobernador de Caracas, preocupado por la frontera del sur y el avance de los portugueses, me pidió que hiciera un viaje hasta su territorio y le comunicase cuál era el estado de la frontera y las intenciones lusitanas. Solano, tomó siempre el fracaso de la Expedición de Límites como su propio fracaso. Unido esto a su problema sentimental, hace que esté pensando más en esta región que en la misma Caracas.
- ¿No tuvo usted problemas con los portugueses? – preguntó Kameni.
- El hábito de un religioso puede ser el mejor disfraz para un espía - sonrió el fraile -. Mi primer viaje, en compañía de Fray Felipe de Málaga, estuvo marcado por varios encuentros que tuve con diversos Capitanes indios que, por un motivo u otro, huían de los portugueses y se acercaban a San Carlos.
En el raudal Cucuvi, llamado así por el nombre de su Capitán, a poca distancia de la boca del Casiquiare, me encontré con la gente de la nación Manitivitana que me recibieron con salvas y descargas de las armas que tenían. Los invité a un encuentro con los otros pueblos o naciones en San Carlos.
Después de descansar unos días, se convocó la reunión para mediados del mes de
abril de 1766. Fue una experiencia interesante. Contamos un total de cuatrocientos diecinueve indios de las naciones Guamoitana, Marivisana, Manitivitana, Marivigena, Darivitana, Biaquena, Maripisana, Urbanabi y otras con sus Capitanes Mara, Macapi, Cucuvi, Guasava, Yare, Amome, Alemare, Chivicure, Juan Marcelo, Maroa y Damare.
Después me encontré con la india Mavideo y su familia que eran como cuarenta o cincuenta personas. Esta india era hija del gran Capitán Guaicana, que dominó muchas naciones del río Negro y la respetaban y obedecían como a su señora; me encontré con ella en la mitad del río Pasimoni que desemboca en el Casiquiare. Estaba visitando a su tío Mavideo, capitán de la tribu Mandawaca que vive en las cabeceras de ese río Pasimoni, a veintidos días de San Carlos. A esa gente no pude alcanzarla, solamente a esta india, su madre, su hermano Cahupa, su tío llamado Chivicure y toda su gente que aceptó poblarse en la misión de San Francisco Solano, cerca de San Carlos. Esta misión la fundé yo en honor de Don José Solano, quien fue el promotor de todas estas expediciones al sur.
- Y qué trataron en esa reunión? - preguntó Kameni
- Hablamos sobre la elección de los parajes en donde se iban a poblar. De común acuerdo se dividieron en dos grupos juntándose en cada cuadrilla las naciones más amigas y determinaron fundar, unos en San Carlos y los otros en San Francisco Solano. Aproveché para catequizar y a mi regreso, dejé al menos doscientas almas bautizadas entre los dos pueblos. También les fuimos quitando ciertas costumbres, como la de matarse en duelo cada vez que se visitaban unos a otros. Una de las preguntas que me hicieron fue la del capitán Cocuvi, hombre muy respetado por su valor y una viveza política extraordinaria, que trató de saber cuántas mujeres tenía nuestro Rey. Respondíle que una, pues el trato con muchas estaba prohibido por nuestra sagrada religión. Supe después que fue despidiendo a las otras esposas y se quedó con una.
Interesante que en esos cuatro meses, más de sesenta indios de los pueblos portugueses pidieron asilo en los nuestros. Esto no le gusta mucho a los portugueses y nos lo hicieron saber desde el principio.
Tenemos la suerte de que la guarnición cuenta con buenos soldados y la relación con los indios es muy buena.
- ¡Qué extraño!
- Las órdenes de Don José Solano eran muy claras: los militares tenían que ser los guardianes de los indios para evitar toda violencia. Y los indios los apreciaban. Te daré un ejemplo. Uno de estos soldados llamado Juan Mateo de las Nieves se fue de cacería con unos indios de las cabeceras del río Negro y allá cayó enfermo y se lo llevaron no a San Carlos sino a su aldea, y permaneció ocho meses con ellos, curándolo y asistiéndolo como si fuera uno de ellos, hasta que el Sargento Don Miguel José Cornieles mandó a por él y lo despachó a Ciudad Real donde terminó de curarse.
- ¿Y cuándo espió a los portugueses? – pidió Kameni.
- Cuando terminé las dos fundaciones, me fui yo sólo por el Río Negro para cerciorarme de las fortificaciones que nuestros vecinos portugueses tenían en el territorio, que han usurpado a nuestro Soberano.
A unas veinte leguas de San Carlos encontré un pueblo llamado San José de los Maravitanas con un Fuerte de unas cuarenta varas de frente, guarnecido por dos cañones de a cuatro montados y diez pedreros. La guarnición contaba con un Teniente, un Alférez, un sargento y veinticinco hombres con sus correspondientes armas y municiones.
- ¿Cómo lo recibieron?
- Me recibió el Comandante con mucha educación y política, lo que me ayudó para que me permitiera visitar otras pequeñas poblaciones camino de Mariuá, llamada por los portugueses Vilanova de Barcelos. La distancia entre San José de los Maravitanas y Mariuá es de unas sesenta leguas. Aquí residía el Teniente Coronel Don Joaquín Tinocol y Balente, Gobernador de esta villa y de toda la jurisdicción del Río Negro, hasta donde desemboca en el río Marañón o Amazonas.
- ¿Todo ese territorio era de los portugueses? - preguntó Kameni.
- Eso fue lo que más pena me dio. Ellos fueron subiendo desde Mariuá o Barcelos, en donde tenían que reunirse ambas Comisiones de Límites, hasta Curucuvi, raudal del río Negro al que los portugueses llaman Cazoa o Cachoeira grande, paraje al que ya en 1760 había llegado el Sargento Bobadilla.
Los portugueses, aprovechándose de la retirada de la Real Expedición de Límites española, subieron hasta San José de los Maravitanas sin obstáculo alguno, usurpando así enormes extensiones de territorio a nuestro monarca. Todas estas fronteras se perdieron por la incuria y apatía de los mismos españoles.
- De los Reyes españoles, querrá decir - ironizó Kameni.
- No sé si de ellos o de sus Gobernadores , lo único que sé es que se perdieron. De no haberse fundado el pueblo y construido el fuerte de San Carlos, los portugueses ya estarían en el Orinoco.
- ¿Qué hizo al regresar de su espionaje por el Río Negro?
- Hice un informe y se lo envié a Don José Solano a Caracas. Solano fue el hombre que más deploró y sintió el fracaso de la Expedición. Fue el primero de sus fracasos.
- ¿Tuvo otros?
- Sí. La pérdida de Kuati e Iwina. Me escribe con frecuencia preguntando por el progreso de estos pueblos
- ¿Pregunta sólo por los pueblos? – dijo Kameni.
- Bueno, también por Iwina y Kuati, naturalmente. Son los dos amores que aquí dejó.

Con estos relatos, al acompasado chapoteo de los canaletes, hizo que el viaje transcurriera más entretenido y que el tiempo pasara más rápido. La embarcación se detenía de vez en cuando, a solicitud de Fray José Antonio, cuando se veían algunas chozas indígenas en la orilla.
Kameni pasó largos ratos en silencio, y muy serio, cavilaba. Estaba próximo a tomar la decisión de su vida. Esperaba sólo esa inspiración o corazonada que afianzara y determinara el momento y el lugar oportunos para ejecutar esa opción fundamental que había tomado.
La neblina de la tarde reptaba por el río difuminando cada vez más sus orillas, escalaba poco a poco los gruesos troncos de los árboles y se encaramaba en sus copas. La atmósfera que rodeaba a Kameni era totalmente distinta de aquella luminosidad del Llano que un día creyó iba a ser su permanente destino.
Pensaba en su vida pasada, sus compañeros jesuitas, su trabajo en el Casanare, la llegada de los soldados del Gobernador Centurión con una Cédula Real, la orden del rey Carlos III que los borraba del mapa. Pensaba en su huida por el Llano, su encuentro con Tame, su ayuda, sus cuentos sobre Kalaimi y Gumilla, su invitación a romper con lo que había sido, a aventurarse hacia el futuro con valentía, a construir una nueva vida...
Andaba en estas cavilaciones cuando la embarcación arrimó a la orilla izquierda del río, frente a unas chozas de macanilla y palma. Kameni bajó también para estirar las piernas y contemplar el paisaje que, a esas horas de la tarde parecía apagarse. A pocos metros de las casas, desaguaba en el río Negro un caño de aguas transparentes que los indios llamaban Tiriquín.
Frente al miserable caserío, a mitad del río, surgía una pequeña isla verde como una esmeralda, que parecía flotar en la neblina.
Kameni se sentó sobre una piedra y por largo rato contempló embelesado todo aquello. Perdió el contacto con la realidad. No vio a los bogas que amarraban fuertemente la embarcación a un tronco de manaca orillera. No vio a Fray José Antonio que se esforzaba por hacerse entender por un grupo de indios. No se percató de las caras y miradas pícaras de éstos, como conteniendo la risa, al ver los
exagerados gestos del fraile.
Kameni miraba hacia el río envuelto en gasas, con la mirada perdida. Salió sólo de su ensimismamiento cuando Fray José Antonio se le acercó, le tocó el hombro y le dijo:
- Kameni ¿te encuentras bien? Vamos a cenar. Acamparemos aquí esta noche.
Kameni se levantó y acercándose al grupo, compartió con todos unos sabrosos pescados asados que, aliñados con una salsa bien picante que contenía cabezas de hormigas le pareció manjar de los dioses. Los indios le daban el nombre de katara.
La noche y el cansancio del viaje hizo que conciliaran el sueño muy pronto. Kameni, antes de dormir, escuchó una variada gama de ruidos, cantos, chillidos de pájaros, grillos y ranas, maravillándose por primera vez de estar en compañía de tantos seres, rodeado de tanta vida, la vida se le hizo presente de manera arrolladora. Para él, que llevaba casi dos años de peregrino solitario, incapaz de escuchar a otros y de ver la belleza de todo lo que le rodeaba, fue un descubrimiento fantástico, transformador, algo que esperaba con ansia; era la corazonada, la inspiración que le faltaba.
Durmió plácidamente sobre una estera tejida con mimo. Ni se percató de la dureza del suelo ni de las gallinas que picoteaban cerca de su cara los restos de mandioca esparcidos durante la cena.

Amanecía ya cuando los bogas alborotaban parlanchines en la embarcación. Fray José Antonio se despidió de los hospitalarios indios y, después de tomar unos tragos de la tradicional bebida caliente hecha con harina de mandioca, se dirigió hacia la embarcación.
Kameni, sentado sobre un tronco fuera de la choza, observaba absorto los preparativos de la partida.
- ¡Eh, Kameni! Vamos, que nos esperan en San Carlos - gritó el fraile.
Kameni le hizo señas negativas con la cabeza y después movió su mano como despidiéndose.
Fray José Antonio, ya embarcado, saltó a tierra y subió la pequeña rampa que lo separaba de las casas.
- ¿Qué pasa, Kameni? – acercándose el capuchino.
- Váyase, Fray José. He decidido quedarme aquí – respondió Kameni.
- ¿Aquí?¿Y por qué aquí?
- No lo sé. Pero siento que este es el sitio en donde yo quiero romper con una vida y dar comienzo a otra. Váyase, Padre.
Fray José Antonio lo miró seriamente, en silencio.
- No se preocupe Fray José. Váyase. No me olvido de las palabras que me dijo en San Femando. “Dios tiene las puertas abiertas para todos”. Espero que también para mí.
Kameni y Fray José se abrazaron, ante el asombro de los bogas y ante la mirada indiferente de los indios.
El bongo se apartó de tierra. El acompasado chapoteo de los canaletes, marcaba el ritmo de una vida que se alejaba.
Kameni, se volteó hacia los indios, y su rostro dibujó una sonrisa.
Comenzaba una nueva vida.



11.

Caracas 1764.
Don José Solano y Bote regresaba de la población de Petare montado en un alto rucio. Contemplaba la inmensa mole del Avila que limitaba el valle por el Norte. Bordeando a veces el río Guaire, a veces dando pequeñas vueltas y otras atravesando amplias haciendas que habían crecido a lo largo y ancho del gran valle, había atravesado las quebradas de Blandín, Chacao y Chacaito y, después de remontar la quebrada Anauco, subió por su margen derecha hasta el piedemonte del Avila. Desde allí contempló un atardecer espléndido. La luz tenue de un sol rojizo caía sobre los techos de Santiago de León de los Caracas, envolviéndola en una atmósfera irreal. Capital de Venezuela construida a la orilla izquierda del Catuche, era una pequeña cuadrícula de casas entre las que destacaban apenas la Catedral, el Palacio del Gobernador y el Cabildo. En 1577 el Gobernador Don Juan de Pimentel fijó su residencia en un diminuto pueblo que posteriormente, en 1591 el Rey la honró otorgándole el título de Ciudad y su correspondiente Escudo de Armas. Tenía para entonces 2.000 habitantes.
Hoy, con unos 30.000 habitantes, la ciudad estaba creciendo y evolucionando gracias al auge de la venta del cacao y otros productos. El casco urbano iba expandiéndose a costa de las huertas y pequeñas haciendas que lo rodeaban. Las construcciones eran cada vez más grandes y sólidas. En 1725 fue inaugurada la Universidad erigida por el rey Felipe V en 1721. Los jóvenes criollos tuvieron ante sí la posibilidad de estudio con nueve Cátedras. En 1763, poco antes de llegar Solano de Gobernador, se había abierto la cátedra de Medicina.
El 23 de Mayo de 1763, recién ascendido a Capitán de Navío, Don José Solano y Bote recibió el nombramiento de Gobernador y Capitán General de la provincia de Venezuela. Un año antes se había casado con Doña Rafaela Ignacia Ortiz de Rozas, una joven de distinguida familia madrileña.
El 7 de noviembre de 1763 llegaron a La Guaira en uno de los barcos de la Real Compañía Guipuzcoana. La subida a Caracas por un intrincado camino acompañado de un pegajoso calor tórrido, hizo que Doña Rafaela menguara un poco sus ensoñaciones.

Don José Solano contemplaba ensimismado el hermoso valle que se extendía a sus pies y entre orgulloso y triste recordó sus primeras andanzas por esta Tierra de Gracia. Atrás quedaban sus primeros años de Guardia Marina, su primer viaje a América en la «Veneciana» con la Expedición de Limites, su llegada a Cumaná, sus aventuras por el Orinoco, las peleas entre el Comandante Iturriaga y el malhumorado Alvarado, su subida hasta Santa Fe de Bogotá por el Meta, el paso de los Raudales, su amistad con el guaipunabi Cuseru, la fundación de San Fernando de Atabapo, su relación sentimental con Iwina, y sobre todo, su hijo Kuati...
- Ya va a cumplir cuatro años – murmuró quedamente.
- ¿Qué cosa, Excelencia? - preguntó el Edecán Don Rodrigo Acevedo.
- Nada, nada... – disimuló el Gobernador - El trapiche de la Hacienda de los Tovar...
- No, Excelencia, ya lleva funcionando unos ocho.
Don José Solano interrumpió sus recuerdos y echó a andar a su rucio en dirección a la ciudad.

Caracas estaba pasando momentos tristes. Una gran epidemia de viruela había invadido la ciudad. Una calima constante envolvió todo el valle en un vaho de muerte y el contagio se expandió con rapidez. El Obispo Díez Madroñero, Don José Solano y otros vecinos acaudalados se desvivieron para atajar el mal que avanzaba y hacía estragos en la población más pobre. Más de mil muertos en ese año provocó el abandono de la ciudad por parte de muchos vecinos. Buscaron refugio en los pequeños pueblos de los alrededores de Caracas. Fue tal la cantidad de cadáveres que, no habiendo tiempo para darles sepultura, se arrojaban a una zanja en el cementerio de Santa Rosalía.
Don José Solano tenía grandes dotes de mando y organización. Las mostró en los tiempos de la Expedición de Límites y las mostró ahora nuevamente. Sus disposiciones y capacidad organizativa fueron fundamentales para superar la terrible prueba a la que fue sometida la ciudad de Caracas.
Su experiencia anterior y su amor a la lectura produjo en él un conocimiento profundo de las condiciones del país y sus necesidades.
- Señores Corregidores, estoy convencido que la prosperidad de esta tierra está en el progreso de la agricultura y la ganadería...
Para los Corregidores reunidos en el Palacio estas palabras no eran nuevas. Las habían dicho otros Gobernadores. Miradas socarronas e indiferentes se cruzaron entre los asistentes. Sabían por experiencia que los nuevos gobernadores llegaban con muchas ínfulas y proyectos entusiastas pero poco a poco, el clima y la rutina les iba mermando la voluntad hasta hacerlos casi imperceptibles.
El ambiente de la sala cambió cuando Solano empezó a dar las primeras disposiciones.
- Señores, he comenzado a elaborar un Mapa de toda la Gobernación. Para ello requiero de ustedes lo siguiente: cada Corregidor debe remitirme una relación geográfica detallada de su jurisdicción. De igual manera, solicítoles una exposición de los recursos con los que cuentan y cuáles serían sus posibilidades de mejora. Asimismo, deben hacer un reconocimiento de los ríos para ver hasta qué punto son navegables.
La reunión terminó con un pequeño agasajo en donde la belleza de Doña Rafaela iluminó algunos rostros sombríos. Comenzaron a sospechar que el nuevo Gobernador no venía en plan de dejarlos tranquilos.
Un hecho más confirmó esta sospecha. En 1764 el Gobernador Don José Solano recibió del Primer Secretario de Estado y Superintendente de Correos y Postas, el excelentísimo Marqués de Grimaldi, el nombramiento de Subdelegado suyo en Venezuela y el ordenamiento para el establecimiento del Correo Marítimo en la provincia de Venezuela.
Con esa orden se reservaba al Estado todo lo relativo al transporte de la correspondencia que se dirigiera a Europa o a otros lugares de América, y a la que a su vez, viniera a Venezuela de aquellas regiones.
Para poner en marcha ese proyecto, Solano dictó un auto con fecha 13 de abril de 1765 que ordenaba entre otras cosas lo siguiente:
“Cada y cualquier personas, de cualquier estado y condición que sean, que tengan que enviar cartas o pliegos de los puertos de La Guaira y Cabello a otros cualquier puertos, reinos o provincias ultramarinos, las dirijan precisamente a la casa o Estafeta dispuesta para el fin, y lo mismo ejecuten los que los conduzcan de dichos parajes o reinos a esta capital o a su Provincia, pena de un ducado de plata por cada carta que en otra forma se remita o conduzca..., y si no tuviere el denunciado con qué pagar esta multa, un mes de cárcel o de trabajo en obras públicas por la primera vez, por la segunda doblados, y por la tercera será desterrado por cuatro años cinco leguas en contorno del lugar de su domicilio y de el que se cometió el fraude...”

