sábado, 26 de diciembre de 2009

A LA SOMBRA DEL YÉBARO (Divagancias amazonenses)

A LA SOMBRA DEL YÉBARO

(Divagancias amazonenses)


Ramón Iribertegui


1

La mirada de mi abuelo era el reflejo de su estampa. Sus ojos negros, como los de un viejo pavón cansado, después del ajile. Los movía lentamente como si ya no esperara ver nada nuevo en la vida.
Solía sentarse en un tronco, al atardecer, entre dos enormes piedras redondas y negras que, al espejarse en el río Xié, parecían las enormes tetas de mi tía Aymara... pero en negro.
Mi abuelo Kamoi al atardecer, cuando la luz languidecía y difuminaba las cosas, se sentaba allí. Se iban despidiendo los pájaros, se acallaban los ruidos y la paz silenciosa del Xié soportaba resignada a una chicharra despistada, el tímido concierto polifónico de centenares de ranas que piropeaban a la noche y el líquido chapoteo de un pavón en cacería.
La tristeza de su mirada parecía hacer más pesado su cuerpo, siempre apoyado en un negro bastón de verraco. Su pelo negro y liso se rompía en dos mitades. Las cejas casi juntas, se interrumpían con una cicatriz que parecía un acento sobre su ojo derecho. De su cuello pendía de una cadena de oro, una totuma enana pequeñita, misteriosa, negra, pintada de curame.
No quiso salir más de aquí.
Mi mamá venía una vez al año a pasar un tiempo con él. Lo invitaba a venir con ella para Atabapo pero él, nunca más quiso salir del Xié.
Este año fuimos hasta allá por un camino antiguo, un portaje de los indios. Muy temprano, casi de noche, salimos de San Carlos en una pequeña embarcación. Río Negro abajo, penetramos por el caño Mayabo, en territorio colombiano. Después de cuatro horas de viaje, pues el bongo va despacio, el motorista iba diciéndole a mi mamá los nombres de sitios o pequeños poblados: Koniwapi, Watikuare y finalmente, Mayabo.
Allí nos esperaba Félix, el motorista de mi abuelo, un kurripako silencioso, con la sonrisa fácil, que parecía que se reía de todos y de todo. Pronto colocamos las maletas en la camioneta y reiniciamos el viaje por una carretera angosta de tierra, pero bastante buena y, dejando un rastro de polvo amarillento, nos alejamos de Mayabo.
Tres horas más tarde estábamos en Zamuro, a orillas del negro Xié. Comimos lo que mi mamá llevaba preparado para el almuerzo y al terminar, ya Félix había cargado nuestra magalla en un bongo de sasafrás, estrecho y largo.
Al poco tiempo, el sonido monótono del fuera de borda me adormeció y me extendí sobre la estriba de macanilla. Desperté cuando llegábamos a Merey. Paramos y aproveché para orinar. Félix le señaló a mi mamá una carretera de tierra y le dijo que por ella se iba también al Río Negro, “abajito de Manare”, por el caño Cariaco. Esos nombres no me decían nada, pues yo apenas conocía San Fernando de Atabapo.
El sitio de mi abuelo Kamoi, estaba dos vueltas de río antes de llegar a Koté, un pueblo llamado por los brasileros, Velho Yarumare.
Era una casa grande casi toda ella cubierta por las hojas tristes de un gigantesco yébaro que cuando florecía, teñía de lila el techo de palma. A su alrededor se arrimaban cinco casas más pequeñas.
Aunque el interior tenía las comodidades básicas, el exterior no se diferenciaba de las casas típicas indígenas de toda la Amazonia.
Antes de arrimar en el puerto, me zambullí en el río lanzándome desde la proa. Fue el primero de los muchos baños que, durante ese tiempo, me di en el Xié.
Hablaba poco mi abuelo. Observaba mucho. Unas veces sonreía tristemente, como haciendo un esfuerzo enorme, otras veces lo sorprendía con su triste mirada fija en mí, como un «bukúkuri».
Lo que sé de él me lo contó el tío Ipa, un viejo kurripako que trabajó siempre con mi abuelo y que, aunque no son parientes, desde jóvenes nunca se separaron. El tío Ipaminare era todo lo contrario a mi abuelo. Sus ojos eran saltarines como dos tucusitos nerviosos. Era un gran conversador, y tenía fama de embustero. En la zona, cuando alguien contaba una cosa increíble, o un embuste, le decían “Ipa”.
A veces nos daban las 11 de la noche y yo, con la boca abierta escuchaba las fantasías, los cuentos y todo aquello que el tío Ipa me contaba. Cuando me hablaba, yo me armaba un lío, pues ya no lograba distinguir la frontera entre lo que era cierto y lo que era embuste.
Cuando me reía incrédulo, él hacía mayor esfuerzo en convencerme con su impertérrita seriedad.
“...yo era un chamo todavía. Como 17 años tendría. Tomé mi bácula, puse en mi chácara 10 cartuchos, mi chinchorro, la pila con la frentera, café y un cuartillo de mañoco, fósforos y mi pusana, y arranqué p’al monte… Eran las 6 de la tarde. Caminé largo entre río y sabana, por allá donde ahora queda el Aeropuerto de San Fernando, cerca de Trapichote.
Se hizo de noche. Oí roncar e! tigre, avancé unos metros y me subí rápido a un manteco; prendí la frentera y a mi derecha pude ver los dos ojos que brillaban como dos candelas en la noche. Alisté la bácula y, cuando ya lo tenía para meterle los guáimaros entre los ojos, de repente se apagaron. No lo volví a ver. Era un tigre mañoso.”
- ¡No sería un dañero! - le pregunté.
- No. A esos los conozco yo.
Cuando le hice esa pregunta noté que el tío Ipa palideció e hizo una mueca como para reprocharme, pero pronto lo disimuló.
“...bajé del árbol y seguí caminando. De pronto, noté un ligero movimiento cerca del talón de mi pie. Rápidamente me volteé y pude ver una tremenda cuaima que silbaba amenazadora. Con tiento saqué el machete y, ¡zas!... la partí en dos mitades que siguieron moviéndose y brincando por largo rato.
Seguí caminando cuando noté que iba brincandito, como si una pierna fuera más corta que otra. Me paré un momento, me quité la chola y… cuál no fue mi sorpresa al ver que la goma de la chola en donde había mordido la cuaima se había hinchado tremendamente...”
- ¿Se le hinché la chola, tío?
- ¿No se iba a hinchar con tanto veneno? – dijo todo serio.
“… Seguí caminando hasta llegar a la orilla de un caño, cerca de un “lambedero” donde las lapas y los dantos suelen acercarse a beber Me fue bien. Maté una lapa bien gordita, la descuarticé, limpié y monté mi campamento. Prendí candela, y asé una pata que me la comí con mañoco remojado y el ají chirel que siempre cargo.
Eran ya las 11,30 de la noche. Colgué mi chinchorro y me dormí hasta las 5.
… Al amanecer, el agua del caño parecía de nevera. Antes de zambullirme me quité el reloj y lo colgué en la rama de una matica de unos 20 centímetros de alto.
Bien bañado y después de tomar mi guarapo, regresé poco a poco. El sol apenas se alzaba…
De regreso, llegando al deshecho que está a la entrada de San Fernando, quise saber la hora y me percaté de mi despiste. El reloj se había quedado en el monte, colgado en la matica. Era un reloj suizo, muy bueno.
- ¿Y regresó por él? - le dije.
- - Aquí viene lo bueno, sobrino...
“Pasaron 25 años. Un día se me ocurrió ir de cacería por aquellos lados. Después de una jornada de faena en la que no cacé nada, cansado de caminar colgué mi chinchorro entre dos yagrumos. Cada vez que me despertaba oía algo que decía: “I-pa, I-pa, I-pa”. Yo creí que era un tipo de rana que yo no conocía.
Me dormía, y al rato me desvelaba el mismo ruidito: “I-pa, I-pa, I-pa” El ruido venía como de arriba, no del suelo.
Al amanecer, cuando se ya alborotaban los pájaros y los araguatos voceaban bulleros, me puse a escuchar y pude distinguir lánguida, pero persistentemente. “I- pa, I-pa, I-pa”. Ya me pude orientar mejor con la luz y vi algo que brillaba en la copa de un altísimo árbol de goma. ¿Qué será eso? – me dije. Rápidamente, hice una manea con el cinturón y comencé a subir el tronco.
Cuál no sería mi sorpresa, sobrino, al encontrar en lo alto de la copa mi reloj abandonado hacía
25 años, funcionando perfectamente y que me decía, ahorita cada vez más rápido, debía de ser por la alegría de encontrar a su dueño: “I-pa, I-pa, I-pa, I-pa....”

Cuando me vio reír incrédulo, se dio media vuelta diciendo:
- Ustedes los jóvenes no creen en nada.
Yo iba detrás de él, repitiendo: “I-pa, I-pa, I-pa... ¡¡ Qué tío más embustero tengo!!. Y corriendo, me zambullí en el negro Xié.
Cuando saqué la cabeza, vi a mi abuelo todo serio, con la mirada fija en mí. Le grité saludando con la mano pero no hizo gesto alguno.
Es muy misterioso mi abuelo.



2

Día 10 de Mayo
Amaneció lloviendo.
Las grandes ciudades se acostumbran a dormir con ruido y su despertar apenas se nota.
A las 6 de la mañana, la autopista que unía el sector antiguo con la ciudad satélite de Trapichote, pasando por el nuevo Aeropuerto, cobraba movimiento. San Fernando es hoy una ciudad de un cuarto de millón de habitantes. Hace 25 años tenía apenas 35.000.
Fundada en el siglo XVIII por los españoles, el casco antiguo de la ciudad se conserva aún en viejo estilo colonial, rodeando una Plaza en cuadro, muy bien cuidada e iluminada, con una antigua Iglesia en armonía con el conjunto.
El bello y moderno boulevard, al estilo de “lungo mare” italiano con excelente alumbrado, que serpentea las orillas del Atabapo desde la Punta de Lara hasta el mirador de Wasuriapana bordeando Marakoa, era el símbolo de una ciudad alegre y abierta.
En la zona más alta, en donde estaba el antiguo aeropuerto, un complejo turístico de ocho edificios de más de diez pisos, formaban una barrera de gigantes entre el Atabapo y el Orinoco. Desde sus terrazas se contemplaban paisajes de ensueño: mirando al norte, la Laguna de Tití, convertida hoy en un balneario natural con todo tipo de diversiones, el puente colgante sobre el Orinoco que enlaza con la autopista que conduce hacia el norte, además del espectáculo natural de la desembocadura del Guaviare y el Atabapo en el soberbio Orinoco. Hacia el Sur, en temporada veraniega, se abre el paisaje inimitable de las blancas playas atabapeñas, famosas y promovidas en todo el mundo por las compañías turísticas.
Tras varios kilómetros de autopista con múltiples salidas hacia las urbanizaciones de Cascaradura y Magua que la rodean, y poco antes de la ciudad satélite está el Aeropuerto internacional.
De Trapichote parte también el tren hacia el Sur que une San Femando con Maroa y San Carlos, una auténtica obra de ingeniería japonesa, en donde se combina el ferrocarril terrestre con el aéreo.
El Mitsubishi 3.000, gris plomo, recorrió la autopista en pocos minutos, se deslizó a poca velocidad por las calles coloniales de San Femando y desembocó en el sector residencial frente al «Chamuchina Resort».
Un hombre descendió del coche y apresurado subió las escaleras hacia el hall. De mediana estatura y rasgos indígenas poco señalados, vestía chaqueta deportiva negra y pantalón gris. Después de dirigir su mirada hacia los pisos superiores, entró y se dirigió al recepcionista. Platicaron brevemente. Tomó un periódico y se sentó en el elegante tresillo de mamure que adornaba el hall.
Una señora barría los últimos escalones. Era de tez casi blanca pero con los pómulos altos y ojos de almendra. El hombre bajó el periódico y lo subió nuevamente. La bedel siguió barriendo acercándose cada vez más al asiento de mamure. De pronto, el hombre dejó caer un llavero y la bedel rápidamente lo recogió y se lo dio, al mismo tiempo que introducía la otra mano en el bolsillo del faldón. Sonriente y disculpándose, desapareció con mucha naturalidad, escaleras arriba con sus utensilios de limpieza.
El hombre consultó el reloj. Con calma dejó el periódico en el mostrador y después de dar unos pasos, salió como despreocupado; fue hacia el Mitsubishi y apoyado en su parte trasera, encendió un cigarrillo. Simulando ver ascender las volutas de humo, se fijaba en los pisos intermedios del Hotel.
De pronto, se abrió la puerta del hotel y apareció una joven con un vestido crema, anteojos negros de marca y bolso canela. El hombre apagó el cigarrillo y elegantemente le abrió la puerta trasera del carro.
El Mitsubishi 3.000 se deslizó por las céntricas calles de San Femando dirigiéndose al muelle turístico de Marakoa, en donde les esperaba un yate con un 200 HP en marcha. Cuando el hombre y la joven estuvieron a bordo, el yate dejó tras de sí una estela blanca que partía en dos las negras aguas del Atabapo.
Eran las 8,30 a.m.
El Mitsubishi 3.000 volaba en dirección al Aeropuerto. Un Hércules de carga lo engulló en su vientre poco antes de tomar vuelo hacia el norte.



3

Kamoi regresó cansado de la Universidad “Simón Bolívar” de Caracas. El postgrado en Nuevas Tecnologías era fascinante pero lo agotaba. A pesar de sus largos años de estudio, añoraba la libertad de sus selvas, lo relajante de sus ríos y el calor de su ambiente. Cada vez que se bañaba en la ducha, soñaba con las zambullidas en el bello Orinoco, allá frente a la desembocadura del río Mavaca. Cuando salía de la ducha, despertaba de su sueño y mientras se secaba, pensaba en el poco tiempo que le faltaba para su regreso.
La Residencia, logro conseguido por los estudiantes amazonenses después de muchos años de lucha, era una Quinta enorme situada en Las Mercedes, remodelada muy inteligentemente, que cobijaba a unos 30 estudiantes elegidos rigurosamente por su brillantez intelectual.
Kamoi era el único indígena yanomami. Los demás tenían una lejana raíz indígena, el residuo de algún apellido o las bromas genéticas que el tiempo jugaba dando algún “salto atrás”, muchas veces no deseado. El alabado mestizaje sudamericano terminó enterrando a centenares de etnias indígenas.

Kamoi relajado, en bata de baño, se sentó en la sala de estar, esperando la hora de la cena. Contemplaba en la TV la repetición de las jugadas más brillantes de un juego de beisbol. Ya se había ensimismado en sus pensamientos, viendo sin mirar, cuando lo despertó un EXTRA vociferado, como es normal en toda televisión venezolana que se precie:
- “El Hotel Chamuchina de San Fernando de Atabapo en el Estado Amazonas acaba de ser destruido parcialmente. A las 8,45 de la mañana de hoy, una gran explosión sacudió a la población sureña. Se desconoce aún si hay daños personales, pero se espera lo peor, pues las plantas 5 y 6 del edificio quedaron reducidas a escombros. La explosión tiene todos los visos de ser un atentado y, aunque nadie lo ha revindicado, se sospecha del FYL, el “Frente Yanomami de Liberación”. La planta receptora de satélite de Amazonas fue inutilizada también por una falla que aún no ha podido ser reparada. Más detalles dentro de breves momentos”.


Kamoi trataba de serenarse en la sala de espera del aeropuerto de Charallave. Compró una revista y aunque trató de leer un artículo sobre los últimos adelantos de la Red, no lo logró.
Su padre, solía pernoctar en ese hotel cuando viajaba a San Fernando. Sólo dos días antes había hablado con él y no le dijo nada sobre futuros viajes a San Fernando. Además, lo que le preocupaba profundamente era Chila, su joven amiga colombiana graduada en idiomas, que trabajaba en el Hotel como traductora.
Montó en el avión y aunque intentó serenarse, la imagen de una mujer toda ensangrentada no salía de su mente y, aunque la borraba continuamente, viendo por la ventanilla las plomizas nubes, no le presagiaban nada bueno
La zona céntrica de San Fernando se llenó de curiosos. La Guardia Federal y la policía impedían el acceso por las calles adyacentes a la zona de la explosión. Bomberos y paramédicos iban y venían, sacaban heridos del edificio y en las diversas ambulancias los transportaban al Hospital “Samuel Darío Maldonado”, cercano a la Plaza Bolívar. El quirófano no cesó de funcionar todo el día tratando de resolver las urgencias más inmediatas. Las plantas 2 y 3 del Hospital se congestionaron rápidamente, por lo que se tuvo que habilitar el piso 4. El Director llamó al personal del Centro Médico de la ciudad satélite de Trapichote, para que les ayudara en estos primeros momentos.
Los detectives policiales en sus primeras pesquisas buscaban a una mujer de mediana edad que trabajaba de bedel en el hotel. Muy pronto fueron citados también a la sede policial varios de los miembros más activos y conocidos del AI.
En la Central Policial el Comisario Chuga, de pelo aindiado, pequeño y de mirada impenetrable, alzó el mentón provocador no por actitud de soberbia, sino porque lo largo de sus párpados superiores le impedían abrir los ojos con normalidad. Después de fijarse en su libreta comunicó a los periodistas los nombres de las primeras víctimas identificadas, pero no quiso dar pistas sobre los posibles móviles del mismo: Mr. Dickinson, norteamericano, alto representante de los Laboratorios York; el Sr. Kurtz, delegado de la Bayer europea y el Sr. Yokuma, científico de la Universidad de Kyoto, Japón, además de 6 turistas franceses que residían en la planta 5 del Hotel y 13 heridos de variada gravedad.
Al mismo tiempo por la Autopista del Aeropuerto a San Fernando, un taxi superaba los límites de velocidad permitidos por el radar. Chirriaban sus cauchos en las curvas y la gente se volteaba molesta. Ya en plena urbanización “José Solano” frenó delante de una modesta casa de tres plantas.
Kamoi llamó con insistencia. Apareció en el umbral el Sr. Yavinape, amigo y compadre de su papá. Después de servirse una yucuta helada, bebida indígena que ya pocos usaban, se sentaron y hablaron más serenos. La noticia de que su papá no estaba en el Hotel, lo tranquilizó, pero su angustia no cesaba. Quería saber de Chila, la joven colombiana.
Yavinape salió un momento y regresó con un hombre pequeño, cetrino, poco pelo y de mediana edad. Es hombre de confianza de Yavinape. Le dicen “Mamey”, madrugador empedernido que, haciéndose el borracho, es el mejor agente de inteligencia del Comisario Chuga. Acababa de llegar del lugar de los hechos y se dirigía otra vez para allá.
Según él, Chila no está entre las víctimas del Hotel Chamuchina.



4


En la terraza del Café “Fadel” frente al silencioso Atabapo, un señor de mediana estatura, lentes oscuros y chaqueta negra, devoraba “El Correo del Yapacana”, periódico del que sólo levantaba su mirada fría por encima de los lentes, cuando sorbía su café.
“...El descubrimiento del Rizophus auriensis, una planta cuya raíz es la base indispensable del medicamento que está revolucionando la medicina a nivel mundial. Por fin el hombre está derrotando el VIH ese enemigo que llenó de víctimas impotentes todo el universo en el último siglo. A pesar de los estudios sobre el mapa del genoma humano realizado en los últimos años, la esperanza de eliminar estas dos epidemias se hacía cada vez más larga.
El Rizophus auriensis, es un pequeño rizoma endémico del Amazonas venezolano, muy abundante sobre todo en la ladera oeste de la sierra Parima, en pleno territorio ancestral yanomami, y aunque raramente, también se encuentra en algunos pequeños nichos ecológicos de extensión reducida, como en el alto Atacavi en la periferia de la penillanura del Casiquiare, en las laderas del Aratitiope en la cuenca del Río Siapa y en las laderas del Duida y Marawaka, así como pequeñas manchas en las fuentes del Wapuchí en la cuenca del Ventuarí.
Los estudios y análisis realizados dieron resultados sumamente favorables, por lo que los grandes laboratorios y Compañías farmacéuticas movieron sus hilos y trataron de entrar en el negocio.”

Cada vez más embebido en su lectura, no se percibía de lo que le rodeaba. Si era policía, lo disimulaba muy bien. Poco suspicaz, con cierto aire de despiste, parecía un prematuro pensionado pasando el rato.

“Amazonas hasta unas décadas atrás, era un estado que ocupaba el último puesto en el desarrollo de Venezuela, con un nivel altísimo de pobreza, sin medios de comunicación, con una educación atrasada, sin otra fuente de vida que la chata burocracia estadal que impedía todo avance, con una clase política convencida que los turnos en el gobierno eran momentos que el destino les deparaba para aprovecharse lo más pronto posible, pues la realidad es cambiante, como los colores. Todo era de colores, cada partido tenía un color se votaba por colores, los vestidos, las franelas, todo era de colores…
Por muchos años los gobiernos no tuvieron ningún proyecto unitario. El enriquecimiento personal de ciertos gobernadores y de su entorno era meridiano, todo el mundo lo observaba, pero nadie fue preso por corrupción. Todo el mundo hablaba de corrupción, pero a nadie se le condenó. El enriquecimiento ilícito jamás comprobado era el mayor aliciente para conseguir cualquier cargo. El pueblo se contentaba con recibir limosnas en el año electoral y luego pasaba hambre los años siguientes.
Se gobernaba al día, con el sistema de ensayo y error se hacían obras que después no se usaban, casas sin calles, calles sin casas; Puerto Ayacucho y los demás pueblos del interior tenían los brocales y aceras más caros y numerosos del país, pero el Hospital Central fue por muchos años un antro, estrecho, mal equipado y de escasa capacidad.
Por otros tantos años nadie se interesó de la Educación Superior y en ese tiempo, miles de jóvenes se frustraron al no poder seguir estudiando por la escasez de recursos, dando lugar a una generación resentida y alcoholizada. Un Instituto Tecnológico que se inició con grandes esperanzas, tardó 20 años en afianzarse, aunque siempre fue el centro de las promesas de todos los candidatos.
Puerto Ayacucho, fue la capital fruto de esta época gris. Enclavada en uno de los terrenos más inhóspitos y feos de la geografía venezolana, un terreno irregular con afloraciones de inmensas lajas entre dispersos chaparrales, terreno que no es sabana guayanesa ni selva amazónica, sino un híbrido extraño. Creció y se expandió de forma desordenada, sin proyectos, sin plan, ni gusto; fue la estampa de mentes caóticas, reñidas con la estética urbanística.
Los últimos 40 años del pasado siglo fueron de una democracia formal, esto es, donde sólo se conservaron las formas.
Venezuela se abrió al siglo XXI con una nueva Constitución que buscaba alcanzar una democracia real. Fue un momento en donde un liderazgo militar nacionalista, fue considerado por el pueblo como necesario para romper la hipocresía de las formas y acabar con el exceso de palabras y llegar a una mayor concretez en las cosas esenciales como lo eran la pobreza material y espiritual del pueblo.
Este liderazgo demostró, una vez más, que el militar está incapacitado estructuralmente para llevar adelante un proyecto político. No estuvo a la altura y cayó en las mismas redes de la formalidad anterior y lo que parecía ser ruptura, fue un burdo y trasnochado populismo. Al pueblo se le engañó y, desencantado nuevamente, apoyó a nuevas fuerzas que después de varios años de indecisión, en un proceso de reacomodo y oteando nuevos horizontes de proyectos políticos, lograron triunfar y darle a Venezuela una esperanza a largo plazo.”

Cansado de la lectura dejó el periódico abierto encima de la mesa y se dirigió a los lavabos. Una camarera se acercó a la mesa vacía y, levantando el periódico, simulando la limpieza dejó debajo del servilletero un papel doblado.
Al regreso del lavabo, se sentó de nuevo, no sin antes gesticular hacia la barra pidiendo otro botellín de agua mineral. Tomó el periódico nuevamente.

“A partir del año 2.099, en el país se estableció una Constitución que convertía a Venezuela en un Estado Federal, en donde los procesos de descentralización se llevaron hasta las últimas consecuencias.
Una nueva generación de jóvenes políticos, se comprometieron a llevar adelante proyectos de Estado, en donde la planificación se anteponía a la improvisación y se dejaba ya de considerar al pueblo como conejo de laboratorio. A cada estado se le concedieron todas las competencias económicas y sociales propias, dejando al Estado Federal lo referente a las Fuerzas Armadas y las Relaciones Exteriores.
El boom del Amazonas comenzó en el año 2.117 cuando como estado federal monopolizó y controló la materia prima del Rizophus milagroso.
Los inversionistas extranjeros compitieron entre ellos en dar al Amazonas créditos blandos; compañías transnacionales invirtieron millones de dólares creando nuevas estructuras que transformaron la realidad social y económica de un Estado mísero en un estado moderno y progresista.
Una cláusula esencial en todo tipo de negociación era que la elaboración y transformación farmacéutica debía ser hecha aquí en el Amazonas.
Era un arma de doble filo.
Por un lado, parecía que al menos las grandes potencias perdían una vez; pero por otra parte, la elaboración química del producto farmacéutico traía consecuencias irreparables para el medio ambiente, debido al uso de químicos y elementos altamente peligrosos y contaminantes. Ya empezaban a notarse en las zonas aledañas a las grandes instalaciones de los laboratorios. No se sabía si las naciones ricas, dueñas de las transnacionales perdían o ganaban con la aprobación de dicha cláusula.
La verdad era que esta cláusula no fue aceptada por toda la población amazonense.
El único grupo étnico que perduraba organizadamente era el Yanomami, el dueño del mayor reservorio de Rizophus auriensis.
Con muchos años de sólida organización, con un sistema educativo propio, con gente preparada en las mejores Universidades, y con la conciencia propia de ser un pueblo fuerte, el pueblo Yanomami apoyó mayoritariamente un movimiento independentista que buscaba la creación de un estado yanomami que abarcara su territorio venezolano y brasileño.
Desde años atrás, un proyecto educativo propio, a imitación del implementado por la población tamil de Sri Lanka, había encendido la mecha del nacionalismo yanomami. Los textos de Historia y Geografía regionales que se estudiaban en las Escuelas Yanomami, apenas nombraban a Venezuela. Con la excusa de la valorización cultural particular se manipulaba la historia de una forma grotesca. Los héroes mitológicos ancestrales Omawe y Yoawe y unos folklóricos personajes llamados Iriyowë y Tominawë sustituyeron a Simón Bolívar y a los demás próceres que se consideraban extranjeros.
El FYL estaba considerado como movimiento terrorista y era perseguido por todas las fuerzas de seguridad del Estado Federal venezolano.
Pero las ideas políticas del FYL estaban representadas a nivel de estado por el AI (Autonomía Indígena), partido legal considerado su brazo político y que todos consideraban una simple mampara del FYL. Los hijos de los dirigentes y simpatizantes del AI eran miembros activos o participaban indirectamente en las acciones terroristas del FYL.”

El camarero le sirvió el agua. Y sin dejar la lectura bebió en pequeños y lentos sorbos.

“El estado Amazonas es hoy un estado en proceso de modernización continuo y en algunos aspectos está a la cabeza de la mayor parte de Venezuela.
Las ciudades miserables del interior se convirtieron, de la noche a la mañana en emporios modernos con todo tipo de comodidades, cada una de ellas con un influjo predominante de las empresas enclavadas en su territorio.
Puerto Ayacucho, la antigua capital, quedó reducida a lo que era antes, una triste aldea. Su lejanía de los centros de producción y elaboración la redujo al olvido.
La nueva capital del estado es La Esmeralda, bella ciudad que se extiende a las faldas del imponente Duida, tepuy tan bello como antiguo. Construida con una planificación minuciosa, con avenidas amplias y edficios de poca altura, en ella reside el Gobierno estadal, las representaciones del Gobierno Federal y es sede del Comando Unificado de las Fuerzas Armados, Región Sur.
Apolinar Díez de la Fuente, el Capitán español que fundó este pueblo en 1759 no soñó nunca que aquella aldea aledaña al Duida, llegaría a convertirse en una ciudad tan bella. Detrás del desarrollo y rápido crecimiento de esta ciudad está el capital norteamericano representado en los intereses de la General Mixt y otras grandes empresas, que dominan la zona productora de las faldas del Duida y Marawaka y esperan impacientes la entrada en el corazón del territorio yanomami, el más rico de Rizophus auriensis, pero también el más irreductible enemigo de la apertura al capital extranjero.
Maroa se había convertido en una bella ciudad de 65.000 habitantes, gracias al capital inglés de la transnacional Bird que domina la zona productora del Atacavi y la cabecera del Temí. Maroa fue siempre la ciudad más ordenada y limpia del estado, la gente, especialmente las muchachas que desde siempre se consideraban las más finas, ahora con el respingado toque de educación inglesa son presumidas o como se dice aquí, “faramallerísimas” e intratables para el común de los mortales.
San Carlos de Río Negro, antigua ciudad con casi 100.000 habitantes, cambió su imagen totalmente gracias a los euros alemanes de la Bayer que controla la zona delAratitiope y el Siapa manteniendo un próspero comercio de intercambio y contrabando con Brasil.
Una bella autopista une San Carlos con Solano, población que se convirtió en un bello centro de turismo exclusivo, el “Tarira Tours “, que controla las bellezas incomparables del Pasimoni y las nuevas rutas hacia Brasil
El ferrocarril que lo une a Maroa y San Fernando de Atabapo, está en su fase final para unirse en Cocuy con las ferrovías brasileras, por lo que, en breve tiempo, el sur de Amazonas estará comunicado por tierra con Brasil
Manapiare es el centro agrícola y pecuario del estado. Grandes inversiones para la siembra de grandes pastizales en sus sabanas, sus tierras mejoradas con un sistema de fertilizantes inventado por Israel y el apoyo del capital portugués, hicieron de esta zona el granero del estado.”

Bebió otro sorbo de agua.
El carillón de la vieja Iglesia sonó desafinado las 2 y media de la tarde....