A pesar de las severas penas anunciadas, el fraude siguió funcionando cada vez que llegaba un barco a La Guaira. Cuando salía, todos llevaban pliegos y cartas y, con un precio módico a cualquier marinero o empleado del barco desde el capitán al cocinero, rehuían así el uso y pago de la Estafeta.
Don José Solano llamó la atención a los Justicias de La Guaira y Puerto Cabello para que pusieran el mayor celo y aumentaran la severidad con los transgresores. También llamó al Factor de la Compañía Guipuzcoana para que pusiera coto a ese abuso y controlara a los tripulantes de sus barcos.

1766
No habían pasado dos años de la terrible epidemia de viruela cuando otra desgracia probó la paciencia de los caraqueños.
El 21 de octubre un terremoto sacudió la ciudad produciendo nuevo pánico en la población. Las casas de bahareque y bloques de barro sufrieron destrozos irreparables. Los grandes edificios como las iglesias, fueron los que más sufrieron.
Solano recorrió la ciudad recogiendo personalmente los datos del desastre y palpando el sufrimiento de la gente sin techo. El Obispo Díez Madroñero se distinguió también por los auxilios prestados a los vecinos siniestrados.
Solano nombró una comisión de expertos dirigida por el arquitecto de oficio, el jesuita Don Miguel Schlesinger y dos maestros albañiles, para que hicieran un análisis de los graves daños sufridos por los templos y para poner los remedios más convenientes.
El análisis evaluó como problemas más graves los deterioros producidos en unas naves de la Catedral, dos arcos desplomados en la iglesia de Altagracia, parte del Claustro destruido en San Francisco, varias grietas peligrosas en el templo de la Candelaria y otros daños menores en Santa Rosalía y La Pastora.
La reparación comenzó de inmediato y la ciudad tomó su ritmo lentamente.

Las distracciones en una ciudad pequeña y tradicional eran escasas. Si exceptuamos los domingos y días de fiesta en donde las actividades religiosas rompían la monotonía, Caracas era una ciudad aburrida.
La Misa mayor de los domingos en la Catedral con la asistencia de las autoridades y altos representantes de la nobleza criolla acompañados por un séquito de criados, era el centro de la curiosidad del pueblo que se acercaba a la Plaza Mayor. Las mujeres de la nobleza criolla, mirándose de reojo entre envidia y admiración, lucían los chales y rebozos con las finas telas recién llegadas de la península o contrabandeada con los comerciantes holandeses de Curazao. Los varones mostraban los uniformes y trajes más vistosos. Todo ello constituía la mayor diversión sobre todo para el pueblo llano, los pardos y morenos que se agolpaban en la Plaza Mayor.
Don José Solano se distinguió siempre por un espíritu expansivo y transparente en el trato. Además de su pasión por la geografía, algunas tardes solía reunir en su casa a un grupo de personajes importantes de la ciudad. Allí se daban cita los españoles peninsulares que ocupaban altos cargos en la Administración colonial, con magnates, hacendados y representantes de la nobleza criolla. Era una tertulia en donde se comentaban las últimas noticias llegadas de la península y que podían interesar a la provincia de Venezuela, al mismo tiempo que a Solano le gustaba servirse de los cuentos y recuerdos que entre ellos comentaban, para conocer y sacar a flote las raíces de los problemas actuales.
Solano sabía muy bien que la rivalidad entre el Cabildo y los Gobernadores era de vieja data. En el Cabildo tenían gran influencia los españoles criollos, los Amos del Valle o “grandes cacaos”. Eran adictos al contrabando y aborrecían el monopolio de la Compañía Guipuzcoana. Los Gobernadores, en cambio, tradicionalmente se apoyaban en los funcionarios y burócratas, casi todos españoles europeos, que apoyaban a los vascos sin hacerle ascos a sus dádivas y sobornos. Esta rivalidad era antigua, pero alcanzó su ápice en 1736 con la Real Cédula de Felipe V en donde privó a los Alcaldes del privilegio de ejercer el poder, en ausencia del Gobernador propietario.
La provincia de Caracas no estaba tranquila. Había mar de fondo. Desde el año 1749, en tiempos del gobernador Castellanos, los problemas y roces del Cabildo, los comerciantes y el pueblo con la “Compañía Guipuzcoana”, no habían cesado.
- Don Rodrigo. Usted es el más veterano de los presentes. ¿Cómo surgió la inquina del caraqueño contra la Real Compañía Guipuzcoana?
Don Rodrigo de Acevedo era un viejo hacendado español criollo, que no disimulaba mucho su aversión hacia los españoles europeos.
- Eso es más antiguo que yo, Señor Gobernador. Nosotros somos españoles de acá y ustedes son españoles de allá. El problema radica en que desde un comienzo los de allá trataron a los de acá como segundones. Especialmente se notó con la creación de la “Compañía Guipuzcoana”. Se mostraron implacables en el monopolio comercial. Son fieles siervos del Rey, pero creo que el Rey no conoce en realidad los abusos que cometen.
La mayor parte de los presentes dirigió sus miradas furtivas hacia Don Martín de Goicoechea, Factor principal de la Compañía en Caracas, quien mostró una buena dosis de sangre fría.
- Pero a un cierto momento le salió un gallo a la Compañía. En ese tiempo era Gobernador Don Luis Francisco Castellanos, allá por el año 1749.
Fue en el pueblo de Panaquire, cuando se nombró Teniente de Justicia Mayor a Don Martín de Echeverría en el lugar de Don Juan Francisco León, capitán poblador de la villa y muy querido por todos. El hecho que Don Martín fuera vizcaíno y además, empleado dependiente de la Compañía Guipuzcoana, motivó a Don Juan Francisco León a desconocer el nombramiento. Después de escribir al Gobernador pidiéndole que nombrara a un sustituto que no tuviera que ver con la Compañía, al no recibir contestación y como Echeverría insistiese en asumir el cargo, se armó un tumulto desconociendo la autoridad del vasco; prendieron a éste y con el propio León a la cabeza, marcharon hacia Caracas más de setecientos hombres.
- ¿Qué hizo el Gobernador? - preguntó Solano.
- Se asustó todo. Reunió a los Cabildos secular y eclesiástico para resolver lo que iban a hacer. Se nombraron unos Diputados para ir al encuentro de León y, con una carta del Gobernador, hacerle las propuestas de paz. Se encontraron en el sitio de Tócome, a dos leguas de Caracas. El viejo León desestimé las propuestas y ordenó el avance sobre Caracas. Al llegar, asaltaron la oficina de la Compañía y pusieron guardias en el palacio y la Plaza Mayor.
Solano seguía atento a la narración de Don Rodrigo, al mismo tiempo que observaba la complacencia de los criollos que se hallaban presentes.
- Era un pobre loco - murmuró Don Carlos de Otero, alto funcionario español.
- Pero era un loco que tenía muy buenas razones - protestó el viejo Don Rodrigo.
- Continúe con su historia - terció Solano.
- El Cabildo apoyó las peticiones de Don Juan Francisco León y solicitó del Gobernador un Plebiscito al pueblo. Todo el pueblo apoyó a León. El Gobernador Castellanos se hizo presente y prometió la salida para La Guaira y Puerto Cabello de todos los guipuzcoanos. Prometió también consultar al Rey la solución de este asunto. No cumplió nada de lo dicho y una noche, disfrazado de fraile, se fugó a La Guaira.
- Todo esto se quedó en nada, pues la Compañía tenía y tiene muy buenos apoyos en la Corte de Madrid, en cambio al Gobernador Castellanos le costó el puesto - ironizó el vasco Goicoechea.
- Sí, pero el que le sucedió, Don Julián de Arriaga, le apretó más las tuercas a los vascos. Nombró un nuevo Factor de la Compañía y renunció a los 1.000 doblones con los que la Compañía sobornaba a los Gobernadores. Reunió a un grupo de Notables y logró que la Compañía Guipuzcoana bajara los precios.
- Pero duró poco en el gobierno - contestó Don Faustino Menéndez, Miembro del Cabildo catedralicio
- ¿Por qué? - preguntó Solano.
- Los latinos decían con gran sabiduría: “Promoveatur ut amoveatur...” Arriaga fue nombrado Presidente de la Casa de Contratación de Cádiz. Para sacarlo de aquí lo ascendieron – respondió Don Faustino.
- ¿Quién le sucedió? – inquirió Solano.
- Nombraron a Don Felipe Ricardos, adicto a la Compañía. Con él se volvió a los abusos de antes.
- Hombre bravo donde los haya - comentó el peninsular Don Lope.
- ¿Contra un pobre viejo? - terció Don Rodrigo - Don Juan Francisco León se alzó de nuevo con su hijo en contra de los abusos de la Compañía. Atacaron Caucagua y produjeron alzamientos en Aragua y Barlovento.
- Y el Gobernador Ricardos les dio donde le dolía.., levantó tropas, apresó a los sospechosos y persiguió a los rebeldes. Publicó un Bando en donde decretó que la casa que tenía León en la Candelaria fuera demolida y que el terreno fuera sembrado de sal. En una columna le pusieron el letrero: “Esta es la justicia del rey contra Don Francisco León, amo de esta casa, por pertinaz, rebelde y traidor a la Corona Real”. - Don Lope parecía regodearse al contarlo.
- Era rebelde León ¿al Rey o a los guipuzcoanos? - preguntó uno de los sentados en los últimos puestos. Los peninsulares se giraron para ver al insolente.
- ¿Y qué fue de los de León? — preguntó Solano.
- Fueron enviados a España. Allí creo que se les permitió alistarse en la guerra de Africa. Al terminar, el padre murió y el hijo regresó a Venezuela. Creo que aún hoy tiene una bodega en Panaquire…

Solano conocía esa historia, pero le gustaba hacer estos ejercicios de diálogo entre las dos corrientes más enconadas de la Colonia. Su espíritu tolerante evitaba las confrontaciones demasiado fuertes.
- Pero el Gobernador Ricardos ¿se distinguió sólo por prender al viejo León? - inquirió nuevamente Solano.
- Absolutamente — habló Don Lope — Todos sabemos lo que Don Felipe Ricardos hizo por esta ciudad: mandó aplanar y empedrar las calles, levantó los soportales de la Plaza Mayor, eliminando a los vendedores ambulantes que afeaban la ciudad, y puso puestos de venta o quincalla. Construyó dos fuentes de uso público
- Y fundó el “Hospital de San Lázaro” para recoger enfermos infectados. Las tasas a la venta del guarapo y de las peleas de gallos le ayudaron a esa gran obra. - Añadió Don Baltasar García.
- Y los señores tendrán que reconocer que gracias a él, la Compañía rebajó los precios de los víveres y comestibles, aunque eso sí, recargó los precios en los géneros de lujo...
- Aún así eran mucho más caros que los que se conseguían en los barcos que venían de Veracruz y Curazao - murmuró uno de los criollos no muy convencido.

Terminaban las tertulias con la degustación de algún vino español que ofrecía Solano para limar un poco las aristas manifiestas entre españoles peninsulares y criollos. Solano trataba así de tener un conocimiento de lo que sonaba en la calle y al mismo tiempo contemporizar con ambas tendencias.
Otras veces era el mismo Gobernador el que les invitaba a conversar sobre alguna buena noticia. Como el día en que Don Carlos III por Real Orden, anexionó la Provincia de Guayana a la Capitanía General de Venezuela, liberándola de la dependencia del Virreinato de Santa Fe.
Esa tarde Don José Solano estaba realmente satisfecho y adelantó el brindis al inicio de la tertulia. Con el vino, las lenguas se iban desatando poco a poco.
- Ahora sí van a empezar las peleas de gallos - comentó el viejo Don Lope, refiriéndose a la anexión de dicha Provincia de Guayana.
- Y ¿quiénes serían esos gallos, Don Lope? – picó adelante el Gobernador.
- Los de siempre. Su Señoría me perdonará, pero los españoles de allá se pelean por los quesos de acá.
- Y los de acá ¿No se pelean? - respondió Don José Solano.
- Los de acá no dependernos de los cargos. Nuestra riqueza está en la tierra. Somos los Amos del Valle...
- Con el permiso de la Guipuzcoana... - sonrió maliciosamente Don Luis Ordóñez, uno de los funcionarios.
- Sigo sin conocer los gallos, Don Lope – insistió Don José Solano.
- Uno es el Comandante de Guayana Don Joaquín Moreno de Mendoza y el otro es un vasco que usted conoce muy bien.
- ¿Don José Iturriaga?
- El mismo. El Comandante de las Nuevas Poblaciones del Alto, Bajo Orinoco y Río Negro.
- Don José está muy mayor - dijo Solano.
- Sí, pero no suelta el coroto. Llevan años discutiendo quién manda a quién.
- El Rey elegirá lo mejor.

Don José Solano conocía la vieja rivalidad entre los dos Comandantes.
La anexión de Guayana a la Capitanía General de Venezuela favorecía las cosas y Solano se había adelantado a la respuesta del Rey y ya tenía en mente a la persona idónea para ese puesto: Don Manuel Centurión. Un funcionario de su confianza, malagueño, formado como Solano en las ciencias geográficas y navales en la Academia de Cádiz
La renuncia inesperada de Don Joaquín Moreno llegó a conocimiento de Solano y aprovechó
para enviar a Centurión como Comandante interino. Al conocer el nombramiento, Don José Iturriaga,
antiguo Jefe de Solano en la Expedición de Límites, cansado y enfermo, puso también el cargo a la
orden. Sólo lo mantenía en pie su orgullo y terquedad.
Don Manuel Centurión fue el primer Gobernador de la Guayana unificada. Solano podría así permanecer en mayor contacto con las poblaciones del Alto Orinoco.

Don José Solano dejó que los contertulios lanzaran hipótesis sobre candidatos a dirigir Guayana, pero no les dijo nada sobre sus planes.
El vino corrió con mayor largueza esa noche y más de uno se dirigió a su casa por caminos equivocados.


12.

1769
Fray José Antonio de Xerez traspasó el umbral de Palacio acompañado de un ujier. Llevaba apenas ocho días en Caracas reposando de unas fiebres malignas que lo habían dejado pálido como el papel. Esperaba recobrar fuerzas con las brisas del Avila.
- Adelante, Fray José. ¡Qué alegría verle de nuevo! - dijo Solano abrazando al débil fraile - de veras, que no tiene muy buen color todavía. Tome jugo de guayaba, Fray José... jugo de guayaba es lo mejor contra esa palidez...
Se sentaron frente a frente. Solano, hablando con el fraile, parecía transformarse recordando tiempos maravillosos.
- Diga, diga, cuente ¿qué es de San Fernando de los Guaipunabi? Pero antes voy a decirle a Doña Rafaela que Usted se queda a comer con nosotros.
Llamó al edecán que estaba de pie en el dintel y le dio la orden. Apenas quedaron solos, se levantó Solano y acercándose le apremió con voz baja:
- Digame, Fray José ¿Cómo está Iwina? ¿Y Kuati? ¿Cómo está mi hijo?
- Le diré a su Excelencia que ahora están bien. Cuando usted se fue, como le dije en mi último Informe, los Guaipunabi destruyeron el pueblo que usted fundó... poco a poco fue reponiéndose y el año pasado el Gobernador Centurión envió representantes suyos a refundarlo. Los indios seguían allí. También algunos españoles.
- ¿Se parece más a mí o a lwina?
- Kuati es un hombrecito de casi 10 años y tiene algo de los dos. Monta a caballo como un experto y maneja la espada y la lanza con gran maestría para tan corta edad. El gallego Francisco López es su maestro y cuida de él como Usted le encargó.
- ¡Cómo me encantaría volver a San Fernando...! — masculló Solano observando ya la presencia del edecán - ¿Y Cuseru? ¿Cómo está mi viejo amigo?
- Estuvo muy enfermo. Pasa largas temporadas en el río Inárida, pero aún mantiene las riendas de su pueblo y no olvida sus rencillas con Imo y Cayamu. Se disgustó mucho con Usted por la retirada de la Expedición. Y mucho más Iwina... no habla con ningún español. Nos odia.
Solano bajó la cabeza y por un momento no habló.
- Bien, Padre, vamos a comer... - cuando pasaron al siguiente salón, dejando atrás al edecán, Solano le dijo a Fray José en voz baja:
- No hable de esto en presencia de mí esposa... Usted comprende...
- Entiendo.

Doña Rafaela Ignacia era una joven mujer, de educación noble, muy atenta a las formalidades y gestos cortesanos que chocaban con el campechano carácter de Solano y con la sencillez del fraile.
La comida apetitosa pero frugal, transcurrió con gran normalidad. Las preguntas que hacía Don José Solano sobre el Alto Orinoco eran intencionadamente generales, vagas y sobre temas técnicos de geografía, clima, pueblos, indios etc. Las respuestas de Fray José Antonio de Xerez se atenían a la misma pauta.
- Fray José ¿es verdad que las indias son muy bellas? - preguntó Doña Rafaela.
La pregunta fue seguida de un súbito ataque de tos del Gobernador, que mitigó con la servilleta.
- No soy experto en eso, señora. Creo que habrá de todo como en todas partes... - logró excusarse el fraile.
- No se preocupe Padre. Doña Rafaela me ha hecho esa pregunta más de cincuenta veces...

Por primera vez se dio cuenta Fray José Antonio de la extraña mirada que Doña Rafaela dirigió a su esposo. Un brillo característico que denotaba una mezcla de miedo celoso con una gran capacidad de odio.
Terminada la comida y habiéndose despedido de Doña Rafaela, Fray José y Solano bajaron al patio.
- ¿No sabe nada su esposa?
- Nada.
- Pero lo sospecha. Se lo noté. Las mujeres tienen un sexto sentido para ciertas cosas - sentenció Fray José.
- Usted dijo que no era un experto... Tal vez usted esté equivocado - respondió Solano.
- Esta vez, creo que no. Considero que su Excelencia debería contárselo.
Solano paseó un rato en silencio mientras Fray José acariciaba una granada casi madura en uno de los muchos cuidados frutales del patio.
- Quiero que me ayude. Escríbame, envíeme informes sobre esa tierra querida, pero por favor, mándeme noticias de Iwina, de mi hijo Kuati.
- Lo haré — respondió Fray José Antonio de Xerez - pero yo también vine a pedirle un favor a cambio.
- ¿Cuál será?
- Ayúdenos con el Gobernador Centurión. Nos está haciendo la vida imposible.
- Pero si es malagueño... ¿no se entienden entre andaluces? — sonrió Solano.
- Está empeñado en desconocer nuestro trabajo, no deja ni que los frailes enfermos vayan a recuperarse a Cabruta. Nos humilla constantemente. Cualquier soldado zambo o mulato ridiculiza al misionero delante de los indios, anulando nuestra autoridad. Ninguno de mis compañeros quiere continuar ya en las misiones. Me he quedado prácticamente sólo.
- Es extraño. Centurión es un Oficial muy bien preparado e inteligente.
- También el diablo lo es, Señor...
- Haré valer mi amistad con Centurión para que les ayude. Le escribiré pronto. No se preocupe Fray José, pero por lo que más quiera, quédese allá y envíeme noticias de mi hijo.

Fray José Antonio de Xerez terminó su convalecencia en Caracas y a las pocas semanas partió hacia el Orinoco por la ruta de Aragua, en compañía de un hermano lego.
En el convento de San Sebastián de los Reyes descansaron dos días, ellos y las mulas. Partieron para El Sombrero y de ahí bajaron a la Villa de todos los Santos de Calabozo.
Fray José Antonio de Xerez conocía muy bien los Llanos, pues sus primeras andanzas de misionero las pasó por estas tierras. Por sus compañeros supo que el año pasado habían fundado un nuevo pueblo llamado “Humildad y Paciencia de nuestro Señor Jesucristo de Camaguán”. Tomó rumbo al poniente y se dirigió hacia allá, en donde descansaron tres días en medio de un paisaje encantador. Despertaron de ese sueño al entrar en tierras más agrestes según se acercaban a Cabruta.
Hasta dos semanas después, no encontraron un barco que los condujese al Raudal de Atures. Allí se enteró que el misionero residente se había escapado a Maipures, pues no aguantó las insolencias del Cabo de guardia. Allí lo encontró en compañía de Fray Andrés de Antequera.
- El Capitán General, Don José Solano me prometió hablarle al Gobernador Centurión para que deje de molestarnos – trató de animar a los frailes.
- Palabras... palabras - refunfuñó el fraile exiliado.

Al llegar a San Femando de Atabapo, Fray José Antonio de Xerez preparó rápidamente un viaje hacia el Sur. Quería encontrarse lo antes posible con Fray Felipe de Málaga para animarlo y evitar que también él desertase de su misión.



13.

1769

La actividad del Capitán General se multiplicó después de la entrevista que tuvo con Fray José Antonio de Xerez. Hasta Doña Rafaela, su esposa, se extrañó de esta alegría expansiva y capacidad de trabajo. La apatía y somnolencia que le producía la ciudad se convirtió de repente en un volcán de ideas, trabajos y visitas a pueblos, haciendas y alrededores de Caracas.
Después de este ajetreo, publicó un Bando en la voz del negro Antonio Siguire que hizo de pregonero, acompañado de sonido de trompetas y tambores en las esquinas como era la costumbre.
“....Nadie, absolutamente nadie puede cortar leña, carrizos, bejucos ni sacar piedra ni arena de los ríos Catuche, Anauco, Sanchorquiz, Caroata y quebrada de Agua Salud...”
“... .No lavar ni bañarse personas ni bestias en el río Catuche, de la toma de agua para arriba ni tener potreros en esa zona..”
“... No quemar sabanas ni potreros desde Sanchorquiz hasta Caurimare...”
“...Los que tengan solares en la ciudad de Caracas, deben cercarlos con tapia, no sólo para su adorno, sino para evitar inconvenientes y cuando se vaya a construir llamar al Regidor diputado de Fábrica para que se arregle el hilo de la pared, y las calles no pierdan su perfección...”
“...Los propietarios de vacas de leche que se ordeñan en la ciudad, miren que de día anden con pastor y de noche sean recogidas en lugar seguro...”
“...Los criadores de cochinos deben encerrarlos para que no anden sueltos por las calles, so pena de perderlos a favor de los que los mataran.... los perros también amarrados, pagando el estropicio que hagan...”

Doña Rafaela estaba preocupada por la moral pública e insistía a Don José Solano para que impusiera ala ciudadanía ciertas normas de comportamiento ciudadano. Veía como gran peligro el que las criadas salieran de noche o les permitieran ir solas a hacer recados. Por esa razón Solano también decretó:
“...Desde el anochecer que no salga a la calle, sin pretexto alguno, ninguna negra, mulata u otra calidad de mujer… y ningún amo o padre de familia les permita salir. Si hace falta mandar a alguien y no hay hombre, envíese a la más anciana con el farol encendido...”
“. . .Los negros libres y los esclavos no pueden llevar armas, bajo las penas siguientes: la primera vez, se las quitan y pierden las armas. La segunda y tercera vez, con diez días de cárcel y cien azotes...”
“Si el negro hubiera tomado las armas contra un español, aunque no lo dañara, la primera vez se le castigará con cien azotes, clavándole una mano. La segunda vez, se le cortaría la mano, excepto cuando se demuestre que fue el español quien atacó primero...”
“… Nadie haga rifas de prendas ni efectos sin licencia expresa del Gobierno, so pena de su perdimiento y 25 pesos de multa a cada comprador de Números...”
“...Desde las 9 de la noche hasta el Avemaría del amanecer nadie puede disparar fusil, pistola, truenos, voladores, ni otro ruido que asuste a los vecinos, so pena de 100 pesos de multa o 6 meses de trabajo...”

En enero de este mismo año Don José Solano había ordenado el empadronamiento, casa por casa, de todos los habitantes de Caracas:
“... Todos los moradores desde 15 años en adelante, vayan a alistarse cualquier día de las dos semanas siguientes llevando:
- El número de la cuadra.
- La casa donde vive.
- Sus empleos u oficios.
Con la obligación de ir todos a declarar so pena de castigos por desobediencia al Rey...”

En marzo de ese año publicó un auto para conformar los Batallones ordenados por el Rey Carlos III en todas sus colonias.
“....Todos los blancos, empadronados o no, debían concurrir el domingo 3 de abril a las 2 y media, a la cuadra o solar que llaman de Las Monjas, y el lunes 4 a la misma hora y lugar los pardos y morenos... So pena de 200 pesos si es persona distinguida o seis meses de trabajo sin sueldo, si es pobre...”
El día 3 cayó sobre Caracas un enorme aguacero y no se pudo formar el batallón de Blancos. Solano lo postergó para el día 7 en la Plaza Mayor. El día 16 pasó revista a este Batallón que llenó la Plaza Mayor de vistosos uniformes, bandas militares y variados ejercicios que aplaudió toda la gente.
El día 20 hizo lo mismo con el Batallón de Pardos y el 4 de mayo, en la plaza de la Candelaria, pasó revista al Batallón de Morenos.
Quedaron así establecidos los tres sectores del ejército de la Capitanía de Venezuela, representando los tres grupos que componían la sociedad colonial.

Toda esta actividad no le privaba a Don José Solano de continuar con sus tertulias en palacio, reuniones ya famosas a las que se agregaron varias personalidades del clero y del Cabildo.
Aquella tarde los ánimos de los nobles criollos estaban un poco alterados. El motivo fue que el Rey terciaba a favor de Don Sebastián de Miranda con una Cédula en donde se establecía que cualquier español europeo, vecino de Caracas, debe estar en igualdad de oportunidades que los españoles criollos para gozar de un cargo con sueldo. Es más, establecía que los españoles europeos y criollos se alternasen en las funciones del gobierno.
Todo había comenzado en una anterior tertulia con uno de esos chismes comunes en las ciudades pequeñas. Varios de los representantes de la nobleza criolla no aceptaban el nombramiento del isleño Don Sebastián de Miranda como Capitán de una Compañía del Batallón de Blancos. Acudieron a Solano desaprobando tal elección.
- Señor Gobernador, no puede ser... tiene una tienda de mercería... - acusó escandalizado Don Martín de Tovar.
- Y vende pan en su casa - afirmó Don Juan Nicolás de Ponte - Más aún, dicen sus paisanos que es medio mulato...
Don Sebastián plantó cara a la nobleza criolla y reclamó que era justo su nombramiento. Solano, conociendo el ambiente, no quiso tomar partido y prefirió hacer consulta al Rey.
Hoy, con la lectura de la Cédula Real, se resolvía el pleito.
Posteriormente, entre otras cosas hablaron también en la tertulia sobre la preparación de las fiestas de la ciudad de Caracas y otras poblaciones importantes en el aniversario de la proclamación de Carlos III como Rey de España. Esto hizo perder en algunos rostros de los Amos del Valle la adustez con la que escucharon la Cédula Real.
La degustación de unos vasos de vino y unos pasteles ofrecidos por Doña Rafaela terminaron por ampliar las sonrisas y comentarios entre los dos bandos.

Solano no había olvidado el viejo incidente con Don Sebastián de Miranda, pero lo que más le intrigaba era el saber cómo el isleño se había enterado de lo hablado en aquella tertulia. El nunca asistió a palacio. ¿Quién fue el correo? Después de varias investigaciones supo que el Conde de San Javier redactaba unas notas y se las enviaba al Comandante del Batallón, Don Juan Nicolás de Ponte, como si fueran escritas por varios de sus oficiales.
Solano se percató del terreno peligroso que estaba pisando y se prometió mayor cautela con la nobleza criolla.


14.

Atardecía.
Los cascos de un caballo golpeaban rítmicamente el empedrado de la Plaza Mayor. El jinete sudoroso y jadeante se dirigió a Palacio y después de presentarse, fue conducido a la sala de espera en donde lo recibió el Edecán de palacio Don Jacinto de la Torre, teniente de granaderos. De una busaca de cuero, el correo extrajo un legajo de papeles atados con una blancuzca fibra vegetal.
- Para su excelencia Don José Solano. Lo envía Fray José Antonio de Xerez.
El Edecán los recibió, entró en el Despacho del Gobernador y lo colocó encima de la pulida mesa de caoba. Después se llevó al Correo hacia la cocina para refocilarse de su hambre atrasada.
Don José Solano se encontraba en San Sebastián de los Reyes preparando los festejos del cumpleaños real. Como en Caracas, ordenó la limpieza y aseo de la ciudad, limpieza de caminos, calles y plazas, mejorar los vestuarios, colocar luminarias y también mandó emparejar la Plaza Mayor del pueblo. Anunció corridas de toros, riñas de gallos, cabalgatas, juego de cañas, danzas, refrescos, gatos encintados y otras variadas diversiones y prometió traerles de Caracas clarineros y chirimiteros para alegrar la fiesta.

Doña Rafaela, se aburría soberanamente en Caracas. No le gustaba codearse con las esposas de la nobleza criolla y tenía muy poca relación con las señoras de los peninsulares.
Su aburrimiento se rompía un poco los domingos con el espectáculo de la Misa mayor. Contemplaba con desprecio el boato de la nobleza criolla, que iba a la catedral rodeada de mucamas, pajes y esclavos “pagapeos”, como ellos mismos los llamaban. Como su reclinatorio se hallaba en primera fila, delante del presbiterio, le encantaba llegar de última, acompañada por su esposo el Capitán General. Sentía en su piel los alfilerazos de las miradas envidiosas de las damas criollas comentando su peinado o la tela de su vestido. Era su momento de gloria.
Esa tarde estaba terriblemente fastidiada. Don José no le había dicho la fecha de su regreso.
- Espero que no se le ocurra recorrer un río en todo su trayecto, para hacer los mapas que tanto le encantan... - pensó Doña Rafaela.
Estaba enamorada de su esposo. Aún no tenían hijos.
- A la verdad… él no hace muchos esfuerzos para ello... Tampoco a mí me atrae tenerlos en esta tierra...
Caminaba pensativa por el palacio. Ya se había marchado el Edecán Mayor cuando se introdujo en el salón del Despacho. Reparó en el legajo que estaba encima de la mesa y leyó el nombre de Fray José Antonio de Xerez. Su corazón tuvo un extraño presentimiento que desencadenó esa característica virtud tan femenina, como es la curiosidad. El fraile era muy amigo de su esposo. Habían estado juntos en las lejanas tierras del Alto Orinoco. Desató lentamente el envoltorio y comenzó a leer.
“Señor Gobernador y Capitán General D. José Solano.
Fray José Antonio de Xerez, Predicador misionero Capuchino y Prefecto de las Nuevas Reducciones que corren desde el Raudal de Maipures en el Alto Orinoco hasta el Real San Carlos en Río Negro; con el debido respeto a Vuestra Señoría, representa y dice: que en su memorial anterior ya manifestó con evidencia los progresos conseguidos en el descubrimiento de gran parte de aquellos países, fundación de pueblos, reducción de indios, y los muchos de estos que tuvieron la gloria del santo Bautismo...”

Doña Rafaela leía deprisa saltando párrafos enteros, buscando algo con ansia...

“...manfiesta también la abertura en ancho de 6 varas del camino que corre desde el Caño Tuamini del Río Atabapo hasta el de Pimichín, que entra en Río Negro, y consistiendo en solas 4 horas de camino por tierra, se excusan 30 días de navegación que se gastan desde las bocas del Guaviare y Atabapo hasta la cabecera del Casiquiare y desde allí al Río Negro. No puedo ocultar que la primera diligencia de tan útil obra, se mereció a la exploración que Vuestra Señoría entabló en aquellos países descubriendo esta facilidad por medio del Teniente de Fragata Don Nicolás Guerrero, teniendo el que representa la sola parte de haberla abierto...”
“...Para que por falta de habitantes en aquellos tránsitos y no se escaseen algunas de las providencias posibles y a la vida necesarias, deja en ellas fundados dos pueblos, San Miguel y San Antonio, cuyos capitanes se nombran Jacobo Yavita, de la nación Parayene y Miguel Davipe de nación Guaracutana...”
“... Ya no me quedan misioneros para tan vasta región, unos enfermos tuvieron que ausentarse, otros han muerto de extrañas fiebres. Estoy prácticamente solo.
Para remedio de tantos males le pedí a Vuestra Señoría en 1766 siete misioneros. Pero
estos no han llegado, ni con ellos son suficientes: son menester 17 como expuse a Vuestra Señoría el año pasado, porque son necesarios para la administración de los pueblos.
San José de Maipures, fundado en el Raudal de este nombre, Orinoco alto, tiene iglesia, convento y casa fuerte.Santa Bárbara, fundado en el raudal de este nombre, tiene las maderas cortadas y preparadas para la fábrica de la iglesia, convento y casa fuerte. San Francisco de Asís en el sitio de la Esmeralda, en el Alto Orinoco, fundado por el Capitán Poblador y Cabo del Casiquiare Don Apolinar Díez de la Fuente, también con Iglesia, convento y casa fuerte.
San Carlos y San Felipe con sus iglesias, conventos y casas fuertes, con los dos más que deja dichos, San Miguel y San Antonio, de los Capitanes Yavita y Davipe, y también de la nación Mandavaca y otras, que por estar yo solo, quedan en sus clamores, sin el remedio que desean.”
“En los nombrados pueblos, mientras lleguen los operarios evangélicos, tengo puestos soldados de los de mejor vida que cuiden de la conservación de los indios e instrucción de Doctrina a los niños.
También conoce Vuestra Señoría como yo, las distancias de las que hablo y también se hace cargo que la limosna de 175 pesos asignada a cada sacerdote, no es competente a proveerse de las cosas necesarias...”
“…Kuati, el hijo de Vuestra Señoría sigue creciendo fuerte y estudiando la Doctrina. Es un experto en nuestra lengua y ayuda a sus parientes Guaipunabi en aprenderla.... Iwina, como Vuestra Señoría sabe, no quiere hablar con ningún español desde que Vuestra Señoría se fue...”

Doña Rafaela se quedó como una estatua mirando el papel. Algo presentía, pero la realidad que vagamente sospechaba superó su capacidad de asombro. Don José tenía un hijo. Un hijo con una india... Su cabeza le daba vueltas.
- Con una india... - y caminaba por el salón lentamente - Con una india... Con una india...

“... Todo lo que expone para que el superior discernimiento de Vuestra Señoría juzgue en estos asuntos, con la súplica de que los pase a Su Majestad para sus Reales determinaciones, en que recibirá de Vuestra Señoría al favor y justicia porque claman aquellos naturales.

Fray José Antonio de Xerez

Los celos se desmadejaron. Doña Rafaela arrojó los papeles al suelo y los pisoteó con rabia. Después corrió hacia su alcoba y se encerró. Cuando la mucama Alina, como todas las noches, llamó a su puerta para llevarle la infusión de tila, escuchó asustada:
- ¡¡¡No quiero nada!!! ¡¡¡No quiero ver a nadie!!! – gritó destempladamente.

La mulata Alina torció su boca y entornó los ojos, con gesto de resignación, y regresó a la cocina.
- Tá brava ella...
- Le falta marido - comentó por lo bajo Matea, la cocinera.



15

Don José llegó muy tarde.
No quiso despertar a su esposa y se dirigió al dormitorio de huéspedes. Venía destrozado del largo camino desde San Sebastián de los Reyes. Cuando despertó, el sol ya iluminaba las laderas del Avila.
- ¿No baja Doña Rafaela? - le preguntó a la mulata Alina que servía el desayuno.
- La Doña partió hace tres días para la hacienda de los Tovar en Chuao, Señor.
- Ajá... Es bueno que pasee un poco – comentó para sí.

Don José pasó a su despacho para revisar el trabajo que en su ausencia se había acumulado. Cuando entró, vio un montón de papeles arrugados en el suelo.
- ¡Dios santo! - dijo al recogerlos y ver escrito el nombre de Fray José Antonio de Xerez.
Creo que ya sé la causa del paseo a Chuao...
Leyó rápidamente el mensaje del Capuchino, y buscó lo que ya sospechaba:
“… Kuati, el hijo de Vuestra Señoría, sigue creciendo fuerte y estudiando la Doctrina. Es un experto en nuestra lengua y ayuda a aprenderla a sus parientes Guaipunabi...
… Iwina, como Vuestra Señoría sabe, no quiere hablar con ningún español desde que Vuestra Señoría se fue...”