“Aunque la capital del estado es la Esmeralda, San Fernando de Atabapo es la ciudad turística y comercial por excelencia. Allí se mueve el “bussiness” internacional; allí se fraguan los grandes negocios. Los bellos y cómodos hoteles atabapeños, con sus playas y paisajes incomparables, entre cocteles, bellas mujeres, un clima sano, agradable y animada vida nocturna son el marco ideal creado por un gran consorcio turístico español e italiano. Los vuelos charter y privados en pleno verano, producen una congestión de tráfico aéreo tal, que se tienen que habilitar para vuelos internacionales los aeropuertos cercanos de Santa Bárbara y Síquita.
Ya no se recuerdan los años aquellos que cuentan las viejas crónicas, cuando los habitantes de Atabapo tenían que hacer cola todas las mañanas delante del Comando de la guardia, para poder comprar un tanque de gasolina para ir a pescar o viajar
Todo el Atabapo desde Santa Cruz a San Fernando es un bullir de gente. Los pequeños Resort “Alirio‘s”, “Tentu Hotel” “Wachu Resort” y muchos otros, los servicios de yates, que mezclan la comodidad con la aventura, son promocionados por las más exclusivas agencias de viajes.
Además de su belleza natural, los Casinos y grandes Salas de Fiestas como la “Kunikuni Music”“Parador Baré “Cayupa Band Dance” y “Katán Music Hall” con música en vivo y variedades atraen a la jet set internacional. Atractivos y enormes locales de “Sex shop” como
el “Cruz & Eliseo Embustes” dan a San Fernando un aire de ciudad cosmopolita.
A nivel cultural, San Fernando se destaca por la variedad de recursos culturales que promueve. El conservatorio de música «Pascual Silva” es, desde hace muchos años semillero de músicos excelentes que surten a la Orquesta sinfónica de Atabapo y otras ciudades, a la vez que educa y promueve todo tipo de grupos musicales de diverso género y ritmo.
El Taller de Arte “Lugo Bueno” genera artistas especializados en pintura, escultura, tejido, artesanía clásica, pop, moderna, futurista, indígena, cuyas muestras y obras de arte se presentan en las mejores salas del país y son conocidas internacionalmente gracias a la famosa “Bienal Amazonas”.
Los periódicos de mayor tiraje a nivel regional son “El Correo del Yapacana” del Grupo Azavache - Polar, “ElAmazonense” del Grupo Chuma - Sofós, «La voz del Máwari» del Grupo Aguila. Estos poderosos grupos dirigen también la mayor parte de las televisoras y emisoras privadas.
Hay una Universidad pública en San Fernando y un Instituto Tecnológico privado, situado éste en lo que antes fue la antigua Escuela “Junín “de los Salesianos. Este grupo religioso fue reemplazado hace ya muchos años por la Acción de Dios (A.D.), una escisión del antiguo Opus Dei, del santo Marqués de Escrivá.
A nivel deportivo, la escuela de fútbol “Saco and Ron Sport “proporciona craks atabapeños a equipos prestigiosos: Real Madrid, Inter de Milán, Manchester, Proveedores y Kukurital Boys...
El paisaje, la cultura, los negocios, el clima y la gente hacen de San Fernando una ciudad envidiable....”

Se quitó los lentes y frotándose los ojos con los dedos, como queriendo borrar el cansancio, dobló el periódico y lo introdujo en el bolsillo derecho de su chaqueta. Le trajeron la cuenta y levantándose después de cancelar salió en dirección al boulevard fluvial.
Ya salía del Café Fadel cuando una camarera corre y apresurada le dijo:
“Señor, se le olvidó una nota en la mesa. Debe ser suya”.
Tomó el trozo de servilleta, leyó los garabatos escritos, y agradeciendo con una fría sonrisa a la camarera, se perdió en el boulevard.


5

Don Ipa, sentado en la proa, preparaba los guarales. Ocho cilindros de palo de boya recogían ordenados otros tantos guarales con sus respectivos plomos y anzuelos.
Cuando salía de casa, saludé a mi abuelo Kamoi y le pregunté qué pescado quería que le trajera. Me tomó del brazo con fuerza, me miró fijamente con sus ojos negros y muy tristes y apenas logré entender:
- A ella le gustaba la “Vieja lora”...
Me soltó el brazo y bajó el rostro. Cerca del puerto miré a la casa y allí estaba sentado el abuelo con la mandíbula apoyada en las manos que sostenían su bastón de verraco. Y al fondo el inmenso y triste yébaro.
El motor dejaba una estela, primero dorada y luego blanca en las aguas negras del Xié. Don Ipa me gritaba señalando, ora una inmensa roca a nuestra derecha, ora una bandada de escandalosos pericos en la copa de una ceiba, pero a mí no se me olvidaba la mirada triste y profunda de mi abuelo Kamoi.
Con el monótono ruido del motor yo no tenía muchas ganas de hablar, por lo que me dediqué a contemplar silencioso el paisaje. Era una borrachera de verdes: verde claro, amarillento, denso, oscuro, cenizo; árboles como queriendo beber, se inclinaban a ras de agua, matorrales orilleros que no permitían ver tierra... Cuando estaba ebrio de verde, contemplaba las negras aguas, tranquilas, adormecedoras, tanto que, pronto empecé a cabecear y al poco rato me olvidé de mí mismo encima de la estriba del barco.
Me despertó el pequeño golpe del bongo al frenar de repente. Félix, el motorista kurripako, limpió la propela de hojas intrusas.
- Ya estamos llegando a la laguna. Prepara tus anzuelos, que hoy vas a aprender a pescar con un maestro - me dijo Tío Ipa.
El motor se puso nuevamente en marcha y al rato, a poca velocidad nos introdujimos en la espesura del monte por un cañito camuflajeado, bajo un emparrado de raíces aéreas, bejucos y troncos caídos. Yo no hubiera sospechado que esa era la entrada de una laguna maravillosa, que poco a poco se abría y dejaba ver sus blancas playas orilleras y unas negras rocas en el centro.
Bajamos en una de las playas y después de sacar la magalla, Félix limpió rápidamente el monte ralo bajo unos árboles que extendían su sombra acogedora.
- Bueno, caballero, ahora le toca trabajar, porque de otra forma no hay comida. Vamos a buscar carnada.
Salimos los dos hacia la orilla y entre unas raíces que bajaban hasta el río, nos pusimos a escarbar con el machete. Pronto Don Ipa llenó una latica con un montón de tierra negra en donde formaban nudos gran cantidad de rojizas lombrices.
Como atabapeño moderno, yo no sabía nada de pesca. Subimos a una gran laja negra y nos sentamos. Tío Ipa introdujo una gran lombriz en la punta del anzuelo y la fue estirando poco a poco hasta que todo él quedó cubierto de lombriz sanguinolenta. Me lo entregó y luego hizo lo mismo con su guaral.
- Ahora fijate como hago yo.
Y con gran agilidad, de pie sobre la roca, tomó el guaral a la distancia de una brazada del plomo y comenzó a girarlo como si fuera un lazo de esos que se ven en antiguas películas de vaqueros. De repente lo soltó con fuerza hacia el río. Allá lejos, como a 20 metros chapoteó al caer.
Con el guaral entre sus dedos, miraba de reojo todos mis enredados movimientos, con los que yo trataba de lanzar mi guaral. Casi me caigo al río, y a pesar de mi esfuerzo, el anzuelo cayó apenas a dos metros de distancia. Don Ipa trató de ayudarme, pero yo no quise. Quería demostrarle que yo también podía lanzar el anzuelo.
Después de varios intentos y otras tantas sonrisas de Tío Ipa, por fin logré que el anzuelo cayera a unos 6 metros de la roca.
Los momentos que siguieron fueron intensos. Yo esperaba con todas mis ansias que un pescado se prendiera de mi anzuelo. Estaba de pie, tenso, con el brazo derecho rígido, agarrando con fuerza el guaral. Tío Ipa en cambio, sentado sobre la roca, sostenía el guaral entre el dedo índice y el pulgar de manera relajada.
Al rato, me senté ya un poco más distendido y tomé el guaral como me estaba mostrando Don Ipa. De repente, como un resorte, se levantó y muy alegre dijo:
- Ahí andan, ahí están los jodidos....
Jaló fuertemente el brazo y vi cómo se tensó fuertemente el guaral y comenzó a vibrar de un lado a otro rápidamente, como si una pluma escribiera rauda en la superficie tersa del agua. Don Ipa soltaba un poco de guaral, y luego daba un tirón, soltaba nuevamente y luego jalaba y recogía guaral con las dos manos suavemente. El pescado saltó con fuerza fuera del agua chapoteándonos con rabia, pero ya estaba vencido. Tío Ipa lo alzó. Era un hermoso bocón de 2 kilos. Con el filo romo del machete le dio dos golpes en la base de la cabeza y lo dejó que resollara en la piedra.
Mientras él preparaba nueva carnada yo, cansado de tener el brazo extendido, solté el guaral y me puse a ver los últimos estertores del bocón que abría acompasadamente la boca y las agallas. Lo toqué e intentó dar una sacudida pero apenas movió la cola. Los ojos del bocón me miraban. Los vi cargados de pena como los del abuelo.
De pronto Don Ipa dio un salto, pisó mi guaral con su pie descalzo y rápidamente lo agarró colocándolo en mis manos.
- Toma, es tuyo. Toréalo y no lo dejes escapar.
Emocionado, sentía en mis manos el peso de la presa. Jalé primero poco a poco el guaral, después más aprisa, más aprisa, ya estaba cerca... de repente, dio un fuerte tirón y noté cómo el guaral se aflojaba en mis manos.
Lenta y tristemente lo recogí y me senté con él en las manos. Más de una vez en mi vida, tuve esa misma sensación de desencanto, de derrota. Te sientes vacío, impotente, cuando dejas pasar una oportunidad que la tienes ahí, en tus manos e irremediablemente se te escapa.
Eran ya las dos de la tarde y después de pescar de piedra en piedra, y recorrer entre hojarascas y palos la orilla de la laguna buscando las “cuevas” de los peces, como decía Tío Ipa, regresamos al campamento.
Félix, el motorista, tenía todo listo: el fuego ya estaba encendido y había construido una troja de palo verde. Tío Ipa fue colocando sobre ella varios pescados ya limpios y bien relajados: dos pavones medianos, dos viejas loras y un bocón.
Mientras se preparaba el asado, Tío Ipa desenvolvió su chinchorro y lo ató entre dos árboles. Me invitó a acostarme en él. A un lado, sentado en una piedra, comenzó a labrar una estaca verde para ensartar un pescado y asarlo en las brasas.
Después de un rato en silencio, le pregunté por qué mi abuelo estaba siempre tan serio, tan triste, como viviendo en otro mundo.
- ¿A quién se refería mi abuelo cuando le pregunté qué pescado quería que le trajera?: “A ella le gustaba la “vieja lora” – me dijo - ¿Quién era ella? ¿Por qué lleva siempre esa totumita colgada del cuello?
- Mire sobrino, le voy a contar una cosa que me sucedió por allá en San Fernando hace muchos años. San Fernando era un pueblito bonito, pequeño, interesante. Era un pueblo en donde lo imposible era posible. Fíjate que por aquel tiempo había sólo tres carros y uno de ellos chocó con una avioneta en pleno día...
Al otro lado del antiguo aeropuerto estaba la laguna de Tití que comunicaba con el Orinoco, y tenía mucho pescado.
Una noche, agarré mi magalla y sin decir nada a nadie me fui a la laguna. Preparé mis rendales y las boyas y, montado en mi curiara, fui colocando una a una en la laguna. Al terminar, ya en la orilla lancé mi guaral. Con paciencia, sentado en un viejo bonguito volteado, esperaba que ajilaran. Ya me daba el sueño y creí por un momento que me tendría que contentar con lo que apareciera en las boyas y rendalitos a la mañana siguiente...
De repente, sobrino, se templó el guaral; jalé con calma, sin forzar, pero el bicho era grande, le di cuerda bastante, pero seguía tirando el condenado. Empecé a prensarlo y jalé con fuerza.
Sobrino, lo que pasó después fue impresionante. El bicho pegó un templón tan fuerte que me tumbó al agua. Me paré con el agua al cuello pero no solté el guaral.
- Ajá, ¿tú eres macho? Pues vamos a ver quién gana.
No terminé de decir eso, cuando me dio un templón mucho más grande que el primero. Y ahí sí se me subieron los mingos a la garganta...
Con el primer templón yo había amarrado el guaral en el brazo, mientras lo agarraba con las dos manos. Estaba yo cabezón, preocupado, pues creía que me había ajilado un caimán, cuando un tercer templón me llevó arrastrado por encima del agua, como si fuera un yate con un 200 caballos.... Pero yo no soltaba el guaral...
Me dio una vuelta por toda la laguna hasta que enfiló directo hacia la orilla en donde estaba mi curiara. Cuando creí que iba a girar el bicho se fue a lo profundo, y yo con él… y yo no soltaba mi guaral.
Lo que pasó ahí debajo, sobrino, no me lo vas a creer...
Llegué a un lugar bellísimo, todo azul, azul, azul... se me acercaban los peces, me tocaban y parecía que se reían de mí. Enormes peces rojos como mataguaros, pavones de colores brillantes, valentones y cajaros movían sus bigotes larguísimos, bandadas de palometas y pampanitos se movían dando vueltas a mi alrededor Una bellísima y grande tonina y otras más pequeñas pasaban de vez en cuando rozándome con sus cuerpos y me hacían ver su hilera de dientes, pero no sabía si reían o si lo que querían era asustarme.
De repente, en ese mundo todo azul, las toninas se convirtieron en bellísimas mujeres, de cuerpos esplendorosos, todas desnudas nadaban acompasadas, solas, en grupo, unas más grandes otras más pequeñas.
Ese universo azul, se rompía a veces con enormes rocas transparentes, de cristal rosado, de cristal amarillo, de cristal verde... Sobre algunas de esas enormes rocas de cristal aparecían unos enormes bachacos culones, sobre otras vigilaban hormigas támari, sobre otras, distintos tipos de bachacos... Yo miraba aquello con miedo y al mismo tiempo con gusto.
Yo no me di cuenta del tiempo que iba pasando, entre algas, raíces, piedras y cuevas, contemplando un mundo fantástico. De repente se oía un sonido como cuando chocas una botella de vidrio con una cucharilla, y lo que era azul, azul, se convertía entre amarillo y verde y después, rosado, y así iba cambiando todo de colores...
Los peces parecían personas, se acercaban y parecía que hablaban entre ellos mirándome de reojo. Yo nadaba sin esfuerzo, como si estuviera sin peso, me volteaba hacia abajo, hacia arriba, y todo sin cansarme....
Cuando estaba yo de lo más emocionado, sentí una opresión en el pecho, y creí que iba a explotar Ya no aguantaba más, cuando de pronto, salí a la superficie y logré respirar.
Era pleno día.
Pero no estaba en la Laguna sino en el Atabapo, frente al Guaviare... Salí por el jagüey que está cerca del puerto. Había pasado por debajo de Atabapo, como dos kilómetros bajo tierra. Pero el bicho seguía jalando hacia la isla de enfrente, hasta que yo pude zafarme del guaral, y me regresé nadando, mirando para atrás de vez en cuando, pues tenía miedo que me agarrara de nuevo el misterioso bocón...
Cuando finalmente toqué tierra, pregunté la hora a unos paisanos. Eran las 6 y media de la mañana. Casi toda la noche la había pasado allá abajo.

Acostado en el chinchorro yo seguí todo el cuento, con los ojos cerrados, imaginándome todo lo que decía tío Ipa.
Cuando terminó, me senté en el chinchorro y miré a Félix el motorista que me sonreía pícaramente mientras le daba vuelta a un bocón en la troja. Miré también a Don Ipa que, todo serio, colocaba en las brasas una vieja lora ensartada en la estaca que había labrado.
- Tronco de embustero es mi tío Ipa, pensé para mí.
Comimos con bastante apetito. El asado, con la catara que llevaba mi tío estaba divino. Mientras comía, al ver las cabezas de bachaco en la catara me dio ganas de preguntarle al Tío Ipa si allá abajo había de ese tipo de bachacos, pero no me animé. Tengo miedo que no me cuente más sus cuentos sabrosos.
Al final, recogimos el pescado que sobró y lo envolvimos en hojas de platanillo. Yo embojoté una bella vieja lora para dársela a mi abuelo Kamoi...
Cuando bajábamos hacia la embarcación le dije a Tío Ipa:
- Tío, pero no me dijo nada de lo que le pregunté sobre mi abuelo.
Tío Ipa se paró un instante, se volteó y mirándome muy serio, me dijo:
- Sobrino.., entonces, usted no entendió nada de lo que le conté.
Siguió caminando hacia el bongo farfullando estas o parecidas palabras:
- Máwari, sobrino... .Máwari....

De regreso, la luz de la tarde daba un colorido más real y serio al paisaje. Sentado, yo lo contemplaba sin demasiado entusiasmo. El runrun acompasado del motor machacaba incansable y lentamente aquella palabra en mi cabeza:
“Máwari… Máwari... Máwari...
Máwari… Máwari... Máwari


5

La casa de los Cañamoreno era una hermosa edificación de dos plantas con amplio y bello jardín a la vera del boulevard del Atabapo, en la zona más alta de la urbanización de La Punta. Desde allí se contemplaba el paisaje más sugestivo del Atabapo, que recibía por la derecha las turbias aguas del Guaviare.
Kamoi traspasó el umbral corriendo. Sonó el timbre y sin esperar el protocolo de costumbre, apenas abierta la puerta, se introdujo llamando a Chila.
Muy educado el Sr. Cañamoreno y comprendiendo la preocupación de Kamoi, no le dio importancia a sus toscos modales.
- Tranquilo, Sr. Kamoi. Si quiere, puede sentarse. Chíla está perfectamente y muy pronto baja.
Aún estaba hablando el Sr. Cañamoreno y ya Chila bajaba corriendo las escaleras. Al verla, Kamoi subió también y en un momento se fundieron en un abrazo. Bajaron así al jardín que se hallaba en el lado norte de la casa y mirándose intensamente, caminaban lentamente entrelazadas las manos bajo el emparrado de parchas. Se sentaron en un balancín de hierro y el tiempo dejó de existir para los dos.
Chila le contó con lujo de detalles lo de la explosión. Fue horrendo. Ella estaba en el Gimnasio del piso 15 realizando sus ejercicios de rutina antes del jacuzzi, cuando todo tembló con un ruido ensordecedor. Después se escucharon los gritos, los heridos y mutilados, el humo, la histeria de la gente que se asomaba a los balcones, las sirenas de los bomberos, la policía...
Kamoi se abrazó a ella y sintió con gran alivio la serenidad de la joven a pesar del grave susto pasado. El esperaba encontrarla hecha un haz de nervios.
Una muchacha de la casa sirvió en dos vasos el jugo dorado de la parchita.
Kamoi recordaba cómo conoció a Chila de manera casual hacía dos años en un Encuentro científico internacional en Caracas. Sus primeras citas, paseos, invitaciones. Todo ello fue aumentando en conocimiento y cariño mutuos.
Cuando supo que la red de hoteles de San Fernando de Atabapo la había contratado como traductora oficial, cargo creado debido a la afluencia de turistas, encuentros, symposiums y congresos internacionales, por un lado lo sintió profundamente, pero por otro, se alegró, pues al ir al Amazonas, su tierra, le acicateaba a él para terminar rápidamente sus estudios y poder estar con Chila. Cuando Kamoi tenía unos días libres en la Universidad, volaba rápidamente a San Fernando. Estaban juntos y ese pueblo se convertía en un paraíso.
Hablaban... callaban... se abrazaban y besaban… una maraña de recuerdos iban y venían mezclados con el dulce sabor del jugo de parchita... El timbre de la puerta que sonaba insistentemente no se escuchaba desde el jardín. La muchacha de servicio entró toda preocupada:
- Señorita, la solicitan en el vestíbulo.
-¿Quién es?
- La policía.
Kamoi se levantó preocupado.
- Espérame aquí. Voy a ver qué quieren – le dijo a Chila.
Un señor de mediana estatura, chaqueta negra de cuero y lentes oscuros estaba en la entrada del hall. Era el mismo policía que leía detenidamente el periódico en el Café “Fadel” hacía unas horas.
Observó a Kamoi con indiferencia y después de un saludo frío le dijo:
- ¿Está la señorita Chila Giraldo?
- ¿Para qué la quiere?
- Creo que eso tendré que decírselo a élla. . .No es para nada malo.
En ese momento salió Chila:
- Sí, buenos días. ¿qué desea?”
El policía la miró como calibrándola de arriba abajo:
- Cosas de rutina. Esta mañana hubo una explosión en el Hotel Chamuchina. Hubo varios muertos y heridos. Estamos tratando de recabar la mayor información posible. Creemos que usted puede ayudamos en este trabajo.
- Está bien. Puede preguntarme.
- No - contestó el policía - Debe acompañarnos al Departamento. Allí se le harán los debidos
interrogatorios.
Kamoi no aguantó más:
- Por favor, ¿puede enseñarme la orden de citación?
El policía lo miró fijamente con una mueca que quiso ser sonrisa, introdujo su mano en el bolsillo interior de la chaqueta y simulando paciencia, le extendió un papel frente a su rostro. Rápidamente lo guardó.
- ¿Puedo acompañarla? — manifestó Kamoi.
- Si lo desea... estamos en un país libre. Los espero.
Dio media vuelta y, atravesando el jardín, se dirigió al auto negro que esperaba a la puerta.
Kamoi muy serio, abrazó a Chila y tuvo un mal presentimiento.
- Tranquilo, Kamoi, no vengas. Es normal que me llamen a declarar. Yo trabajo allí. Será rápido. Quédate, tengo muchas cosas que contarte.
Se besaron largamente. Tomó su bolsito de kumare, una chaquetilla beige, se la puso sobre los hombros y salió hacia el carro que la esperaba.
Kamoi, vió cómo el auto negro se perdía por el boulevard rumbo al Centro.
Desvió su mirada hacia el Atabapo, aquel paisaje que tanto lo llenaba. Hoy no encontró en él sino raros presagios e incertidumbres extrañas que lo atormentaban.


7

Ocamo era una risueña ciudad cercana a la desembocadura de este río con el Orinoco. Sólo un pequeño monumento a la Virgen nos hablaba de su origen como antiguo pueblo de Misión allá por el lejano 1957 cuando el P. Cocco, un misionero italiano, estableció allí su campamento.
A pesar del crecimiento y expansión de las ciudades yanomami a lo largo de los grandes ríos, ciudades con todas las comodidades y adelantos normales de este siglo, conservaban sin embargo un estrecho vínculo con todo lo que era su historia y tradición cultural.
Era común encontrar a las afueras de estos grupos urbanos, los shaponos o malocas tradicionales que albergan temporalmente a grupos familiares extensos. En ellos pasan días y hasta semanas, cocinando en fogones, durmiendo en hamacas de algodón, vestidos con el guayuco tradicional, cantando sus tradicionales wayamou y recibiendo visitas de otras familias, con amplias sesiones de baile y de yopo. Es como un regreso temporal al pasado, como un retiro de comunión con lo que fue. Unos lo hacen como un momento de folklore, un pasatiempo distinto; otros lo hacen con fines educativos, para que los hijos no dejen esas tradiciones fundamentales que, junto con la lengua, hacen de los yanomami el único pueblo indígena social y culturalmente vivo en la Amazonia venezolana.
No todos aceptan esas vivencias, algunos las rechazan como restos de un pasado incomprensible, otros se avergüenzan de ese mismo pasado, como un retorno a la caverna, pero la mayoría conservó a través de la lengua una sintonía básica con los valores que los antiguos vivían.
- Todos los pueblos son etnocéntricos. Y cuando se dice esta frase se piensa ya como un tópico, en los restos de pueblos y tribus africanos, asiáticos o americanos. No se piensa en pueblos europeos como los alemanes, los franceses, los vascos o los judíos.
No hay pueblo más etnocéntrico que el norteamericano WHASP (White, Anglo-Sasson Protestant) y sus abuelos ingleses. Para todos estos pueblos ese etnocentrismo a diversas alturas de la historia se convirtió en enfermedad. También el pueblo yanomami está pasando por esta etapa de exacerbación nacionalista.

Quien hablaba así era el Dr. Salazar, politólogo reconocido y asesor del AI. Delante de él está una veintena de yanomami dirigentes del FYL y de su brazo político AI en una base secreta cercana a los raudales de Arata, en donde el Ocamo deja de ser un río serrano y comienza su lento descenso hacia el Orinoco.
El ambiente, aunque cordial, era tenso. Se notaban entre los participantes, más que matices, amplias divergencias. El FYL con Shamawë a la cabeza abogaba por un recrudecimiento de las acciones de fuerza.

- Mientras no tengamos un país nuestro, independiente de Venezuela y Brasil, no descansaremos. Hay que seguir presionando al Estado. Tenemos que multiplicar las acciones de guerra contra los intereses de las compañías extranjeras. Los atentados en donde verdaderamente les duele.
Shamawë era un yanomami bajito, de mirada impenetrable que dirigía el FYL con mano de hierro.
- Shamawë, todos queremos lo que tú quieres - habló pausadamente Asirawë - pero no estamos de acuerdo en el modo de lograrlo.
Más alto que Shamawë, de maneras mucho más refinadas, Asirawë dirigía el AI. Con mucha diplomacia y reconocida dialéctica logró implantarse en el espectro político de Amazonas con fama de político versátil e inteligente.
Los partidos en general lo tachaban de nacionalista, que seguía al pie de la letra los dictados del FYL, que buscaba la independencia del territorio yanomami, bajo el eufemismo de la autonomía. Esta palabra fue muy discutida a nivel conceptual en años anteriores, pero nadie, ni ideólogos ni indígenas, supo decir dónde comenzaba ni dónde terminaba. Todo se quedó en unas reformas superficiales que no tocaban lo esencial.
- ¿Qué quieres Asirawe? - respondió Shama - ¿Que volvamos a lo de antes? ¿A contentamos con las migajas que el Estado quiera damos? ¿Que hagamos pactos en donde ellos entienden sólo lo que les interesa? ¿Qué quieres, Asirawë? ¿Qué nos convirtamos otra vez en “los pobres indios” a los que hay que asimilar, a los que hay que convertir, a los que hay que convencer, a los que hay que globalizar, la carne de cañón comerciable en todo tipo de elecciones? ¿Eso es lo que quieres?
- No es eso, Shama — terció Hewë, el padre de Kamoi. Era uno de los yanomami más preparado y respetado por su gran capacidad de escucha y su serenidad. - Estamos en otros tiempos. No podemos arreglar todo con bombas y atentados. Todos queremos el bien de este pueblo. Pero no podemos ver a más yanomami presos en Caracas. No podemos seguir contando desaparecidos. No podemos seguir viendo a los medios presentando al yanomami como un asesino genético, basándose en teorías como la de ese tal Chagnon.
- Muy bien Hewë. Eso es muy bonito. Suena muy bien. Pero dime: ¿dónde están los otros pueblos indígenas? ¿Dónde están los Ye’kuanas orgullosos, que nos dominaron por años, que fueron nuestros alcaldes, los concejales, los representantes del poder central entre nosotros? ¿Dónde están los piaroa? ¿Dónde están los baniba, los piapoco, todos los arawakos del sur? No queda nadie. ¿Y los jivi? Estos sí quedan… pero ¿cómo? Todos ellos se entendieron con el Estado e hicieron lo que el Estado quiso. Se mezclaron. “El mestizaje es la nueva raza. América es mestiza” ¿se acuerdan? Y bajo esa palabra que por siglos nos cansamos de oír, estaba escondida la muerte para el indio. ¿Quieres que suceda lo mismo con nosotros?
Somos el único pueblo indígena que queda. Tenemos nuestra lengua y cultura, un sistema educativo que conservó nuestra esencia, tenemos un territorio bien delimitado. Nuestra organización se conserva. El napë, el extranjero, no puede hacer lo que quiere aún en nuestra tierra. Ahí está afuera, como caimán en boca ‘e caño, esperando que abramos las puertas. Esa maldita planta que cura las enfermedades de ellos será causa de nuestra muerte, si los dejamos entrar.
Nos llaman atrasados, nos dicen que vamos en contra del progreso, que llevamos el guayuco por dentro... pero ahí está el progreso que le dieron a los pueblos que dialogaron, a los pueblos de la educación intercultural bilingüe, de los Partidos Indígenas, a los pueblos de los municipios autónomos; los trataron como subnormales, repartiendo bolsas de comida, haciéndoles casas como madrigueras, disputándoselos como si fueran mercancía barata ¿te acuerdas? “Estos indios son míos”… “No, esos son míos”... y así ganaban elecciones a costa nuestra... ¿Qué es lo que queda de ellos? ¿Dónde están los municipios indígenas autónomos de Atabapo, de Maroa, de Manapiare? ¿Ustedes los ven? Los municipios quedan, pero ¿dónde están los indígenas? ¿Dónde está el PUAMA, ORPIA y todas esas organizaciones de las que nos hablaron los viejos y las crónicas?
Hewë volvía a razonar con calma:
- No podemos volver atrás, Shama. La historia no retrocede. Anteriormente, nosotros los indígenas no entrábamos en la onda de la competencia; nos creían flojos y holgazanes únicamente porque nuestro concepto de trabajo no era como el del blanco. Como no éramos esclavos de horarios, ni de salarios ni nos preocupábamos por el ahorro, se nos consideró abúlicos, indolentes, no aptos para el progreso, para el desarrollo.
Y así, el indígena entró a formar parte de la sociedad nacional, en el vagón de cola, el escalón último de la sociedad. Nos pusimos pantalón, camisa fina y hasta corbata y paltó, aspirábamos a ser criollos, pero cambiábamos sólo por fuera. Por dentro no cambiábamos. Eso fue lo que le pasó a Arawakos, Yekuanas y otros pueblos indígenas que prácticamente ya no existen; cambiaron por afuera, se pusieron apellidos: Pérez, Urdaneta, Valor y Maniglia.. . se fueron a vivir a las ciudades, abandonaron sus tierras vendiéndolas, dejándolas baldías, se mestizaron tratando de mejorar la raza, no le enseñaron ni la lengua ni la cultura a sus hijos.
Pero el proceso de los Yanomami fue distinto. Nuestro encuentro con el criollo fue muy posterior, Shama. Tuvimos un territorio que nadie tocó por muchos siglos, el encuentro con el criollo, mediante los curas, fue aprovechado para la creación de un sistema educativo y un crecimiento de la conciencia política que hoy tenemos; el mantenernos en un territorio concreto evitó el mestizaje globalizante y la pérdida cultural; la preparación científica y tecnológica de nuestros jóvenes desde hace muchos años, está dando resultados ahora.
No han podido matar nuestros mitos. Lo peor que puede pasarle a una persona y a un pueblo, es perder su memoria. Un pueblo con amnesia del pasado es juguete fácil de los demás, pues pierde la capacidad de reaccionar y resistir. Quitarle a uno la memoria es matarlo por dentro. Eso fue lo que les pasó a esos pueblos, Shama.
Nosotros hemos sabido cambiar por dentro. No sólo hemos cambiado el guayuco. Nosotros hemos tomado de los blancos la clavija del saber y del poder; ya no somos los últimos; en la carrera de velocidad del progreso, no estamos en el vagón de cola. Sabemos lo que queremos y tenemos medios para lograrlo.
- Me estás dando la razón, Hewë. Eso es en lo que yo creo. — sonrió Shamawë.
- Yo creo en lo que tú crees, pero no creo en el modo de hacerlo. —respondió Hewë - Yo creo que hay que luchar contra la rapiña que se está haciendo de nuestro suelo, de nuestra riqueza. Yo creo que debemos luchar por una patria Yanomami para todos los Yanomami. Yo creo que hay que presentar al mundo el desastre ecológico que se está llevando a cabo en esta región, bajo el pretexto del desarrollo, de la riqueza, de los euros y dólares que están entrando en las arcas del estado. La Amazonia de Brasil está herida de muerte, ahora le toca a la de Venezuela. Este es el camino que hay que seguir. Dar a conocer al mundo lo que está pasando. Promover una guerra de comunicación, de medios, no de bombas y de muertos. ¿Por qué tiene que mandar el odio entre los que piensan distintamente?
Mientras Hewë hablaba, Shamawë jugaba con un enorme coquito negro en sus manos. Los negros garfios trataban de aferrarse a la yema del pulgar una y otra vez. Se agachó y recogió un bachaco rojo y en la palma de su mano los puso a pelear en desigual combate. El bachaco, después de varios intentos de mordidas, fue partido a la mitad y dejó rápidamente de moverse.
Las conclusiones de la reunión fueron claras.
El FYL era mayoría y tenía la fuerza: decidió atacar cada vez más fuerte y en la forma más inesperada a los centros de poder que determinaban el desastre ecológico: los representantes del Estado y de las compañías responsables del ecocidio.
El AI, llevaría a cabo una ofensiva comunicacional a nivel internacional tratando de concienciar a la opinión mundial del desastre que se lleva a cabo en Amazonas en nombre de la ciencia, la medicina, la salud mundial y el progreso.
Asirawë, aunque no condividía la estrategia del FYL, se comprometió a seguir apoyando las tesis independentistas, tratando de ser el pararrayos frente a los ataques de todos los partidos institucionales no nacionalistas.
Esta vez no hubo “reahu”. No se invitó sino a los más importantes representantes de los dos movimientos. Sí se bebió el carato de plátano y a lo lejos, un viejo shapore dejó escapar sus recios y reiterativos cantos que competían al atardecer con el refrescante rumor de los raudales de Arata.