Solano se recostó en el sillón, cruzó las manos por detrás de la cabeza, estiró las piernas y con mirada fija en el óleo del valle de Caracas que colgaba de la pared, dejó vagar libremente su imaginación proyectándola hacia las bellas orillas del Atabapo. Los queridos Iwina...Kuati... los bellos atardeceres de un joven enamorado… sus ilusiones por descubrir mundos desconocidos y abrir nuevas fronteras...
Rompió su ensimismamiento y se dirigió a un Edecán para que le prepararan la calesa. Su cuerpo sentía todavía el cansancio de las cabalgatas por Aragua.
La carroza del Gobernador cruzó ruidosa las empedradas calles de Caracas en dirección al Este. Mientras contemplaba el verdor de los campos de la caña de azúcar a través de las cortinas de tul, pensaba en el encuentro inminente con Doña Rafaela. No iba a ser fácil.
El día que se estrenó limpio y azul se llenó de tonalidades grises. Unas nubes negras avanzaban desde Petare y ya se acostaban apretujadas en las faldas del Naiguatá. La carroza bordeó las orillas del bello Guaire mientras se acercaba a la hacienda de Chuao. Los Tovar vivían gran parte del año en ese idílico paisaje. Doña Concepción era de las escasas amistades que Doña Rafaela cultivaba en Caracas.
Después del respetuoso recibimiento por los dueños de la casa, preguntó por Doña Rafaela que se había refugiado en las habitaciones de la Casa Mayor con la complicidad de Doña Concepción.
Don José Solano, confiando en su capacidad de diálogo, se dirigió a un encuentro que los anfitriones sospechaban iba a ser muy fuerte, por lo que optaron por alejarse del patio central de la Casa Mayor.
- Abre Rafaela - dijo Don José llamando suavemente a la puerta.
Tras unos instantes de silencio la puerta se abrió lentamente. En todo el vano apareció Doña Rafaela, muy seria, cejijunta, desafiante. Don José entró esquivándola, la asió por un brazo y entornó la puerta. Ella seguía mirándolo, mientras sus labios marcaban esa apretada línea recta que separan el amor del odio.
- Habla, Rafaela - rompió el hielo Solano.
- ¿Soy yo la que tengo que hablar? ¿Tú no tienes que decir nada?
- Lo de Iwina... Te enteraste por el correo. Te dolió... Lo suponía... Nunca quise decirte nada, pues sabía que eso iba a atormentarte y producir una sospecha continua sobre mi vida ¿Cómo te explico...?
- ¿Qué vas a explicar? ¿Que te casaste con una india?... ¿que eres padre de un indio?... ¿eso es lo que me vas a explicar? - explotó Doña Rafaela.
Don José Solano, la miró con calma, y se sentó en uno de los sillones de caoba que lucían en el salón.
- Rafaela, ¿recuerdas cuántas veces te hablé de aquellos años jóvenes de la Expedición de Límites en tierras inhóspitas del Alto Orinoco? ¿Las penas y vicisitudes por las que tuvimos que pasar aquel grupo de hombres, haciéndole frente a una naturaleza imponente? ¿No te conté mi viaje a Santa Fe de Bogotá, subiendo el río Meta, trepando durante semanas enteras por montañas escabrosas? ¿Superando unos raudales que todos creían insuperables, tratando y pactando con pueblos indómitos, mucho más numerosos que ese puñado de locos que yo conducía?
- Todo, me lo contaste, todo, todo... menos ese detalle que enturbia, que encochina todo lo demás. Los indios eran muy indómitos. Pero al parecer las indias no lo eran tanto... - ironizó viperinamente Doña Rafaela.
- Vamos, por favor, una española que se cela de una india... Le estás dando demasiada importancia... Trata de comprender, Rafaela. Aquellas selvas no eran España, ni Caracas. Éramos un grupito de españoles en medio de centenares de indios. Queríamos que San Fernando fuera el centro de la expansión de España hacia el Sur. El Rey y toda la política de entonces favorecía que los españoles nos mezclásemos con los indios para pactar con ellos y así dominarlos. Pedimos ayuda a los Gobernadores de Caracas, Cumaná, Margarita y hasta al Virrey para que nos enviara gente para poblar San Femando. A mitad camino se regresaban, al saber que iban a las selvas del Orinoco...
Cusero era un jefe indio muy fiero y caprichoso. Yo tenía que pactar con él, hacérmelo amigo. Bauticé a un hijo suyo y... sí ... tuve relaciones con su hija Iwina, pero por favor, Rafaela, míralo bajo este aspecto, yo no te conocía a ti, fueron unas relaciones de conveniencia política...
- ¿Sin amor? - inquirió Doña Rafaela.
- Sin amor - mintió Solano.
Doña Rafaela en silencio recorrió la sala como paloma enjaulada, mientras Solano saboreaba una vez más su poder de convencimiento.
- ¿Juras que no volverás a verlos? - exigió Doña Rafaela.
Solano, después de una corta reflexión le dijo:
- A Iwina no creo que pueda verla ya, pero Kuati es mi hijo y no puedo renunciar a mi propia sangre. Será muy difícil verlo, pero es mi hijo y no lo negaré nunca... nunca.
Don José se levantó, convencido que la tormenta había pasado. Se acercó a Doña Rafaela y ciñéndola con sus brazos, le susurró:
- Rafaela, no pienses en los hijos de otros y piensa en los hijos que vamos a tener tú y yo.

La calesa del Gobernador, de regreso, dejaba tras de sí una nube de polvo rojizo.
Doña Rafaela después de un tiempo volvió a sonreír. Pero, aún así, había tomado una determinación muy clara. Ella se encargaría de que Kuati no viera jamás a su padre.


16

Las fiestas de conmemoración de la elevación al trono de Don Carlos III se realizaron en Caracas y las ciudades cercanas con el esplendor y programación pautados, pero sin excesos.
Unos antiguos Regidores le habían propuesto repetir la orgía realizada en Caracas en 1747 con motivo de la elección de Don Fernando VI. Por aquel tiempo el Regidor Decano del Ayuntamiento, Don Alejandro Blanco elevó en la Plaza Mayor una estatua que simbolizaba Europa. De sus pechos manó durante varios días vino y aguardiente para todo el pueblo, y pirámides de jamones, de pan, de queso y de casabe se alzaron en la misma Plaza. Solano no lo aceptó por las consecuencias negativas que podía traerle al pueblo llano semejantes francachelas.
Las tertulias en Palacio continuaron. Regidores, Canónigos, mantuanos y peninsulares ahuyentaban el fastidio de las tardes caraqueñas con los comentarios sobre las últimas noticias o los recuerdos de épocas pretéritas, sin faltar el chiste de doble sentido o la muy criolla “mamadera de gallo” a algún sector de sociedad.
El Reverendo Higinio Salvatierra, un canónigo imponente más por su anchura que por su altura, llegó tarde a la reunión. Don Lope, el viejo criollo que siempre tenía a flor de labios un chascarrillo le espetó:
- Caramba, Reverendo, está rojo como un tomate... como siga así este calor, el cabildo de la catedral va a tener que solicitar al Gobernador el permiso para usar de nuevo los quitasoles…
Don Higinio le respondió, mientras secaba el rostro sudoroso con un enorme pañuelo blanco:
- Su lengua supera a su estatura, Don Lope....
Don José Solano, haciéndose el ignorante, preguntó:
- ¿Qué tienen que ver los quitasoles con los Ilustrísimos Canónigos, Don Lope?
- Tienen mucho que ver, Sr. Gobernador. Fue por allá en los años de 1729. El gobernador era mi tocayo Don Lope Carrillo. Los señores Canónigos acostumbraban a usar sombrillas o quitasoles rojos y verdes, en las procesiones solemnes. El Gobernador no era partidario del uso de estos quitasoles, que restaban seriedad a los actos que se celebraban, tanto más que él, el representante del Rey no los usaba. Las diatribas y peleas verbales comenzaron a cruzarse entre el Gobernador y los Canónigos, azuzados éstos por el Cabildo.
Fue el Domingo de Ramos de ese año. Los canónigos abrieron sus quitasoles en la procesión y mi tocayo Don Lope, el Gobernador, mandó que los cerrasen inmediatamente. Los Canónigos se negaron y ahí comenzó la trifulca a planazos y sombrillazos, entre la guardia del Gobernador y los Canónigos. El Canónigo Provisor Dr. Agustín Istúriz se encerró en su casa y al sentir los golpes de los guardias en la puerta, brincó ágilmente la cerca, a pesar de su gordura ensotanada, y refugió en la Catedral.

El gracejo innato de Don Lope cobró protagonismo burlón, acompañado por la implícita aprobación de los presentes, siempre dispuestos a reírse un poco a costa del clero.
Don Higinio y Don Faustino Menéndez, únicos representantes del clero en la tertulia, pusieron cara de circunstancias.
- Si no fuera por estas cosas, Caracas sería muy aburrida - comentó sonriente Don Baltasar García.
- Sí, pero digan cómo terminó la cosa, sonrió el rollizo Don Higinio. No se callen el final...
- Dígalo Usted, Reverendo - pidió Don José Solano.
- El Gobernador “tocayo” de Don Lope terminó con los trastos en la cabeza... los canónigos y Regidores hicieron expediente al Rey y lograron su destitución. Los Alcaldes asumieron el poder y lo metieron preso. Logró escaparse y se refugió en el convento de la Merced.
- Pero el cuento no terminó ahí, Don Higinio - intervino Don Martín de Tovar - Se volvió a repetir el caso trece años después, cuando era gobernador Don Gabriel de Zuloaga ¿se acuerda?
- Las cosas aquí se repiten porque en esta tierra no tenernos memoria - acotó el Canónigo Don Faustino Salvatierra.
- Pero es que ustedes se pasan también, Reverendos. El día de Viernes Santo los Canónigos salieron a la procesión con quitasoles y con cola llevada por clérigos con sobrepelliz y bonetes, aunque era de mañanita - añadió pausadamente el conde de Tovar - El gobernador Zuloaga se disgustó y, revisando las leyes anteriores, se dio cuenta que “sólo el Prelado Diocesano” tenía permiso para ese honor y boato. Zuloaga quiso bajarle los humos a los señores Canónigos y escribió al Rey
- ¿Y qué pasó? - preguntó Solano.
- Que también esa vez el clero salió con las tablas en la cabeza... - azuzó Don Lope - En 1744 el Rey ordenó que “en ninguna procesión deben los Canónigos llevar ni quitasoles ni caudatarios, a no ser que los lleve el Gobernador o representante del Rey”.
- Cada uno cuenta los piojos de los demás, pero no los suyos... - sonrió el voluminoso Don Higinio - Cualquier día, estos señores le contarán a Vuestra Señoría, de qué manera los vascos, con pinta de leñadores y campesinos hirsutos, les limpiaron sus arcas, les compraron sus casas y mejores haciendas. Todos creían haber hecho un tremendo negocio y comenzaron a gastar a manos llenas. Al poco rato la Compañía Guipuzcoana los tenía arruinados. Tuvieron que venderle el cacao a los vascos a precio de gallina flaca. También a ellos les quitaron los quitasoles de su soberbia y avaricia, quedándoles sólo el nombre ilustre... Ya le contarán, Señor Gobernador… ya le contarán...
Quedó claro que, entre los tertulianos, no se desaprovechaba nada ni se perdía ocasión para zaherirse...
Todo volvía a su cauce, cuando el servicio empezaba a repartir el buen vino español de las surtidas bodegas de Don José Solano.

Doña Rafaela volvió a su vida normal, aunque desde el incidente de su huida a la hacienda de los Tovar, ya no repartió canapés ni dulces en las tertulias de su marido. Aparentó haber encajado y aceptado bien las explicaciones de su esposo, pero como mujer precavida, hizo todo lo necesario para que los fantasmas del pasado no volvieran a aparecer. Sobre todo ahora que estaba esperando familia. Ella deseaba con fuerza un hijo que suplantara el cariño del hijo indio que dominaba a su esposo. La comadrona le dijo que sería niña... No importaba... Ella tenía todo bajo control.
Chantajeó a Don Rodrigo Acevedo, el Edecán Mayor, de forma magistral. Ella sabía de buena fuente que Don Rodrigo, a pesar de que tenía una bella familia, se encontraba casi todas las tardes con una bella mulata en una casa de las afueras de la ciudad. Don Rodrigo palideció. Doña Rafaela le pidió que le comprara su silencio.
- ¿De qué manera? - preguntó el asustado Edecán.
- Recoge y entrégame directamente, el Correo que venga del Orinoco para el Gobernador.
- Señora. Es muy peligroso. Si se entera el Gobernador...
- Si se entera tu mujer y todos tus amigos... - insinuó con tono viperino Doña Rafaela.
- Está bien. Lo haré - respondió Don Rodrigo resignado.

Pocos días después Don Rodrigo Acevedo le entregaba el primer correo procedente de San Femando. Lo firmaba un tal Francisco López.
Doña Rafaela leyó “... Kuati es un poco rebelde, pero muy bueno de corazón. No le he dicho todavía quién es su padre.
Espero que usted me diga si es conveniente o no decírselo... Ha adelantado mucho en el manejo de la espada y cabalga mejor que yo... A propósito, ruégole a Vuestra Señoría pueda contribuir un poco con este viejo soldado que está padeciendo algunas penurias...”

Doña Rafaela, muy seria, enrolló el mensaje y lo escondió en el baúl personal, en donde guardaba sus prendas íntimas.

Pasaron los meses. El Gobernador Solano estaba indagando las intenciones de dos franceses a quienes él había dado permiso para aposentarse en la ciudad. Don Juan y Don Guillermo, que así se hacían llamar, iban y venían, atendían enfermos, examinaban plantas, estudiaban terrenos y se presentaban como científicos. Solano mandó a espiarlos y estaba recolectando datos. Se sospechaba que eran espías o agentes revolucionarios franceses. Viajaban mucho a la Victoria, a Choroní, un puerto propicio para el contrabando, a La Guaira y Petare.
Cuando concluyó la investigación, se supo que el llamado Don Guillermo era cirujano de profesión, inofensivo, pero Don Juan D’Arnautz era muy sospechoso. Había sido militar en Francia y corsario en la última guerra. Por este motivo, los encerró en la cárcel de La Guaira. Después Don Juan fue enviado a España y Don Guillermo fue expulsado de la provincia.

Don José no recibía ningún mensaje del Alto Orinoco y esto lo tenía preocupado. A juzgar por la última carta que le había enviado Centurión, suponía que las relaciones entre los frailes y el Gobernador seguían tensas.

“... Ruego a Su Señoría que me permita e1 margen de un año para enviar los padrones de población que me solicita....”
“... En cuanto a mis relaciones con los Capuchinos le diré que el objetivo del fomento de la población en el que Su Señoría tanto me insistió choca con los intereses de estos misioneros. Consideran ellos que aún deben detentar el poder absoluto en los pueblos de indios. De esto ya he hablado bastante con Su Señoría y estamos de acuerdo que la Iglesia no debe tener el dominio de los pueblos, por lo que he dado la orden de que los soldados sean mandados por sus propios oficiales y no por los misioneros....”
“... He tenido contactos con los PP. Franciscanos de Píritu para que se encarguen de los pueblos del Alto Orinoco... Demuestran mayor cooperación...”

Estas noticias explicaban el silencio de Fray José Antonio de Xerez.
Resolvió escribirle a Fray José Antonio de Xerez una carta solicitando noticias de su hijo. Encargó al Edecán que la enviara urgentemente con la primera posta oficial que fuera por los Llanos, hacia el Orinoco.
No sospechaba Solano que el correo del fraile había llegado, pero a manos de su esposa.
Doña Rafaela estuvo a punto de otro ataque de histeria cuando leyó: “...Padre, dígale a Iwina que la amo, pero que me comprenda...”
Prefirió controlarse y seguir con su plan de interceptar y guardar todos los correos. Lo importante era que ningún miembro de esa familia bastarda se acercara a su marido. Ella lo impediría.
- Ojalá salgamos pronto de aquí... – dijo Doña Rafaela mientras contemplaba como enemiga la montaña que la separaba del mar.


17.

La duración del gobierno de Don José Solano, según los Reales Despachos, era de cinco años a partir de su toma de posesión en Caracas el 12 de noviembre de 1763, por lo tanto concluía en esa misma fecha del año 1768.
Sin embargo corría el año 1770 y no había sido nombrado su sucesor. No sabía el por qué y Doña Rafaela se lo preguntaba insistentemente, pues era la más deseosa de partir de Venezuela.
Finalmente, en el mes de Septiembre llegó un Real Despacho con el nombramiento de Don Felipe Fondeviela y Ondeano, Marqués de la Torre, como “Capitán General de la Provincia de Caracas y Gobernador de la ciudad de Santiago de León de Caracas, vacante por promoción de Don José Solano al Gobierno y Capitanía General de la Isla Española y Presidencia de mi Real Audiencia de Santo Domingo...”
Solano se dispuso inmediatamente a preparar su viaje a La Española. Era un ascenso muy notable. De la Real Audiencia de Santo Domingo dependía también la Capitanía de Venezuela, por lo que el Correo entre ambas posesiones estaba asegurado.
Esto lo alegraba mientras escribía el último mensaje a Don Francisco López, el exsoldado gallego que adiestraba a su hijo Kuati en San Fernando. Fray José Antonio de Xerez, cargado de achaques y harto de litigar con el Gobernador Centurión se había retirado a temperar en uno de los conventos de Caracas. Era extraño que no hubiera llegado aún respuesta a su correo anterior.
La respuesta estaba ya en posesión de Doña Rafaela.
“... Te envío unos doblones para que hagas frente a la educación de Kuati y para que ayudes a Iwina... Partimos para Santo Domingo, pero seguiré enviando noticias mías y no te faltará mi ayuda. Envía los Correos a Fray José Antonio. El me los hará llegar a Santo Domingo...”
Solano lacró el Correo y se lo entregó al Edecán Don Rodrigo Acevedo para que lo enviase cuanto antes.
Doña Rafaela lo leería en su alcoba esa misma noche.

Solano ordenó preparar la marcha.
Doña Rafaela distribuía lo que había de ir en un baúl o en otro, lo que había que llevar y lo
que había que dejar. Las mucamas y criadas peleaban por los vestidos que Doña Rafaela les regalaba. Se sentía muy feliz de dejar pronto esta tierra. No por la tierra en sí, sino por los recuerdos que alimentaban sus celos de manera enfermiza. Estaba feliz de que Iwina y Kuati se alejaran cada vez más de su esposo.
Con una breve tertulia en donde el vino español fluyó en mayor abundancia, se despidió de criollos y españoles, dejando encargado del Gobierno al Teniente de Gobernador y Auditor de Guerra, Licenciado don José Antonio de Urízar.
La víspera de su salida de Caracas, se despidió de Fray José Antonio de Xerez que convalecía a duras penas de unas fiebres muy fuertes. Don José Solano lo abrazó emocionado. Era como un aferrarse al pasado, a sus recuerdos. Tenía 45 años. Los últimos 17 habían transcurrido en esta tierra, en donde dejaba unas raíces que sospechaba no volver a verlas.
- Rece por mí, Padre. Y también por mi hijo. Le dije a Don Francisco López que le enviara los correos. Usted me los hará llegar a Santo Domingo. Se lo agradezco.
- Lo haré con mucho gusto. Mientras viva...
El fraile, mientras se alejaba la calesa, se quedó asido al dintel de la puerta y a un montón de viejos recuerdos.
El viaje a La Guaira, a pesar de lo escarpado, no dejaba de tener su encanto. Después de serpentear la montaña, el panorama que ofrecía el azul del mar fundiéndose con el del cielo, a pesar del traqueteo del camino, era verdaderamente relajante. Más para Doña Rafaela que para Solano. Este sabía lo que perdía… Ella conocía lo que ganaba…


San Fernando de Atabapo mientras tanto, se apagaba poco a poco. Se convirtió de nuevo en una escuálida población de unos 35 indios y casi nula presencia española.
Centurión tenía una pasión por la fundación de pueblos y en este tiempo no sólo fundó nuevamente San Fernando de Atabapo, sino que se arrogó la refundación de casi todos los pueblos fundados ya por la Comisión de Límites o por los Capuchinos.
Estos se quejaban siempre de Centurión pues, según ellos, pretendía engordar los padrones y censos para demostrar que el progreso de estos pueblos había llegado sólo cuando él asumió la Gobernación de Guayana.
Alardeaba que los pueblos regidos por los militares se encontraban en un estado de progreso moral y de civilización, superiores a los doctrinados por los misioneros, aunque en esos pueblos la única presencia de autoridad española era la de un simple soldado. Los capuchinos desmintieron la fundación de los pueblos que unían Angostura con La Esmeralda, y denunciaron que consistían en un rancho pajizo con una cruz encima, la mayor parte de ellos quemados por los indios yekuana. El informe que presentó el capuchino Fray Silvestre rebatía los informes de Centurión al afirmar que “...de todos los pueblos que aparecen en el Estado General de la Provincia de Guayana, tanto de indios como de españoles no hay la tercera parte siendo todo ilusión, apariencia, pintura, infelicidad…”

Sin embargo Solano confiaba en Centurión y poco antes de marcharse, recibió una carta del Sur que le llenó de alegría. En ella, Centurión contradiciendo a los capuchinos, le comunicaba que el paso de Angostura a La Esmeralda era ya una realidad. El Capitán Antonio Barreto había creado 19 sitios o pueblos a lo largo de los ríos Caura, Erebato, Ventuari, Iguapo y Padamo, por donde finalmente podría salir al comercio el cacao del Alto Orinoco, sin necesidad de atravesar los raudales de Atures.
También le comunicaba que La Esmeralda había crecido. Había 29 familias de españoles y 21 de indios.
La presentación que hacía Centurión difería enormemente del panorama que los Capuchinos le hacían a Solano.
Aunque sintió el decrecimiento poblacional de San Femando, se alegró que con la llegada de los Franciscanos en sustitución de los Capuchinos, se estableciera en San Femando la sede de gobierno de las misiones del Alto Orinoco, Río Negro y Casiquiare.

Francisco López, el gallego que se quedó en San Femando, vivió todo su proceso de auge y retroceso. Los Guaipunabi se desmembraron en pequeños grupos, y tomaron diversas rutas Guaviare e Inírida arriba, pues el anterior aumento de la población, agotó los recursos de la zona, por lo que se dividieron y buscaron nuevos asentamientos. San Femando era un pueblo que se moría de mengua.
El viejo Cuseru, después de la partida de Solano ya no fue el mismo. Los distintos clanes lo irrespetaron y achacaron a un engaño el fracaso de la unificación y asentamiento en Maracoa. Se fue quedando solo con su familia.
Este ambiente adverso a la presencia española lo absorbió Kuati en unos años muy peligrosos. Primero, lo manifestó en una hostilidad con Francisco López, su antiguo maestro de esgrima y equitación. No perdía ocasión para zaherirlo e insultarlo en público delante de otros jóvenes.
El antiguo soldado no se explicaba el mutismo de Don José Solano. Desde que se fue Fray José Antonio de Xerez, no había llegado ninguna noticia de Caracas. En el último correo enviado, el gallego le solicitaba una ayuda pues la situación en San Femando se había hecho insoportable Le mintió sobre Kuati, diciendo que estaba bien, cuando estaba insoportable Un día no aguantó más.
- Español de mierda — le dijo Kuati en guaipunabi.
- Y tú ¿qué eres?
- Yo soy guaipunabi
- Tú también eres un “español de mierda” ¿o es que no te ves en el espejo? Búscame a un guaipunabi que tenga esos ojos y esos pelos que empiezan a negrear tu cara. Pregúntale a Iwina quién es tu padre.
- Ella me dijo que me olvidara. Que yo no tenía padre.
- Pues tu padre es un “español de mierda”. Tu padre es Don José Solano, el Comandante, el Capitán General de Venezuela, el amigo de tu abuelo.
Francisco López giró rápidamente sobre sí mismo y se retiró refunfuñando:
- Si tu padre no pregunta ni se preocupa por ti, yo no tengo por qué aguantar tus insolencias.
Se volteó nuevamente y le gritó a un Kuati paralizado:
- ¿Lo oíste bien? Don José Solano. Un “español de mierda” Como tú.

18

Después de un viaje tranquilo en una fragata de la Guipuzcoana, con el viento a favor gran parte de los días, Don José Solano y su séquito divisaron a lo lejos al sur de la isla, Santo Domingo la capital de La Española, en la desembocadura del río Ozama.
Solano, conocedor de rutas de navegación y coleccionista de mapas, examinaba el dibujo que tenía delante y lo comparaba con la costa que estaban bordeando. Doña Rafaela al desembarcar, comparó inmediatamente la frescura del aire del valle de Caracas con el calor húmedo y pegajoso de la isla. Aún así, se sentía feliz de hallarse lejos de Venezuela.
La ciudad tenía mayor solera que Caracas. El Palacio del Gobernador era más imponente y lujoso. Aunque hacía algunos años, muchos de sus habitantes habían abandonado la isla para incrementar el ascenso de La Habana, la presencia española había dejado huellas imborrables en la ciudad.
Después de tomar posesión de sus cargos, Solano se dedicó a recorrer la ciudad y sus alrededores. La antigua ciudad fundada en 1496 estaba a la orilla oriental del río Ozama. Un huracán la arrasó en 1502 y por este motivo se reconstruyó en la orilla opuesta.
Asistió al oficio dominical en la Catedral Santa María la Menor y aprovechó para saludar al Arzobispo y al Cabildo metropolitano, visitó la Universidad y recorrió las ruinas del Alcázar de Don Diego Colón y las murallas de la primera ciudad española del Continente.
Doña Rafaela, con un gran número de criadas, desempacó los baúles traídos por seis musculosos esclavos negros y dirigió el arreglo del Palacio.
El azul del mar Caribe tenía una tonalidad más intensa que no había percibido en la Guaira. La brisa de la tarde le traía un tenue olor a algas que la baja marea desparramaba por las playas cercanas
Don José, como en Venezuela, comenzó el trabajo de reconocimiento. Para ello, cada vez que se lo permitían los trabajos en la Audiencia, iniciaba un nuevo viaje o recorrido.
Subió las zonas escarpadas de las montañas del norte y centro de la isla y recorrió los fértiles y húmedos valles, antiguamente poblados por indios taínos, ciguayos y macoriges.
Se extasió cuando contempló desde la sierra la belleza de la Vega Real en el valle del Cibao.
- Aquí fundaremos una ciudad — le comentó a sus acompañantes.
Muy pronto comenzaron los trabajos del pueblo de San Francisco de Macorís.

En otro de sus viajes por la parte occidental, en las últimas estribaciones de la Vega Real, reconoció otra zona muy cercana a las posesiones que los franceses tenían en la isla. Solano sabía que por el Tratado de paz de Ryswick en 1697, se le había cedido a Francia la posesión de la mitad de la isla. Pero quería asegurar las fronteras para que los franceses no siguieran avanzando. Por ese motivo programó la fundación de la ciudad de Dajabón en el extremo norte del país, en el sector occidental de la hermosa Vega Real.
Solano desde joven, soñó siempre en seguir las huellas de Cortés, Pizarro, aquellos famosos héroes extremeños fundadores de pueblos y ciudades. San Fernando de Atabapo fue su primera experiencia, dolorosa, en circunstancias muy adversas pero, por ser la primera, guardaba unos recuerdos imborrables, difíciles de olvidar. Entonces, era un subordinado de Iturriaga, ahora en cambio se había convertido en el Gobernador de Santo Domingo. Las ciudades de San Francisco de Macorís y Dajabón surgieron rápidamente y él mismo se entretuvo en delinear sus calles y Plazas.
De regreso, se impuso como trabajo el levantamiento de un plano de la isla que sería fundamental en la delimitación que se llevó acabo con los franceses en febrero de 1777.

Un humilde fraile subió los escaños de palacio solicitando una audiencia con el Gobernador. Uno de los edecanes lo condujo a su despacho.
- Adelante, Padre. ¿Qué le trae por aquí?
- Una misiva de mis Hermanos de Venezuela para usted - dijo el fraile entregándole una carta.
Después de despedirle agradecido, abrió con premura el sobre lacrado.

“..Francisco López se me queja de que Vuestra Señoría no escribe ni pregunta por su hijo. Hay malas noticias. Kuati desapareció de San Fernando de Atabapo. Cuando Francisco le dijo que Vuestra Señoría era su padre, a los pocos días desapareció sin decir ni cómo ni a dónde se dirigía.. Cuseru está preocupado. Iwina desesperada...”

Solano no se explicaba el por qué en San Femando no habían recibido ninguno de sus correos. La carta de Fray José Antonio de Xerez lo llenó de preocupación. Doña Rafaela se dio cuenta inmediatamente del cambio de humor de Don José que le comentó la noticia recibida. Ella le restó importancia.
- No te preocupes. Nada le pasará. Estará escondido...
Pero se le despertó otra vez el gusanillo de los celos. Debía disponer la misma estrategia de confiscar los correos que le diera tan buenos resultados en Caracas.

Kuati había tomado una de las lanchas que pasaban por San Fernando con rumbo a Maipures. Con un chinchorro como único equipaje, se echó a bogar río abajo, a la aventura. Unas veces acercándose a la Misión, otras veces en casas de indios acogedores, traspasó los raudales de Atures.
Siguió Orinoco abajo y con unos indios yaruros, se introdujo en un gran río que llamaban Apure. Se cansó de vagar con estos indios por inmensas sabanas y campamentos transitorios o nómadas.
En las noches al descampado, pensó en su madre, en su abuelo Cuseru, pero sobre todo pensó en su padre. Una extraña mezcla de amor y odio aliñaba estos momentos de soledad. Tenía que conocer a su padre. Debía llegar a un pueblo de españoles y de ahí llegar a Caracas en donde Francisco López le dijo que vivía su padre.
Bajó de nuevo hasta el Orinoco. Esperó durante dos días y tomó una embarcación de tamanacos de la Uruana que transportaba una carga de aceite de tortuga con rumbo a Cabruta y Guayana.
Kuati recordaba los cuentos de Francisco López sobre los miles de tortugas que vienen a poner sus huevos en estas playas. También en Marakoa sabían buscar sabrosos huevos de tortuga y de chipiro, pero no sabían cómo sacar aceite. Un indio le fue explicando en el trayecto, todo el proceso y cómo lo vendían en los pueblos de españoles, haciendo trueque con telas y otros objetos.
Kuati se presentaba a todos como José López. Los indios lo creían español y los españoles lo miraban y trataban como indio. En su recorrido por el río Apure había visto un tipo de hombres que no conocía. ¿Eran españoles aindiados o indios españolizados? Mestizos como él, hablaban español, manejaban el caballo con maestría, pues daban la impresión que ellos y el caballo fueran una sola cosa, recogían el ganado por las sabanas y lo domaban. Gente recia y libre como el cielo que los cobijaba que vivían en pequeños cobertizos de madera y palma y siempre alegres, lanzaban bellas tonadas cuando se reunían alrededor del fuego, saboreando carne asada y bebidas fermentadas.
Al llegar a Cabruta se enroló como peón en una caravana que se dirigía a San Sebastián de los Reyes. Transportaban pieles de caimán, caraña y otras resinas, carne salada, pescado pilado, y otros víveres que surtían las bodegas para pobres en los pueblos del Llano. En El Sombrero se acercó al Convento de Capuchinos.
- ¿Fray José Antonio de Xerez? Está en Caracas, reponiéndose de unas calenturas. Y ¿de qué conoces tú a Fray José Antonio?
- De nada - respondió secamente Kuati, al mismo tiempo que se retiraba.

La caravana siguió Llano adentro y, pasando por Calabozo, entraron en San Sebastián de los Reyes. Kuati, o José López como se presentaba, estaba maravillado de ver un pueblo grande y florido, con sus Iglesias, calles y plazas bien delineadas, comercios y bodegas repletos de artículos de diverso tipo. Era un mundo nuevo que Kuati estaba descubriendo.
Después de dos días de estadía, una nueva caravana de mulas salía hacia Caracas y se ofreció como peón. Vivaqueando de noche, se juntaban los guías y los peones a la luz de la candela.
- ¿Eres indio? – le preguntó uno.
- Y tú… ¿eres blanco? - respondió con sorna Kuati.
No había cosa que lo pusiera más a la defensiva que las preguntas sobre su raza. Como si él o cualquier otro, pudiera elegir el ser una u otra cosa.

La geografía se hacía más escarpada y el clima era cada vez más fresco. Se acercaban a Los Teques, una pequeña concentración de chozas que en 1777 nació como pueblo. La caravana se introdujo por un desfiladero montañoso bordeando el río San Pedro hasta bajar al valle de Caracas por Las Adjuntas.
Cada conversación, cada circunstancia le iba enseñando a Kuati el nuevo mundo en el que se estaba introduciendo. En Atabapo había indios y había españoles. Los Guaipunabi tenían sus poitos o esclavos y eso era normal. Aquí se daba cuenta que había toda una escala de grupos o categorías. Lo captaba cuando el jefe de la caravana daba una orden:
- ¡Traigan agua!
- ¡¡¡Traigan agua.!!!.. - decía uno.
- ¡¡¡Traigan agua.!!!.. - repetía otro.
La orden se iba repitiendo de persona en persona, según fuera el color más o menos negro de la piel o la categoría. Nadie se movía. Al final, eran siempre los mismos: los indios o los zambos... y eso, porque no iban negros en la caravana... Era una sociedad basada en el color de la piel y en la descendencia o no de hombres libres. Los descendientes de vizcaínos se consideraban los blancos más puros, es decir aquellos cuya sangre no se había mezclado con la africana.
Se dio cuenta de la rivalidad que había entre las dos clases de blancos, los peninsulares y los criollos o mantuanos. No se tragaban.
Kuati visitó curioso la ciudad. La Plaza Mayor, rodeada de los edificios que representaban los poderes civil y eclesiástico: el Palacio de Gobierno, el Cabildo, la Catedral. En torno a este centro se concentraban las mejores casas, en donde la población era mayoritariamente española.
La calidad de las casas decrecía y el color de las personas se oscurecía según se acercaba a la periferia, en donde se concentraban los mestizos y terminaba finalmente en los barrios o rancherías de indios, situados en un área intermedia entre la ciudad y el campo. Caracas era bastante grande y contaba ya con varias plazas y parroquias, en donde se reproducía un poco el esquema de la Plaza Mayor.
Se dio cuenta muy pronto que era una sociedad hipócrita. Mientras cuidaban la pureza de sangre de su prole, no tenían reparo en producir bastardos en mujeres pardas, negras o indias. Según iba adentrándose en este mundo caraqueño, más comprendía su situación personal. El era un pardo, un mestizo, por obra y gracia del español Don José Solano, su padre, que no tuvo reparo en unirse a Iwina su madre, y después abandonarla como un cacharro viejo.
Estas reflexiones las hizo en voz alta frente a Fray José Antonio de Xerez, a quien fue a visitar en el claustro de San Francisco.
- Cada vez lo odio más – le confesó Kuati.
- Tu padre no hizo eso, pensando lo que tú piensas. El amaba a tu madre y pensaba quedarse allí. Quería conquistar todas aquellas tierras para el Rey. Delimitar fronteras con los portugueses. Las circunstancias cambiaron. Murió el Rey y recibieron órdenes de regresar. Convéncete. Don José te quiere como su hijo querido.
- Pero se fue... ¿por qué Francisco López se quedó?
- No todos logran renunciar a una vida y comenzar otra. Te darás cuenta, Kuati. ¿Qué piensas hacer? – le preguntó Fray José Antonio.
- Vengarme de mi padre. No sé cómo... pero algo se me ocurrirá...
- Hijo, el día que tú conozcas a tu padre no serás capaz... Don José está en Santo Domingo. ¿qué piensas hacer ahora?
- Ya me inscribí en las Milicias de Pardos. Seré soldado.
- Esas Milicias las creó tu padre...
- Lo sé. También creó las de Blancos - sonrió maliciosamente Kuati.


19.

La política europea se entretejía en peleas interdinásticas, reclamaciones de territorios y conformación de nuevas naciones. Inglaterra y Francia eran entonces las dos grandes potencias cuyas veleidades y ambiciones produjeron guerras en Europa y en sus colonias. Con el Tratado de París de 1763 se finalizó la llamada guerra de los Siete años. Francia capituló y junto a su aijada España tuvo que ceder territorios al otro lado del Atlántico. España perdió en ese Tratado, parte de la península de La Florida: San Agustín y la bahía de Pensacola.
El Conde de Floridablanca, primer Secretario de Estado del rey Carlos III, era quien movía los hilos de la política española. Apoyó decididamente la expulsión de los jesuitas y como embajador de España en Roma presionó para conseguir del Papa la eliminación de la Compañía de Jesús. Su política exterior se basaba en aliarse con las potencias centroeuropeas para tratar de aislar a Gran Bretaña en el proceso de independencia de las colonias británicas del norte de América.
España, junto con Francia, estaba preparando un golpe de mano para reconquistar las tierras perdidas en Florida a raíz del Tratado de 1763.
Con el Tratado de Aranjuez declararon la guerra a Inglaterra y reconocieron la independencia de Estados Unidos. En 1779 el malagueño Mariscal de Campo Don Bernardo de Gálvez estaba esperando un refuerzo de la Armada de El Ferrol para atacar a los Ingleses.
Don José Solano era uno de los Oficiales que se aprestaba a zarpar hacia Florida. A pesar de su trabajo en España, nunca se olvidó del Alto Orinoco y mantuvo contactos con Centurión quien le informaba de vez en cuando de lo que allá acontecía.
Ultimamente no eran muy buenas las noticias. Con tristeza supo de la sublevación de la guarnición de San Carlos dispuesta a desertar y pasarse a las posesiones portuguesas, por el abandono en que se les tenía.
También supo de la sublevación de los Maquiritares que arrasaron los 19 pueblos fundados por Antonio Barreto y amenazaban con atacar a La Esmeralda.

1780
Fray José Antonio de Xerez recibió una misiva de Don José Solano. No por medio de la Estafeta oficial de Correos como él estableciera cuando era Gobernador de Caracas, sino por medio de un particular recién llegado a La Guaira.
“… Le envío este mensaje por un particular pues he notado que mis correos no le llegan... Regresé de Santo Domingo el año pasado y en El Ferrol preparando un desembarco en tierras americanas. No le puedo decir más....
No sé nada de mi hijo. ¿Sigue en las Milicias de pardos?¿Habló con él?¿qué piensa de mí? No sabe lo que me encantaría conocerlo, abrazarlo, decirle que soy su padre, que lo quiero como mi hijo... ¿Qué sabe de San Fernando, de Kuseru, de Iwina...?”