8

Kamoi salió de la casa de los Cañamoreno hacia el centro. Mientras conducía, se comunicó con su padre.
- ¿Todo bien, papá? ¿Cómo fue la reunión?
- Shama no cambia, papá. Pero yo, en algo le doy la razón.
- Espero irme ya para Caracas. Vine por lo de Chila.
- Ahora la interroga la Policía. Ella estaba en el Hotel cuando el atentado.
- Bien papá… Cuídate.

Se detuvo frente a la Comandancia de la Policía. Después de muchos años de militarización de la policía, el estilo y las formas perduraron, a pesar de que ya no eran militares los que la dirigían. Tal vez porque era el trabajo más solicitado por exmilitares o gente amante de la disciplina férrea y que, por diversos motivos, no habían logrado triunfar en la carrera militar.
Kamoi entró en la antesala y se acercó a una ventanilla de información. Al terminar una llamada por teléfono, la recepcionista le invitó a sentarse.
Tomó un folleto y muy pronto, una foto le llamó la atención. Era el policía de lentes oscuros y chaqueta de cuero negro que vino a buscar a Chila. Se llamaba Joel Gutiérrez, detective estrella de la Policía Nacional, enviado por el despacho de Interiores para resolver la maraña que estaba detrás del atentado terrorista del Chamuchina Resort y de otros atentados que van teniendo un hilo común: el FYL.
Kamoi comenzó a preocuparse por Chila. ¿Qué tiene que ver ella con el atentado?
En ese momento apareció Joel Gutiérrez. Se disponía a salir cuando lo abordó Kamoi:
º- Por favor, Comisario Gutiérrez.
- ¿Sí…? — se volteó y, al verlo, miró fijamente a Kamoi.
Sosteniendo la mirada, Kamoi le dijo:
- ¿Y Chila?
- No se preocupe, Kamoi, Chila está bien.
- ¿Puedo verla?
- Aún no. Tal vez mañana. Usted sabe... Cosas de rutina: interrogatorios, cosa sencilla.
- No pensarán que Chila tiene algo que ver con...
- Tengo prisa, Kamoi. Despreocúpate. Todo está normal.
Gutiérrez salió como siempre, caminando pausadamente, con cara de distraído.
Kamoi no supo que hacer. Tenía ganas de echar a correr escaleras arriba y gritar con todas sus fuerzas, para encontrarse con Chila. Tuvo ganas de ir tras él y agarrarlo con fuerza por la chaqueta y zamaquearlo hasta que le dijera qué pasaba con Chila…
Salió del Comando como derrotado, como generalmente sale uno cuando choca con el muro impenetrable de una institución, sea del tipo que sea.
Se dirigió al Boulevard, aparcó y se sentó en una terraza de Marakoa. La tarde comenzaba a darle al río Atabapo aquel halo misterioso de una franja de sus aguas que comenzaban a rizarse más acá de Maviso, sin el menor asomo de brisa.
Kamoi miraba indiferente el colorido multicolor en el que se iba transformando por instantes el río Guaviare. El sol escondido tras celajes lila, teñía de ese color la gran serpiente del río, salpicándolo aquí y allá con pequeñas vetas rojas. Las paletas de Liborio y Payúa, clásicos amazonenses del pasado siglo, se inspiraron ciertamente en estos paisajes de ensueño.
Kamoi pensaba en Chila.
El era yanomami, ella napë. Ni su familia ni la de ella verían con buenos ojos ese futuro a dúo. Después de tantos aflos de globalización de la economía, de la ciencia, de la literatura, del deporte y de la hipocresía, la mentalidad yanomami seguía cerrada y no aceptaba el mestizaje con blancos. El colombiano siempre se consideró con la nariz más respingada que el venezolano y Kamoi sabía que un venezolano, y por más «inri» indio, difícilmente entraría en esa familia. Se recordó de Mariano, su amigo del alma, casado recientemente con una profesora extranjera. Apareció colgado misteriosamente en las rejas de su casa. Lo mató un amor maltratado, no correspondido...
Después de años de litigios y suspicacias fronterizos, Colombia y Venezuela establecieron un cogobierno en amplias zonas borrándose un poco del mapa la estúpida frontera, lográndose un avance a todos los niveles, comercial, cultural y de seguridad.
El libre tránsito por la frontera, la libertad de empresa, de vivienda, de trabajo, creó un clima de armonía que no recordaba en nada los roces habidos en aquellos años, en donde la prepotencia militar de ambos lados, prevalecía sobre el sentido común de los habitantes civiles.
El Guaviare era ya sólo una mancha gris en la tarde.

Kamoi hacía estas reflexiones, preguntándose por qué algunas estructuras sociales son aún tan rígidas e inmóviles cuando todo el mundo a su alrededor se mueve y cambia a velocidad casi supersónica. ¿Quién se equivoca? ¿Quién tiene razón? ¿Shamawë? ¿Asirawë? ¿su padre Hewë?
¿O Chila y él que no quieren saber de exclusiones, ni de fronteras, ni de nada que limite el amor que se tienen?


9

Don Ipa estaba alegre. A su lado, un enorme aparato de radio expandía en el aire el pegajoso ritmo de un viejísimo carimbó.
Cuando llegué corriendo, trató de esconder una botella de Tatuzinho. Sentado en un tronco delante de la casa, apoyaba rítmicamente su espalda sobre la pared de bahareque, con una sonrisa apacible y bonachona que yo ya conocía.
- ¿Cómo estás, compinche? ¿Cuándo vamos a pescar?
- Ya no puedo, Tío Ipa, nos vamos mañana.
- Me vas a hacer falta, muchacho. ¿Con quién voy a charlar ahora?
- Con mi abuelo.
- No, mijo. Eso era antes. Kamoi ya no vive aquí. Está, pero no está... Su vida es como ese yébaro. Sólo da flores moradas, tristes.
- ¿Máwari?
- Y del arrecho, sobrino, del bien arrecho…
Cuando yo le nombraba a mi abuelo, Tío Ipa más que cambiar, se transformaba.
- ¿Y ese radio, tío? ¡¡¡Tremendo dinosaurio!!!
- ¿Este radio? - tomó la botella y se echó un trago corto — Sobrino, este radio es único en el mundo... Ahí oigo yo todas las emisoras. Tiene como treinta bandas... en la última, se oye la voz de Dios.
- Ajá, Tío, ¿ya comenzó a meterme embustes?
- Es la verdad, sobrino..., es mi verdad...

Me quedé por un rato observando a un hombre trabajado por el tiempo, de ojos pícaros pero profundos que encerraban miles de vivencias. De vez en cuando afloraban a la superficie en forma de cuentos y chistes, otras veces en forma de silencios, pero el misterio de su vida quedaba siempre oculto en aguas oscuras como las del Xié, como las del río Negro, Pasimoni o Atabapo.
- Tío Ipa, ¿Usted no estuvo en la guerra?
- ¿Una guerra de verdad o de mentira? — tomó la botella otra vez y la puso delante de sus ojos, como viendo a su trasluz el hermoso crepúsculo bañado en lila como las flores del yébaro.
- Una guerra de verdad, tío. Echeme el cuento, es el último antes de marcharme.
- Sobrino, las guerras de verdad no son para niños. Son terribles… muy terribles — se puso muy serio y se echó otro trago. Cambiando súbitamente, me extendió la mano derecha, y yo le di la mía, saludándome.
- Pero sí te voy a contar una guerra sabrosa: “La guerra del tatú”. Una guerra de mentira, pero buena.

“Venía yo de Cocuy en mi bonguito, contento, porque esperaba llegar a tiempo a las fiestas de San Carlos. Tú sabes, una de esas fiestas sabrosas, en donde se bebe, se baila carimbó y otras músicas que ayudan al esqueleto pa’ que no le venga el reuma.
Era ya muy tarde y la guardia no me dejó salir y que por precaución.., como si yo no me conociera de memoria el río... “Ordenes son órdenes”… y colgué mi chinchorro pa’ pasar la noche en casa de mi compadre Gervasio.
Estaba yo durmiendo, cuando oí una ráfaga de Fal.

- ¿Qué es un Fal, Tío?
- Un fusil antiguo que se usaba antes. Los de Láser no se usaban todavía.

- Ta, ta, ta, ta, ta... Y respondía otra ráfaga: Ta, ta, ta, ta, ta...
Todo el caserío se alborotó. Carreras por aquí, carreras por allá.... Disparos solitarios, gritos:
¡¡Huevón!! ¡¡¡Marico!!!...
Ta, ta, ta, ta, ta... ... los disparos sonaban hacia el Comando.
Yo estaba cachando por la rendija de una ventana, concursando pa’ que una bala perdida me dejara una marca...
Poco apoco, fue calmándose el correcorre y cuando fui a la cocina, ya Gervasio tenía montado el pote con guarapo. Mi comadre y las hijas estaban temblorosas en una esquina todas amuñuñadasy con cara de pasmo, como cuando despiertan de un sueño feo.
Mientras tanto en San Carlos, la fiesta estaba candela, en la casa del viejo Gallo. Allí estaban las mozas más finas del pueblo: las Alvarez, las Escobar, las García, las Zerpa todas ellas con sus parejos, arrastraban las cholas al mismo compás. El tocadiscos sonaba sabroso pero por encima de la música, se escuchaba el sssh., sssh sssh, sssh... . que producía el ritmo del carimbó sobre el cemento sucio de arena.
Mi compadre Chunchín me contó todo esto, porque todavía no se había echado los palos, porque cuando se echa los palos Chunchín.... ni te digo....
Estaba pues prendida la fiesta, cuando llegó el Prefecto, el Comandante de la Guardia y el de la Marina y mandaron apagar el tocadiscos.
Con unas caras que denotaban a la vez misterio y miedo, le pidieron que se dirigiera cada uno a su casa pues la guerrilla acababa de atacar a Santa Lucía. La Fiesta de San Carlos terminó así, violentamente rápida.
Todos se fueron y quedaron en la sala de baile los «Mordomos» encargados de esa noche, como papagayo sin cola, desilusionados, hundidos.
Un corretear presuroso de soldados infantes y civiles llenó al pueblo de preocupación. Llamaron a los reservistas, los armaron con un Fal y les repartieron por los diversos objetivos estratégicos del pueblo: la Planta eléctrica, el Puerto, los Comandos, los linderos del pueblo etc. San Carlos estaba en pie de guerra. Algunos decían que las columnas de guerrilleros avanzaban por tierra y por río hacia el pueblo para tomarlo militarmente. Tú sabes cómo circulan aquí las noticias por Radio Bejuco - me djo el compadre Chunchín.

- ¿Qué es Radio Bejuco, tío?
- Era el medio de comunicación que había entonces por aquí… mucho más rápido que eso que llaman ahora Internet. ¿Sucedía algo de interés en Maroa?.. y al ratico lo sabías tú en San Carlos... o en otro sitio... Eso sí, a veces fallaba el “bejuco” y la noticia venía equivocada. Yo me encontré muchas veces con gente vivita y coleando, y que Radio Bejuco ya las había matado... Pero, fuera como fuera, las noticias llegaban.
Al amanecer, se supo ya que las Fuerzas Armadas de Venezuela estaban preparándose para dirigirse al Sur. En efecto, a mitad mañana llegó un Hércules con medio batallón del ejército; al rato dos helicópteros artillados aterrizaron en San Carlos. Otro Hércules llegó con municiones y más soldados. El Arawak de la Guardia transportó un Comando de Rurales especializado en lucha antiguerrilla.
Mientras tanto en Santa Lucía, ya de mañana, nos fuimos enterando de toda la historia, de todo lo que había pasado.

- ¿Qué pasó con los guerrilleros? ¿Se escaparon?
- No hubo guerrilleros, sobrino.., no hubo guerra... no hubo nada... Bueno... hubo una guerra
por un virgo, creo yo.. .pero...
- ¿Por un qué, tío Ipa?
- Nada, nada de especial... La guerra que hubo fue entre dos guardias que se pelearon por una guarichita. Era de madrugada y ya estaban “jinchos” de tatú. Tienes que saber que esto es muy fuerte y peligroso - tomó la botella casi vacía entre sus manos y bebió otro sorbo — Esto da al cerebro y hay que saber beberlo. Esos guardias nuevecitos, del centro, creen que es como beber agua...
Después de disparar y tratar de matar sus fantasmas, después de ahogar el guayabo por la reilona guaricha, se dieron cuenta de lo sucedido y para remediarlo, no encontraron mejor solución que avisar por Radio que esa noche los había atacado la guerrilla.., creyendo que, por estar en el pueblo último de la frontera, en el propio culo de Venezuela, nadie les pararía; como nadie les paraba cuando les faltaba el rancho y tenían que pescar o matar perros para poder pasar la hambruna.
Creían que todo pasaría bajo la mesa.... pero esta vez no pasó y se armó la buena.
A media noche llegó la vanguardia con una voladora conducida por el baqueano Concho. Se acercó temerosa hacia el puerto; con tanto miedo a los disparos de los supuestos guerrilleros, que venían todos agachados, también el baqueano, por lo que se fueron derechitos contra una piedra que está a la entrada del puerto.
Resultado del choque: el teniente de la Guardia fue el primer héroe herido de la guerra de Santa Lucía: una cuquita para 7 puntos de sutura en la cabeza.
Cuando los guardias con gran sigilo subieron al Comando, pronto se le notificó la novedad: que la guerrilla había atacado, que se había replegado y que no sabían el número de los atacantes, pero suponían que eran superiores a las fuerzas del Comando.
El Teniente, muy temprano, reunió a los civiles y muy preocupado, les aconsejó que fueran preparando los enseres más necesarios, pues debían evacuar la zona.
Yo me alegré, porque finalmente ahora me dejarían salir hacia San Carlos y aprovechar mi bonchecito. Toda la gente tuvo que irse para San Carlos y el pueblo fue ocupado por unos guardias altísimos venidos de Caracas.
- ¿Y después, llegaron los guerrilleros?
- ¡Qué guerrilleros ni qué carajo, muchacho! Cuando llegamos a San Carlos nosotros le dijimos la verdad a un oficial negro y altísimo del Ejército que era el que mandaba a todos esos soldados. Se puso arrechísimo al saber que todo había sido un montaje de la Guardia.
Lo cómico de la guerra de mentira fue, que en Caracas, creyeron que hubo una guerra de verdad. El Gobierno mandó a dos Diputados del Congreso a Santa Lucía y decretaron que la guerrilla sí había atacado a Santa Lucía y que hubo varios muertos de la guerrilla gracias al heroico valor de los guardias. ¿Cómo vas a creerle al Gobierno, si hacen eso delante de tus narices? ¿Qué es lo que harán y que uno no sabe?
Y lo malo de la “guerra del tatú” fue que los pobres parientes de Santa Lucía, cuando regresaron al pueblo, fueron como siempre, los únicos que perdieron, porque no encontraron ni cochinos, ni gallinas... ni lo que tenían bien guardado en la casa, pues todo lo requisaron y robaron... seguro que buscando a los guerrilleros que nunca existieron...
- No me gustó el cuento, Tío Ipa. Una guerra sin muertos no es guerra.
Tío Ipa yació la botella y se quedó mirando a lo lejos con ella en la mano.
- Sobrino.., la muerte viene solita, no hay que buscarla. A veces, uno parece que está vivo, pero lleva la muerte por dentro.
- ¿Como el abuelo?
- Vaya a dormir, sobrino; mañana tiene que pararse rápido.
- Hasta mañana, Tío Ipa.


10

Kamoi no resistió más y se dirigió a la Comandancia Central de la Policía de San Fernando.
Era temprano. Los trabajadores de la limpieza pasaban la pulidora al parquet del vestíbulo. Un policía de paisano, leía con fruición las páginas deportivas del «Correo del Yapakana». Otro, uniformado, revisaba el Cronograma en una cartelera casi vacía.
Se dirigió al del periódico:
- Buenos días, disculpe. ¿dónde puedo encontrar al Comisario Gutiérrez?
El policía levantó la vista hacia Kamoi y con un aire de grosera superioridad se enfrascó de nuevo en la lectura.
- Mire, señor, acabo de hacerle una pregunta.
- Y yo hoy no quiero hablar con indios.
Y continuó leyendo.
Kamoi sintió la sangre que golpeaba fuertemente en sus sienes. Levantó su mano para romper el periódico, pero se contuvo. Se acordó de Chila. El estaba allí para solucionar lo de ella. Respiró profundo y en instantes recobró la serenidad. Con calma, fijó bien en su me memoria aquel rostro, dio media vuelta y se dirigió a la recepción en donde se encontraba ya el policía uniformado.
- Mire, señor agente, el Comisario Gutiérrez me citó para una entrevista esta mañana. ¿puede indicarme si ya llegó?
- El Comisario Gutiérrez no llegó. Se fue.
Kamoi sintió otra vez que la sangre se le agolpaba nuevamente.
- ¿Y la señorita Chila Giraldo?¿No se encuentra aquí?
- También se fue, señor. Está en Caracas para averiguaciones de rutina.
Kamoi se quedó de piedra. Pareciera que las neuronas se paralizaran de repente. Lo despertó de su shock la voz del policía:
- Desea saber algo más, señor?
- No, gracias.
Subió al carro y con un chillido de cauchos abandonó a toda velocidad el estacionamiento. Enfiló la autopista y a los pocos minutos aparcaba en el Aeropuerto. Sin equipaje, no tuvo dificultad para abordar el primer avión hacia Caracas.
El viaje se le hizo eterno. Poco después del despegue, una azafata sonriente repartía una bandejita muy bien presentada con un pequeño racimo de cocura, fruta que, gracias a logrados injertos con los que se logró reducir de tamaño la semilla, producía y exportaba el estado Amazonas. Mientras saboreaba la carnosa cocura, trataba de distraerse leyendo un cuerpo del periódico. Un título le llamó la atención: “DOS NUEVOS ATENTADOS DEL FYL”
Se enfrascó en la lectura:
“Un nuevo atentado se produjo hoy en La Esmeralda, capital del Estado Amazonas. El muelle comercial sobre el río Orinoco saltó por los aíres debido a una carga de explosivos colocada en los pilares que se adentran en el gran río. Todo el mundo se maravilla de la capacidad de ataque de este grupo terrorista que tocó el corazón del estado, en donde reside el mayor número de fuerzas militares.
Nuestro reportero pudo cerciorarse que a las pocas horas de producirse este atentado, otro de magnitud similar o tal vez peor se llevó a cabo en dos puentes de la troncal Yavita — Maroa interrumpiendo el tránsito automotor y ferroviario en esa zona del Amazonas, que es una de las rutas turísticas más frecuentadas, ya que la selva de Yavita está considerada un santuario ornitológico del bosque tropical. No se reportaron víctimas.
Aunque e1 FYL no asumió todavía la autoría de los atentados, todos los indicios, praxis y métodos, nos llevan a suponer que fue el grupo terrorista yanomami que, en su búsqueda independentista, vuelve a llamar la atención de forma brutal”.

Kamoi sintió como un corrientazo que, partiendo del cerebro, recorrió su espina dorsal. En un pequeño recuadro, como un apéndice del artículo, Kamoi leyó con crispación:
“Se supo que la investigación policial sobre el atentado al Hotel Chamuchina sigue su curso con nuevas noticias. Fuentes policiales afirman la detención de una joven de nacionalidad colombiana que presuntamente está vinculada al FYL y es una fuente indispensable para esclarecer los entretelones de este grupo terrorista”.

Arrugando con fuerza el periódico, miró hacia el techo del avión y sintió la tensión en las cervicales. Miles de pensamientos se agolpaban peleando entre ellos y pujaban para salir a flote. Cerró los ojos.
- Señores pasajeros, nos estamos aproximando al «Aeropuerto del Sur» de Charallave, le agradecemos…
Bajó del avión. Llamó un taxi y después de una hora de congestionado tráfico, estaba frente a la Sede Central de la Policía Federal en la 6 transversal de Altamira.
Sin darse cuenta de la hora, subió los peldaños que lo separaban del hall de entrada y se dirigió a la recepción.
- Son ya las 6 de la tarde, señor. El Comisario Gutiérrez se fue a las 5 — le contestó el policía de turno.
- ¿Dónde podría ubicarlo?
- No podemos dar esa información a extraños, señor. Venga mañana en horas de oficina.
Dio media vuelta y rumiando pensamientos salió del edificio. Ya en la Avenida San Juan Bosco, esperó un taxi.
La tarde mostraba el Avila sin brumas, impactante. Los débiles rayos del sol de poniente remarcaban excesivamente las corbas y quebradas de su lomo, como un Cabré no terminado.
Le faltaban lo que al ánimo de Kamoi le sobraba: las nubes.


11

Kamoi no podía dormir.
Su pensamiento vagaba por un nebuloso camino. Cerraba los ojos y oía el siseo suave que producía la lluvia sobre la palma del shapono. Escuchaba cantos de shapori enyopados. Veía a su abuela y sentía el calor de su regazo desnudo. Fue el primer wayumi al que le llevó su padre. Le contaba cómo era el mundo yanomami de antes. Entre el rumor fresco de la lluvia podía escuchar frases...
“En aquel tiempo antiguo vivían los nopatapi. Todos eran hijos y nietos de la sangre de Periporiwë ..Ásí era Omawë, el que nos ha enseñado muchas cosas a los yanomami.
Omawë tenía otros dos hermanos. El mayor se llamaba Yoawë. A aquella gente de entonces le gustaba mucho el pescado. Un día Yoawë salió a pescar. Cuando regresó, estaba bravo. Omawë estaba enyopado, cantando; cuando vio a su hermano le preguntó:
- Yoawë ¿por qué estás bravo? ¿será que estás bravo porque no pescaste nada?
- ¡Cállate la boca! Estoy bravo.
- ¿Por qué?
- Estoy bravo porque, mientras estaba pescando, vi dos muchachas bellísimas, de cabellos largos, que salieron del agua y se quedaron mirándome. Entonces yo jalé mi pescado, pero se cayó junto a ellas y no fui capaz de ir a buscarlo.
- ¿Por qué no las cojiste? — le dijo Omawë No supiste aprovecharte de las muchachas. ¿Por esto viniste bravo?
Al día siguiente Omawë quiso ir con Yoawë a pescar a aquel mismo caño para ver si salían aquellas mujeres bonitas. Omawë quería traerlas: una para cada uno.
Llegaron. Se sentaron en la orilla. Una mujer no se hizo esperar: salió del agua.
Era bonita de cabellos larguísimos. Pero una sola. Omawë quedó enamorado. Sin más la agarró y se la trajo a su casa.”

- Así tenías que haber hecho tú - le dijo a Yoawë. - Tú sólo fuiste a mirarla. Ahora sí tengo una mujer bonita.
Kamoi se sentía como Yoawë, desilusionado y triste. Ahora lamentaba su indecisión. El miedo a la familia, los estudios, su carrera... todo influyó. Ahora se sentía derrotado.

“Raharariwë, el suegro de Omawë, quería vengarse de él por haberle raptado su hija.
- Mira,- dijo asustada su esposa - viene agua.
Ella sabía quién mandaba el agua. Agarró a Omawë y le dijo:
- ¡Salvémonos! ¡ Vámonos!
Corrieron a la casa de Raharariwë. Entraron. Pero el agua venia inundando rápidamente todo. Iba entrando también en la casa de Raharariwë. Entonces, sin que Omawë y Yoawë se dieran cuenta, Rahariwë se salió de la casa e hizo salir a su hija. Omawë y Yoawë se quedaron adentro y Rahariwë tapó la salida.
El agua iba creciendo, creciendo… Omawë y Yoawë nadaban; ellos sabían nadar; pero lloraban desesperados. Tenían miedo de morir ahogados. Rahariwë los miraba por las rendijas, riéndose, sin compasión.
Cuando el agua llegó al techo, Raharariwë hizo un boquete y miró adentro. Ya no veía a Omawë ni a Yoawë. Pensó que seguramente se habían ahogado.
Pero la cosa no era así. Como Omawë también tenía poderes, él y su hermano se habían transformado en esos grillos que nosotros llamamos kirikirimi. Se habían escondido en un pedacito de techo que no estaba inundado...”

El carillón electrónico de una vieja iglesia sonó tres campanadas. Su abuela le decía que estuviera atento a los sueños. Los recuerdos de sus años de infancia y los sueños que había tenido esta noche, le parecían premonitorios.
Después de asearse y tomar un café, un taxi le dejó frente al edificio de la Central Policial. Eran las 7 y 45.

Se sentó en el austero recibo esperando la llegada del Comisario Gutiérrez.
Pensó en Chila. Aunque conocía su valor y decisión, sospechaba que estos acontecimientos inesperados estarían haciendo mella en su carácter, ¿Dónde estará?¿por qué se la trajeron? ¿Quién estaba detrás de eso?
En estas cavilaciones estaba cuando vio traspasar la puerta de vidrio la figura anodina del Comisario Gutiérrez. Lo abordó con rapidez, antes que tomara el ascensor.
- Comisario Gutiérrez, necesito hablar con usted. Es urgente.
- ¿Usted aquí? Tengo poco tiempo Kamoi, ¿qué quiere saber? — Se alejó de la puerta del ascensor y acompañado de Kamoi se dirigió a los asientos del recibo.
-Sobre Chila — dijo Kamoi.
- La señorita Chila Giraldo está bien.
- ¿Por qué está aquí?¿por qué la trajeron?
- No está aquí, Kamoi. Está en la cárcel de mujeres, esperando una sentencia. — Los ojos de Gutiérrez se aceraban progresivamente.
- Pero, ¿por qué? ¿Qué hizo ella para estar en la cárcel?
- Kamoi, ¿en qué planeta vives? En el Amazonas hay un grupo terrorista yanomami. Tú sabes lo que hacen, cada día hay un atentado. Se mata indiscriminadamente a inocentes niños y mujeres, creando el pánico y terror entre todo aquel que no piense como ellos.
- ¿Y qué tiene que ver Chila con eso? Ella no es yanomami, Gutiérrez.
- Tampoco es yanomami el cura Bártali y como sabes, está hasta el cuello metido en esto. Kamoi, la red de agentes del FYL es una de las mejores del hemisferio. Sus tentáculos se extienden por todo el país y en el extranjero.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro de que Chila pertenece al FYL?
- Nosotros no nos estamos chupando el dedo. También tenemos nuestra red de contraespionaje y estamos trabajando fuertemente. En todo grupo por fanático que sea, se dan traidores, soplones… personas que tienen un precio... Pero no te desesperes Kamoi, aún no la han juzgado. Recuerda: El amor es la fuente más profunda de la esperanza...
Con una sonrisa que Kamoi no supo leer si era de burla o de lástima, se levantó Gutiérrez de la poltrona, dándole una palmadita en el hombro.
Kamoi se quedó con los codos apoyados en sus rodillas y sosteniendo la cabeza en sus manos; sus ojos repasaban el piso de granito veteado, del que emergían claramente rostros variados, unos con ojos saltones, otros de narices respingadas, con mentones huidizos y dientes enormes como salidos de comiquitas y películas infantiles, por aquí surgía un torso curvilíneo de mujer, por allá un falo enorme en erección.... Buscaba en estas figuras del piso, al mismo tiempo que esperaba que emergiera de su subconsciente, la cara de la persona que podía estar detrás de toda esta pesadilla.