Cuando Fray José Antonio le leyó la carta a Kuati, éste permaneció impasible. Por más que el fraile lo observaba, ni un músculo de la cara se movió, ni sus ojos revelaron un mayor brillo. Kuati era conocido por sus compañeros de armas como el “Mudo” o también como el “Indio”. Hablaba lo estrictamente necesario y no se le conocían muchos amigos.
- Me voy de viaje - dijo Kuati.
- ¿A dónde? - le preguntó el fraile
- A La Habana.
- ¿A la Habana?¿y qué vas a hacer allá?
- A pelear. Nos mandan a un Batallón de Pardos a pelear contra los ingleses. Los blanquitos se quedan aquí... - dijo con ironía.
- Mientras sigas alimentando ese odio contra los blancos, nunca te sentirás feliz, Kuati.
- Estoy condenado a no serlo – respondió Kuati muy serio.

Los galeones zarparon de La Guaira rumbo a la Habana. Kuati, ante la inmensidad del mar azul, pensó en sus alegres paseos en curiara por las negras aguas del Atabapo. ¡Cómo había pasado el tiempo! Ya tenía 22 años... pero a pesar de su corta edad, a veces se sentía viejo. Muchos compañeros se marearon vomitando sobre cubierta, otros trataban de pasar el tiempo jugando dados o soñando con las mulatas que iban a encontrar en aquella rica isla de Cuba, otros pensaban en la incógnita que los comandantes mantenían sobre el destino de la expedición. ¿Se quedarían allá? ¿cuántos regresarían?

Cuando la Bahía de la Habana se abrió ante sus ojos, ya estaban hartos de mar. Introduciéndose por un estrecho canal que cierran los castillos del Morro y de la Punta, atracaron en el puerto.
Al descender a tierra, desfilaron por las tortuosas calles que salían del puerto, hacia el Castillo de la Real Fuerza. Los edificios eran majestuosos de un color coral claro con hermosos balcones, más señoriales que los caraqueños.
Mientras esperaban a la Armada de Guerra, en sus momentos francos, Kuati tuvo tiempo de pasear la ciudad con sus conmilitones. Se acercaron al malecón, visitaron la Catedral de la Inmaculada Concepción, el castillo del Príncipe y el convento de San Francisco y recorrieron la periferia en donde mulatos y zambos se reunían cantando ritmos contagiosos acompañados por tambores.
En un vaivén de rumores, los pardos caraqueños lograron descubrir el objetivo de su estadía en la isla. Una Armada poderosa de unos 12.000 hombres se acercaba a la Isla procedente de El Ferrol, al noroeste de España.
Kuati recordó el mensaje leído por Fray José Antonio de Xerez en Caracas. Su padre “estaba en Ferrol preparando un desembarco”. Su corazón comenzó a latir con más celeridad. ¿Se encontraría con su padre en La Habana? Fueron unos días en los que hasta sus compañeros notaron un cambio en el ya poco expresivo Kuati.
- López, despierta. Estás como embarbascado...
- Déjenlo. Debe estar enamorado. Estas mulatas enferman a cualquiera...
El día en que arribaron las primeras fragatas de la Armada, Kuati estuvo en el puerto esperando su desembarco. No conocía a su padre pero a cada oficial que bajaba a puerto lo observaba y estudiaba como si fuera capaz de resolver su enigma. Ni Francisco López, ni Fray José Antonio de Xerez, ni su madre Iwina, le habían descrito la figura de Don José Solano.

Toda la ciudad era un bullicio de gente. Se notaba la inmediatez del embarque por el nerviosismo de los oficiales. Los buques de la Armada se alistaban y se cargaban de víveres, los soldados y marinos sentían un nerviosismo que desembocaba frecuentemente en riñas y peleas entre miembros de distintos cuerpos. Finalmente, Don Jorge Andueza, el Comandante del Batallón de Pardos caraqueño, reunió a sus soldados y les comunicó el objetivo próximo a realizarse.
- Partiremos mañana al atardecer. La guerra que España mantiene con Inglaterra nos obliga a reconquistar los territorios de Florida. Será una guerra corta. El Comandante General será el Mariscal de Campo Bernardo de Gálvez, que en estos momentos se halla en Luisiana donde ha reconquistado la ciudad de Mobile. Desde allá nos apoyará con su ejército. Antes del desembarco les comunicaré las órdenes y misiones asignadas a nuestro batallón.
Kuati, a los marinos que encontraba, les preguntaba disimuladamente por un Capitán de Navío llamado Don José Solano. Después de varios intentos fallidos, un sargento lo sacó de dudas.
- En la Nave Capitana, en el departamento de Planos y Cosmografia.

Al atardecer del día siguiente partió la flota hacia Florida. La mar en calma. En cada embarcación se repasaba el plan de ataque. Los marinos, animados por buenos tragos de ron, deseaban entrar en acción cuanto antes. Los británicos estaban advertidos por sus espías en la Habana, que el ataque sería inmediato. La Escuadra avistó la bahía de Pensacola al amanecer.
Los barcos con mayor potencial de fuego comenzaron a disparar sus cañones contra el Fuerte británico, mientras las otras naves, en formación de abanico se acercaron como una tenaza por los extremos de la bahía para apoderarse de la ciudad.
La operación salió a la perfección. Las tropas españolas tomaron Pensacola e hicieron prisionero al Comandante inglés, el general Campbell. Una parte de sus tropas se refugiaron en el fuerte de San Agustín, en el que aún ondeaba la bandera británica.
Las órdenes fueron de atacar al día siguiente a San Agustín. Hasta ahora no se habían dado sino pequeñas refriegas con muy pocas bajas.
- Mañana no será tan fácil - animó a su batallón el caraqueño Don Jorge Andueza - La lucha será cuerpo a cuerpo.

Al amanecer, se abrió un gran fuego de distracción por la parte occidental del Fuerte, mientras el grueso de los batallones atacaba por el flanco sur y oriental. Después de varías horas de combate, una puerta cedió al empuje de los españoles. Kuati, cuerpo a tierra con sus compañeros, disparaba su rifle cubriendo a los que trataban de entrar.
Un Oficial de la marina arengaba a los infantes manejando la espada con gran fuerza y maestría. De pronto, lanzó un grito y se desplomó a tierra. Un gigantón rubio estaba dispuesto a atravesarlo con su bayoneta. Kuati dejó el fusil y salió corriendo y gritando hacia el inglés. Tomó su daga que nunca abandonaba y, con una rapidez felina la lanzó desde unos seis metros, se la clavó en la garganta. La habilidad en el manejo de la daga que con el gallego Francisco López había adquirido en Atabapo, le sirvió para salvar la vida del Oficial. Este, aunque sangraba abundantemente, se fijó en el rostro del pardo miliciano.
Cuando Kuati se disponía a cargarlo sobre sus hombros para llevarlo a retaguardia, lo miró fijamente y le dijo:
- Gracias, soldado. Te debo la vida.



20

Don José Solano fue trasladado a La Habana junto con los demás heridos, mientras la flota continuó la campaña por las islas Bahamas y Jamaica.
El disparo le había atravesado el muslo izquierdo y aunque había perdido mucha sangre, ya estaba fuera de peligro. Estaba interesado en conocer al miliciano que le había salvado en medio de la batalla. Ya conocía su nombre, José López, y también sabía que pertenecía al Batallón de Pardos de Caracas. Este detalle hizo que el interés del oficial creciera. El mismo había fundado ese Cuerpo cuando era Capitán General de Venezuela.
- No está en la isla, Señor. El Batallón de Venezuela está en la Goleta Barlovento y aún no ha arribado - respondió un oficial.
- Me lo traen cuando llegue - ordenó Don José Solano.

Un jolgorio se armó en el puerto el día en que atracó la mayor parte de la Flota. Música y tenderetes de comida y bebida se prodigaron por el muelle y las calles adyacentes.
La acción de Kuati en la batalla de San Agustín fue reconocida por el Comandante Andueza, y se esperaba en los nuevos partes de la superioridad un ascenso seguro.
Desde que supo el nombre del herido que había salvado, Kuati se alejó del bullicio y se refugió en una playa de aguas tranquilas. Caminó por horas. Se sentó mirando al mar desde la hilera de cocoteros que se despeinaban con el viento. Contempló cómo se hundía el sol en el horizonte. No lograba descifrar lo que sentía. Acababa de salvar al hombre que él odiaba, le había devuelto la vida al hombre del que quería vengarse. Los recuerdos de Iwina, de Cuseru, de Atabapo, de su gente engañada y traicionada por tantas promesas. Todo se agolpaba en su mente y luchaba con lo que le habían dicho de su padre, Francisco López y Fray José Antonio de Xerez... “Es un gran hombre... Te quiere... vendrá a buscarte...”
Caminó de nuevo, hundiendo sus pies en la arena. Era ya muy tarde y regresó al cuartel casi vacío. Pasó la noche mirando al techo en interminables cavilaciones.
- Le he salvado la vida, cuando lo que deseaba era su muerte... ¿Será un presagio? Mi abuelo Cuseru me repetía siempre que todo lo que sucede tiene un sentido. “Si no lo ves ahora, lo verás más tarde...”

- Soldado López. Quiero agradecerle lo que hizo por mí.
Kuati estaba de pie en el salón de Oficiales de palacio, firme sin fijar la mirada en Don José Solano.
- Cumplí con mi deber, Señor, - respondió Kuati en posición de firme.
Don José tenía una exagerada férula alrededor del muslo herido pero, aunque renqueante, ya caminaba.
- Descanse, soldado. Póngase cómodo, quiero saber algo de Usted.
Kuati lo miró ahora retadoramente a los ojos, buscando rasgos que le asemejaran a él.
- ¿De qué parte de Venezuela es?¿Es caraqueño? - preguntó Solano.
- No, Señor. Soy del Llano. De Calabozo… pero desde pequeño viví en Caracas - mintió Kuati.
- Ah, Calabozo, Calabozo… el corazón de los Llanos. Tu piel es muy clara para estar en el Batallón de Pardos.
- Mi padre era español, Señor.
- ¿Vive?
- No. Ha muerto – respondió Kuati después de un largo silencio.
La conversación se hizo larga y Don José intentó halagarle con un vino español y unas frutas. Kuati se excusé diciendo que no se sentía bien del estómago.
- En tu batallón ¿no hay ningún soldado que haya estado en el Sur, en el Orinoco? - preguntó Solano.
- No, señor – respondió Kuati secamente.
- ¡Qué tierra aquella!.. Yo era muy joven... - Don José quedó un rato en silencio asomado a la ventana antes de girar y decir emocionado - Yo estuve allí ¿sabes?.. Y desde que salí de allí no me siento en paz... Tú no lo podrías comprender... Pero no te he llamado sólo para esto. Veo que eres un hombre de acción rápida y al mismo tiempo eres muy discreto y de escasas palabras. Yo regresaré a España en la primera embarcación. Te propongo que seas mi Edecán en Madrid. Yo me encargaré de todos los permisos. Es mi manera de agradecerte lo que hiciste por mí. Sé que puede ser duro para ti abandonar tu tierra... pero también puede ser una oportunidad... ¿Aceptas?
Kuati no esperaba esta salida; no estaba preparado para ella y tardó un momento en responder. Su iinstinto de venganza relampagueó en su mente y lo empujó a aceptar el reto del destino. Recordó de nuevo las palabras de su abuelo Cuseru: “...si no le ves el sentido ahora, se lo verás más tarde”.
- Sí, señor. Acepto. - respondió Kuati secamente.

……………………………….

Madrid era una ciudad impresionante a los ojos de Kuati. Tenía unos 70.000 vecinos y más de 400 tabernas. Creía que después de haber estado en Caracas y La Habana ya había saciado su admiración. Llevaba pocos días en la capital, cuando tuvo que acompañar a Don José a una recepción que ofrecía el Rey en el Palacio Real. Había ascendido a Teniente Coronel de los Reales Ejércitos y se le otorgó el título nobiliario de Vizconde del Feliz Ardid, por sus méritos en la guerra de Florida.
Kuati se deslumbró con la majestuosidad del Palacio, los jardines de Sabatini alfombrados de setos multiformes que bordeaban estanques de agua en los que se espejaban blancas estatuas de personajes extraños. Bellas damas lucían trajes más lujosos que los admirados en Caracas.

Kuati cumplía con sus obligaciones según le habían establecido. Los miembros de la familia y los criados le observaban constantemente y se admiraban por su escaso parlamento. También él los observaba. Sólo congenió y trató más amigablemente con el cochero de la calesa. Era un andaluz que hablaba muy parecido a los caraqueños, con una jerga que aunque no entendía muy bien, le hacía mucha gracia. Con él visitaba Madrid en los ratos libres o en las ausencias prolongadas a la casa de campo que los padres de Doña Rafaela tenían en las Rozas.
Visitaron la Plaza Mayor, enorme y toda ella rodeada de Pórticos. El cochero invitó a Kuati a una corrida de toros anunciada para muy pronto en ese mismo recinto.
Recorrieron las plazas de la Providencia y la Cebada, con su gran movimiento de tenderos y abigarrado colorido. Bebieron vino de Valdemoro hasta saciarse en la Taberna de la Herradura, en donde la gritería de lacayos y escuderos desembocaba de vez en cuando en riñas en las que, por casi nada, brillaba el acero de una daga o de un florete acompañado de gritos estentóreos: ¡Voto a Dios! ¡Pardiez! ¡Hideputa! ¡Voto al chápiro verde! ¡Por Belcebú!..
En la puerta de la Taberna, sujeto con cuatro clavos leyó una vez un papel escrito en buena letra, tal vez por un borracho ilustrado llamado Quevedo:
“Toda esta vida es hurtar
no es ser ladrón afrenta,
que, como el mundo es venta,
en él es propio el robar.
Nadie verás castigar porque hurta plata o cobre:
que al que azotan es por pobre”.
(Quevedo)

Varias veces tuvieron que correr o pegarse a la pared, ante la guarra costumbre de los españoles de arrojar los orines de las bacinillas y las aguas servidas a la calle sólo con el permiso de un grito, a veces tardío: “¡Aguas van!”... Otras veces les tocó apurar el paso por la calle de la Montera frecuentada por hombres de armas y matasietes.
También asistió una vez al Corral de comedias del Príncipe para ver el “Alcalde de Zalamea” de Don Pedro Calderón de la Barca, una historia de honor que le impresionó.

Kuati observaba todo y sacaba sus conclusiones. Madrid, como Caracas y La Habana tenía un centro, la Plaza Mayor y, en este caso, el Palacio Real. Alrededor de ese centro se apiñaba la nobleza en sus distintas categorías: nobleza de sangre, de alta alcurnia, nobleza por méritos de guerra, altos burócratas y todo el personal que trabajaba directamente para el Estado. Edificios altivos, de grandes y robustas puertas y amplias ventanas, con escudo o sin él, que iban haciéndose más pequeños e insignificantes cuanto más se alejaban de ese corazón que le daba vida.
El pueblo llano y pobre, como los pardos de Caracas, recogían las migajas del Estado en la periferia.
Don José Solano formaba parte de esa élite de cercanos al poder. En 1784 se le concedió el título nobiliario de Marqués del Socorro, miembro de la Real Orden de Carlos III y fue elegido Consejero de Estado.

Pasaban los años y Kuati no se decidía a llevar a cabo su planeada venganza. Peor aún, no sabía cómo hacerla. Por largos ratos observaba a su padre en el escritorio reproduciendo mapas y documentos o lo acompañaba a recepciones, ceremonias eclesiásticas y paseos por el campo.
Le sería muy fácil estrangularlo, envenenarlo o simular un accidente. Pero había algo dentro de él que no lo dejaba y lo obligaba a dar largas a su propósito. La estancia en Madrid por tiempo tan prolongado, menguó en mucho su ardor juvenil.
Ya tenía 27 años. Cada vez le llamaba más la vuelta a su tierra. Sentía necesidad del clima cálido del trópico. Era hora de asentar sus raíces y formar familia. Fuera de algunos escarceos amorosos pasajeros, nunca llegó a pensar en radicarse en este lado del mar. Se daba cuenta que aquellos sentimientos adolescentes de venganza iban menguando.
Tal vez lo mejor sería desaparecer un día, dejando una carta para su padre...
¿Sería esa su venganza? Algo tendría que hacer.




21

1786
Kuati estaba nervioso. Ya no soportaba Madrid.
- Te quedas sólo con el señor Marqués - le dijo, despidiéndose, Doña Rafaela.
La primavera llegaba a su fin y el calor apretaba en la ciudad. Doña Rafaela y sus dos hijas partieron para la alquería de las Rozas

Estaba sólo. Sólo con su padre. El servicio de cocina y el de limpieza no ofrecían ningún obstáculo. Tenía que decidirse.
Una tarde, mientras su padre dormía la siesta, Kuati subió a los aposentos de Doña Rafaela. Por el desprecio y soberbia con que lo trató siempre, Kuati sabía que ella nunca estuvo de acuerdo con su presencia en aquella casa. Todo lo que le recordaba a Venezuela le repugnaba.
Allí estaban los cuadros de sus hijas, la mesa de escritorio y varios estuches damasquinados. En unos, estaban las joyas de familia, en otros había dijes, camafeos y rosetones de brillantes y pedrería. Cuando abrió el tercero, un poco más grande, sólo encontró papeles. Extrajo uno al azar y leyó “Fray José Antonio de Xerez”. Kuati extrajo un manojo de documentos y asombrado, comenzó a leerlos, uno a uno.
Allí había una enorme colección de cartas enviadas por su padre a Francisco López y al fraile capuchino y también, cartas de San Femando de Atabapo para Don José Solano, desde 1762 hasta este año 1786.
“...No sé por qué no me contesta. Le he enviado cuatro correos en los últimos seis meses, y no sé nada de Kuati...”
“... Dígale a Iwina que la amo como el primer día... que me comprenda...”
“...La última vez que recibí tu correo me decías que Kuati estaba muy crecido, a pesar de los 12 años... que manejaba la espada y la lanza con maestría... Han pasado años, Francisco, y no sé nada de mi hijo...”

Kuati más que leer, devoraba las cartas.
“...Ahí te mando 50 doblones de plata para Kuati y para tus gastos…”
“... No sé qué hacer. San Fernando no es el que usted dejó. Sufrimos hambruna. Los indios están escapando para el monte... Sólo queda Cuseru con su familia...le ruego nos ayude con algo... Kuati está muy rebelde. Creo que Iwina le ha infundido odio contra todo lo español... ya no me hace caso...”
“... los problemas con el Gobernador Centurión nos obligaron a salir del Orinoco...
“… Kuati salió para La Habana en un batallón de Pardos...”
“... Por favor, responda a mis correos...”

En las cartas más recientes Don José Solano escribía desesperado a los capuchinos de Caracas, a la Audiencia, al Obispo y al Gobernador de Guayana. Era como dar palos de ciego.
Kuati sentía una presión en el pecho y, a pesar de su control emocional apoyó su cabeza sobre sus brazos y lanzó algo parecido a un suspiro. Reaccionó al rato furioso, y de un mandoble esparció por el suelo de la alcoba todas las cartas.
- ¡¡El tuvo la culpa!!... ¡¡El fue el que nos traicionó a Iwina, a Kuati, a los Guaipuinabi!!!... – gritó furioso.
Se arrodilló, recogió una carta y la guardó.