Mi padrino Don Gilberto del Llano es una persona muy seria. Robusto setentón de tez blanca y ojos azules, parece un personaje escapado de las páginas amarillentas de un libro de historia del romántico y prolífico siglo de las Luces. En otras reencarnaciones tuvo que haber sido ratón de biblioteca, pues siempre anda entre libros. Se encierra en su pequeño estudio de San Fernando y se aísla por horas enteras de las minucias del cotidiano. También lee los periódicos, artículos de opinión, pero la literatura lo emociona. Le encanta Quevedo, Lope de Vega, Unamuno y toda la literatura que caiga en sus manos. En las escasas veladas que lo vi participar, lo invitaban a declamar largas poesías clásicas o corridos llaneros que demostraban su memoria prodigiosa y su arte declamatorio. Usa la pluma con la agilidad de un bisturí de microcirugía en manos de un avezado cirujano. Y para cada caso concreto, tiene su cuento, recuerdo, epigrama o sátira apropiados.
Ocupó varios puestos públicos y tiene muchas anécdotas simpáticas como aquella en la que, con ocasión de la recepción de un comité de mujeres que le solicitaban unas mercedes y ayudas, una de ellas le dijo:
- Don Gilberto, debe usted estar harto de nosotras, que no hacemos más que pedirle cosas.
- Señora — respondió mi padrino — a mí las mujeres no me molestan por lo que me piden, sino por lo que me niegan....
El deseo escondido que tuvo, siempre fue el que alguno de sus muchos hijos tuviera al menos, la cuarta parte del interés que él tiene por los libros y la cultura. Un deseo que no se le cumplió.
Cuando nos encontrábamos, hablábamos de lo humano y de lo divino. Un día le pregunté su parecer sobre la lucha independentista del FYL que en estos años ensangrentaba a tantas familias amazonenses.
- ¿Cómo era posible que en pleno siglo XXI se hubiera dado tanta intolerancia en esta tierra?
- Mire, mijo, la intolerancia siempre existe. Por afuera o por adentro. Unos la manifiestan exteriormente, otros se la tragan amargamente. Pero siempre está ahí. Muchos de los que dicen que son tolerantes, no lo son. Son aguantadores. No lo manifiestan exteriormente, porque si lo demuestran pierden.
Al FYL se le acusó de intolerante, porque no aceptaba las ideas de los demás. Pero el estado que los masacró, que acabó con su cultura, con su hábitat ¿fue tolerante con ellos?
Cuando tú tienes la ley, el status, el poder, es muy fácil decir: “esta es la ley, si no estás de acuerdo, recurre, usa las vías legales”.
Tú no te acuerdas de esto, pero así funcionaban las cosas aquí antes. En una elección, todo el mundo sabía que abundaba el fraude. Los mismos tramposos te lo contaban: “...yo voté diez veces”, “trajimos tres autobuses de colombianos...”, “Maroa, de 600 habitantes fijos, pasó a 1300...”, “En San Carlos estaban inscritos 180 votantes en una misma casa...”, eran tiempos en donde los candidatos con toda la desfachatez, repartían billetes de cinco, diez y 20 mil bolívares entre los que hacían cola para votar...
¿Y qué pasaba? Las autoridades juramentaban legalmente al que ganaba con fraude. El otro candidato debía presentar los alegatos, instancias jurídicas, todos los farragosos trámites, para exigir justicia, que la mayor parte de las veces, no venía.
Es decir, primero te dan el trancazo en la nuca y después te dan las curitas, te auxilian y te llevan en ambulancia al hospital.
Mijo, es muy fácil ser buen ciudadano y tolerante, cuando ganas... cuando la “ley” está de tu parte...

Como ahijado preferido, recibía yo un mensaje casi diario, escrito perfectamente a máquina, sin ningún error de ortografía. Me ponía a prueba aconsejándome a leer tal o cual artículo del periódico señalado en rojo, que me enviaba con un nieto. Cuando me encontraba con él o iba a visitarlo, me sacaba el tema a colación para ver si lo había leído. Varias veces tuve que hacer malabares mentales para salir de apuros, pues no había leído nada.
Otras veces me enviaba una nota muy elegantemente escrita, en donde me pedía que le tradujera tal o cual párrafo en latín o griego, pues sabía que en mis años de estudio con los curas, había recibido algunas nociones de dichas lenguas clásicas. Ahí me metía en líos enormes para traducir trozos de Horacio, de Séneca o alguna frase de la Ilíada con la que se había topado en sus incansables lecturas.
Y cuidado con cometer un error ortográfico. Una vez me comí una hache y me mandó esta “nota” satírica: “Querido ahijado: Te voy a narrar una historia. Siendo ministro en España Francisco Pi i Margall, recibió una comunicación de un gobernador de provincia en la que decía: “Tengo el honor de poner en conocimiento de Vuecencia, que hayer hubo un motín contra el recaudador de impuestos, pero oy ya están calmados los ánimos”.
La contestación de Margall fue:
- ‘Me permito advertir a Vuecencia que está ignorante en cuanto a la antigüedad de la hache. La “h” no es de ayer, es de hoy”.
Tu padrino. (¡¡Cuida las haches!!).

Si yo recogiera todos los papeles, cartas y mensajes de mi padrino, podría hacer un volumen de misceláneas interesantes sobre temas de lo más insólitos.
Como el que recibí una vez, satirizando la honradez de los políticos que se preparaban ya para las próximas elecciones:

“Ahijado: Mira lo que encontré en uno de mis cartapacios: “Por los años 1997, era diputado de Amazonas el Dr. Melvin Robres, aquél a quien un poeta picante se refería con estos versos:
“El Señor Don Melvin Robres
con caridad sin igual
hizo este santo hospital
y también hizo a los pobres”.
Llegó este señor un día a recorrer el estado, pues ya se acercaban las elecciones. El Alcalde de Atabapo, previamente avisado, le hizo recorrer el municipio y en las diversas comunidades los vecinos querían recibir con la máxima solemnidad al representante del pueblo. Pero aquellos sencillos aldeanos que no celebraban en todo el año más fiesta que la de la Purísima e Inmaculada Concepción, tuvieron que usar los adornos y pancartas que utilizaban para su anual fiesta religiosa.
No es para describir el asombro del Diputado al leer en la entrada del pueblo la pancarta que decía: “BENDITA SEA TU PUREZA”
Esto de la “pureza”, querido ahijado, debes saber por tus estudios que la palabra “candidato”, procede del latín “cándidus”, “blanco”, y se refiere al color blanco con que los aspirantes a un cargo público vestían para demostrar la pureza de sus intenciones. ¿Lo sabrán los actuales «candidatos»?
Te saluda y recuerda:
Tu Padrino.”

Cuando le dije que iba a la Universidad a estudiar Derecho me mandó una misiva con estas perlas:
“Querido ahijado: Yo no quiero desanimarte, pero te envío esto que encontré en uno de mis libros:
¡¡Ay de aquel que se encapricha
en querer justa a la justicia!!
Para razón alcanzar, dos cosas son menester:
Primera, razón tener y que te la quieran dar.
Un señor tuvo un asunto judicial para solventar para el cual era necesario un pleito. Acudió a un abogado amigo suyo, y le explicó el asunto. Pero no bien había comenzado la exposición, fue atajado por el letrado, quien le participó que la parte contraria acababa de encargárselo.
Al ver la contrariedad del hombre, le ofreció recomendarle a otro abogado amigo suyo. El señor aceptó encantado y el letrado le dio una carta para su compañero. La carta iba cerrada. Pero el litigante, un poco desconfiado, decidió no entregar la carta, abriéndola para ver en qué términos le recomendaba. La carta decía sencillamente: “Ahí te mando ese pollo para que lo desplumes”.
Y este otro:
Arístides Briand cuenta por qué renunció al ejercicio de la abogacía:
- Debí defender a un indecente individuo acusado de haber asesinado a una pobre vieja para robarla. Existían todos los agravantes: nocturnidad, alevosía, desprecio del sexo etc. Las apariencias eran acusadoras, pero el joven me había convencido de su inocencia y me preparé para defenderle a toda costa. Desfilaron los testigos. Uno de ellos afirmó que, pasada la medianoche cerca de la casita en que vivía la anciana, había oído un grito. Y he aquí que el acusado me dice en voz baja y con amarga indignación:
- ¡Qué embustero!... “¡¡¡La vieja no dijo ni pío!!!
Sentí un escalofrío. No quiero recordar ni si fue absuelto mi cliente, lo único que sé es que tuve bastante con aquello y dejé la carrera.
Cuídese, querido ahijado. La abogacía es una profesión peligrosa para el que tiene conciencia.
Tu padrino.”


12

Un extenso comunicado del FYL publicado en toda la prensa nacional, demostraba que, no sólo tenía un soporte económico sólido, sino que poseía una política comunicacional agresiva. Las emisoras clandestinas que operaban, casi todas ellas desde Brasil, y la profusión de mensajes por internet, aumentaron la difusión de dicho Comunicado.

“AL VENEZOLANO QUE QUIERA ENTENDER
El pueblo yanomami les habla. Nuestra lucha no es por capricho. Nuestra lucha no es para imponer nuestra voluntad sobre la de los demás. No es una lucha racial ni exclusivista. En esta lucha están involucrados otras personas y pueblos que no son yanomami.
Desde hace unos treinta años, nuestro estado fue vendido al capital internacional. Los proyectos de este estado no se hicieron con la gente de aquí, sino que se fraguaron en oficinas en donde los intereses de nuestra gente no se tuvieron en cuenta.

Nos señalan el progreso ostensible del estado Amazonas en los últimos años: las ciudades que han crecido, los adelantos técnicos, las comunicaciones, el movimiento financiero que estimula a las empresas privadas transnacionales a invertir en nuestra zona. Eso es lo que muestran en su propaganda para descalificar nuestra lucha.
Pero no muestran la otra cara oscura de la luna: No muestran la degradación del ambiente. Millones de hectáreas están en vías de desertización por el talado sistemático de millones de metros cúbicos de madera preciosa.
No muestran el daño que hace la búsqueda de una planta que produce riqueza, a costa de la muerte de miles de otras plantas.
No muestran las zonas en donde el paisaje e ha sido trastocado, cambiando cursos fluviales, horadando como vulgares topos la tierra que encerraba vetas de minerales preciosos.
No muestran la muerte de pueblos enteros con una cultura milenaria, que fue arrasada como lo fueron sus santuarios ancestrales.
No muestran la degradación de los residuos de estos pueblos, convertidos en esclavos y sirvientes, una raza “inferior” que sólo sirve para decir “Sí”.
La lucha del FYL es esta.
No queremos que al pueblo yanomami le pase lo que le ocurrió a los otros pueblos amazonenses.
No queremos que a nuestra tierra entren los bulldozers arrasando con árboles y pueblos.
No queremos que nuestra riqueza nos la administren otros, bajo la eterna idea de que no estamos preparados para ello.
No queremos que nuestro pueblo sea esclavo ni sometido a nadie. La relación yekuana — sanema de la que nos habla la historia, no se repetirá jamás.
No queremos que el pueblo yanomami sea arrasado como lo fueron piaroas, yekuanas y todos los pueblos arawakos.
Por eso nuestra lucha busca con todos los medios:
Un territorio yanomami independiente que abarque la zona yanomami venezolana y la zona yanomami brasileña.
Un territorio en donde el yanomami pueda convivir con otros pueblos, pero en donde el yanomami no podrá ser esclavizado ni dominado por otros pueblos.
Nuestra lucha es contra el Estado venezolano que quiere vender a las personas como vendió todas las riquezas del Amazonas.
Nuestra guerra es contra las Compañías nacionales o extranjeras que trafican con nuestra tierra y su biodiversidad.
Nuestra guerra es contra todos aquellos que se oponen a la creación de un estado independiente Yanomami.
Frente Yanomami de Liberación”

Kamoi dobló el periódico y miró a través de los vidrios ahumados del taxi. No era el Comunicado del FYL lo que ocupaba su mente.
Bajaban ya hacia las tierras cálidas de los valles del Tuy. El retén femenino estaba situado sobre una pequeña colina frente a Quebrada de Cúa.
Era una mañana soleada del sábado 4 de febrero. Estaban permitidas las visitas.
Después de una media hora que le pareció eterna, un altavoz lo llamó por dos veces, equivocando el acento de su nombre:
- Señor Kámoi, Señor Kámoi. Solicitado en el vestíbulo N° 3.”
Sintió latir con fuerza el corazón. Quería abrazar pronto a Chila. Mientras pasaba por el pasillo central buscando el vestíbulo N° 3, pensaba en la última vez que estuvieron juntos.
Se sentó frente a una reja tupida, que no permitía pasar un dedo, con un pequeño hueco redondo a la altura de la cara.
Al rato apareció Chila acompañada de una mujer policía.
Chila intentó sonreír pero no lo logró. Sus grandes ojos denotaban largas horas de insomnio y llanto. Kamoi la miró impotente.
- ¡¡Chila!! ¿Cómo estás? - Kamoi intentó traspasar con sus manos la reja impenetrable.
- Fatal. - Chila lo miraba como si no lo viera.
- Pero, cuenta...¿cómo fue? ¿por qué te llevaron?¿de qué te acusan?
- ¿Te acuerdas de Yaminawë?
- Sí. El hijo de Asirawë.
- Telefoneó a Gutiérrez involucrándome en el atentado del “Chamuchina”.
- ¡Maldito! Pero eso no es verdad, Chila. ¿Tú no te defendiste?
- Montó una trama tan bien armada, que cuando yo quiero zafarme, me enredo más. Ya no quiero hablar. Todo va en mi contra.
- Pero Chila, óyeme... no puedes dejarte vencer. Yo estoy tratando de hablar con el FYL para que haga una declaración exculpándote de toda responsabilidad.
Chila miró a Kamoi y los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no hizo nada para impedir que recorrieran sus mejillas.
Pasaron varios minutos en silencio, llorando por fuera y sangrando por dentro. Cuando se calmó, Chila se acercó más a la reja y le dijo a baja voz:
- Kamoi. Te están siguiendo. Te tienen en la mira. Saben que tienes contactos con el FYL.
- Chila, yo tengo amigos en el FYL como los tengo en el AI, y en todos los sectores.
- Gutiérrez está en contacto con Yaminawë. Tú sabes lo retorcido que es. Te acusa de ser el cerebro del atentado. No te presionan aún porque saben que teniéndome a mí, tú estarás siempre a su alcance. Vete, Kamoi. Trata de alejarte.
- Terminaré con él.
- Cuídate Kamoi. Te quiero.
- Te sacaré de aquí, Chila. Sea como sea.
El taxi bajaba hacia Caracas. Eran las 3 de la tarde y el sol lucía con todo el esplendor. Kamoi fraguaba su plan inmediato.


13

Tiempo de elecciones.
El ambiente político se enrarece a nivel comunicacional, en los medios televisivos radiales y escritos. Internet es el mejor modo de hacer una propaganda persistente y tenaz. Ya no hay la participación en la calle de masas incultas y vociferantes de epítetos, proclamas, eslóganes e insultos que daban el colorido a campañas políticas otrora habituales.
Ya no se cubren las paredes de papelería con caras lavadas de políticos más o menos sucios. Ya no hay líderes megalómanos que arrojan billetes a la multitud hambreada, como si fuera papelillo en la recepción de los Yanquis en la Quinta Avenida.
En aquellos tiempos nadie creía en nadie. Las votaciones estaban siempre impregnadas de fraude y de sospechas. El registro electoral, además de los muertos, estaba lleno de inscritos desconocidos, cada partido trasladaba electores de un lugar a otro, por aire, agua y tierra; los habitantes de frontera que poseían doble cédula votaban tranquilamente. Había partidos que, de común acuerdo, se repartían los votos de las minorías. La famosa “acta mata voto”, no sólo mató los votos, sino que terminó asesinando la confianza en el sistema. Mientras en los países más avanzados se votaba normalmente de forma manual, en la Venezuela petrolera, vanidosa y sifrina, se votaba a través de complicadas máquinas electrónicas. La cibernética y la tecnología trataban de disfrazar la triste realidad: la desconfianza total y la mentira.
El amazonense de a pie, fue distanciándose poco a poco de este tipo de participación en la medida que tenía un trabajo independiente o ligado a la empresa privada. Resolvía ya las necesidades más importantes y lograba las comodidades básicas a un ser humano, que antes sólo las veía en TV.
Hoy son los grandes empresarios, gerentes de transnacionales, dueños de medios etc. los que sí participan de forma cada vez mayor, en la búsqueda del acomodo y acercamiento al partido o movimiento, o al líder emergente. Del acierto de ese encuadre dependerán negocios, finanzas y contratos multimillonarios.
Siempre lo hicieron así, pero antes era el pueblo sencillo, los miles de parados, las familias hambrientas y dependientes de la limosna salarial del gobierno, el arma de la que se servían para hacer valer una política, una propuesta, o el triunfo de un líder mesiánico. Detrás de las grandes manifestaciones megapolíticas estaban los empresarios y financieros que con su riesgo, contaban ya sonantes, opíparas ganancias.
Eso se acabó. Ahora ellos tienen que desnudarse, tienen que mojarse, tienen que anotarse abiertamente a ganador. El pueblo no cae en la trampa como antes.
El nivel de corrupción, elevadísimo en décadas pasadas, disminuyó considerablemente. Persiste el delito de cuello blanco, pero las instituciones se hicieron más sólidas.
El proceso globalizador del planeta y la comunicación a flor de piel hacía, aunque sólo fuera por vergüenza, que las instituciones funcionaran, pues cualquier anomalía institucional en cualquier país del globo, era conocido al minuto en todo el mundo.
Amazonas se olvidó ya de los chanchullos judiciales de antaño, de las perversiones policiales
involucradas en robos y asesinatos, de los abusos de poder de la Guardia Nacional, que fue transformada en Guardia Federal, dejando de ser tan militar para hacerse más civil.
Ya no abundaban tanto los casos de contratistas que se hacían ricos de la noche a la mañana con contratos “fantasma”.
La corrupción institucionalizada, en donde el encargado de la limpieza de los comicios era el primero que se dejaba comprar por el candidato en apuros; en donde el maestro no trabajaba ni se preparaba, porque los salarios eran de hambre; en donde el obrero “echaba carro” lo más que podía, porque “eso es del gobierno”, en donde la burocracia aumentaba en proporción inversa a la eficiencia de la producción, todo ello hizo del Amazonas un estado mega-clientelar... todo eso desapareció desde que la economía se enrumbó y la metodología de la empresa privada se expandió por el estado.
La bonanza económica, fruto de la producción del Rizophus auriensis, la inversión de capital extranjero y la transformación del sistema educativo, fue cambiando la mentalidad del amazonense.
La corrupción, ayer como hoy, se dio siempre. Mayormente en los niveles más altos, pero anteriormente cobraban mayor notoriedad los escándalos de los «peces pequeños y medianos»; los otros se escapaban. Hoy ya caen algunos peces “gordos”.
Como siempre, es una corrupción, elegante, con fragancia de perfumes muy caros, sazonada con amores y desamores de hembras con fama de inasequibles. El pueblo llano tiene sus pecados, sus errores, pero por muchas razones, en la maraña de caminos que la necesidad le propone, casi siempre logra desembocar en un camino más ético. Siempre tiene una respuesta éticamente razonada y actúa en consecuencia.
Los partidos hoy son grupúsculos de dirigentes que viven de eso, de hablarle a la gente, de hacer propuestas. La gran masa dirá Sí o No. Pero se acabaron las caminatas, las grandes concentraciones, las cadenas, los discursos atropellantes y fastidiosos, la propaganda para «imbéciles”; el pueblo “pasa” ya de todo eso.
El problema candente de Amazonas lo puso el nacionalismo. Un nacionalismo trasnochado, retrasado de siglos, pero que aquí, como en otros países, siempre se basa en razones aparentemente válidas, presentadas por ayatolás iluminados que no ven otra salida para subsistir politicamente sino una propuesta independentista, que a veces tiene sólo el asidero cultural y lingüístico, válido pero no suficiente.
Esta validez de razones se quiebra con los métodos utilizados. En los últimos 10 años se han cometido 795 asesinatos en el Amazonas. Casi todos, atribuidos a los terroristas del FYL. La sociedad se ha acostumbrado ya a esta situación de violencia. Da la impresión de que la cosa no es con ellos.
El Estado se halla maniatado. Cualquier exceso de las fuerzas de seguridad son miradas con lupa a nivel internacional. Después de cada asesinato hay una marcha, se dicen bellos discursos en honor del muerto, se hacen minutos de silencio y se elevan pancartas a favor de la tolerancia y en contra del fascismo. Pero a los terroristas no les dice nada eso. Ellos saben que están en ventaja, saben que el Estado, usando sólo la ley, no puede nada contra ellos.
Así se expresaba el otro día un viejo policía, ya jubilado, en un programa de TV:
“La tolerancia, es una bonita palabra. Hay tres cosas que nunca logré entender sobre las reglas de la tolerancia:
- La primera es en lo referente a mi profesión de policía: delante de nosotros se asesina a sangre fría, se ponen bombas y explosivos que sacrifican a inocentes, se cometen las más graves atrocidades.
Si un policía toca con el pétalo de una rosa a un desgraciado de estos hijos de perra, ya están encima de él y de toda la policía todos los comités de Derechos Humanos del mundo. Ellos pueden pegarme un tiro en la nuca cuando les dé la real gana, pero yo no les puedo dar una patada en los huevos…
Al trabajo que hace la policía, si se elimina a algún terrorista, se le llama “guerra sucia”. La de ellos es una “guerra limpia”: cuando matan a inocentes, cuando ponen bombas en establecimientos públicos, cuando extorsionan, cuando secuestran… Esa sí es una “guerra limpia”...
Nosotros tenemos que ir siempre con la ley por delante y ellos se limpian el fondillo con ella todos los días…
- La segunda, sobre el periodismo o los medios de comunicación. Cuando alguien, sobre todo alguien del gobierno, se le ocurre atacar verbalmente a algún periodista, verás que rápidamente se arma la sampablera, defendiendo la libertad de prensa y presentando a esa persona como un energúmeno y violador de la más sagrada ley.
Pero ese periodista puede jugar con tu fama con insinuaciones maliciosas, con calumnias sin pruebas, sin documentos, única y solamente porque tiene un carnet de periodista, que algunos usan como patente de corso. Ellos tienen libertad para atacar, tú no la tienes para defenderte.
- La tercera, la que se refiere a la libertad religiosa. En Caracas, Roma, Nueva York, en cualquier ciudad de occidente se levantan bellas mezquitas musulmanas, o templos al dios sol o al diablo, construidas sin ningún de problemas.
Y si alguien se opone, inmediatamente lo silencian invocando la suprema ley de la libertad. ¿Esa misma libertad y tolerancia se permite en los países árabes? ¿Se puede construir una iglesia o una catedral en Irán, Iraq o en los Emiratos árabes? Ni lo sueñes.”

Ideas como estas se discutían en público y en privado. La juventud por lo general, apoya al terorrista del FYL, lo siente como algo progresista, va contra el estatus y de acuerdo con la rebeldía propia de la edad. Rechazan este tipo de razonamientos que ellos consideran cavernícolas. Extremistas no yanomami, adaptaban la grafía de sus apellidos al estilo yanomami, añadiéndoles el sufijo wë: como «Luceswë», «Gómezwë», «Rioswë» y a sus hijos les ponían nombres míticos yanomami: Omawë, Yoawë... Algunos de estos neoconversos son más intolerantes y fanáticos que los mismos yanomami luchadores del FYL.
La Iglesia, en línea de principios, está muy clara contra el terrorismo y todo aquello que atente contra la vida. Pero en la praxis, a veces es reacia a manifestarse en contra de hechos puntuales y ahora, por la larga enseñanza que le dio la historia, es más lenta en la condena. En el nacimiento del FYL y de su filosofía trabajaron al inicio varios ideólogos religiosos, que sirvieron como correa de transmisión en los primeros momentos de lucha armada.
Todos saben que Shamawë el líder del FYL estudió para sacerdote, vocación que abandonó por la causa independentista después d e hacer un postgrado en una Universidad tamil de Sri Lanka. De allá vino enamorado de las ideas fundamentalistas de un viejo gurú tamil, llamado Xat-ar-zallus, que murió sin poder ver lo que él soñaba que estaba a la vuelta de la esquina: la independencia de Sri Lanka.
Dicen que murió al morderse la lengua.

14

Y hablando de curas... D. Manuel Uribe, uno de los párrocos de San Fernando, era entre los curas y pastores, el que menos se distinguía por mansedumbre y melosidad. Era más bien de talante adusto y poco conversador. Las malas lenguas decían que padecía de úlcera. Muy estudioso, sostenía conversaciones sobre temas interesantes. Cuando la conversación se deslizaba en futilidades se excusaba diciendo que tenía mucho trabajo. Y en efecto, trabajo no le faltaba.
Era la parroquia más organizada de San Fernando de Atabapo.
Español, de mediana estatura, cara alargada con un lunar en la parte izquierda, que con frecuencia sufría accidentes de rasuración. Llevaba más de 40 años en estas tierras que conocía a fondo. Se había formado sus propias ideas sobre el mundo indígena que languidecía o apenas sobrevivía en un mestizaje-mortaja.
Era muy claro y a veces hasta grosero en sus expresiones. Los hipócritas de siempre se hacían los escandalizados, pero todos las entendían.
“. .La iglesia se llena de niños y niñas. Cuando crecen, al comenzarle la piquiña del gusanito, se acabó todo. Da la impresión que adoramos a un dios misógino y que la iglesia es un lugar para sexualidades dormidas o muertas, para niños y ancianas menopáusicas...” “...estoy cansado de que las mamás me pidan que les consiga un internado de monjas para sus hijas. No crean que les interesa la formación de las hijas lo que buscan es postergar la ruptura del virgo.
‘.. los pastores evangélicos son buena gente pero predican un Dios extraño a la vida del hombre el dios policía, el dios que castiga, el juez insobornable... Cuesta mucho amar a un Dios así. Es más fácil temerle aterrorizado.”
“…la relación del cristiano tradicional con Dios ha entrado en la dinámica del mercado: Yo te doy esto: oraciones, misas, velas, promesas... y Tú me das salud, dinero, trabajo, suerte en los caballos, en los exámenes... Ahí no hay amor, sólo negocio. Ese Dios no existe...”

Don Manuel, a quien yo conocía desde pequeño y que después presenció mi matrimonio, conocía de mis andanzas por el Xié y de los cuentos de tío Ipa.
Cuando le pregunté sobre la escasez de clero indígena, pues sólo ahora algún que otro mestizo amazonense comenzaba a ordenarse, ¿será porque antes el cura no casaba y ahora sí…? Me respondió:
“La iglesia entendió muy poco e1 mundo indígena. El pensamiento eclesial, por muy encarnado se declare, cree que la verdad es una “verdad cartesiana”, nunca se renuncia a la búsqueda de esta claridad. La verdad y la anti-verdad son brutales en sí mismas.
Cada uno de nosotros, criollos o europeos, llevamos dentro un Quijote y/o un Sancho Panza:
- “Son gigantes”....
- “No; son molinos”...
Respuestas netas, conclusivas, radicales, brutales. El indígena no va por ese camino. El indígena
es diplomático, no es tajante. Te dice lo que tú quieres oír no lo que él piensa... Aunque no crea en lo que tú dices, te acepta y renuncia a la confrontación y a la pelea dialéctica... Aceptó lo que le decían: Dios, la Virgen, los santos, las leyes, pero la iglesia nunca supo se preocupó por saber lo que él entendía de todo eso...
Toma en tus manos una wapa… ¿quién no contempló una bella wapa de factura panare, yekuana o kurripako?¿quién no se admiró al pisar con cuidado una estera yeral?¿quién no se maravilló del tupido y prieto tejido de un wui yanomami?
Obsérvalos por delante: una belleza. Ahora míralos por detrás: una maravilla. Todos ellos tienen su “verdad”, por los dos lados. Esto es lo que nos cuesta, entender a nosotros, a la iglesia: que hay muchas formas de captar la verdad, que la verdad es polifónica no es un “sólo “, por muy bello que sea; que la claridad excesiva ciega en vez de ayudar a una auténtica percepción.
Si la verdad hubiera sido concebida de esa manera, tal vez hoy existirían en plenitud unos pueblos indígenas que murieron ya, o perduran hoy sólo en un recuerdo romántico...”

Yo seguía ensimismado sus razonamientos, maravillado de la libertad con que los exponía.

“Y... hablando de arte, ¿leíste alguna vez vieja novela de un tal Vargas Llosa?
Don Rigoberlo, el personaje de Vargas Llosa - ¿o es Vargas Llosa mismo?- vomita conceptos asquerosos sobre esas obras anónimas indígenas, a aquello que huele a colectivo, a folklórico, artesanal sin firma:
“La artesanía es una manifestación primitiva amorfa y fetal de lo que algun día –
Cuando individuos desagregados del todo, comiencen a imprimir un sello personal a esos objetos en los que volcarán una intimidad intransferible - podrá tal vez, acceder a la categoría artística”.
“D. Rigoberto, además de ser “narizón y orejón” era, como la mayor parte de la gente, terríblemente miope. No ven en profundidad.
La belleza de la wapa, de la estera, del wui no está en lo que se ve, sino en lo que oculta, en lo que representa. No es sólo el entrelazado perfecto a artísticamente del tirite natural y el tiznado de negro curame formando figuras geométricas variadas y dibujos misterrosos de animales clánicos.
La wapa, el wui, la estera con sus diversos estilos y formatos nos hablan de un mundo espiritual del ethos, de la psique, del carácter de un pueblo. De ese indígena que no se altera fácilmente, que no habla sino lo necesario, que no pregunta, que no ordena, que no grita, porque todo está ordenado y todo está dicho desde tiempos ancestrales.
Fíjate en esa wapa baniba. Cada línea de tiene su recorrido, su misión en el conjunto, su voz en el coro. Nada desafina, nada desentona en el conjunto, en el “orden”.
El indio está desapareciendo, pero se conservó la técnica de hacer artesanía. Hoy sabemos que es de fulano o mengano, conocemos el artista, tiene firma como quería D. Rigoberto – ¿o Vargas Llosa?-. Pero ya no hay un indio baniba. El orden, el mundo espiritual que representan, ya murió.
Esa wapa, aunque tenga firma de artesano, ya no nos habla, no nos dice nada. Es sólo mercancía, con belleza fría y calculada.
Era lo que quería D. Rigoberto … ¿o Vargas Llosa?....

Como siempre que hablo con D. Manuel, me voy a casa enriquecido con ideas y pensamientos en los que yo nunca había pensado.

15

Kamoi esa noche en el hotel, sacó conclusiones de todo lo sucedido y después de lo dicho por Chila ató cabos: aquel carro gris que vio varias veces detrás del taxi y que creyó que su presencia era fortuita. Aquel hombre alto con lentes oscuros y cara viruelosa que fumaba leyendo un periódico de deporte en el Restaurant Neptuno de la Castellana. El trato en las oficinas de la Central Policial, todo ello comenzaba a tener un sentido.
Revisó la guía telefónica e inmediatamente marcó un número en su celular.
- ¿Rent Car?
- …………………
- Por favor, necesito un automóvil en el Aeropuerto de Charallave.
- …………………
- A las 8 en punto.
- …………………
- Kamoi Hewë.
- …………………
- H de historia, E de Europa, W de Washington, E de Europa.
- ............................
- 0416/31.208.300

La noche fue muy corta. Kamoi salió a dar una vuelta. Al regreso, después de cenar en un restaurant japonés cercano, vió el carro gris nuevamente, cercano a la entrada del Hotel.
Subió a la habitación. Después de una ducha, se asomó a la ventana. Allí estaba el carro gris. Ya no tenía duda de lo advertido por Chila.
A través de la ventana no pensó ya en el carro gris ni en el hombre de lentes oscuros, ni en el Comisario Gutérrez. Sólo vio a Chila con la cara de Virgen demacrada y llorosa, en aquella atmósfera olorosa a desinfectante barato del Retén de mujeres.
Pasó la noche rápidamente y al amanecer se despertó como si aquel ensueño estuviese comenzando.
A las seis y media el taxi partió de Caracas. Los primeros rayos de sol hacían serpear ligeras nubes de brumas por las quebradas del Tuy. Kamoi miraba hacia atrás insistentemente, tratando de descubrir a su seguidor. El chofer; un andino taciturno, aceleraba mayormente en las rectas. Por fin llegaron al Aeropuerto.
Kamoi pagó espléndidamente al chofer y salió rápidamente hacia el Rent Car. Un flamante Corolla brillaba delante del establecimiento. Buscó las llaves y velozmente salió colina abajo hacia Caracas.
A poca velocidad, antes de llegar a la autopista, se cruzó con el auto gris y el policía de lentes oscuros, que sin duda lo buscaría en el Aeropuerto. Satisfecho Kamoi, pisó el acelerador y rápidamente se dirigió al Terminal de Autobuses de Oriente, al este del valle de Caracas. Todo estaba saliendo como él esperaba.
Sacó el billete de un Aeroejecutivo que salía hacia Puerto Ordaz en diez minutos. Al tomar asiento trató de poner en orden sus ideas. El seguimiento de parte de la policía, como le había dicho Chila, estaba comprobado. El motivo de ese seguimiento lo desconocía. La policía sabía todo de él; conocía su origen, sus actividades, sus estudios en Caracas, sus idas y venidas a Amazonas, pero nunca había tenido problemas con ellos.
Kamoi notó que en su interior iba surgiendo paulatinamente un sentimiento que antes no había sentido. A partir de los problemas surgidos últimamente, se estaba dando en él un proceso de radicalización ideológica y visceral.
Hasta ahora, nunca se había sentido atraído por las ideas nacionalistas de muchos de sus hermanos yanomami; se dedicaba a estudiar, a prepararse para ser útil a su pueblo, pero nunca aprobó la lucha armada, ni compartía mucho la viabilidad del proyecto independentista yanomami.
El autobús, silenciosamente, se deslizó fuera del Terminal buscando la autopista de Oriente.
Pero algo estaba cambiando en él. La mirada de desprecio con que lo bañó el asqueroso policía en el Comando, la palabra “indio” dicha con un tono inolvidable, el sentirse seguido como un peligroso delincuente... Todo esto, sumado al descalabro ecológico que el Estado permitió en el estado Amazonas y a la permisividad alcahueta del Estado frente a las grandes Compañías transnacionales, a las que les permitían hacer desafueros que en sus países de origen tenían vetados; todo ello estaba dando cierto sentido a los comandos de Shamawë, que luchaban por una país yanomami.
La música ambiente suave del autobús, disminuía los ruidos del motor e invitaba al sueño. Un sueño que a Kamoi lo envolvió en una suave bruma....

“....Las playas de Átabapo estaban tentadoras en aquella mañana de febrero. Alquiló una moto acuática y sin más bagaje que la ropa puesta, subieron río Atabapo arriba serpenteando entre las playas. Hasta que encontraron una playa solitaria, toda para ellos dos. Los brazos de Chila, asidos a su cintura lo envolvían en un abrazo sublime.
Las tibias aguas del Atabapo encendían en él un fuego especial. El color oscuro transformaba la blanquísima arena en una inmensa cortina de ámbar Los rayos del sol a través de sus aguas transformaban el fondo en variadas paletas de cálidos colores según la profundidad de las aguas.
Emergía de sus buceos y contemplaba el brillante cuerpo de Chila, repleto de sol sobre la arena blanca. Estaba esperando con ansia su chapuzón en el río. No entendía por qué ese afán de las mujeres de tostarse al sol, tanto más que la tez de Chila es lo suficientemente morena, no tanto como el color yodado del mestizo amazonense, pero sí más cargado que el de un yanomami como él.
Se acordó de la frase que a ratos le decía:
“Sólo el diablo entiende a la mujer. Yo no la entiendo”. Ella solía perseguirlo amenazándolo con lo que tuviera en las manos, acusándolo de machista.
Al rato, Chila decidió escuchar sus telepáticos deseos. Se alzó. Se sentó. Se arregló la parte superior del bañador y mientras él se introducía feliz por enésima vez en las ambarinas aguas, ella se zambulló y buceando, rozó su pierna suavemente sobre la espalda de él.
Comenzó el juego. Un juego maravilloso. Por debajo del agua se aferró a su cintura.
- ¡Loco! ¡Estás loco! - gritaba.
Kamoi se sentía en su ambiente. Como si fuera pez o anfibio. No supo cuánto tiempo estuve debajo del agua, mientras imitaba a los pequeños peces besando deprisa la mayor área de piel posible. De una forma pausada, lentamente, sin dejar de besarse, fue despojándola de su bañador, se quité el suyo y los arrojó a la arena. Beso a beso, metro a metro, se dejaron arrastrar por la suave corriente. Se sumergían abrazados, unas veces contemplándose, otras veces dando rienda suelta a unas ávidas bocas hambrientas de lo desconocido. Salieron a la superficie ¿abrazados? No. Fundidos, comiéndose a besos, unas veces en la superficie, otras en lo profundo, sin soltarse. Eran una sola cosa como el agua azabache del Atabapo y su arena blanca.
Y así se dejaron arrastrar por una vorágine de amor en donde el tiempo perdía su sentido. ¿Será eso que llaman eternidad?...”

El autobús corría raudo sobre el asfalto caliente.
¿Quién está detrás de la orden de detención de Chila? ¿Quién está moviendo los hilos?
Kamoi miraba indiferente a través de los amplios ventanales del autobús, las colinas y verdes vegas que en anteriores viajes había contemplado. Pensaba en otros paisajes y en otros verdes. Llegaría a Puerto Ordaz y lo antes posible tomaría el avión hacia Boa Vista. De allí, en autobús, vía Catrimani, por territorio yanomami, por las colinas de Hashimóu hacia la frontera con Venezuela.
- Allí definiré mi vida.



16

Llegué ayer de Caracas y una de mis primeras visitas fue para mi padrino Don Gilberto.
- Caramba, bienvenido ahijado. Cómo está nuestro incipiente leguleyo? Rosa, que le traigan un jugo de guayaba a nuestro jurista.
- Deje la mamadera de gallo, padrino, que apenas estoy comenzando.
La sonrisa pícara de mi padrino iluminaba su cara. Las visitas de los amigos alegraban su escondida existencia; una especie de ostracismo que él mismo se impuso, muy acorde con la incansable afición a la lectura. Llevaba una vida de monje. Hasta capilla tenía en la casa, como las viviendas de los antiguos condes, marqueses y otros resabios de la vetusta nobleza.
El antiguo monje benedictino seguía el lema: “Ora et labora”... mi padrino seguía uno más completo: “Ora, lege, et labora”, pues además de orar y trabajar en su pequeño jardín, dedicaba largas horas a la lectura.
Después del refrigerio de rutina, mi padrino me informó de los últimos acontecimientos sucedidos en Atabapo y el estado.
- Mire ahijado, por aquí le tengo algo que le va a interesar a nivel jurídico.
- ¿Ya va a comenzar otra vez con el jueguito, padrino?
- Nada de eso. Tú sabes por lo que estudiaste, y yo sé por lo que leí, que en este país todo el mundo se rió de las leyes. Y de las leyes de hacienda más todavía.
- Padrino, yo vine a saludarlo y a pasar un rato alegre con usted y doña Rosa...
- Tranquilo, ahijado, que esto te interesa como futuro abogado de la República. Desde Guzmán Blanco hasta hoy, hubo cantidad enorme de gobernantes acusados de ser “presuntos” ladrones. Guzmán Blanco murió en París, aunque hoy está en el Panteón. Castro, murió en el extranjero. A Gómez, otro andino “apretao”, no le fue necesario salir de Venezuela para morirse, porque era propietario de más de la mitad de Venezuela. Pérez Jiménez también murió afuera. Hubo otro gocho «apretao» que sí le presentó la cara a la justicia y no achicó escapándose, como en cambio sí lo hizo un tal Lusinchi.
- Padrino, ¿de dónde saca usted esos nombres? Nunca oí hablar ni de Pérez Jiménez, ni del otro gocho, ni de Lusinchi...
- Es mejor que no hable, ahijado, porque la ignorancia es atrevida y en Venezuela la historia ya paso la “historia”. Hoy los muchachos apenas saben algo de Bolívar y mal...
- Ajá, padrino, continúe.
- Te decía que en Venezuela, por esa misma razón de no «pararle a la historia», está repitiendo los errores de siempre.
El otro día, en una vieja revista que cayó en mis manos encontré el hecho que te voy a contar.
Tú sabes, que a partir de una fecha, no me acuerdo en qué año fue, la Corte Suprema de Justicia determinó que los delitos contra la Hacienda pública no prescribían. Pues bien, la fulana Revista contaba que después de 118 años, se juzgó y se declaró culpables a los responsables de ese delito, personas que, naturalmente, habían fallecido muchos años antes.
- Y de qué se trataba el delito?
- El delito juzgado se llevó a cabo en Puerto Ayacucho cuando era capital del Estado Amazonas. Resulta que la nómina de un buen grupo de funcionarios del estado, docentes sobre todo, a quienes se les debían unas cuatro quincenas y otro tipo de prestaciones, se quedaron fríos cuando les dijeron que ese dinero no estaba allí. Había desaparecido.
Se hicieron las averiguaciones pertinentes, declararon todos los funcionarios afectados, se aplicó prisión preventiva a los pagadores responsables, hubo declaraciones de parte de la contralora, de los funcionarios, la Policía Técnica hizo todo el proceso de averiguación, testigos, firmas, huellas digitales etc. Lo mismo se repitió con el abogado de la Gobernación.
Mientras tanto, los pagadores salieron libres, pues no se les podía probar nada.
En dos platos, ahijado, que ese dinero, más de 30 millones de la época, se esfumaron, se volatilizaron, desaparecieron y nadie vio nada, ni supo nada, ni dijo nada. La contralora siguió en su cargo, a los pagadores los botaron, pero tranquilitos, con sus mismos negocios, con sus blazer, como si allí no hubiera pasado nada.
- ¿Y entonces, padrino? ¿A dónde quiere llegar con esto?
- Ahijado, ¿No te das cuenta de la importancia de esta sentencia, después de 118 años?
- Pues no.
- Ahijado, alégrate. Es la primera vez que se declara culpable un delito de fraude a la hacienda pública en Venezuela. Cuando Recadi, culparon a un chinito. Cuando el saqueo de los bancos, se escaparon todos a Miami. Cuando se condenaba a empresarios que cobraban sin hacer las obras, aquí nunca fue preso nadie. Cuando una obra se pagaba tres veces su monto, aquí nadie iba preso. ¿Te das cuenta ahijado, de la importancia del hecho?
- Pero padrino, ¿118 años después? ¿Quiénes van presos ahora, los nietos? Justicia tardía no es justicia, padrino...
- Pero tienes que reconocer, al menos, el valor simbólico de la sentencia. Es la primera vez en la historia del Amazonas que se logra un triunfo tan grande…

Dejé a mi padrino disfrutando del hallazgo jurídico tan importante y que me hizo reflexionar seriamente sobre mi decisión de seguir estudiando Derecho.


17

Yaminawe era el prototipo del indígena caprichoso. Acostumbrado a que se cumplieran sus deseos sin mayor esfuerzo, tenía todavía aquella perniciosa idea de que todo se le debía, por el hecho de ser «indio» y para pagar los yerros e injusticias que otros, desde la Conquista hasta hoy, se habían cometido con aquella raza.
Pero eso sí, era indígena para lo que le interesaba: Cuando lo encontraron en fraude manifiesto con unos contratos y construcciones que no hizo pero que sí cobró, y de los que no tenía documentos, la excusa que puso fue: “…es que los indios somos así”. Pero al mismo tiempo, se aprovechaba de ellos y despotricaba contra aquellos yanomami que todavía les gustaba usar guayuco, diciéndoles que ellos eran ya “racionales y que tenían que usar camisa y pantalón”.
Buscaba los atajos sinuosos para lograr lo que por vía normal no podía conseguir. No muy alto de estatura, más bien enteco, tenía una cara afilada con ojos diminutos, lo más parecido a una «picúa». Hablaba mucho y siempre se reía estrepitosamente, como para llamar la atención y le gustaba hacer ostentación de riqueza delante de las mujeres.
Políticamente, aunque era el hijo mayor de Asirawë, se desentendía de todo y más bien se aprovechaba de la influencia de su padre para asuntos que rayaban con lo ilegal.
Desde joven nunca soportó a Kamoi, a pesar de que su padre y el viejo Hewë eran muy amigos y compartían ideales políticos en el AI, ambos no condividían los métodos violentos del FYL.
Yaminawë le envidiaba a Kamoi su gran atractivo natural para con las muchachas. Más de una vez en el colegio, Kamoi le arrebató el amor de la chica que Yaminawe tenía casi asegurado. Y es que Kamoi sin ser ningún Apolo o un “sex-symbol” versión amazónica, era muy sencillo, amable, y no se alteraba fácilmente, aún en los momentos de discusión. Esto, unido a una habilidad más que regular en el deporte estudiantil y a su brillantez en el campo intelectual, hizo que Yaminawë nunca lo pasara.
Con el tiempo, Kamoi se fue a la Universidad y Yaminawë se quedó en Amazonas; formó su empresa de construcción y mayorista comercial con una fuerte red de transporte que surtía a las transnacionales de insumos varios. El éxito comercial de Yaminawë suplió con creces lo que en sus años mozos le fue negado. No le faltaban mujeres, diversiones, amigos y aduladores. Se exhibía en los casinos de Atabapo con gruesas cadenas de oro al cuello, sortijas de diamantes en los dedos y siempre rodeado de bellas mujeres.
Cuando Chila, la bella y grácil colombiana graduada en la Escuela de Idiomas de Caracas vino a establecerse en San Fernando como traductora del emporio de Hoteles, conoció casualmente a Yaminawë en un Symposium organizado por la Bayer, en donde participaban varios empresarios y científicos internacionales.
Personalmente, a Chila le repelía aquel sujeto. Su sonrisa ratonil, sus ojos casi imperceptibles, sus pulseras y sortijas tratando de apabullar a los demás con su ostentación, le decían internamente que debía estar muy atenta con ese hombre.

El autobús brasilero subía el piedemonte de Parima lentamente. Atrás quedaron Boa Vista, Catrimani y otras poblaciones pequeñas del norte de Brasil. El estado brasileño de Roraima tuvo un desarrollo rápido pero fugaz. El señuelo aurífero atrajo en la últimas décadas, desde garimpeiros ilusos a Compañías poderosas que como taras gigantes arrasaron bosques y caños en búsqueda del metal dorado. Con la misma rapidez con que se inició, de la misma manera terminó.
Kamoi contemplaba aquel paisaje que en otros tiempo fuera selva impenetrable, convertido ahora en sabanas y colinas semidesérticas horadadas como si una manada de topos gigantes hubieran roto violentamente sus madrigueras subterráneas. También en el Amazonas venezolano había visto desastres parecidos, pero no tan terrible como éste. Brasil, en su afán de ser gran potencia, dio rienda suelta a su ambición abandonando toda ley restriccionista, entregándose como Venezuela en manos del nuevo capitalismo depredador internacional.
Cada vez comprendía más el movimiento independentista del FYL. Era la única piedra en el zapato que se oponía en Venezuela al arrase de lo que quedaba de la Amazonia. Si bien los medios que usaba no eran correctos, el objetivo, el fin de su lucha era justo. Cuanto más contemplaba el paisaje, más se afianzaba en su admiración por el FYL.

…………………………………………….

Eran las 7 de la tarde y el sol jugueteaba en el dorado horizonte sobre el Guaviare, como niño remolón al acostarse. La gente que ocupaba la terraza del Café Topacio era indiferente a esa mágica atmósfera.
Yaminawë miraba insistentemente el reloj y oteaba de vez en cuando sobre las cabezas de los asistentes. Tintineaba el hielo de su segundo vaso de whisky cuando Chila, vestida con un traje sencillo de color malva, se sentó muy seria sin saludar a Yaminawë.
- Hola, Chila, ¿Qué quieres tomar?
- Nada absolutamente. ¿Qué quieres ahora? ¿Por qué me llamaste?
- Cálmate Chila, estás muy nerviosa. Te comportas como si yo fuera tu enemigo.
- ¿Y qué eres, un amigo?
- Tú sabes lo que hice para sacarte de la cárcel.
- Y quién me metió en ella? ¿No fueron tus informaciones falsas? ¿Quién sino tú, le inventó al Comisario Gutiérrez que yo pertenecía al FYL?
Yaminawe la miró arrobado por largo rato.
- Chila, te quiero. Tú no sabes lo que te quiero...
- Yo sé y tú sabes también que yo no quiero verte. Y menos puedo quererte después de lo que me has hecho.
- ¿Amas a Kamoi?
- No es tu problema.
Yaminawe intentó tomar la mano que Chila retiró inmediatamente.
- Hagamos un trato, Chila. Deja a Kamoi y yo no hablo más con el Comisario Gutiérrez del atentado del “Chamuchina”.
Chila lo miró despectivamente, se levantó, tomó su cartera y se fue furiosa.
Yaminawë se alzó e intentó retenerla:
- Chila, aguarda…
Mientras se alejaba Chila, Yaminawë fuera de sí, se subió en la silla y después sobre la mesa gritando como un loco, cada vez más fuerte:
- Chila, aguarda... Te vas a arrepentir... te vas a arrepentiiiir… Te vas a arrepentiiiiir...

Al día siguiente: 9 am.
Chila salió en el avión de línea hacia la Esmeralda. Ella sabía que Kamoi iba hacia allá, vía Brasil. Finalmente podría ayudarle a salir de aquel laberinto de ideas en el que ambos estaban perdidos. Mientras se asomaba a la ventanilla y contemplaba la peniplanicie atabapeña, pensaba en la reacción de Kamoi cuando supiera lo de Yaminawë.
Siempre admiró en Kamoi su serenidad. Muy calculador y frío en sus reacciones, agotaba al máximo sus posibilidades de aguante; pero una vez que la razón no le proporcionaba más asideros, se desataba dentro de él una fuerza irreprimible que lo hacía capaz de la crueldad más refinada.
Antes de aterrizar, Chila contempló el Duida que comenzaba a desnudarse poco a poco de un tul sutil de nubes.
Kamoi llegaba ese día a Santa María, la bella ciudad a la desembocadura del Ocamo en el Orinoco. Desde la frontera brasileña a Santa Maria funcionaban los “caminos verdes”, picas y portajes interfiuviales que para Kamoi eran desconocidos, pues nunca había traspasado los raudales de Arata. No le fue dificil al hijo de Hewë encontrar guía y embarcación.
Durante el largo trayecto, Kamoi tuvo tiempo para meditar su plan inmediato. Iría a La Esmeralda a contactar con su padre y sus amigos. Movería cielo y tierra hasta conseguir la liberación de Chila. Daría primero los pasos legales y si estos no daban resultado, estaba decidido a hablar con Shamawë, el jefe del FYL.
Cuando Chila fue a la casa de Kamoi en La Esmeralda, Hewë la recibió cariñoso brindándole hospitalidad. Recibió con tristeza la noticia de que Kamoi no había llegado. La última llamada que hizo Kamoi a su padre fue desde Puerto Ordaz. Desconocía totalmente el motivo ni el tiempo de duración de este viaje.
Chila no quiso decirle a Hewë la razón del viaje de Kamoi ni sobre el seguimiento que le hacía la Policía a causa de las sospechas inventadas por Yaminawë. Sí le dijo que habían quedado en encontrarse aquí en la Esmeralda.
Dada la tardanza de Kamoi, después de dos días en La Esmeralda, Chila decidió ir a Cali unos días. Unas vacaciones, aunque cortas le servirían para calmarse de todo lo vivido. Sus padres se sentirían felices.
Antes de tomar el avión hacia Puerto Inírida, al despedirse de Hewë, le entregó una carta para Kamoi diciéndole que en ocho días estaría de vuelta en San Fernando.

………………………………..

Esta mañana, en el correo electrónico me encontré con una carta de mi padrino, como siempre tratando de aconsejarme. Esta vez me habla sobre el hábito de la lectura.
El es un autodidacta empedernido, y es de la teoría de que en la vida se aprende más que en la escuela y la Universidad. Desde siempre me trata como si fuera aquel muchacho que vio nacer, pero que se resiste a verlo crecer.
Yo recibo y conservo todas esas misivas cariñosas, en donde narra cosas viejas y cosas nuevas con la única intención de ayudarme.
“.. .El otro día me topé con un artículo sobre educación que me causó risa y a la vez tristeza.
Explicaba el articulista que la reforma educativa en Inglaterra en tiempos de Tony Blair pretendía una vuelta al dominio de las destrezas básicas expresadas en las “tres erres”: reading, writing, aritmethics, esto es, lectura, escritura, aritmética.
¡¡¡Tremendo descubrimiento!!! ¿Qué te parece ahijado? Después de tantos ensayos, sistemas, métodos etc... cayeron en lo de siempre: Lectura, escritura y cálculo son los medios indispensables para aprender a pensar. Y... si uno sabe pensar, ya lo sabe todo.
Aquí van unas perlas recogidas de aquí y de allá:
Albert Camus escribía hace ya muchos años:
“Cambia el mundo y en él los hombres y hasta el entorno. Sólo la enseñanza no ha cambiado. Lo que quiere decir que a los niños se les enseña a vivir y a pensar para un mundo que ya no existe”.
Y un tal Carl Rogers: “En general, nuestras escuelas constituyen la institución más tradicional, conservadora, rígida y burocrática de nuestro tiempo, así como la más resistente al cambio”.
Y la famosa antropóloga Margaret Mead dijo con ironía: “Mi abuela quiso que yo tuviera una buena educación; por eso nunca me mandó a la escuela”.
¿No crees tú que me dan la razón?
Tu padrino.”

Le escribiré un E-mail dándole, como siempre, absolutamente la razón.

……………………………….

A la mañana siguiente, Hewë, saboreando su primer café tempranero tomó el “Correo del Yapakana” y en la foto de primera página vió con asombro el rostro de Chila. Letras enormes y chillonas titulaban: “ATRAPADA CONTRABANDISTA COLOMBIANA” Y más abajo explicaba: “Con un alijo de la planta Rizophus auriensis fue detenida la ciudadana Chila Giraldo, de nacionalidad colombiana, que pretendía embarcarse en el vuelo de la tarde de ayer con destino a Colombia”. Hewë se dio cuenta inmediatamente de la peligrosa y apurada situación de la muchacha y al instante, se dirigió a hacer las respectivas averiguaciones con las autoridades de seguridad del Aeropuerto. El contrabando de Rizophus auriensis era castigado por la Ley con penas muy severas.
Lo que pudo conocer Hewë fue poco. Ayer mismo salió una avioneta con la joven y tres policías rumbo a Caracas.
Hewë pensó inmediatamente en Kamoi. La noticia lo iba a destrozar.
Hewë quería mucho a Kamoi, era su hijo preferido. Sereno, tranquilo; como buen indio, reticente a hablar en demasía y muy inteligente. Su tranquilidad escondía un volcán de sentimientos que raramente afloraban al exterior.
Sólo podía esperar la llegada de Kamoi a La Esmeralda


18

Enero fue un mes negro en Amazonas.
La tregua de Navidad concertada por el AI después de varias reuniones con el FYL se cumplió a cabalidad. Pero en la primera quincena del mes de enero una secuencia de atentados manchó de sangre y terror la geografía de Amazonas: Un avión que cubría la ruta Esmeralda - San Carlos explotó en el aire: 17 muertos. Un carro bomba en San Fernando en la Oficina de la Bayer: 6 muertos. Secuestro y asesinato de un matrimonio extranjero en Maroa: 2 muertos. Bomba-lapa en un convoy del Ejército: 7 muertos.
La oposición, ante la escalada de violencia, a pesar de las dificultades para entenderse, logró unirse y colocó en minoría al AI, el partido ganador de las últimas elecciones. Estos trataban de ganar tiempo y buscaban otra tregua del FYL. La oposición colocó al AI en la disyuntiva: o rompen con el FYL o proceden a nuevas elecciones, pues frente a la unión de la oposición, ya no lograban la gobernabilidad del estado.
Día 18 de enero. 6,30 AM.
Una avioneta alzó el vuelo de la pista de La Esmeralda rumbo a Peñascal. Shamawë, el líder del FYL no tiene residencia fija, pero Asirawë estaba bien informado. Con tres de los principales dirigentes del AI estaba decidido a hablarle claro a Shama. La situación era ya insostenible.
A la hora de vuelo la avioneta se dispuso a aterrizar en una pequeña pista asfaltada. Peñascal, como todas las poblaciones del territorio yanomami era una pequeña villa risueña de pocos habitantes.
Asirawë y sus acompañantes se dirigieron inmediatamente a la Residencia en la que solía quedarse Shama. Los dispositivos de seguridad que había en las afueras del edificio confirmaron la presencia de Shama en la ciudad.
A Shama, los servicios de espionaje del FYL de la Esmeralda le habían advertido de la visita de los políticos del AI. Los recibió en un despacho sencillo, pero acogedor, en donde el aire acondicionado se agradecía enormemente.
Asirawe fue al grano inmediatamente:
- Shama, no podemos seguir así.
Shama lo observó con su gélida mirada sin que un músculo de su cara denotara nada absolutamente.
- Tu política de sangre y de terror nos está obligando a quitarte el apoyo del partido. No podemos más. La oposición se alió y las posibilidades de gobierno son nulas. La situación no tiene escapatoria. O haces una tregua indefinida o cae el gobierno y tenemos que ir a nuevas elecciones. Y con esta campaña de terror que el FYL está manteniendo, la derrota es más que segura. Reflexiona, Shama, sé un poco más realista. Frena esta escalada de terror. Haz un gesto de buena voluntad y el electorado que nos apoya en la lucha ideológica, pero que no acepta la sangre, volverá a darnos el voto.
Shama jugaba con un lápiz como oyendo sin escuchar, basta que terminó de hablar Asirawë.
- Mira Asirawe. Escucha lo que te voy a decir: Me importa un carajo tu partido; me importa un carajo tu política y tus políticos; me importa un carajo la oposición. ¿Tú crees que el FYL existe por el AI? ¿Creen que nosotros vivimos por ustedes? No, Asirawë. Ustedes viven por nosotros. Nosotros somos los que les damos vida a ustedes. Si nosotros no existiéramos como FYL, ustedes no tendrían razón de ser como Partido Nacionalista. La independencia no la vas a conseguir con votos ni politiquerías, porque Venezuela, el Estado Federal no te lo va a permitir. La independencia o se consigue con armas y fuego o no se consigue. No trates de engañarte, Asirawë, la existencia de un Partido Nacionalista en un pueblo o en una región es posible sólo mientras exista una guerra nacionalista, un ejército nacionalista, o como dicen ellos, una “banda terrorista”.
Ustedes vienen a llorar aquí, no para animar la lucha de independencia de nuestro pueblo, sino que lloran porque ven en peligro su futuro como partido, como políticos, como burócratas. Los hijos de ustedes están con nosotros, la casi totalidad de sus hijos forman parte de nuestras Brigadas de lucha urbana, y ustedes lo saben. Por lo tanto, no tienen salida Asirawë, nosotros somos los que damos las órdenes, las normas, las pautas al Partido Nacionalista, no nos las dan ustedes. Con ustedes, sin ustedes o contra ustedes el FYL continuará su lucha por la independencia de su pueblo.
Pero convénzanse, desde el momento que ustedes no nos sigan, desde ese momento, el AI, el Partido Nacionalista no tendrá razón de ser. Nadie votará por ustedes. Dejarán de existir, porque saben muy bien que la independencia es una utopía que sólo puede hacerse realidad mediante las armas, mediante la fuerza y la violencia. El tiempo de Gandhi y Luther King ya pasó, amigos. El corazón del poder hoy, es más duro que lo fue ayer.