Don José Solano estaba sentado en el despacho cuando entró Kuati sigilosamente.
- Señor Marqués, tengo que confesar le algo.
Solano levantó su cabeza y vio frente a él a un Kuati cuyos ojos centelleaban.
- Tú dirás, José.
Kuati quedó un rato en silencio. El no sabía dar rodeos y se decidió de una vez.
- Señor, yo no soy José López… Me llamo Kuati y nací en San Femando de Atabapo. Mi madre es Iwina.
- ¡¡¡No!!!... - Solano abrió los ojos de forma desorbitada, se levantó, quiso ir hacia Kuati, pero se le hizo imposible. Se desplomó en el suelo sin sentido.
Kuati lo recogió y lo llevó a la habitación contigua, lo acostó y buscó una jofaina con agua para refrescarle el rostro. Cuando volvió en sí, el Marqués quiso levantarse nuevamente, pero no pudo. Abría los brazos desesperadamente hacia Kuati. Este se retiró hasta la puerta, alejándose más aún de su padre.
- ¡Kuati! ¡Por fin te encuentro!.. ¿Cómo fuiste capaz de hacerme esto? - susurró emocionado Don José.
- De la misma manera como tú fuiste capaz de hacerle a mi madre y a mí lo que nos hiciste.
- Pero yo te busqué, hice todo lo posible para encontrarte ¿Qué pasó?
- Pregúntaselo a tu esposa, Doña Rafaela. Tal vez ella sepa algo.
- Kuati... Kuati... viviendo tan cerca de ti durante seis años, y yo sin saberlo... Eres cruel, Kuati.
- No más que tú.
- ¿Nunca vas a entenderme?.. Tú no hablas nacido Kuati... el Rey murió y la Expedición fracasó. Perdimos aquella frontera. Nos hicieron volver a España… - se explicaba desesperadamente Don José.
- Perdiste todas la fronteras, no sólo aquella. Perdiste a tu esposa, a tu hijo, a Cuseru, a los Guaipunabi que creyeron en ti y que tú ilusionaste…
- ¿No puedes perdonar, Kuati? Me salvaste la vida en la batalla...
- No sabía quién eras… – dijo despectivamente Kuati - Ustedes pueden hacer lo que quieren y el perdón lo arregla todo. Para nosotros, el perdón no arregla nada.
- ¡¡Tú eres cristiano, Kuati!!
- ¡¡Yo soy guaipunabi!!
Kuati dio media vuelta y salió corriendo hacia las caballerizas, eligió el rucio más fuerte y partió veloz en dirección al sur.

Cuando a los dos días regresó Doña Rafaela y subió a su alcoba se quedó petrificada al ver todos los papeles por el suelo. Los correos del Orinoco, las preguntas y las respuestas, todos los mensajes incautados a su marido. Bajó al Despacho del Marqués enfurecida.
- ¿Quién revolvió mi alcoba? ¿Quién violó mis aposentos?
El Marqués levantó la vista y la miró con profundo desprecio. Apoyó después su cabeza entre sus manos mientras repetía en voz baja:
- Todas las fronteras perdidas... Perdí todas mis fronteras...

Doña Rafaela, con influencias en la Corte, logró que un cuerpo de la Guardia Real se lanzara en persecución del ciudadano José López, acusándolo de robo y violencia.
Kuati llegó a Cádiz en el momento preciso en que una goleta estaba cargando y muy presta para zarpar con rumbo a la Habana. Se presentó al Capitán para que lo incluyera en la lista de estibadores comprometiéndose a pagar el pasaje con su trabajo.
Cuando llegaron los guardias que lo perseguían, la goleta salía a toda vela de la bahía de Cádiz.

La brisa había amainado y la goleta navegaba lentamente. Kuati, después de limpiar la cubierta, contemplaba el horizonte como tratando de indagar su futuro. No sabía qué iba a hacer. Su vida estaba hecha de rupturas. Salió de San Femando, llegó a Caracas, después viajó a las Antillas, se fue a España y ahora se dirigía hacia no sabía dónde…
Apoyado en la borda, sacó de uno de sus bolsillos un papel amarillento escrito en cuidada caligrafía. Era una especie de poema que Don José escribió a su madre Iwina. Todo un corazón enamorado latía en aquellas letras.
Recordaba cuando juntos caminaban por las inmaculadas arenas del Atabapo, buscando el árbol de la hoja de la felicidad. Y cuando ya comprometidos ante Cuseru, subieron hasta la cima de la limosa y pendiente piedra desde donde, como señalaba la tradición guaipunabi, entrelazadas sus manos se lanzaron a lo profundo de sus aguas. Emergieron convertidos en marido y mujer. Kuati continuó leyendo, hasta llegar a la firma.
Lentamente, como si estuviera partiendo algo de sí mismo, rompió la carta en pedazos cada vez más pequeños que fueron cayendo al mar. La brisa alimentaba de nuevo las velas mientras la luz decrecía poco a poco.


22

Nada se supo de José López o Kuati por muchos años...
Don José Solano rastreó el rumbo de la goleta por todos los medios disponibles que poseía el Estado. La goleta en la que partió de Cádiz atracó en la Habana, pero después de descargar, salió con rumbo a Portobelo y de ahí pasó a Cartagena. José López desapareció, se perdió en la inmensidad de las Indias. Después, contó a alguien que en cada puerto cambiaba de nombre e inventaba una nueva vida.

Pasaron los años y, a fines de 1799, apareció en Caracas con el falso nombre de Francisco Solano. Su intención era viajar hacia el Sur, el Orinoco, el Atabapo, San Fernando... Regresar al mundo que abandonó cuando tenía 17 años. Ahora tenía 40.
Kuati conocía Caracas y, a pesar de los muchos años de ausencia, sabía en qué sitios se manejaba la información sobre viajes y caravanas que se dirigían hacia los Llanos y otros rumbos de Venezuela.

- Unos extranjeros están preparando una expedición hacia el Sur. Buscan baqueanos. No creo que haya muchos caraqueños que se animen... - le dijeron allí.
El señor Humboldt, un alemán a quien se le entiende poco, y el señor Bompland, un botánico francés al que se le entiende menos, eran los jefes de dicha expedición. Aquel lo contrató inmediatamente al hacerle algunas preguntas sobre las tierras del Sur, frente a un mapa de la zona del Orinoco, del Atabapo y del Guaviare, firmado por Don José Solano. Humboldt se maravilló de la exactitud de las respuestas de Kuati.

El 7 de marzo, Kuati partió hacia los Llanos con un pequeño grupo de hombres. Humboldt les encargó de adelantarse y esperarlos en Calabozo, mientras él y Bompland se dirigían a Puerto Cabello y Valencia.
Fueron bordeando los cerros de Güigüe dejando atrás los valles de Aragua. Pernoctaron en Güigüe y llegaron a San Luis de Cura o Villa de Cura como le dicen, un pueblo de unas 4.000 personas. Kuati ya conocía el Llano desde su fuga adolescente de San Fernando de Atabapo, pero el camino que le esperaba, la inmensidad del Llano, se le antojaba bastante más largo.
En Calabozo esperaron el arribo de los extranjeros que llegaron quemados por el sol.
Encarnación, un llanero que hacía de guía les aconsejó que metieran en sus sombreros unas hojas anchas para que el sol no les hiciera tanto daño.
- Ustedes los blancos, no aguantan el sol… Se queman rápido.

El 24 de marzo dejaron Calabozo, después que los europeos examinaron las estrellas y analizaron plantas y piedras. Según iban dirigiéndose más hacia el sur, encontraban el suelo más seco y polvoriento. Ya de noche, vadearon el río Orituco, famoso por sus cocodrilos hambrientos. El llanero Encarnación, amigo de exagerar, les metía miedo:
- Esos bichos, si ven un perro en la orilla, lo persiguen hasta atraparlo...

Después de andar por largo tiempo errantes, sin huellas aparentes de sendero llegaron a una pequeña aldea, San Jerónimo de Guayabal, fundada por misioneros capuchinos y, actualmente, con gran número de colonos de la más sospechosa ralea. Muchos vagabundos de los Llanos se refugiaban en estas antiguas misiones para librarse así de la justicia civil. Atravesaron el río Guárico y vivaquearon en las sabanas al sur de Guayabal hasta que llegaron a San Fernando de Apure el día 27. Este pueblo era la capital de las misiones capuchinas de la provincia de Barinas.
Kuati ansiaba salir de esa llanura y sintió la tentación de escaparse y desertar de la expedición.
Los europeos anotaban todo, tomaban notas, dibujaban plantas, animales, se creían todos los embustes que el llanero Encarnación les contaba sobre caimanes, tigres, araguatos y toninas.
El 4 de abril, salieron del Apure. ¡Por fin, el Orinoco!
Encontraron brisa favorable y extendieron las velas para remontar hasta llegar a Caramana o Encaramada, en donde antiguamente estuvo una reducción jesuita.
El día 7 dejaron a la derecha la boca del Arauca, y a la izquierda, la misión llamada Concepción de Uruana o Urbana, una aldea de apenas 500 almas. Bajaron en la playa de Pararuma en donde había reunido un buen número de indios elaborando el aceite de los huevos de tortuga.
El 12 de abril, visitaron la antigua misión de Carichana en donde el misionero les dio una embarcación. Divisaron a la derecha la boca del río Meta y tres días después, llegaron finalmente a la aldehuela de San Juan Nepomuceno de los Atures, misión fundada por los Jesuitas. Humboldt, subido a una pequeña colina se extasió al contemplar la belleza de los Raudales.
Después de estudiar en la cueva de Atauripe unos antiguos enterramientos humanos en tinajas de barro, el misionero de Atures les acompafió hasta llegar con la embarcación al Puerto de Arriba, una ensenada a la que les costó llegar unas 6 horas.
Superados los raudales de Maipures, llegaron el 18 a la misión de San José de Maipures, una aldea con un trazado de calles más elaborado que el de Atures. Allí reposaron tres días. Kuati a orillas del río recordaba lo que su abuelo Cuseru le decía:
- Del Inírida a Maipures los Guaipunabi somos los amos...

Pasaron al lado de la isla que llaman de “Piedra Ratón” y vieron desembocar el río Sipapo, remontado en 1757 por el P. Gilij. Subieron el Orinoco dejando a su derecha la boca del Vichada, y vivaquearon varias noches en las orillas, martirizados por los zancudos.
El día 23 pasaron la noche en la laja de Nericagua, pero una fuerte lluvia los obligó a guarecerse en la embarcación a eso de las dos de la mañana. Humboldt, por la prisa y la tormenta perdió algunos libros que llevaba. Al día siguiente divisaron en medio del río una roca inmensa que llamaban el Castillito.
Hacia las 4 de la tarde llegaron a Síquita, en donde algunos indios de San Fernando tenían sus conucos. Siguieron remontando, pues todos deseaban llegar al pueblo para descansar.
En efecto, pasaba ya la medianoche cuando la expedición entró por la ancha boca que formaban el Guaviare y el Atabapo. Desembarcaron y se dirigieron a la Misión. A pesar de lo sorprendido que se mostró el misionero por tan inesperada visita, los acogió con la más amable hospitalidad.
Kuati se dirigió con premura a la casa de Francisco López, su antiguo maestro de armas. Todos dormían.
- ¡¡Francisco!! ¡¡Francisco!! - gritó asomándose a una ventana.
- ¿Quién es? - contestó una voz cascada.
- Kuati.
Los rápidos y pálidos destellos de un candil de aceite de tortuga, dejaron ver en el dintel de la puerta un viejo rostro. Francisco abrió los ojos como si viera un fantasma.
- ¡¡Kuati!! ¡¡Muchacho del carajo!! - gritó Francisco mientras dejaba el candil en el suelo.
Ambos amigos se fundieron en un fuerte abrazo. La débil luz del candil no ocultó las lágrimas de alegría que hincharon los ojos del viejo gallego. Varios ojos indiscretos contemplaban la escena desde la puerta y la ventana.
- Entra. Se acabó la noche. Prepáranos un guarapo, guarichita - le dijo a una de sus hijas - Cuenta, ¿de dónde vienes? ¿Dónde estuviste? ¿Qué hiciste? Estás hecho un viejo... ¿Te acuerdas? Te picureaste a los 17 años. Eras un carajito... ¿Y tu padre?
- No puedo responder ahora a todas tus preguntas. Vamos a estar unos días aquí y tendremos tiempo para hablar bastante. Por ahora, te diré que acabo de llegar en una expedición de dos europeos, un alemán y un francés, que van hacia el Sur. Me comprometí con ellos de guía.
- ¿De guía tú, que no pasaste del raudal de Chamuchina? - se rió el viejo Francisco.
- Va también un viejo baniba que encontramos en Maipures – explicó Kuati.
- ¡¡Como pasó el tiempo, Kuati!!.. Yo paso de los 70 y tú debes andar por los 40.

Kuati sonreía y contemplaba al viejo Francisco. Desdentado, con la cara llena de arrugas y una barba blanca descuidada, en nada se parecía al hábil maestro de esgrima y equitación que Kuati había conocido.
Francisco miraba admirado la fortaleza y los rasgos de Kuati, comparándolos con las facciones que él recordaba cuando era un niño y adolescente. Cada vez se parecía más a Don José Solano, aunque los ojos ligeramente rasgados, denotaban la belleza de lwina, su madre.
- Francisco, los demás están en el convento. Déjame colgar mi hamaca en tu casa. Estoy molido… Mañana, después del baño mañanero, hablaremos extensamente…
Kuati cayó rendido mientras las estrellas se contemplaban en la negra mancha líquida que corría frente a San Fernando y una experimentada orquesta de ranas imponían el ritmo a la noche atabapeña.

Al día siguiente, Kuati contempló con fruición el paisaje que añoraba. Aunque las primeras lluvias hacían crecer el río Atabapo, brillaban aún largas líneas de arena blanca. Los guanaguanares comenzaban a migrar, y las bandadas de garzas aún pintaban de blanco algunos árboles de las islas.
Después de tomar un guarapo caliente, el viejo Francisco y Kuati se dirigieron a la orilla y sentados en una laja blanca como la nieve, hicieron salir a flote muchos recuerdos.
- Cuando me dijiste quién era mi padre, me escapé desorientado; no sé si buscándolo a él o huyendo de mí. Estuve en los Llanos hasta que pude encaminarme hacia Caracas. Visité a Fray José Antonio de Xerez. Creo que ya murió… Me alisté en la Milicia de Pardos... pues no soy blanco. Cuando tenía 22 años nos enviaron a Cuba. Estuvimos luchando en Florida contra los ingleses. Allá conocí a mi padre.
- ¿A Don José Solano? ¿Te presentaste a él? ¿Cómo fue?
- En un momento de la batalla, le hirieron y un enorme catire lo iba a atravesar con su bayoneta. Lancé mi cuchillo como tú me enseñaste y le atravesé la garganta. Lo recogí y lo llevé a la enfermería. Después me dijeron quién era.
- Y tú ¿le dijiste quién eras? – preguntó el gallego Francisco López.
- No.

Kuati fue contando detalladamente toda su vida ante la asombrada expresión de Francisco López.
- Sabrás que estuve en tu tierra. Al regreso de Florida desembarcamos en El Ferrol. Me gustó. Muy verde y distinta de Castilla.
- La tierra más bella del mundo - sonrió el gallego.
- Después de Atabapo, supongo yo… si no, ya te hubieras ido de aquí... - añadió Kuati.

- En Caracas, en Cuba, Florida y España mi nombre era José López. Cuando me escapé de Madrid, en cada puerto que desembarcaba, cambiaba de nombre. Sabía que mi padre enviaría correos a todas partes para dar conmigo. Me refugié en Martinica y en otras islas francesas. Trabajé de agricultor, de estibador de puerto, de vigilante y de pregonero. El año pasado llegué a Caracas con el nombre de Francisco Solano. Francisco por ti y Solano por mi padre. Así es como me conocen los de esta expedición. El alemán Humboldt, leyó documentos escritos por mi padre y lleva copia de mapas pintados por él cuando estuvo por aquí.
- Kuati, - le miró fijamente el viejo Francisco - ¿Tú crees que tu padre se merece ese castigo?
- ¿Tú crees que mi madre y yo merecimos lo que él nos hizo? - respondió Kuati.
- Tenía que hacerlo, Kuati.
- ¿Por qué no lo hiciste tú? Porque amabas a tu mujer y a tus hijos. ¿Dónde quedó su amistad con mi abuelo Cuseru, con los guaipunabi? Humboldt me decía una tarde, y con razón, que Cuseru renunció a ser rey para convertirse en Alcalde. Los ilusionó. Los embaucó. Los hizo soñar y después se fue. ¿Dónde están hoy los Guaipunabi?
- Pasaron muchas cosas desde que tú te fuiste... las rencillas y peleas con Imo, Cayamu y los Irruminabi del Casiquiare, y la peste que diezmó a la población hicieron que el pueblo se redujera a muy pocos habitantes. Después de la muerte de tu madre, la mayor parte se refugió en el Inírida. Dicen que se refugiaron allá… por el cerro Mavicure.
- Aunque vivan algunos, ya no viven - explicó Kuati - Están muertos, Francisco. Mi padre nos mató, tal vez sin darse cuenta, pero nos mató. ¿Quién soy yo, Francisco? No soy español. Tampoco soy indio.. .Soy un pardo. Sé muy bien lo que esto significa, Francisco. Estuve en Caracas, en La Habana, en Cartagena, en Madrid. Soy un hombre de segunda o tercera categoría.

Francisco López lo miró con lástima. El vio crecer a Kuati desde niño. Ahora era un hombre hecho y derecho, pero no había superado su trauma de adolescente.
- Creo que estás equivocado, Kuati. Vives preocupado, obsesionado por lo que los otros piensan de ti. Mis hijos son lo más grande del mundo… Y para tu padre, yo sé que tú eres lo más grande… No importa el color, ni de quién son hijos, ni lo que digan o piensen los demás… Y yo sé, estoy seguro, que un día será así para todos.
- Leí todas las cartas a mi madre, a ti, a Fray José… Y leí todas sus respuestas. Ninguna llegó a su destino. Su esposa las escondió y nunca supo de nosotros… Eso fue lo que puso frenos a mi venganza…
- Llegará un día que comprenderás mayormente a tu padre – sentenció Francisco López.

El Atabapo, imperturbable, bañaba los pies de los dos hombres sin hacer caso a lo que ellos decían y sentían ¿O tal vez enviaba mensajes líquidos hacia el futuro?



23.