La avioneta aterrizó en La Esmeralda a las 3 y 20 de la tarde.
Asirawë y sus acompañantes se dirigieron silenciosos a la sede del Partido, en donde extendieron una convocatoria a todos los delegados de las diversas ciudades del Amazonas para una Asamblea urgente para el 21 de enero.

19

Kamoi se entretuvo en Santa María del Ocamo dos días. Allí se encontró con antiguos compañeros de infancia. Siempre le gustaba quedarse en esta ciudad recordando alegre los años felices de la irresponsabilidad infantil compartida, y la complicidad de tantos hechos ahora considerados banales, pero que en aquella edad eran muy graves e importantes. Cada rostro, cada esquina le traían a la memoria un sin fin de situaciones y recuerdos.
Cuando Kamoi llegó a La Esmeralda y habló con Hewë se dio cuenta de lo imbécil que había sido y se maldecía a sí mismo. Mientras él gozaba de paisajes y recuerdos, Chila estaba otra vez en las garras del comisario Gutiérrez. Por un estúpido día no se había encontrado con ella.
Todo esto lo pensaba en silencio mientras hablaba con su padre. Este le dio la carta que Chila le
había dejado. La abrió y...
“.. Yaminawë está loco, Kamoi. El fue quien le dio los datos falsos a Gutiérrez. El fue quien me hizo sacar del Retén, con la esperanza de que yo te traicionase con él. En S. Fernando me lo dijo todo. Tiene contactos fuertes con la Policía Federal en Caracas. Está decidido a todo. Me amenazó abiertamente y a ti también...
Esperaba encontrarte aquí, pero no pudo ser. Voy a descansar unos días a Cali. Tengo que serenarme y tomar aliento. Ultimamente han pasado cosas que están quebrando mi espíritu. Empiezo a sentir miedo.
Te mantendré informado. No sabes lo que deseo estar junto a ti. Te amo al máximo:
Chila.”

Kamoi al terminar de leer seguía con sus ojos fijos en el pequeño papel y como en una pantalla vió la cara ratonil de Yaminawë que le sonreía sardónicamente cuando otrora en el Liceo, se rodeaba de niñas bien, atraídas más por su dinero que por lo atractivo de su porte… lo veía claramente cuando se reía despectivo después que lanzó a volar el chisme entre las muchachas de que a él no le gustaban las chicas... lo recordaba malgastando a manos llenas el dinero de su padre en francachelas con mujeres, mientras los suyos creían que estaba estudiando.., pero sobre todo, recordaba su crueldad para con aquellos que no accedían a sus deseos...
Le recordaba el mito de Sirorowë que su abuela le contaba: aquel mítico genio silvestre que abusaba de las mujeres yanomami, encantándolas con regalos. Su abuela decía que se espantaba con ají quemado con caraña blanca....
Kamoi se dirigió a la orilla del Orinoco. El muelle, que un atentado del FYL había destruido, estaba en fase de reconstrucción. El elevado malecón que impedía que las anuales crecidas del río inundasen el antiguo aeropuerto y la sabana, era un bello boulevard con árboles y farolas de casi dos kilómetros de largo. De un lado se divisaba la floreciente ciudad con edificios que competían unos con otros para que ningún obstáculo les impidiera ver el imponente monumento del Duida. Del otro lado se contemplaba un Orinoco tranquilo y humilde; esta humildad la va perdiendo después de Santa Bárbara y San Fernando. Por eso Julio Verne, sin conocerle, le llamó “soberbio”.
Kamoi se sentó en un banco de granito mirando al río. No se fijaba en la superficie de sus aguas que jugaban haciendo pequeños remolinos. Trataba de ver más adentro, en la oscura profundidad en donde bullía una vida, unas luchas, unos sentimientos que él no veía ni sentía, pero que sabía que estaban ahí debajo.
“ ¡¡¡El Correo del Yapacana!!!, ¡¡¡El Correo del Yapacana!!!....”
Hizo una señal y el muchachito chillón, un mestizo yekuana más oscuro de lo normal, le trajo el periódico, que hojeó rápidamente:
“El FYL atacó objetivos brasileños. Una Oficina gubernamental en Boa Vista y otra en San Gabriel fueron los objetivos de sendos atentados”
“Se cree que estos ataques son una represalia por la colaboración de los servicios secretos del gobierno brasilero en contra del FYL”
“Descubiertos en la frontera brasilera dos zulos del FYL en donde se almacenaban centenares de kilos de dinamita, amonal, aparatos sofisticados de comunicación y armas de diverso calibre”.
“El número de combatientes separatistas yanomami en las cárceles federales asciende a 1.120.
Los activistas nacionalistas presionan al Gobierno Federal para que esos presos los concentren en las cárceles del Amazonas”.

Los últimos acontecimientos con Chila influyeron profundamente en Kamoi. El proceso nacionalista, aunque nunca lo vio viable, lo comprendía. Se daba cuenta cómo a raíz de todo esto, no sólo estaba justificando la violencia, sino que paulatinamente se estaba deslizando por el barranco de la aceptación.
De pronto, en la página de sucesos Kamoi vio algo que lo dejó helado:
“Desaparecida avioneta. Se intensifica la búsqueda de la avioneta Cessna YV 248-C que salió de La Esmeralda (Estado Ámazonas) con rumbo a Caracas. El último contacto que se tuvo con dicha aeronave fue a los 15 minutos del despegue de dicha ciudad. La avioneta pertenece al Cuerpo de la Policía Federal, y además del piloto viajaban dos miembros de ese cuerpo de seguridad y una presunta contrabandista de material estratégico. Se supone alguna falta técnica aunque no se descartan otras hipótesis, como la del posible secuestro por parte del FYL”.

Kamoi tomó rumbo a su casa tratando de organizar el nudo de sentimientos que bullía en su cabeza.
Llamó a la sede central de la Policía Federal de Caracas y preguntó por el Comisario Gutiérrez. Este trató de calmarlo con una noticia que lo que hizo, fue exasperarlo más.
- Kamoi, esta vez te equivocas. La Policía Federal no está metida en esto. Los pasajeros de la avioneta no son de los nuestros. Trata de buscar por otro lado.
- Si no fue la Policía Federal ¿quién diablos está detrás de esto?.
A los pocos días, en el Diario «El Amazonense» apareció una breve nota en donde el FYL se responsabilizaba del secuestro.
A Kamoi le pareció extraño todo esto.
La sarcástica sonrisa deYaminawë, clavada en su recuerdo, lo perturbó por unos instantes.


20

La reunión del Parlamento del estado Amazonas fue agitada y trascendental. Los partidos de oposición lograron un quorum coyuntural, gracias a la escisión del ala más conservadora del AI. La unión de centristas e izquierdistas democráticos le hicieron imposible la gobernabilidad a los nacionalistas.
Se avecinaban malos tiempos para todo el estado. Los representantes legales de las grandes Compañías se frotaban las manos, dispuestos a lanzarse sobre el corazón del Alto Orinoco.
Como siempre, detrás del biombo del progreso y desarrollo del Amazonas, los políticos escondieron los pingües emolumentos y comisiones de las transnacionales. Políticos que hasta muy pocas horas antes, se mordían y se decían barbaridades unos a otros, se abrazaban ahora asquerosamente con cierto olor a incesto.
Sonó el teléfono en casa de Hewë, Atendió Weyama, la hermana de Kamoi:
- ¿Sí?
La respuesta fue un silencio prolongado.
- ¿Aló?¿quién es?»
- ¿Está Kamoi?
- No, él no se encuentra ¿Quiere dejarle un mensaje?
- Sí. Dígale que Chila le envía muchos besitos. Ji... ji... ji...
Weyama iba a preguntar, cuando escuchó la señal de que habían colgado.

Kamoi en esos momentos volaba hacia Parima para encontrarse con Shamawë.
Estaba decidido a todo. Hasta a enrolarse en el FYL con la condición de encontrar a Chila.
No duró mucho la entrevista. Ambos sabían lo que querían. Shamawë siempre quiso que gente como Kamoi lo apoyase en su lucha. Eran las nuevas generaciones las que salvarían o hundirían a su pueblo. Estaban actualmente en la raya divisoria.
El problema de Kamoi lo conocía Shamawë. El amor lo hacía muy vulnerable. El revolucionario, deja en segundo plano el amor a la persona, sacrificándolo en aras de otro amor, El amor individual, personal, resta casi siempre fuerza al amor ideal, colectivo.
Kamoi necesitaba superar este escollo. Por las buenas o por las malas. Por las buenas, dándose cuenta racionalmente y renunciando al amor actual, o por las malas, con alguna desilusión o desgracia, transformando ese amor en odio profundo.
- No hay nada de eso, Kamoi. Nosotros no sabemos nada de esa joven. Perdona si me he adelantado, pero ya hice todas las averiguaciones posibles. Mis contactos y espías han rastreado todo lo posible en Caracas, Atabapo, Puerto Ayacucho, el sur... hasta en Colombia y Brasil. No hay rastro de tu amiga, ni del avión.
La Policía está buscando también. Creen y están interesados en decir que la tenemos nosotros.
Kamoi le agradeció a Shamawë su ayuda.
- No te aseguro nada Shamawë, pero te digo que si no aparece Chila, todo habrá cambiado para mí. En este momento, no sé lo que voy a hacer. Pero tal vez pronto tendrás noticias mías.
Shamawë apoyado en el dintel, se introdujo el pë de tabaco en la encía inferior de la boca, mientras veía alejarse a Kamoi.

……………………………………..

Cuando la subieron a la avioneta en la Esmeralda le pusieron un pañuelo en la nariz sedándola ligeramente. Percibió después, como en sueños, el traslado en una pequeña embarcación por un caño con muchas curvas. Después recordó la caminata en plena selva, casi en volandas, ayudada por sus captores.
Chila se despertó y por los resquicios de la puerta, se dio cuenta que aún no había amanecido. Estaba sola en una pequeña churuata recién construida debajo de unos árboles de unos 30 metros de altura.
A lo lejos sonaba el rumor como de una cascada, y por la variedad de sonidos extraños se dio cuenta que se hallaba en plena selva.
Llevaba allí tres días y nadie le quería responder a sus lloros y preguntas. Los dos hombres que la acompañaban, con el rostro cubierto por un pasamontañas negro, estaban armados y notó que sus ojos la desnudaban brillando de lascivia cada vez que la miraban. Le permitían acercarse al río. Al menos podía solazarse con la belleza del paisaje.
Entre árboles gigantescos por una pequeña garganta, se despeñaba un caño, pintando de blanco la negra roca en una bella cascada. Por unos momentos, aquella belleza le hizo olvidar lo terrible de su situación.
Así pasó esos días. Le traían de comer enlatados y comida sintética con las calorías necesarias. Se aburría soberanamente al no poder hablar con nadie, pues a pesar de sus intentos por mantener una conversación con sus guardianes, éstos nunca rompieron el silencio.
Tenía una mente fuerte y no se dejaba vencer por la depresión. Contemplaba el paisaje, jugaba a distinguir las diversas tonalidades de verde que la rodeaban, y por la noche, en los primeros insomnios, escuchaba los extraños ruidos de la selva: aullidos cortos, chillones silbidos de pájaros misteriosos, que le parecían solistas famosos acompañados por la orquesta sinfónica de miles de ranas invisibles. Todo ello envuelto en el líquido fragor de la cascada vecina, poco a poco, la concitaba a relajarse y dormir.
A media mañana del tercer día del secuestro, Chila escuchó el ruido de una avioneta. No era la primera vez. Al principio supuso que la estarían buscando. Aunque no perdió nunca la esperanza, ya no le hacía mucho caso a estos ruidos. Ella sabía que, aún cuando oficialmente nadie la buscara, Kamoi haría hasta lo imposible por hallarla.
Ya había almorzado y estaba sentada en el dintel de la choza, cuando los guardianes escucharon algo, tomaron las armas y corrieron hacia el recodo del camino en donde solían apostarse entre los árboles. De repente, salieron tranquilos y esperaron a alguien que se acercaba.
Chila sintió un escalofrío cuando vio aparecer a Yaminawë que asomaba su sonrisa de lemúrido por el pequeño camino selvático. Rápidamente se introdujo en la choza. No tenía nada para defenderse, pero estaba dispuesta a morder y arañar si aquel baboso le ponía las manos encima.
Escuchaba carcajadas y frases groseras por parte de los silenciosos guardianes. La presencia de Yaminawë seguramente los desinhibía dando rienda suelta a la lengua. Hubo ruido de vasos, repetidos brindis y risas estentóreas.
De pronto se abrió la puerta y apareció Yaminawë.
Chila estaba en una esquina acurrucada casi en posición fetal.
- Hola Chila. ¿No te alegras de mi venida? ¿Quieres tomar algo? Necesitas algo?
- Si. Necesito que me dejes en paz. - contestó Chila un poco tensa.
- Yo quiero dejarte en paz. Pero tú no quieres. No colaboras. Sabes que no tienes salida, Chila. Estás en el infierno. De aquí no sales si yo no quiero.
La sonrisa ratonil apareció otra vez en su rostro.
- Tarde o temprano, vendrán por mí.
- ¿Quién?¿Kamoi? - Yaminawë dejó escapar una risa de bronquios semiobturados como un prolongado y sordo chillido - Ya no te busca nadie. Creen que te secuestró el FYL. Yo mismo puse una nota en el periódico. Todo el Estado sabe que estás en manos de los terroristas de Shamawë.
Chila comprendió. Estaba desaparecida oficialmente. Nadie más la buscaría. No tenía salida.



21

Kamoi viajó a San Fernando y una vez allí se dirigió a la casa de Yavinape.
La serenidad de Yavinape siempre lo alivió en los momentos difíciles. Era un hombre que rezumaba confianza y, aún en las situaciones más comprometidas, daba la impresión que siempre tenía un as bajo la manga.
Yavinape sabía de la desaparición de Chila. Lo que no sabía era que ni el FYL ni la policía tenían nada que ver con aquel secuestro.
Kamoi aparentaba tranquilidad, pero la movilidad de sus dedos y el mirar persistente a las uñas, delataban que esa serenidad era falsa.
De pronto Yavinape le dijo:
- Kamoi, voy a proponerte una solución. Es arriesgada. Tú decidirás si la aceptas o no.
- Dime - respondió Kamoi.
- En el alto Xié, en Brasil, hay una sociedad secreta. Reúne elementos de diversa ascendencia arawaka. Son seres especiales que conservan y transmiten los secretos ancestrales. Ellos nos ayudan en los problemas más graves.
- ¿Los famosos “Mati” arawakos?
- Más o menos. Hay mucha literatura sobre ellos. Se dicen cosas ciertas mezcladas con mentiras y exageraciones. Lo que yo puedo hacer es ponerte en relación con ellos. Las condiciones o exigencias que te pongan, así como la factibilidad de su ayuda en la búsqueda de Chila, dependerá de ellos y de ti.
- Te lo agradezco, Yavinape.

Así fue como Kamoi conoció a Ipaminare. Yavinape lo mandó a buscar y poco después se presentó un hombre sencillo, gordo y bonachón pero fuerte, de mediana estatura; su mirada infundía autoridad innata y su media sonrisa sardónica denotaba confianza en sí mismo, a la par que una gran dosis de astuta inteligencia.
- Te presento a Ipaminare el “tigre de Chamuchina” - dijo Yavinape
- Ipaminare - contestó extendiendo su mano.
- Kamoi.
Apenas se miraron a los ojos, ambos comprendieron que iban a entenderse.
Ipaminare o Ipa, como cariñosamente le llamaban, nacido entre las peñas de los raudales de Chamuchina en el Atabapo, era un iniciado en los secretos ancestrales y avanzadilla de la sociedad secreta del Yuruparí arawako.

- Yo soy yanomami. ¿Me aceptarán en tu “sociedad”?
- Debes tener una muy buena razón. - contestó Ipa.
- La única razón que tengo es mi amor a Chila y la venganza.
- El mati no actúa por venganza; sino por justicia.


El run run del motor que rompía sin gran esfuerzo la suave corriente del Atabapo, iba introduciendo a Kamoi en un mundo distinto al suyo.
Siempre creyó que el baré, el kurripako, el baniba o el warekena eran pueblos extintos. Un largo séquito de apellidos arawakos sobrevivían en el Amazonas: Yuave, Güinare, Yaparé, Guayamare, Yavinape. . .pero nunca creyó que su cultura seguía con vida.
Kamoi, seguía pensando en la frase de Ipa y él la rumiaba en silencio:
- ¿Acaso con la venganza no se busca la justicia?
El Atabapo, aún en verano era navegable, pues era dragado permanentemente. Los intereses de las Compañías exigían una navegación expedita durante todo el año y no dudaron, con el consentimiento del gobierno local, sacrificar la belleza de muchas partes del río en aras de la eficacia productiva. La dinamita controlada, había hecho pasajes en los raudales de Guarinuma y Chamuchina que los hacían navegables también durante el verano.
Entraron en el Temi: un río que ayer caprichosamente jugaba al escondite con el bosque de caatinga inundable en un sin fin de meandros, y hoy, la prisa y la eficacia sustentadas en feroz tecnología, lo convirtieron en un canal rectilíneo que desembocaba rápidamente en Yavita, suprimiendo, no solamente los meandros juguetones, sino toda la vida que ellos encerraban.
El trayecto entre el puerto de Yavita y la ciudad de Maroa se cubría con una línea de ferrocarril construida por la Bird inglesa con menos de la mitad del dinero de los contratos, otorgados antiguamente para construir una carretera fantasma que nunca se terminó.
Durmieron en Maroa. La pequeña, pero hermosa ciudad, siempre limpia y ordenada, que se bañaba en las oscuras aguas del Guainía.
Además del Rizophus auriensis, explotado en lo que quedaba de la selva de Yavita, se exportaba también el queso vegetal o jabúa, cuyas cualidades dietéticas fueron explotadas por la misma transnacional en el mercado nacional y extranjero.

- Ipa, ¿no hueles a muerte?
- Donde hay vida está siempre presente la muerte. Aquí, entre esta esquina y aquella, murió Áñez, mi gran amigo, mi hermano. Un guardia loco lo fusiló porque se oponía a sus amores con la hija. La bella adolescente cayó también atravesada por la bala dirigida contra su padre. Después se disparó él mismo. Un nudo amoroso que la muerte no logró desatar.
- ¿Por qué estoy oliendo a muerte? —pensó Kamoi para sí.
A la mañana muy temprano, las aguas negras del Guainía heridas por la propela, se convirtieron en un rosario blanco. Pasamos frente a Wayanapi, la antigua villa de los warekenas, grande y muy bien urbanizada con amplias calles y plazas, fruto de la inversión turística que tenía como atracción central el caño San Miguel.
En Las Isletas, el rincón más bello del Guainía, destacaba un hotel muy solicitado por turistas alemanes. En Comunidad y Cucurital crecían pequeños centros especializados en artesanía arawaka y que, gracias a los adelantos del ciberespacio, concurrían y concursaban en exposiciones internacionales por la red, colocando en el mercado obras de arte en cestería, palo de Brasil y cerámica que les producían pingües ganancias.
San Carlos era la perla del sur. Kamoi nunca había estado allí. El casco antiguo cercano al río, se conservaba con sus estrechas calles cubiertas por el verde de moriches y manacas. Un puente sobre el caño Paríwabo lo unía a la zona residencial y turística de Guarinuma.
Sin embargo, era más triste que San Fernando, más serio y misterioso. Le faltaba la alegría de las playas blancas. Las playas de Zarama y Cigarrón estaban lejos.
Se dirigieron a casa de Chunchín, un descendiente de baré y amigo de Ipa. De anchos hombros y muy robusto aunque no muy alto, atento y educado, aunque poco hablador con los desconocidos. Su rostro achinado y de frente amplia tenía el color moreno yodado de los habitantes del sur, un poco más oscuro en las comisuras de los labios y en la barbilla gracias a unos largos y escasos pelos que le daban un cierto aire de fiereza. Sin embargo, decía Ipa, “su corazón era más bueno que casabe recién hecho”.
- Ipa. Sigo oliendo a muerto.
Chunchín lo miró con seriedad y los ojos se le aguaron rápidamente, mientras se olía las manos.
- Soy yo el que huele a muerte. No he podido quitarme ese olor… Desde que llevé en mis brazos a aquel niño destrozado por la metralla de aquella maldita granada... jugaban con ella sin saber que era un juguete de muerte.... De pronto ¡¡BUM!! El niño cayó al suelo y una inmensa flor roja le nació en el abdomen... Lo agarré con estas manos y corrí... corrí... corrí.... cuando llegué al hospital estaba muerto. Jamás podré olvidar aquella mirada…
Ipa le dio dos toques en la espalda y seguimos caminando en silencio.

En la parte más alta, donde antes estuvo un aeropuerto y el antiguo cementerio, se levantaban ahora varios edificios entre los que destacaba soberbio el Hotel “Curupira”, sede de Congresos internacionales y del staff numeroso de gerentes y ejecutivos de las empresas que allí funcionan.
A la mañana siguiente, Chunchín los escoltó hasta Mayabo adentro. Allí dejaron bongo y motor en custodia y, en un ruinoso jeep recorrieron los pocos kilómetros de portaje por carretera que los separaban del Xié, meta de este largo viaje.
En el Xié los esperaba Félix, un joven con rasgos netamente indígenas, con el motor 40 HP. encendido. Después de los saludos de rigor, partieron y la brisa los alivió un poco del húmedo calor que los bañaba.

- Kamoi, ¿todavía piensas en la venganza?
- Para mí no hay distinciones entre venganza y justicia. Todo es búsqueda de justicia. El nombre de venganza le viene, porque no es la sociedad, el estado, el que la ejecuta, sino el particular. A la acción de la sociedad, la llamamos justicia, pero no deja de ser una venganza.
- Pero la venganza atrae la muerte, Kamoi. La justicia no. De poco tiempo acá, la percibes demasiado cercana… ¿Todavía hueles la muerte?
- Sí, Ipa. Ese olor no me deja.

El Xié es un río pequeño. Se parece al Atabapo en muchas cosas, aunque la vegetación que lo rodea es mucho más tupida.
- Ipa ¿Cómo se defienden los arawakos contra la injusticia?
- Toda sociedad crea formas para autodefenderse. Hubo un tiempo en que el indio creyó en mesías, en salvadores que los sacarían del pozo en el que se encontraban. Este pozo comenzó cuando el blanco invadió el Río Negro. Los misioneros antiguos combatieron aquellos ritos que les parecían incompatibles con la religión cristiana. La religión del “Yuruparí”, con sus celebraciones de máscaras y trompetas sagradas, fue perseguida. También intervinieron en el sistema matrimonial y en las fiestas fúnebres tradicionales.
A fines del siglo XIX un franciscano italiano, decidió escandalizar a toda una tribu. Reunió a todos los niños y mujeres del grupo y les enseñó las máscaras y trompetas sagradas, cuya contemplación sólo estaba permitida a los hombres iniciados. El furor de los indígenas fue general. Un gran dilema se presentó en la comunidad. La religión del Yuruparí prescribía el envenenamiento de toda mujer que hubiera visto el objeto sagrado. Pero naturalmente, no podían sacrificar a toda la población femenina. Los pajés o shamanes a fin de aplacar la cólera divina, optaron por imponer un ayuno general durante un mes. Los misioneros tuvieron que abandonar el lugar si no querían morir.
- Los yanomami tenemos otra experiencia. En mi pueblo no hicieron nada de eso. Nuestros ritos fúnebres y costumbres fueron respetadas. Tengo que reconocerles a los curas que estuvieron con los yanomami que fueron plenamente respetuosos de nuestras costumbres.

El bongo se deslizaba por las tranquilas aguas del Xié. El ruido del motor no les molestaba mucho a Ipa y Kamoi, que iban en la proa.
- «El problema arawako es mucho más antiguo, Kamoi. Además, los mesianismos tuvieron una raíz o causa, más económica que religiosa: el sistema de opresión creado por la dominación blanca en todo el Río Negro. Estos Cristos o Mesías que surgieron en esta zona, predicaban y prometían al indígena la salida de este régimen de esclavitud que los oprimía. El baniba Venancio Camico, de Maroa, se proclamó Cristo y consiguió que le siguieran centenares de adeptos. Llegó el ejército brasilero y los dispersó.
Otro mesías, Aniceto, curó enfermos, y predicó el abandono del conuco, pues sus bendiciones bastaban para hacer crecer las plantas. Capturado, fue condenado a trabajos forzosos en la construcción de la catedral de Manaos.
Más abajo, en las orillas del Vaupés, otro iluminado, Cristo Alejandro, reunió un gran número de seguidores que, armados con escopetas estaban dispuestos a una guerra con el blanco. Fueron dispersados por el ejército.
Me contó mi abuela que en el mismo Atabapo, en Cacagual, floreció también uno de estos mesías que hizo creer a la buena gente que él era Dios. Iba y venía visitando los poblados indígenas haciéndose servir las mejores comidas, los más copiosos regalos y hasta las mamás le ofrecían las hijas vírgenes impúberes y tiernas, para que Dios estuviera siempre contento y bien servido.
Uno de los indígenas viejos de Cacagual, conocedor del secreto ancestral del kamajai comenzó a dudar de la divinidad del fulano “dios”.
- ¿Qué es el kamajai? - interrumpió Kamoi.
- Es un veneno de elaboración secreta y muy complicada que nuestros ancianos conocen. Los mati también usan en contadas ocasiones.
Pues bien, el viejo Tumebi pensó: “Si es Dios… mi kamajai no le puede hacer daño. Si no es dios, se muere y así deja de engañar a la gente”.
Esperó la anunciada visita del dios al pueblo y Tumebi, como todos, lo recibió y agasajó con entusiasmo y acercándose al lugar en donde le preparaban la yucuta de seje al recién llegado, se acercó hasta donde estaba la totuma destinada al dios visitante y, en un movimiento desapercibido por casi todos, dejó caer su mínima pero mortífera cantidad de kamajai que llevaba en una uña, y después se la ofreció sonriente.
El dios agradecido, sació su sed con largos sorbos del seje emponzoñado, y para consternación de todos los presentes, aún estaba bebiendo, cuando abrió los ojos desmesuradamente y cayó al suelo produciendo un ruido como el de un pesado fardo de ñame.
Tumebi comprobó científicamente que el tal “dios” no era Dios, pues su kamajai había podido con él.
Lo que no esperaba Tumebi fue la reacción de la hermana de “dios”, que siempre lo acompañaba. Ella sí percibió el ligero movimiento de la mano de Tumebi y lo acusó de asesinato ante los blancos.
Lo llevaron a Atabapo, porque Cacagual para ese entonces era de Venezuela, y de Atabapo lo enviaron a la cárcel de Ciudad Bolívar.
Allí pasó un tiempo encarcelado Tumebi hasta que una juez se interesó y preguntó el por qué de su encarcelamiento. Tumebi le contó toda la historia del “dios aprovechado y abusador”, a quien los pobres indios le servían lo mejor de sus frutos y regalos y que hasta las niñas impúberes eran objeto de regalo por parte de las madres ignorantes…
Tumebi le aseguró a la juez con sinceridad, que él lo único que quería era saber si ese señor era Dios o no. Si lo era, el kamajai no le iba a hacer nada, y si no lo era, terminaría con esa injusticia y engaño de todo el pueblo.
La juez, escuchando cosas tan extrañas para ella, sobreseyó la causa y el pobre Tumebi regresó a su tierra en donde vivió por largos años.
Y así, te podría dar el nombre de muchos otros que se consideraron cristos y mesías. Tenían una razón de ser. Todos ellos se encuadraban en este marco de explotación, maderera, cauchera o de lo que fuera, que el indio venía sufriendo, y mostraban la rebelión y reacción por parte indígena, contra el estado de opresión global que el blanco implantó en esta zona.
- ¿Una cosa parecida a lo que está pasando con el FYL yanomami? Shamawë sería una especie de «mesías» para nosotros?
- Algo parecido. Pero que llega demasiado tarde. Esa lucha hoy está condenada al fracaso. Eso debía haberse hecho hace siglos. Hoy, ustedes y nosotros sufrimos las consecuencias.
- Eres poco idealista Ipa… A veces, creo que eres más pesimista que yo.
- Trato de ver la realidad con realismo. No soy pesimista por naturaleza, pero prefiero adelantarme a las consecuencias. Y muchas veces acierto.
Por ejemplo, esto de los “mesías” nos hizo mucho daño a los indígenas. El ambiente de opresión siguió después, pero de forma más camuflada. Ya no fue tan burdo, fue mucho más sutil. El blanco siguió oprimiendo “en Democracia”, y el indígena siguió siendo “democráticamente” el último de la fila.
¿Qué sucedía? Cada cinco o seis años surgía un “mesías” que prometía salvarnos, que nos decía que votáramos por él, porque él nos llevaría al “paraíso”. Y tú sabes cómo los indígenas cayeron en esa trampa una y otra vez y, gracias a su inocencia o estupidez, un gran número de blancos se enriquecieron, enriquecieron a sus familias y a sus queridas.
Como también nos hicieron mucho daño los famosos “caciques”. En el Amazonas nunca hubo caciques. Ese es un invento de los blancos, para dominarnos más fácilmente; y fue la trampa en la que cayeron aquellos indígenas ávidos de poder. Ni Aramare, ni Cocuy, ni Turón, ni Iriyowë fueron caciques de nadie. Nuestro sistema de gobierno nunca fue unipersonal. Los blancos después los nombraron “capitanes” y hasta un sueldo les dieron. Hubo una comunidad que le pusieron como “capitán” a una mujer. ¿Cómo puede ser “capitán” una persona que no puede mirar los botutos sagrados?
Fueron tretas de los blancos para gobernarnos mejor, en la que cayeron los propios indígenas golosos, que ajilaban con todo y que querían ascender en el mundo de los blancos. Ellos decían en sus comunidades por quién tenían que votar, porque iban a recibir un motor, una motobomba, una medicatura o una escuela.
No fue ni el caucho, ni la sarrapia, ni el oro, la causa de la riqueza de los blancos en la historia del Amazonas. Fueron los indios. El que engañaba a los indios, gobernaba. El que seguía engañándolos, seguía gobernando, dos, tres, cuatro veces... Y el indio siguió creyendo en los “mesías” como en los tiempos del baniba Venancio Camico.
Hasta que fue demasiado tarde.
Ahora ya no hay paraíso».

- Y ustedes, ¿Qué función cumplen en todo esto?
- Mira Kamoi. La justicia del blanco no es para nosotros. Ellos llegaron acá y no nos entendieron nunca y nosotros nunca los entendimos a ellos. Convivimos con ellos, como aquellas parejas obligadas a vivir juntas, por miedo, por aburrimiento, por costumbre o por necesidad. Porque no hay otro remedio.
Nosotros somos lo que queda de la justicia de nuestro pequeño pueblo. Donde se nos necesita o donde se nos busca, allá vamos y tratamos de resolver los problemas a nuestra manera. Unas veces fallamos, otras veces nos equivocamos, pero es nuestra justicia, la de nuestro pueblo, no es la del blanco. Ya no esperamos mesías. Somos nosotros los que resolvemos nuestros propios problemas…
- ¿Y si los descubren? Porque eso está prohibido…
- Nunca nos han descubierto, ni nunca nos descubrirán. Somos los «Caballeros de la noche». Cuando los blancos van, nosotros ya venimos.
Kamoi en la proa y con el viento de frente, a la vez que alborotaba su lacia cabellera negra, sentía también que sus ideas sobre los arawakos estaban cambiando.
La sabiduría de Ipa lo maravillaba paso a paso y lo refrescaba interiormente.


22

Kamoi era indígena, pero no era arawako. Se encontraba un poco nervioso, pues no sabía lo que iba a suceder en esa especie de trasvase cultural.
La noche que se reunió en la gran maloca rectangular con el consejo de clanes, le presentaron y advirtieron las condiciones. Kamoi estaba en el centro de la maloca sentado sobre una pequeña estera, y delante de él, formando un semicírculo los representantes de diversos clanes arawakos:
Ume: pez caribe; Iñámaro: raya; Wamo: pereza; Adaro: guacamaya; Nówi: perro de.agua; Apíya: báquiro; Dalíwa: cachicamo; Yawi: tigre; Umáwali: anaconda; Cuichi: paují.

Yawi, el dueño del clan del tigre le habló pausadamente:
- Para entrar en nuestra sociedad debes someterte al rito de iniciación como si fueras un muchacho, pues mientras seas un extraño no podemos ayudarte.

Pasaron 15 días de ayuno exigente. Lo único le daban al día, eran unos granos de mañoco y una totuma de agua.
En aquellos largos momentos de silencio pensaba en Chila, soñaba que con la ayuda de los mati arawakos volvería a sus brazos. Se veía recorriendo con ella las ardientes arenas del Atabapo, soñaba en los hijos que iba a tener, los nombres que les pondría, por momentos se sentía verdaderamente feliz. Los pinchazos del hambre lo regresaban a la realidad, no vacía de esperanza.
Cada día se turnaban los jefes de los clanes catequizándole, aconsejándole y narrando los primeros días de Kúwe:

“...después de un tiempo, una de aquellas mujeres que Nápiruli había señalado con el humo de su tabaco, se acercó a la casa del viejo que cuidaba la tinajita.
En un descuido del viejo, se acercó la mujer y destapó la tinaja donde estaba la cría de Nápiruli.
Tan pronto como la destapó, la “criatura” se le metió a la mujer por la boca quedando así preñada.
El viejo comenzó a investigar quién había sido la mujer que se robó la cría y se enteró que había sido Mapirríkoli. Consultó con el shamán y éste por medio del tabaco supo que la cría de Nápiruli estaba en vientre de Mapirríkoli.
Los abuelos llevaron a Mapirríkoli a un cañito de las cabeceras del río Isana y allí, en un gran raudal que en lengua yeral se llama Yuruparí, nació el Kúwe.
Kúwe creció muy rápido. Sólo comía aire. No quería comer nada. Le ofrecieron frutas silvestres, las rechazó diciendo que ése era el tipo de comida hasta entonces y que él iba a cambiar eso.
Un día fue a donde los hombres estaban ayunando y les dijo:
- “He venido a esta tierra para gobernar y dirigir todo. Ya ustedes me vieron. Cuando vino Nápiruli la primera vez era yo mismo, así es que entonces y ahora, ya me han visto. Yo nací y me crié en el monte y las mujeres no me pueden ver
Yo soy Kúwe, y para verme los hombres, tienen que ayunar. Con las mujeres no quiero fiesta, así saben que yo nací a causa de una mujer que por curiosa, descubrió mi secreto; por eso jamás podrán verme.
Nos uniremos para trabajar para que no sigan comiendo únicamente frutas. Por eso vengo a descubrirles la planta de la vida, la yuca. De ella se irá manteniendo toda la gente que vive en esta tierra. De hoy a mañana ustedes serán hombres. Es malo comer comida ajena sin trabajarla. Así pues, mañana empezaremos a rozar”

Luego de mostrarles el árbol de la vida o Kaniti, sacó las diversas verduras y frutos que hoy siembran los Arawakos.
Al siguiente día, en presencia de los que ayunaban, preparó una pequeña cantidad de masa para hacer una torta de casabe, y tomó aji, túpiro, frijol etc. sin nada de carne.
Luego pidió que le trajeran artesanía. Pidió el manare, luego la wapa, bejucos, plumas y se puso a tejer un objeto especial llamado kalídama.
Después les repartió a cada uno el símbolo de su descendencia familiar en forma de animales que serían los ancestros de los diferentes linajes.
Después de repartir esos animales y peces, pintó el manare de rojo y los dibujó a cada uno.

Les dijo que ese ayuno deberían hacerlo todos desde entonces y que sería una compensación por lo que había sufrido él, que al final moriría quemado por ellos. Por eso también serían sobados con látigos.
Los hombres le pidieron que bailara con ellos para que les enseñara a los muchachos la letra y los bailes sagrados.
Cuando Kúwe estaba terminando su canto y estaba bastante embriagado, mandaron a buscar leña, soplaron y formaron una candela. Entonces empujaron a Kúwe a la candela y1o quemaron.
Con el humo que se elevaba hacia el cielo, se fue Kúwe, se elevó y se fue “sonando”. Así como suenan nuestras flautas sagradas en las fiestas rituales”.

Kamoi, sobre la estera, mientras hablaba Daliwa, recordaba los ritos largos y penosos del aprendiz de shamán que su abuela le había contado cuando era pequeño.
Mientras tanto, en la comunidad se notaba un ajetreo mayor que otros días. Se acercaba el día. Mañana sería un yanomami arawako, algo tan difícil de explicar como de entender.

La última noche la pasó en vela, no sólo por el hambre que le agarrotaba las tripas, sino por los estridentes y acompasados sonidos de los botutos y flautas sagradas.
Comenzaba el Yuruparí, la ceremonia más solemne de la liturgia arawaka. Me daba la impresión que Kúwe y Nápiruli me estaban hablando desde aquellas trompas.
La luz de la luna infundía al ambiente un azulado halo de misterio. Misterio que aumentaba con el lento movimiento de dos filas de hombres que subían desde el río portando antorchas. Sus cuerpos estaban pintados, sus cabezas llevaban plumas multicolores y los jefes de los clanes portaban en el cuello, collares de colmillos de jaguar. Era como la Anaconda ancestral que, en tiempos remotos, ascendía por ríos y caños señalando los lugares y tierras de los distintos clanes.
El punto álgido de la ceremonia era la marcha lenta de dos hombres vestidos con gran brillo, que recorrían la maloca de arriba hacia abajo, tocando las flautas largas. Representaban al primer antepasado, vivo de nuevo, que venía para adoptar a los iniciados y a sus hijos. A partir de ese momento, la maloca quedaba identificada con el universo y la gente que estaba dentro, al ponerse en contacto con la Anaconda ancestral, asumía el papel de los primeros seres humanos y antepasados originarios de los diferentes clanes.
Ya dentro de la maloca, cada par de instrumentos se colocaban en un orden ritual, pues iban a representar a los diferentes clanes ancestrales. Las flautas largas eran los clanes de cantores y bailadores; las trompetas eran los de los guerreros y las flautas cortas, los clanes de los shamanes. Posteriormente escondían los instrumentos sagrados en el Tari o pequeña choza que habían construido al este de la maloca.
Ipa, el padrino del iniciado, que lo adoptaría en el clan de “Iñámaro” o Raya, repartió entre los hombres unos látigos y luego le quitó la camisa a Kamoi, le ató un trapo blanco en la cabeza y le pintó el cuerpo de rojo. Mientras tanto, le daba consejos y lo animaba.
Cuando ya estuvo listo, los hombres lo condujeron al tari y le taparon los ojos con el trapo blanco, pues todavía no puede ver al Kúwe. Al entrar, empezaronn a sonar los botutos sagrados y le daban vueltas, para un lado y para otro, hasta que lo dejaron en el Tari.
Después, el shamán le explicó nuevamente la historia de Kúwe y Nápiruli y le aconsejó cómo debía comportarse, pues de ese momento, iba a formar parte del pueblo Arawako. Al terminar, le enseña a Kamoi cada una de las Flautas o Botutos sagrados, con sus nombres y significado.
Finalizada esta enseñanza, los jefes de los clanes sobaron a Kamoi con sus látigos y quedó encerrado en el Tari, custodiado por cuatro guardianes, mientras afuera sobaban a las mujeres y a los niños con los látigos. Después se sobaron a los hombres. Siguieron sonando las flautas sagradas.
El tiempo pasaba. Se entonaron cantos antiguos que se elevaban sobre las murallas de la selva circundante, mientras bailaban y restregaban a Kamoi con unas hierbas sagradas. Posteriormente se bañó en el río y después del baile regresó al Tari acompañado de Ipa, el padrino. Tomaron yucuta y se dio inicio al baile.
Los hombres con Kamoi, iban en hilera hacia la plaza, batiendo rítmicamente los látigos y allí recibieron a las mujeres que serían las parejas del baile. Se formó un gran círculo y se dio comienzo al baile. Kamoi pasó el brazo sobre el cuello de la pequeña arawaka que le tocó de pareja en el círculo, y dando vuelo a la fantasía se transportó a las playas de Atabapo en compañía de Chila. No supo cuánto duró el baile, con esos pensamientos no sentía ni cansancio ni se daba cuenta del paso del tiempo.
Kamoi escuchaba el rítmico y tetrafónico sonido de los Botutos, a veces lo adormecía, otras veces lo excitaba. Comió la comida sagrada o Kalídama. Mordió el ají picante que le dieron. Bailó y se dio cuenta cuando Ipa le pintaba en la espalda la pintura del clan Iñámaro, una pequeña raya, que indicaba el clan arawako en el que había sido admitido. Pero su conciencia vagaba muy lejos de allí.
Lo despertaron dos fuertes latigazos que el shamán le propinó haciéndole las últimas recomendaciones: durante quince días debía tomar baños en el río a las cuatro de la madrugada y comer sin sal ni picante y evitar comidas calientes. Tampoco podía comer pescado asado, ni cachicamo, ni subirse a árboles altos, ni mecerse en el chinchorro. Todas estas prohibiciones duraban quince días.
En la noche siguiente el consejo de los clanes se reunió con Kamoi en otra ceremonia solemne en donde le invitaron a probar el yajé, una mazamorra parda y amarga preparada con el bejuco de capi triturado.
Le dieron a beber también una cupana bien cargada.
Kamoi, a la sexta totuma de yajé entró en un mundo por el que vagaba sin peso por el aire, atravesando velozmente círculos de colores que lo tragaban. Veía las Pléyades y otras estrellas muy cerca. De pronto, entraba en una gran oscuridad que al rato se transformaba en una luz cegadora. Lo que más le asombraba era la ingravidez de su cuerpo que le recordaba cuando caracoleaba su cuerpo en las tibias aguas del Atabapo.
Por un instante, como en los fogonazos eléctricos de las tormentas, vió una casa en medio de la selva. Todo se nubló nuevamente. Después, en otro flash vio con claridad el blanco cuerpo de Chila, desnudo sobre una estera y atada de pies y manos en forma de aspa. Sangraba a borbotones por el sexo.
Kamoi gritó con todas sus fuerzas, pero cuanto más gritaba, más se alejaba de aquella imagen terrible.
Cuando despertó, con una fuerte pesadez y dolor de cabeza, estaba sólo en la maloca. Algo había pasado dentro de él. Ahora veía las cosas y las personas con ojos especiales. Lo concreto, lo obvio, las plantas, los pájaros, los animales, los veía de otra manera.

Estaba en este asombro, cuando se le acercó Ipa:
- ¿Te encuentras bien, Kamoi? Desde ahora te darás cuenta que los fenómenos, las cosas concretas, no siempre tienen una causa lógica, tangible, como creen los blancos. Para entender algunos hechos que pasan delante de nuestros ojos, es necesario viajar algunas veces al mundo de lo intangible, si queremos interpretar las causas profundas y reales de lo palpable, de lo que se ve.
Los mati, los shamanes, toman yajé para convertirse en jaguares y para poder ver hombres, plantas y animales con ojos especiales. Desde ahora ya no eres el mismo, Kamoi. Eres de mi clan. Tú mismo lo elegiste y desde hoy estaré a tu lado hasta que venga la justicia. Prepárate en estos días de ayuno y después salimos. La justicia está en marcha.
- He tenido un sueño terrible.... ¿y los demás dónde están?
- Ya están trabajando - respondió Ipa.


23

- ¡Escucha! ¿Oyes?... Ya se acerca.
- ¿Quién?
- Mi amigo.
- No veo a nadie — decía yo mirando en derredor

De pequeño, tío Ipa me enseñó a escuchar y a ver más allá de lo visible. Me decía que los pájaros eran personas, en forma de pájaros. El mismo se transformaba en pájaro...
Una vez, estábamos solos mi abuelo y yo en la casa. El descansaba.
Tomé la curiara y me escapé remando río arriba hacia un pequeño remanso en donde los pocos muchachos que allí había nos lanzábamos al río balanceándonos en una larguísima liana. Ya era un experto con el canalete y, sin que nadie me viera, bogué costeando el río.
Un martín pescador “pecho blanco” volaba silencioso de rama en rama. Unas veces se me adelantaba y me esperaba inquieto, otras veces se quedaba atrás y aparecía de nuevo. Yo a veces, dejaba de remar y nos quedábamos mirando el uno al otro; canaleteaba de nuevo y él reemprendía su corto vuelo. Cuando llegué al remanso lo perdí de vista.
Me divertí con mis amigos por un largo tiempo. Al regreso, apareció de nuevo el martín pescador y me acompañó por un tiempo. Después no lo vi más.
Amarré la curiara y subí a la casa para cambiarme. Desde el horizonte un enorme disco rojizo se retrataba presumido en el río.
Por la noche, después de cenar, Tío Ipa sentado en un tronco, con cara de distraído mientras afilaba una estaca con su pequeña navaja, me dijo:
- ¿Bueno el baño?
- ¿Qué baño? — le dije yo.
- Allá arriba, en el remanso.
- Sí.... bueno...pero ¿cómo lo sabes tú? No había nadie en casa. ¿Quién te lo dijo?
- Nadie... - y siguió afilando la pequeña estaca.

Yo creía que era una intuición natural del tío Ipa, pues era muy inteligente. Pero me quedé de piedra cuando me dijo:
- Mire, mijo. No se orine en público con los amigos, porque puede mariquearse. Para orinar retírese y orine sólo.
¿Cómo lo supo el tío Ipa?
En efecto, sentados en las ramas de un gran árbol esa tarde, dos amigos y yo hicimos la apuesta de quién orinaba más lejos. Y después comprobamos quién tenía la pijita más grande. Sólo nosotros conocíamos ese secreto. Nadie nos había visto.
Desde entonces, cuando veo un martín pescador creo que es tío Ipa.

Con los “cristofué”, Tío Ipa me enseñó a imitar su canto.
Estaba amaneciendo. Ya las pencas de manaca peinaban la aurora malva. Me invitó a ir con él al monte cercano. De pronto, oímos muy lejano: “¡cris - to -fué!”
Tío Ipa contestó con un silbido igualito: “¡cris - to -fué!”
Inmediatamente sonó otro al lado contrario: “¡cris-to-fué!” “¡cris - to -fué!”
Y le respondía el otro: “¡cris - to -fué!”
Y luego, Tío Ipa: “¡cris - to -fué!”
Yo daba vueltas, girando todo el cuerpo tratando de ver el pájaro que cantaba casi encima de mí.
Al rato estábamos rodeados del sincopado canto: una orquesta de cristofué en perfecta algarabía, contestándose unos a otros. Se distinguían perfectamente los gritos desacompasados, débiles y casi desafinados de los más jóvenes, del sonido fuerte y vocalizado en síncope perfecta del cristofué adulto.
De repente, se callaban todos como esperando pregunta. Tío Ipa comenzaba y se alborotaba de nuevo el coro.
Así pasábamos un rato largo, hablando con los cristofué, hasta que, en silencio se oía lejano otro reclamo, contestado en singular por uno de la bandada, alzaban el vuelo y se iban con el contrapunteo a otra parte.
Tío Ipa al regresar, me dijo:
- Ellos tienen necesidad de hablar con nosotros. Ellos son personas.
Nos acercábamos a la casa. El techo de palma estaba casi todo morado, cubierto de las flores de yébaro.
- Tío Ipa, ¿por qué en Atabapo no hay yébaros?
- El yébaro, la macanilla y el mamure nacen de las cenizas de Kúwe. Con la concha del yébaro se hacían las trompas sagradas de los antiguos Baré. Además. el yébaro crece sólo donde hay mucha tristeza. Se alimenta de tristeza. Por eso aquí en el sur, abundan tanto los yébaros. Aquí la tierra, desde hace mucho, rezuma tristeza.

Fueron muy pocas las veces que ví triste a Tío Ipa. Pero a veces me daba la impresión que escondía su tristeza.


24

A su regreso del Xié, pasaron de largo por San Carlos. Cuando llegaron a Maroa le comunicaron la noticia del atentado contra el Gobernador de Amazonas en La Esmeralda. Una bomba lapa colocada en el techo del helicóptero explotó cuando éste se dirigía hacia Ocamo. El gobernador se salvó milagrosamente aunque hubo que amputársele una pierna.
Kamoi no hizo ni un gesto. Los días de ayuno en el Xié lo habían endurecido y cada vez mostraba menos sus sentimientos.
Brasil se había lanzado de frente a colaborar con Venezuela y presionó al FYL por el sur, mientras el ejército venezolano lanzó una ofensiva militar sobre el Alto Orinoco que, como en toda lucha de guerrillas no encontró casi oposición frontal.
Comandos itinerantes del FYL no identificados, hicierons altar por los aires el Hotel Curupira de San Carlos, dinamitaron en tres partes la línea ferroviaria de Yavita-Maroa y un carro bomba mató a diez soldados en San Fernando.
Las compañías transnacionales y la Onu financiaron los operativos de Venezuela y Brasil, bajo el nombre de lucha antiterrorista.
Los primeros galpones de las empresas norteamericanas se construían en los aledaños de Santa María de Ocamo. Grandes bulldozers estaban llegando en los Hércules de la Fuerza Aérea y el espectáculo estaba servido. Las máquinas hacían su trabajo, primero, talando grandes extensiones, seleccionando y comerciando la madera, y luego arañando la epidermis de la tierra para extraer el Rizophus auriensis que les produciría millardos y millardos.
El hombre también hacía lo suyo. Militares y obreros hacían patria con los métodos «amatorios» de siempre, «poblando la frontera» y extendiendo la incorporación y la homogeneización al único pueblo de Amazonas que se negaba a ser mestizo.
Ya en Atabapo, Yavinape le advirtió a Kamoi que la situación con el FYL estaba muy difícil. Como yanomami, Kamoi podía ser presa fácil de investigaciones por parte de las policías política y militar.
- Mañana miamo sales de madrugada hacia el alto Kaname. Allí tendrás tu campamento. Todo está preparado. La familia Yaparé te esconderá. Ellos son de nuestro clan.
Aquella noche no pudo dormir. La visión que tuvo en el Xié después de tomar capi, lo perseguía. Recorrió todo el dial de la radio buscando noticias sobre el Amazonas, esperando inútilmente una voz que le abriera la esperanza de encontrar a Chila.
Una voz profunda y gangosa de un locutor muerto de sueño, leía el editorial de un periódico caraqueño: “LUCHA CONTRA EL TERRORISMO”.
“… a menos de una semana de la entrada del Ejército en territorio yanomami se deforestaron 3.500 hectáreas. ¿Contra qué terrorismo se lucha? Lo que está sucediendo en Amazonas le está dando plena razón al FYL. Se está demostrando que su lucha tenía un sentido.
… lo que están haciendo con la maquinaria es un mega-asesinato. Están arrasando no sólo con el FYL y el pueblo yanomami, sino que están acabando con lo que queda de la Amazonia.
El capital, y las compañías no tienen alma ni patria. Lo que les interesa es el lucro; que en la Bolsa el Rizophus auriensis se cotice bien; esa maldita planta que nos está haciendo tanto daño, como antes nos lo hizo el petróleo.
Lo que un pueblo conservó por siglos, nosotros lo arrasamos en pocos días.
TODOS SOMOS ASESINOS”.

Kamoi recordó las selvas, ríos y caños que de niño recorrió feliz y pensó en la tristeza de su padre, que nunca condividió la violencia de Shamawë, pero que ciertamente nunca creyó que se iba a dar este desastre.
Un carro con la música a pleno volumen pasó raudo debajo de su ventana, lleno de risas juveniles.
La voz más cálida y diáfana de una locutora de otra emisora, con un fondo musical impresionante, leia un extracto de un artículo sobre la ecología amazónica escrito hacía doscientos años que Kamoi ya conocía, pero que en esos momentos alimentaba de forma masoquista su tristeza:

“...en las selvas del Amazonas las grandes gotas parecen lanzadas con una cerbatana mítica, y se van a estrellar estrepitosamente contra las hojas de los grandes árboles, como el cedro, la caoba, sangretoro, la ceiba y el balatá. Atomizadas en un rocío grueso, salpican el follaje gris de los yagrumos.
Otras, bajan canalizadas por las hojas de las palmeras del pijiguao y se van acumulando en la unión con el vástago, empapando las frutas amarillas y rojas. A medida que se satura el follaje, el agua tibia comienza a fluir en forma de hilitos que serpentean las cortezas, dejándose guiar por lianas y bejucos, enredaderas y raíces aéreas. El líquido se va depositando suavemente sobre el colchón abollonado de hojas y tallos que se pudren sobre el suelo. Finalmente van hinchando el musgo y los millares de raíces superficiales, como esponjas de mar.”
“....cada planta y cada árbol de estas selvas tropicales parecen abrirse paso a paso a empujones para aprovechar los haces de luz que se cuelan por los huecos del cielo raso formado por los grandes árboles. Las raíces aéreas, las lianas y los bejucos no son capricho de los dioses; son órganos que la naturaleza ha ido desarrollando durante muchos siglos para captar casi al vuelo los alimentos suspendidos en el agua y en los vapores que ascienden, antes de que se filtren con el líquido por el suelo, o se escapen del todo a la atmósfera por el calor constante e intenso....”

A continuación la locutora pronuncia un estribillo en voz alta:

¡LA AMAZONIA NO ADMITE ERRORES!!!
Y luego prosiguió en forma de una oración litánica:
- “... cuando se talan los árboles, comienza la heca tombe.
- ¡¡¡LA AMAZONIA NO ADMITE ERRORES!!!
- Con ellos caen los líquenes y las orquídeas que alimentan insectos, salamandras y monos, cuyas deposiciones, junto con las demás de los habitantes del gran edificio natural, ya no engrosarán la masa de comida contenida en el colchón de hojarasca y palos que descansa en el piso. Se van la corteza vieja y el aserrín que se descomponen por la acción combinada de lluvias, bacterias, hongos y sol.
- ¡¡¡LA AMAZONIA NO ADMITE ERRORES!!!
- El agua comienza a golpear con tal fuerza el suelo que los minerales básicos escapan de inmediato, facilitando el endurecimiento de la tierra.
- ¡¡¡LA AMAZONIA NO ADMITE ERRORES!!!
- Se acaba la temperatura constante que mantenía la gran sombrilla. Los rayos solares empiezan a calentar la superficie desnuda, aumentando la velocidad de descomposición de la materia orgánica.
- ¡¡¡LA AMAZONIA NO ADMITE ERRORES!!!
- El nitrógeno, el fósforo y demás elementos esenciales escapan a la atmósfera mucho antes de que hayan sido aprovechados, no sólo por la temperatura elevada, sino porque con los árboles se van los bejucos, las raíces aéreas y superficiales que permiten una óptima utilización de nutrientes.
- ¡¡¡LA AMAZONIA NO ADMITE ERRORES!!!
- El sol también contribuye a endurecer el suelo, hasta hacerlo incapaz de sustentar la vida, a no ser por un pasto tieso que invade los terrenos pelados tan bien conocidos en la Orinoquia.
- ¡¡¡LA AMAZONIA NO ADMITE ERRORES!!!

Kamoi desvelado, miraba fijamente hacia el techo con rabia profunda.



25

Los mati trabajan de noche.
Un pito de hueso les servía para anunciar su presencia, sonidos especiales que eran como preguntas misteriosas contestadas por otros pitidos lejanos.
En otras épocas el terror penetraba en las casas arawakas junto con este sonido. Se cerraban las puertas y apuntalaban las ventanas para no escucharlo. Hoy eran muy pocos los descendientes de familias arawakas en San Femando que conocían esos silbidos penetrantes. Todo se había convertido en leyenda.
Los mati venidos del Xié trabajaban organizadamente. Vestidos de pescadores nocturnos recorrían las costas de los ríos y sus escondites. Como cazadores expertos, hacían penetraciones por las selvas y sabanas circundantes. Visitaban las casas de descendientes arawakos y entre yucuta y yucuta, una refrescante costumbre que se había conservado, recogían información valiosa.
También visitaron familias colombianas para recoger datos sobre Chila. Los familiares de la muchacha venidos de Cali, hicieron todas las diligencias posibles ante las autoridades, pero estos no les dieron esperanza alguna, achacando el secuestro a la guerrilla del FYL.
El trabajo de los mati, aunque prevalentemente se realizaba de noche, su actuación diurna tampoco levantaba sospechas. Quien más quien menos, todos tenían acentuados sus rasgos indígenas, pero se distinguían bastante de los yanomami.
Kamoi antes de salir para Kaname llamó a Ipa y le dijo:
- Busca a Yaminawë.
Nadie sabía dónde estaba Yaminawë.
Ume pensaba en Colombia, mientras que Newi creía que Yaminawë y la muchacha estaban escondidos cerca de Atabapo, pero que no vendría a San Femando mientras el operativo anti-yanomami no amainara.
Yaminawë y su padre Asirawë no tenían nada que temer de la policía, pues la ruptura del AI con el FYL antes de la ofensiva militar del Estado, les dejaba libres de sospecha. Tanto más que, según fuentes recogidas, apuntaban a Yaminawë como un espía del gobierno dentro del partido nacionalista AI.
Este partido, después de la ruptura con el FYL de Shamawë, se desinfló comprobándose una vez más como en Sri Lanka, que un partido independentista democrático subsiste sólo si existe un grupo terrorista, armado, que sople diariamente la llama. El AI nació y creció al cobijo de las bombas del FYL. Al morir éste, el AI desapareció.

Un fino aguacero blanco, que generalmente preconizaba larga duración, envolvía a San Fernando aquella mañana.
La noticia se regó rápidamente de calle en calle. Asirawë había sido asesinado.
La gente se aglomeró en la calle 3 frente a la casa del difunto. Una sábana cubría el cadáver entre la puerta del jardín y el porche de la casa. Con gran movimiento policial, se esperaba el reconocimiento del forense recién llegado.
Cuando éste levantó la sábana, a pesar de lo acostumbrado a estos lances, no pudo sino apartar un momento su vista, conteniendo las ganas de vomitar. Tenía el cráneo machacado y el rostro todo desfigurado por unas uñas o garfios de un jaguar asesino.
Comenzó el reconocimiento. Sin signos vitales, temperatura en descenso, no encontró herida de bala ni rastro punzopenetrante pero, al moverlo hacía el lado izquierdo, vio algo extraño: una fina y pequeñísima flecha con algodón en el cabo estaba clavada en la yugular. Asirawë supuestamente, había sido inmovilizado con un certero disparo de cerbatana. Posteriormente, le habían fracturado el cráneo, simulando el ataque de un felino.
El asesinato fue atribuido al FYL como venganza por la traición y abandono del partido AI a la causa independentista. Sólo algunos arawakos sospecharon otra cosa. Ultimamente, habían escuchado de noche los pitos de hueso. La huella de Yawi, el hombre tigre estaba clara en el rostro del muerto. Lo que no se explicaban era por qué el muerto escogido era un yanomami.
Los mati ahora, sólo esperaban la aparición de Yaminawë. Tenía que llegar. Y llegó por la tarde, en un pequeño bongo.
Ipa y sus compañeros sacaron rápidas conclusiones:
- Está cerca. En un caño pequeño.