Kuati pasó esos dos días reviviendo su infancia. Visitó el pueblo en ruinas. De la que fuera casa grande de Cuseru, sólo quedaban unos horcones y un techo de palma en el suelo. Caminó silencioso por la orilla de aquel río en el que tantas veces se había solazado y jugado con sus amigos. Por más que buscó, no encontró a ninguno de sus coetáneos. Todos se habían ido. Los puinave y baniba habían sustituido a los fieros guaipunabi.
El viejo Francisco nunca quiso irse de este pueblo. El conoció su nacimiento, sus florecimientos temporales y sus menguas. Se aferró al paisaje y no quiso saber de cambios. Vio crecer a sus hijos y a sus nietos y aunque pobre, era feliz en la tierra que él había elegido. Kuati sonreía cuando, olvidándose que tenía ya 40 años, seguía aconsejándole como cuando era niño. A Francisco le gustaba tomar de vez en cuando y, durante los tres días que estuvieron juntos, hablaron, se divirtieron y tomaron mucho. No se sabe si querían recordar, olvidar, o ambas cosas.
Humboldt, mientras tanto, pasó el tiempo examinando y analizando, tomando notas y observaciones astronómicas. Con el Superior de los franciscanos se informó bien sobre el trayecto que debían recorrer.
- Subirá usted primero por el Atabapo, y luego por el Temi. Cuando el río se estreche y no pueda avanzar, le indicarán el camino a través de la selva.
Sólo hay dos frailes establecidos en esos desiertos lugares entre el Orinoco y el Río Negro; pero en Yavita se le buscarán medios de arrastrar su piragua por tierra, hasta el caño Pimichín. Si no se quiebra, bajará usted sin tropiezos por el Río Negro hasta el fortín San Carlos: después remontará el Casiquiare y, bajando después por el Orinoco, puede tornar usted a San Femando dentro de un mes.

El 26 de abril de ese año 1800 salió la expedición de San Fernando, siguiendo la ruta descrita por el fraile franciscano. Kuati, al lado unas veces de Bompland, otras veces solicitado por Humboldt, respondía a las preguntas que los curiosos europeos hacían sobre los árboles, animales, y costumbres de sus habitantes. El viaje se hacía monótono y lento, porque a cada rato se paraban en una de las lajas de la orilla para examinarla. Kuati les mostró una curiosa laja que, golpeada con una piedra, producía un sonido como el de una campana y que, según los indios, ese sonido atraía las tormentas con grandes descargas eléctricas. Humboldt sonreía incrédulo, mientras hablaba Kuati.
- Es mejor que no la hagan sonar... - les advirtió el viejo baniba que los acompañaba.
No habían navegado media legua, cuando unos nubarrones negros oscurecieron la tarde y lo que antes fuera un paisaje apacible y relajante, se convirtió en poco tiempo en un inmenso túnel negro, iluminado a instantes por zigzagueantes relámpagos.
Una brisa huracanada sopló de este a oeste con tal fuerza, que obligó a la embarcación a guarecerse en la orilla izquierda. La lluvia duró pocos minutos, la brisa fue disminuyendo y con ella, el río fue amansándose. Humboldt observó cómo la tormenta fue arrastrada por el viento hacia el Oeste y, aunque no aceptaba la explicación de causa a efecto que le había dado Kuati, desde entonces un gusanillo en forma de interrogante, se instaló en su mente de científico. En eso cavilaba mientras atravesaban el bravo raudal de Samusida o Chamuchina.
Viajaron de noche y al amanecer del día 28 superaron el raudalito y la laja de Guarinuma. Un poco más arriba, los bogas les enseñaron a la derecha, en medio de la selva, la antigua misión abandonada de Mendaxari.
Al día siguiente, ya de noche, arribaron a la Misión de la “Divina Pastora de Baltasar de Atabapo”, o como dicen los indios, de San Baltasar. Llamada así por el nombre de Baltasar, el capitán baniba que fundó el pueblo. Fueron muy bien recibidos por un franciscano catalán y pernoctaron allí.

Al amanecer del día 1 de mayo, salieron y embocaron el Temi y a las once de la mañana estaban en San Antonio de Yavita, en donde fueron acogidos con mucha amabilidad por otro monje franciscano. Permanecieron en su casa cuatro días mientras los indios arrastraban la embarcación a través del portaje hasta el caño Pimichin.
Kuati ayudó a los científicos a recorrer la selva para recoger especies de plantas desconocidas para ellos. No duró mucho la expedición, pues se sintieron invadidos por una extraña picazón en los dedos. Un indio de Yavita les curó con una infusión de la corteza de un arbusto llamado “Uzao” que, batida fuertemente, producía bastante espuma. Las fricciones con esa infusión aliviaron rápidamente la comezón que tenían en los dedos y en otras partes infectadas. El indio le regaló unas ramas de Uzao para usarlas en caso de nuevos ataques de los aradores.

Finalmente, el 5 de mayo salieron para Pimichín. Kuati veía con entusiasmo lo maravillados que estaban los viajeros. Hacía sólo unos días remontaban las aguas claras del Orinoco que corría hacia el Norte y ahora están navegando hacia el Sur por las negras aguas del Guainía o Río Negro, el gran afluente del Amazonas.
Río abajo, pronto se encontraron con una pequeña aldea denominada Maroa que, juntamente con los ríos Tomo y Aki eran el territorio natural de los indios banibas.
Después de dos horas y media de navegación desde la desembocadura del Tomo llegaron al Caño Itiniwini y a la misión de San Miguel de Davipe. El P. Morillo, misionero franciscano, los recibió con toda amabilidad, pues hasta les brindó vino de Madeira. Los barcos portugueses subían hasta allá, de vez en cuando y traían víveres y vino al Río Negro.
El franciscano le contó a Humboldt que antiguamente, un misionero consultó a sus superiores para ver si podía celebrar la misa con ese tipo de vino. Los superiores, no muy versados en geografía, creyendo que era vino extraído de la madera, le negaron el permiso.

Una lluvia no muy fuerte, pero persistente, los despertó a la madrugada. La calima no permitía ver la orilla opuesta. Allá le decían aguacero blanco. No pudieron embarcarse hasta pasadas las dos de la tarde. La humedad de la zona era tal, que parecía respirarse agua.
Al atardecer volvió la lluvia, pero esta vez con inusitada fuerza. Divisaron una pequeña isla que dividía en dos el curso de agua, y en la orilla izquierda, una aldea casi escondida. Se llamaba Tiriquín, y tradicionalmente fue un pueblo de españoles, aunque ahora son casi todos indios y mestizos. Decidieron cobijarse y pasar la noche en dicha aldea.
Después de amarrar la embarcación, cuando subían por el ligero terraplén hacia las casas, les salió al encuentro un anciano blanco, de unos 75 años seguido de hombres y mujeres. Humboldt se presento como jefe de la expedición expresándole la intención de gozar de su hospitalidad para pernoctar allí.
- Me llamo Karneni. Están en su casa. Hacía ya muchísimo tiempo que no pasaban europeos por estos ríos.

A Kuati, el nombre de Kameni no le era familiar, pero observando con detenimiento al anciano, trató de recordar la figura de alguien que él creía haber visto alguna vez. Desde lo profundo de su recuerdo, aquel rostro emergía y desaparecía a ratos. Aquel pelo y la larga barba blanca dejaban ver unos restos de mechones rojizos. De pronto, algo brilló en su mente y le hizo exclamar a baja voz:
- ¡No puede ser!

Kuati se recordó de aquel español pelirrojo que apareció un día en San Fernando, y acompañó a Francisco por largo tiempo. El era un muchacho todavía y aprendía el manejo de la lanza y la espada. El estuvo presente varias veces, cuando practicaba con Francisco y montaba caballo en la playa.
Mientras los recién llegados se acomodaban en las casas y el anciano dirigía las operaciones de alojamiento, Kuati se hizo el encontradizo con él.
- ¡Kameni! Yo conocí a un Kameni hace muchos años. Pero entonces yo era muy niño.
El viejo se volteó y lo miró a los ojos inquisitivamente. Al parecer, no le gustó que lo reconocieran.
- ¿En dónde viste a ese Kameni? – le preguntó.
- En San Femando. Pero eso fue hace más de 30 años…
- ¿Y quién eres tú? ¿Cómo te llamas?
- Francisco Solano - mintió Kuati, pues así lo conocían los de la expedición.
- Quizás hubo otro Kameni en San Fernando…
Y se alejó excusándose que debía mandar a preparar comida para los huéspedes, mientras mascullaba entre dientes:
- ¿No pasó suficiente tiempo para que se olvidaran de mí? ¿Quién será ese que después de 30 años aún sabe que existe Kameni?

Kuati después de bañarse, tomó un guaral que dejara un boga en la laja y lo lanzó como mejor recordaba. Al rato, sintió al pescado que picaba de la carnada, haló fuerte pero falló en su intento. Colocó una nueva carnada y recomenzó. Dos veces más fracasó en su intento. No aguantó más. Humillado, dejó el guaral a un lado y dijo sonriendo:
- Hasta de pescar me olvidé...
Poco después, subió a participar del caliente sancocho de báquiro que prepararon las mujeres y esperó que todos se fueran a dormir. Cuando pasó cerca el viejo Kameni con un candil encendido, le hizo una señal y acercándose le dijo:
- ¿Podríamos hablar un rato antes de acostamos? No tengo sueño.
A Kameni se le notó el disgusto y, a regañadientes aceptó sentarse en una pequeña banqueta de madera, frente al oscuro y misterioso Guainía.

- ¿De qué me quieres hablar? - disimuló su malhumor Kameni.
- ¿Usted conoció a Fray José Antonio de Xerez?
Kameni dudó por un rato en contestar.
- ¿Y a Francisco López? - insistió Kuati.
- Sí. Los conocí. Pero ¿quién eres tú? Yo no conozco a ningún Francisco Solano...
- Yo soy Kuati, el nieto del Capitán Cuseru, el jefe de los Guaipunabi.

El anciano abrió con asombro sus ojos y ya no dejó de hablar.
- ¿Kuati? ¿El muchachito que entrenaba el gallego López? ¿El hijo de Don José Solano?
- Shssss... No grite - tuvo que calmarle Kuati - Aquí nadie sabe quién soy.
- ¿Qué es de tu padre? ¿Vive Francisco López? ¿Y Fray José Antonio? Tu madre se llama Iwina ¿no? ¿Qué haces aquí con estos europeos? ¿Por qué te escondes bajo otro nombre?...

Kuati le contó con detalle su vida. Desde que vio a Kameni con aquel indio fuerte que lo trajo a San Fernando hasta hoy que volvieron a encontrarse, habían pasado más de 30 años. Le habló de Caracas, La Habana, Madrid... Le dijo que Fray José Antonio ya había muerto, pero que Francisco López vivía aún en San Fernando, viejo pero feliz. Le expuso la búsqueda del padre, sus deseos de venganza, su encuentro fortuito y la convivencia en su casa por más de tres años, sin decirle que era su hijo.
- Tal vez haya muerto. Lo dejé muy achacoso y viejo.
- ¿Todavía no le perdonas? – le dijo Kameni.
- Lo odié con todas mis fuerzas. Ahora no sé ya ni lo que siento… lo odio y lo amo a la vez. ¿Qué arreglaría el perdón?
- ¿Y qué haces aquí? - le preguntó Kameni.
Sintió hacia Kuati un ramalazo de compasión y revivió una experiencia ya vivida por él.
- No lo sé, Kameni. Por ahora camino… Voy de acá para allá, a veces me pregunto quién soy y que hago en este maldito mundo – dijo Kuati tratando de leer su futuro en las oscuras aguas del Guainía.
- ¿Quieres que te lo diga? - le habló el viejo Mamen - Estás huyendo de ti mismo. Lo mismo me pasó a mí. Te da miedo reconocerte y aceptarte como eres… Yo también fui, primero Ortega, luego Kameni, Luis de Rodrigo, etc.
- Esa es una de las cosas que me cuesta perdonarle a mi padre – respondió Kuati - Mi vida es el ejemplo de lo que ustedes hicieron con nosotros los guaipunabi. Nos destruyeron. Nos aniquilaron como raza y nos hicieron bagazo, gente de tercera clase. Yo sufrí en carne propia esta realidad que no puedo digerir, Kameni.
El anciano se calló por unos momentos, respetando el sufrimiento del mestizo Kuati.
- ¿Tú crees que las razas son eternas? Mucho antes de que llegaran los españoles a estas tierras, muchos pueblos habían desaparecido. ¿Dónde están los que dejaron esos mensajes indescifrables tallados en las rocas y lajas de los ríos? Tú dices que murió tu raza ¿estás seguro? ¿No crees que en ti surgió una raza nueva? Tú no eres ni mejor ni peor, Kuati, tú eres otro.
- ¿Una raza despreciada? - gritó Kuati.
- Yo confío en el futuro, Kuati. Mis hijos y mis nietos son mestizos… Han perdido unas cosas, pero han ganado otras. En ese ganar y perder, el hombre va descubriendo la vida y adaptándose mejor a ella. Hasta ahora, sólo has visto lo que has perdido. Trata de ver lo que has ganado. Sólo así encontrarás tu camino… Te lo dice alguien que ha pasado por esa misma experiencia.
- Usted no es indio ni mestizo, Kameni.
- Voy a contarte una cosa que la saben muy pocos. Cuando tú me conociste en San Fernando estaba en tu misma situación. ¿Te acuerdas de Tame, el indio jirajara que me acompañó?
- Sí.
- A él le debo la felicidad que tengo hoy. El me ayudó a salir de los Llanos, huyendo de las autoridades que cumplían la orden de expulsión de los Jesuitas de todo el imperio español. Yo no me llamo Kameni, como tú tampoco te llamas Francisco Solano. Yo soy el P. Ortega, un ex-misionero jesuita de los Llanos.
Kuati, que raramente exteriorizaba sus sentimientos, escuchaba disimulando su asombro.
- Huimos por selvas y sabanas. Teñí de negro mi pelo rojo, me disfracé de indio para despistar a los guardias españoles, vivimos aventuras sin límite hasta que llegamos a Atabapo. Tame, una noche, me habló seriamente:
“Kameni, deja de la lamentarte. Sal de tu escondite. Busca un nuevo pueblo, una nueva gente, olvídate que eres o eras un jesuita. Ponte a caminar y construye tu nueva vida. Ahí tienes el Orinoco. Cruza los raudales que te separan del Alto Orinoco. Aventúrate como mi viejo Kalaimi, y como él, busca tu nuevo pueblo. Rompe con todo lo que fuiste. Ya no existen los jesuitas. No te fuiste con ellos, te quedaste. ¿Para qué? ¿Para estar pensando en el pasado?”
Y aprendí la lección. Te digo lo mismo, Kuati, no huyas de ti. Encuéntrate más bien a ti mismo y busca tu nuevo pueblo, tu nueva vida. No pienses en el pasado, Kuati. Te hace daño. ¿Conoces la historia de los indios Mapoyo?
- No.
- En el Llano me contaron que un célebre capitán de los Mapoyo era el orgullo de su pueblo: valiente, sabio, previsor, preocupado por el bien de todos. Una mañana, cuando el sol se asomaba vieron su choza cerrada, cosa muy rara, pues era el primero que se levantaba al rayar el alba.
Se acercaron y al sentir un fuerte olor fétido, entraron. No se lo esperaban. El Capitán mapoyo estaba muerto en la hamaca. Grande fue el duelo de todo el pueblo y todos determinaron buscar al autor de esa muerte. Tú sabes muy bien que entre todos los indios la muerte tiene siempre, no sólo una causa, sino un causante.
Después de preparar el cadáver y hacer los ritos funerarios lo envolvieron en palmas tejidas como un catumare y lo colocaron en una gruta.
Terminado el duelo, quedaba por resolver quién era el causante de la muerte del cacique. El brujo local no supo dar respuesta, por lo que una comisión se puso en camino para consultar al famoso brujo del Capanaparo.
Después de un larguísimo viaje y expuestos todos los detalles de la muerte del capitán mapoyo, el brujo de Capanaparo dictaminó: “El que mató a su cacique se encuentra en su misma tribu y es aquel que a su regreso, no busque la muerte por si mismo”.
Con el natural desaliento se regresaron los mapoyos a su tierra. Al comunicarle a todos la terrible decisión del adivino, empezando por el Consejo de Ancianos, se despeñaron todos por la alta y empinada laja que cae en el Orinoco. Todos, hombres, mujeres y niños se precipitaron al río pues ninguno quiso sobrevivir y ser así considerado el causante de la muerte del cacique.
- Es admirable si todo eso sucedió así - dijo Kuati.
- Kuati, voy a decirte una cosa: ni el español ni el indio sobrevivirán. Los españoles, tarde o temprano se irán. Cuseru, Iwina, los Guaipunabi desaparecieron. Quedas tú y otros como tú que no son españoles ni tampoco indios. El futuro de esta tierra no es de los “puros”, el futuro de esta tierra está en los pardos, en los mestizos. Convéncete Kuati. Así pasó con todos los pueblos. No mires atrás, Kuati, el futuro es tuyo. No odies a tu padre porque él vive en ti. No te avergüences de Cuseru, de Iwina, porque ellos viven en ti. No te despeñes como los Mapoyos.
Kuati se quedó en silencio. Las palabras de Kameni le llegaron muy hondo. Después como queriendo cambiar de conversación le dijo:
- A propósito de Jesuitas… Cuando estuve en España se oía que el Papa buscaba la restauración de tu Orden.
- Kuati, tengo 8 hijos y23 nietos. Estos son mis jesuitas…
Y levantándose, le dio un ligero golpe en la espalda.
- Vamos a dormir. Piensa en lo que te dije esta noche. Mañana será otro día.

Kuati se desveló toda la noche rumiando las palabras del exjesuita:
- “No huyas de ti”... “ponte a caminar y construye tu nueva vida...” “Busca un nuevo pueblo, una nueva gente...” Iré al Mavicure. Buscaré el rastro del viejo Cuseru y su gente. De mí tal vez nacerá una nueva raza...

La aurora no se había despertado. Era de noche aún cuando la gangosa voz del alemán Humboldt, arrastrando “erres” y comiéndose los artículos, sonaba ya por todo el campamento.

- ¡¡A despertaggg!!.. ¡¡A despertaggg!!... ¡¡Hoy Ilegagg a San Cagrlos.!!...

Todo el campamento revivió en pocos momentos. Las mujeres hicieron un caliente y sabroso guarapo de mañoco que animó a la gente.
Kuati se acercó a Kameni antes de embarcarse y lo abrazó rápidamente, como sintiendo vergüenza de que esos sentimientos salieran a flote.

La mañana se desperezaba y abría sus ventanas al sol, mientras remos y palancas chapoteaban río abajo. El viejo Kameni contemplaba cómo el barco iba ocultándose en el lejano recodo del río.

Un pequeño nieto de Kameni lo despertó de su ensimismamiento:
- Abuelo ¿quién era ese indio de ojos claros y con barba...?




FIN

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