……………………………………

Chila mientras tanto, seguía en la casa custodiada por sus dos guardianes, escuchando el rumor sordo de la cascada.
En sus eternos momentos de silencio, trataba de recordar y memorizar el camino tortuoso que hizo con los ojos vendados, Después de abandonar la avioneta, caminaron unos cien pasos hacia un río y se montaron en un bongo, río arriba. A la media hora alguien dijo:
- A la izquierda.
Y la canoa viró a la izquierda. Habían entrado en un caño más pequeño, se notaba por el ruido del motor.
Recordaba también que el motorista frenó de golpe y viró nuevamente hacia la izquierda. El caño se estrechaba, porque varias veces le decían:
- Agáchese.
Las ramas de las orillas la golpeaban al pasar la embarcación. Como a los 10 minutos se apagó el motor y bajaron a tierra. Ayudada por dos hombres fuertes, la hicieron caminar por el monte casi en volandas, para no sacarle la venda. Fue casi media hora de camino.
Chila hacía cálculos de que encontrando el pequeño caño, poco a poco alcanzaría el río grande y podría pedir auxilio al primer barco que pasara por allí.
Los momentos de euforia en los que planificaba la fuga, eran seguidos de depresiones profundas, sobre todo por las noches, al pensar lo difícil que era escaparse de los dos guardianes y del loco Yaminawë.
Este, seguía con sus arrebatos amorosos esperando que Chila accediera a sus deseos. Hablaba y hablaba. Preguntaba y él mismo se respondía. Chila llegó a tener casi compasión de él, pero pronto se aterrorizaba al ver algunas de sus reacciones histéricas.
¿Cuánto tiempo iba a durar este infierno? ¿Por qué Kamoi no se hacía vivo?
Yaminawë, para hacerla sufrir le contaba la guerra desatada contra el FYL. Le decía que a Kamoi nadie lo había visto. Daba por supuesto que, como miembro la banda terrorista, ya lo habrían cazado y tal vez estaría preso en Caracas.
Una mañana llegó alguien y Yaminawë desapareció repentinamente.
Los dos guardianes con cara de preocupación, no quisieron decirle nada de lo que ocurría ni el motivo de su inesperada salida.


26

Kamoi seguía en Kaname bien escondido por los Yaparé, quienes como Ipa, pertenecían al clan de Iñámaro o Raya. Kamoi vio en Kaname el mismo patrón de comunidad que había observado en el Xié: la gran maloca rectangular en el centro y un cuadrado de casas alrededor, abierto sólo por el lado que da al río.
La prensa regional y local presentó a Kamoi como el supuesto asesino de Asirawë y uno de los cerebros del FYL. Verdades y mentiras mezcladas iban de página en página creando la matriz de opinión que interesaba.
El pueblo yanomami estaba olvidado. Eran sus horas bajas. Había pasado aquel tiempo en el que se había convertido en el pueblo indígena estrella, que era el centro de estudios desde Berkley a Oxford, desde la Sorbona a Columbia, e interesaba a antropólogos ávidos de notoriedad divulgando teorías sobre el comportamiento yanomami. Aquellos estudios se cubrían de polvo en las bibliotecas y vitrinas universitarias, mientras el pueblo yanomami estaba pasando de forma sangrienta a las páginas de la historia como otros muchos pueblos del Amazonas.

Continuaron los atentados de un FYL herido de muerte, desesperado. Se desarticularon comandos itinerantes, uno de los cuales estaba pronto para asesinar al presidente de la República.
El 80 % del territorio yanomami venezolano y brasileño estaba ya ocupado por las fuerzas de ambos países. Las compañías americanas que esperaron por largos años la apertura de la Amazonia yanomami para explotar el Rizophus auriensis, sembraron de bases y estaciones de acopio todo el Alto Orinoco ocupado. Las máquinas gigantes arrasaban con el bosque húmedo. A este ritmo, dentro de tres años el océano verde de las selvas del Orinoco se convertirá en fotocopia del árido paisaje de Dakota o Colorado, con las rocas del precámbrico y los tepuyes que, como huesos desnudos serían mudos testigos y únicos sobrevivientes del anterior paisaje.
En el corazón de su tierra, cerca de las fuentes del río Padre, una avanzadilla del Ejército y un pequeño comando del FYL se enzarzaron en una refriega mortal. Entre los muertos se encontró el más buscado por la ofensiva oficial. Por todas las televisoras del país se presentó el cadáver irreconocible de Shamawë, el jefe carismático y escurridizo del FYL.
No difundieron en la noticia las circunstancias de su muerte, pero se supo que el guerrillero, esperando el ataque a su escondite de parte de venezolanos y brasileños, preparó un dispositivo explosivo poderoso en un círculo de unos 100 metros de diámetro y después de obligar a los guerrilleros yanomami a huir, se quedó él sólo esperando el ataque.
A los tres días de espera, Shamawë observó al atardecer que lo estaban rodeando. Con sangre fría, dejó que el cerco se estrechara alrededor de la casa. Cuando pensó que la mayor parte de los soldados estaban dentro del círculo de fuego, apretó la palanca y todo saltó por los aires, formando una gran nube roja. Murieron con Shamawë más de 400 soldados. Pero estos datos no salieron jamás a la luz pública.
Shamawë murió en su tierra y por su tierra. Para unos, loco y asesino. Para otros, profeta iluminado que dio su vida soñando un mundo en donde el yanomami, como pueblo y como cultura, tuviera el derecho a ser libre e igual a todos los pueblos.
Después del entierro de Asirawë, Yaminawë se quedó en Atabapo algunos días, seguido de cerca por Ipa y los caballeros de la noche. Los encuentros falsamente fortuitos que se hacían con Yaminawë y su entorno, iban produciendo su fruto.
Una noche Apiya y Wamo, los más alegres, entraron en el círculo de Yaminawë.
Después de la muerte de su padre, Yaminawë se dejó arrollar por una catarsis etílica que le duró varias noches, en donde además del alcohol, se hizo presente también la droga sintética. Las noches del velorio-francachela duraron hasta altas horas de la madrugada en la “Boite del Oso”, tasca situada al final de la Avenida de Don Diego, en donde anteriormente estuvo el comando de la Armada.
Wamo y Apiya participaban con mucho tiento, pues Yaminawë se codeaba con policías, ex espías y sapos de los cuerpos de seguridad. Llevaban en este plan varias noches, esperando una frase o una palabra suelta entre humores alcohólicos que los pusieran tras una pista.
La cuarta noche lo lograron. Eran las 10 y 30 de la noche y no había movimiento. Poca gente de la que solía rodear a Yaminawë iba apareciendo poco a poco.
Uno de los asiduos visitantes se sentó en la barra al lado de Apiya.
- ¡Hola! Una cerveza.
- Poco ambiente hoy — dijo Apiya mientras se echaba un trago.
- Sí. Falta el jefe. Salió de madrugada.
- ¿A Caracas? - insinuó Wamo.
- No. A Wapuchí.... Bueno... no sé. Así me dijeron.
Apiya apuró con disimulo su cerveza e invitó otra de su parte para Wamo y el recién llegado. Después de pagar, primero Apiya y un rato más tarde Wamo, se despidieron del compañero dirigiéndose rápidamente hacia la casa de Yavinape.
De madrugada, un motor 40 HP roncaba fuerte impulsando un bongo con 6 pescadores arawakos. Los caballeros de la noche partieron rumbo al Ventuari.

………………………………………..

Yaminawë llegó a media mañana a la choza escondida. Su rostro estaba fruncido.
Chila le miró, Ya le habían dicho los guardianes lo de la muerte de su padre Asirawë y casi le transmite su pésame pero sus ojos rezumaban odio, y se contuvo,
Al rato, de espaldas a ella y sin dirigirle la palabra, dijo a los guardianes:
- Desnúdenla y átenla.
Los dos hombres que, después de tantos días acompañando a la mujer habían aprendido a respetarla, quedaron quietos sin saber qué hacer. Chila sospechó lo peor.
- ¿No oyeron? ¡Quítenle la ropa y átenla! - gritó Yaminawë.
Dejaron el arma y buscando unas cuerdas, se dispusieron a desnudar a Chila que instintivamente resistió, pero los forzudos brazos de uno de ellos pronto la inmovilizaron, mientras el otro le arrancaba los pantalones y el suéter beige que cargaba
- ¡Cobardes!¡Sucios! - gritó Chila - ¡Yaminawë eres una rata!!!
Yaminawé seguía de espaldas a la escena, con la mirada perdida en la selva tupida.
Cuando terminaron de atarla, salieron los dos guardianes y la dejaron sola con Yaminawë. Chila seguía gritando dominada por la histeria.
Yaminawe se acercó y furioso, le asestó una bofetada en el rostro. Chila se calló de repente. No lloró ni reaccionó cuando sintió el peso de su cuerpo sobre el suyo. Con los ojos abiertos, mirando al techo de la choza, aguantó estoicamente las embestidas animales de aquel ser que repelía. No dio ninguna señal de complacencia y mantuvo una frialdad de losa de mármol.
Esto parecía enardecer a Yaminawe que la movia, la besaba por todas partes pronunciando fuertes groserías.
- ¡Muévete, coño, muévete! ¡Muévete!
Al no conseguirlo, seguía besándola, mordiéndola, luchando en búsqueda de correspondencia, hasta que cansado, con acompasados sonidos guturales, lentos primero, más rápidos después y acelerados al final, forzó el orgasmo cayendo extenuado sobre el cuerpo insensible de Chila, su cabeza apoyada sobre la de ella, la oreja de él sobre sus labios.
- Baboso... sapo inmundo... - le dijo Chila quedamente, muy despacio.
Quedó en esa posición largo rato.
Yaminawë se levantó y contempló a Chila desnuda y, con una sonrisa que rezumaba venganza, le dijo cada vez más fuerte y acercándose a ella de nuevo:
- ¿Pensaste en Kamoi?¿Pensaste en Kamoi? Dime, ¿¿¿Pensaste en Kamoi??? - Chila seguía con los ojos abiertos mirando el techo. No lloraba. Parecía una estatua inerte.
- ¡¡¡Que pase el siguiente!!! — sentenció Yaminawë con soma, mientras salía de la choza.
Uno de los guardianes repitió el abuso. Mientras tanto, Yaminawë prendió el motor que fue perdiéndose en la lejanía.
El otro no quiso abusar de Chila y mientras aquel fue a bañarse a la cascada, desató a Chila y la ayudó a vestirse. Le dio su cuchillo de caza y le dijo:
- Márchate. Trata de seguir siempre la corriente del caño. Yo me encargaré de que no te sigan.
Chila partió de la choza a pasos muy lentos, sin fuerza ni ganas de buscar la libertad.

27

Ume, Apiya y Wamo se metieron Wapuchí adentro. Iñámaro, Dalíwa y Yawi se quedaron en una isla a la entrada del Ventuari, frente a Santa Bárbara, en casa de unos descendientes de kurripakos. Desde allí controlaban el tráfico de embarcaciones del Ventuari y el Orinoco.
Pasaron tres días mientras aquellos rastreaban el Wapuchí y sus caños de arriba abajo. La tercera noche, dos hijos de la familia Yusuino estaban preparándose para ir a alumbrar. Un sistema de pesca tradicional que aún conservaban algunas familias. Consistía en recorrer, provistos de linterna y zagalla, las lajas y pequeñas playas, sorprendiendo así a los desprevenidos y estáticos peces. Yawi quiso acompañarlos, pues en el Xié era una actividad muy común en los meses de verano.
En dos pequeñas curiaras recorrieron las pequeñas islas y las lajas del ancho estuario del Ventuari. El rumor fuerte indicaba la cercanía de los rápidos y raudales que ahí se multiplican en el verano.
- ¡Epa! Allí hay algo - gritó y llamó con silbidos uno de los jóvenes.
La luz escasa de la luna en menguante reflejaba un objeto blanquecino en el escorzo de una roca que dividía en dos, las aguas rápidas. La luz potente de la frentera que llevaban en la otra curiara les ofreció una visión inesperada. Era un cuerpo desnudo de una mujer.
Subieron río arriba para ganar con ventaja a la violenta corriente, canaleteando fuerte y aprovechando la fuerza del agua para caer sobre la pequeña laja.
Al ver el cadáver de una mujer joven, desnuda, Yawi comprendió que habían llegado demasiado tarde. Los jóvenes pescadores estaban asustados.
- Vamos, ayúdenme a meterla en la curiara. –dijo Yawi.
Cuando la agarró por uno de los brazos para darle la vuelta, reconoció la cara de la chica de la foto que Kamoi les había mostrado, a pesar de las mordeduras que el pez mapurito había producido en las partes más tiernas del rostro. La palidez del cuerpo era impresionante.
- ¡Mira esto! - dijo uno de los jóvenes señalando las muñecas de la mujer.
Dos cortes profundos en sendas muñecas indicaban que antes de caer al río, alguien o ella misma, se había cortado las venas desangrándose totalmente.
Cruzaron raudas las curiaras en dirección a la isla de los Yusuino. Faltaba poco para las tres de la madrugada.
Yawi cortó rápidamente una penca de mavaco y tejió con rapidez asombrosa un grande y tupido catumare. Después de vestir el cadáver con unas ropas de la mujer de Yusuino, la colocaron en el catumare. Con un pequeño bongo que les prestaron salieron río abajo en dirección a San Fernando, no sin antes decirles que cuando regresaran del Wapuchí sus compañeros les urgieran a bajar cuanto antes. Los esperarían frente el playón que hay antes de llegar a Magua.
Mientras tanto Yawi, gracias a sus contactos en esa barriada de San Fernando, en donde residían muchos descendientes de kurripakos, consiguió el material necesario para preparar el cadáver de Chila para un largo viaje. Iñámaro y Dalíwa se fueron en un taxi hasta la casa de Yavinape a quien le notificaron el triste hallazgo, para que se lo comunicara a Kamoi.
Sin pérdida de tiempo, alistaron unas cuatro curiaras con provisiones y a las 9 de la mañana estaban en un repecho de la costa colombiana, debajo de la playa de Amanavén, detrás de una gran roca que emerge en verano a la desembocadura del Guaviare y el Atabapo.

……………………………………..

A media noche, Por la orilla co1ombiana, escondiéndose de las luces del boulevard de Maracoa, se deslizaron silenciosas cuatro pequeñas curiaras con los mati, los caballeros de la noche, Yavinape el amigo de Kamoi y un katumare debajo de una malla de pesca y otros utensilios.
El cortejo fúnebre, silencioso y solemne buscaba la boca del caño Kaname, iluminado tenuemente por lejanos relámpagos que preconizaban tormenta.

…………………………………………

Colocaron el cadáver sobre una mesa en el centro de la maloca rectangular de Kaname.
Cuando Kamoi la vio, a pesar del esfuerzo no pudo contener las arcadas y se alejó corriendo hacia el río. El frío del cuerpo de Chila se le metió en los huesos y la imagen del rostro mordido le horadó el alma.
Orvallaba y a lo lejos, los rayos escribían signos extraños en el horizonte.

Ya no lloraba. Con los dientes apretados y un inmenso nudo en el pecho, comenzó a caminar como un zombie. Ese mismo caminar ingrávido que sintió cuando murió su amigo, su hermano Mariano.
Los rayos cada vez más cercanos iluminaban los escorzos de playas como huesos descarnados. Se introdujo en las frías aguas del Kaname.
La lluvia avanzaba, se acercaba, se sentía... llegó. El frío que llevaba dentro cubrió su epidermis, y desafiando el ruido de la lluvia gritó como un loco:
- ¡¡Chila!! ¡¡¡Chilaaa!!! ¡¡¡Chilaaaa!!!
No hay eco en las llanuras del Atabapo, y menos para las tristezas. Sólo respondían en la espesura tímidos chillidos de pájaros que parecían interrogantes. Los pies de Kamoi sobre la arena mojada chirriaban acompasadamente como llevando el compás de una sinfonía líquida.
La lluvia amainaba y después arreciaba combinando los forte y los pianissimo. Violines y clarinetes suaves en forma de gotas, dejaban paso a los cornos y roncos oboes para desembocar en los estentóreos truenos que sonaban como los botutos y trompas sagradas que había escuchado en la mágica noche del Xié...
- ¡¡Chila!! ¡¡¡Chilaaa!!! ¡¡¡Chilaaaa!!!
Los truenos se sucedían en segundos y la tormenta se concentraba en aquella vuelta del río. El paisaje se iluminaba con fogonazos de flashes ininterrumpidos.
Kamoi se tendió boca abajo sobre la arena y no se movió. Dejó empaparse de agua y de odio.
Cuando Ipa llegó, lo volteó y vio su rostro mojado pero sin lágrimas. La mirada de Kamoi le dio miedo. Estaba cargada de odio.
- ¿Por qué murió? ¿Por qué? ¡Ustedes no pudieron salvarla! ¡Los famosos mati! ¿por qué, Ipa, por qué?
- Nadie puede salvar a los que quieren morir. Kamoi, Chila se mató. Perdió el amor a vivir. La mataron por dentro. Contra eso no se puede.
Se levantó y, en silencio, caminó hacia la maloca.
Al amanecer del siguiente día, todo estaba preparado. Kamoi quiso el antiguo ritual funerario yanomami para Chila. Se sentía a un mismo tiempo doliente deudo, vengativo pariente y shamán de una liturgia que ni él mismo conocía muy bien. Por allí no había leña del shotokoma que consume los huesos sin desmigajarlos, usarán los conocidos por la gente de Kaname.
Frente a la maloca colocaron el cuerpo de Chila sobre una gran pira cuadrangular. Trajeron luego tizones de varios fogones de la aldea y sobre ellos colocaron leña menuda para que prendiera fácilmente.
A distancia prudencial Kamoi, los mati y toda la aldea, veían cómo el fuego consumía el cadáver. No se oyeron lloros, ni gritos ni endechas. Tampoco había hombres pintados de onoto dando cortes al aire con hachas o machetes, como para asustar a los hékura malignos.
Crepitaba el fuego. Se le añadía más leña encima del cadáver. Los habitantes de Kaname observaban en profundo silencio. La pira seguía ardiendo y el humo gris ascendía lentamente. Poco a poco el humo se iba aclarando, hasta que se extinguieron las llamas y lo que quedó fueron unas brasas grises y humeantes.
Dos horas después, Kamoi inclinado sobre las cenizas va recogiendo lo no consumido por el fuego en un mapire que entierra a la orilla del caño y los huesos cnlcinados que quedan, los coloca en una wapa para triturarlos posteriormente en el mortero o hii-hika, construido por un viejo kanamero de un tronco de majagua blanca o motoa-kehi.
El día siguiente, Kamoi llevó el mortero engalanado con plumones de gavilán, sobre una alfombra de hojas de platanillo, al centro de la maloca. Yavinape, los mati y los habitantes de Kaname presenciaban silenciosos. Kamoi vertió los primeros huesos de la wapa en el mortero y él mismo fue triturándolos, mientras Wamo y Apiya sostenían el mortero.
El trabajo era largo y duro. Se repitió la operación varias veces. Kamoi sudaba y varias gotas de sudor cayeron en el hii-hika. No quiso que nadie le ayudara en este trabajo.
Terminada la trituración, una mujer de la comunidad trajo una pequeña olla de carato de plátano y una totuma. Kamoi, con gran solemnidad recogió las cenizas del mortero y las introdujo en una gran camasa que cerró con un tapón de cera. Esa camasa se la entregarán a los familiares de Chila cuando lleguen a San Femando. Por su parte, introdujo en una camasita enana un poco de esa ceniza, totumita que llevaría atada a su cuello y nunca más se la quitaría.
Luego echó un poco de carato de plátano en el mortero y, moviéndolo de lado a lado para limpiar la ceniza mortuoria, lo vertió de nuevo en la olla. Repitió nuevamente la operación y, sirviéndose ese carato con la totuma bebió con gran respeto, comulgando las cenizas de Chila para dar paz a su espíritu y fertilizar directamente su vida.
Kamoi pasó la totuma a Ipa y los restantes caballeros de la noche, sus hermanos arawakos, que comulgaron también, así como en el Xié, Kamoi comulgó con ellos en sus ritos y sus secretos. Esta comunión ayuda a mantener y estrechar los lazos de amistad y parentesco.
Pero para el yanomami tenía también otro sentido, cuando el difunto había sido víctima de enemigos comunes. Los invitados a esa comunión maduraban en sí un odio común y se predisponían para la ejecución conjunta de la venganza.
Por la tarde, Kamoi llamó a sus amigos y los invitó a entrar en una de las casas. En el centro de la sala, había un pequeño plato de madera que contenía un polvillo negruzco y a su lado una cánula como una cerbatana más fina y recortada.
Kamoi les recordó a los mati y amigos arawako que, así como en el Xié él había participado del capi y la cupana, quería que ellos probaran el yopo yanomami para que así cobraran fuerza para unirse a él en la venganza. Preparó la primera dosis de yopo en la punta de la cánula, se la colocó en el orificio nasal a Ipa y sopló con fuerza.
El golpe del yopo produjo en Ipa un efecto impresionante, se frotó desesperadamente la cabeza, los brazos, las manos, empezó a escupir y a caminar alrededor de la sala, haciendo grandes aspavientos. Luego se apaciguó en un rincón babeándose y produciendo sonidos irreconocibles, como si imitara a animales extraños.
Uno por uno fueron recibiendo su dosis de alucinógeno, repartido por Kamoi con gran seriedad. Ipa posteriormente, le insufló a Kamoi una buena porción, con los mismos o parecidos efectos.
Algunos repitieron la dosis y al rato quedaron acostados unos, otros en cuclillas, otros caminando en la sala in saber cómo, ni hacia donde.
Kamoi escuchó gritos terribles que desgarraban el aire y gritos de pájaros, muchos gritos de pájaros, que todo lo llenaban, todo lo inundaban. Pero lo que mas le angustiaba era el olor a muerte.
Soñaba que estaba bañándose en un río, debajo de un inmenso yébaro, pero que no podía quitarse ese olor, por mucho que se esforzara…


28

Yaminawë volvió a su vida normal en Atabapo, como si nada hubiera ocurrido. Las francachelas nocturnas eran casi cotidianas. Aunque todos sabían que trabajaba para la inteligencia policial, nadie sospechaba del origen del dinero que derrochaba a manos llenas.
Lo que más le intrigaba era la desaparición de Chila. Cuando regresó a la choza de Wapuchí y los guardianes le dijeron que se había escapado mientras dormían saciados de sexo, Yaminawë maldijo mil veces su incompetencia y los despidió. Por más que rastreó a Chila, no la encontró como si se la hubiera tragado la selva. Buscó también a Kamoi pero nunca pudo localizarlo. Llegó a creer la especie que Yavinape había dejado correr por San Femando de que Kamoi había muerto en una refriega con el Ejército en la zona de Platanal.
Una noche, en la Boite del Oso, una bella y elegante joven se acercó a él y le pidió que le brindara una copa. Se sentaron muy cerca y la chíca, después de dejarse querer con besitos y arrumacos por breve tiempo, con una excusa se levantó; pero antes de irse le puso un papel doblado en sus manos. Lo abrió y leyó para sí: “Mañana a las 8 am. Reunión en la Calle 8. Edificio “Los Yagrumos”. Primer piso. Buenas noticias sobre Kamoi. Firmado: Comisario Gutiérrez”
Dobló la nota y la metió en el bolsillo. Una copa más y se iría para su casa. Se moría de intriga por conocer algo más sobre Kamoi.

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7 y 30 de la mañana.
El conserje del edificio y los obreros de limpieza finalizaban sus tareas mañaneras, barriendo, limpiando vidrios y refilando la grama del jardincito a ambos lados de la escalera.
Un camión cava se detuvo frente al edificio. Cargaba un letrero enorme de General Electric con la propaganda: “Le cambiamos su lavadora vieja por una nueva”. Tres hombres envueltos en unas bragas azules bajaron y abriendo la cava, descendieron una caja de madera muy bien embalada que subieron en una carretilla hasta el porche. El camión mientras tanto, arrancó y se perdió en la esquina.
- ¿Familia Henríquez? - preguntó uno de los obreros con unas facturas en la mano.
- Primer piso a la derecha. - contestó el conserje.
Abrieron la otra hoja de la puerta para que pudiera pasar la caja y la metieron en el ascensor.
A las 8 en punto llegó Yaminawë en un plateado Toyota. Subió a pie las escaleras hasta el primer piso, pues siempre sufrió de claustrofobia.
Cuando le abrieron la puerta en respuesta a su llamada, cuatro musculosos brazos lo levantaron en vilo y tapándole la boca con un fuerte plástico, lo amarraron fuertemente en posición fetal y lo introdujeron en la caja, no sin antes inyectarle un fuerte sedante.
En el momento en que los tres hombres de braga azul salían del ascensor y bajaban en carretilla la caja, apareció de nuevo el camión de General Electric y se detuvo al frente del edificio. Montaron la caja y cerrando la cava se fueron calle abajo hasta perderse en la ciudad.

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A las 9 de la mañana un pequeño bongo con carroza, bordeaba la costa colombiana Atabapo arriba.
Los seis mati, caballeros de la noche, se dirigían nuevamente a Kaname para culminar su misión. Yaminawë seguía atado debajo de un montón de redes, le habían quitado la mordaza y estaba empezando a tomar conciencia de lo que le había pasado.
- ¡¡Sáquenme de aquí!! - gritaba - ¡¡Van a arrepentirse de esto!!
Nadie respondía. El silencio de los caballeros de la noche no se rompía, ni para hablar entre ellos.
- ¿Quiénes son ustedes? ¿Quién les mandó?
Únicamente el motor perseveraba con su ruido sordo.
- ¿A dónde me llevan? ¿Quiénes son ustedes?
Silencio absoluto.
Cuando se acercaban a la comunidad de los Yaparé, Kaname arriba, sin arrimar en la comunidad, se les unió Kamoi en una curiara; cargaba una escalera de madera más grande que la misma curiara.
Kamoi les hacía de guía. Dieron tres vueltas más y apagaron el motor, arrimando a la izquierda del caño.
Kamoi bajó rápidamente y se colocó encima del pequeño barranco con la mano derecha sobre el mentón como un erguido pensador y en la izquierda extendida sostenía un arco gigantesco y cuatro flechas.
Se había vestido a la antigua usanza yanomami: su cuerpo desnudo pintado de rojo y negro portaba un guayuco rojo. Su cara era como una máscara terrorífica, con una mirada que expandía brillos asesinos. Su lacia cabellera se adornaba con plumones de gavilán y en sus fornidos antebrazos destacaban sendos brazaletes hechos con copete de paují, plumas de garza, gavilán y guacamaya.
Sus amigos los caballeros de la noche, lo miraron impresionados. Kamoi no movía un músculo de su imperturbable cara.
Quien se quedó de piedra fue Yaminawë cuando lo sacaron de debajo de las redes y vio a Kamoi. Lo alzaron y lo bajaron a tierra frente a Kamoi, que lo miraba en silencio.
- Kamoi, hermano ¿qué te pasa? ¿te has vuelto loco?
Kamoi después de unos momentos de silencio, dio media vuelta y caminó hacia el monte. Era una bella plantación de pijiguaos. Yawi y Apiya a ambos lados de Yaminawé lo tomaron por los brazos y siguieron a Kamoi en procesión junto con los otros caballeros de la noche.
- ¡¡¡Pero hablen, malditos!!! ¿Es que se quedaron mudos? ¿¿¿Por qué me trajeron aquí???
Kamoi seguía caminando en silencio delante de ellos, hasta que se paró ante un espinoso y robusto pijiguao. Miró hacia arriba. Estaba cargado de grandes racimos verdes, amarillos y rojos. Sus largas espinas parduzcas, tenían ávidos sueños rojos.
Apiya apoyé la escalera por la parte trasera del pijiguao y se montó en ella con unas cuerdas gruesas. Rápidamente seis robustos brazos alzaron a Yaminawë en vilo y lo lanzaron con fuerza contra el pijiguao de enormes espinas, en un abrazo sangriento.
El grito de dolor de Yaminawe se estrelló contra el silencio de la selva circundante y los ayes interminables que siguieron, parecían ondas de dolorosos ecos que morían en la sombra verde.
En pocos minutos Yaminawe estaba atado de pies y manos a un cuerpo muy distinto al que abrazó en otras selvas. La sangre que bañaba su rostro, el pecho, el sexo, las piernas, llegaba ya al suelo en rojos hilos que hacían combinación macabra con las rojas frutas del pijiguao.
- ¡¡¡Karnoi!!! ¡¡¡Kamoi!!!
Kamoi dio media vuelta y se dirigió hacia la orilla. Al rato regresó con algo en la mano que le entregó a Yawi. Era el rabo de una enorme iguana. Yawi se acercó a Yaminawë y le introdujo por el recto la cortante cola poco a poco. Yaminawë gritaba. Cuando estuvo dentro casi totalmente, Yawi dio un tirón fortísimo y el grito horrendo de Yaminawë fue acompañado de vísceras rotas, sangre y heces sanguinolentas que bañaron sus piernas y el espinoso tronco del tormento.
Kamoi y los caballeros de la noche regresaron a las embarcaciones, siempre en silencio, mientras se oían cada vez más lejos los desgarradores y desangrados gritos de Yaminawë.
- ¡¡¡Kamooooi!!! ¡¡¡Kamooooi!!! ¡¡¡Kamooooi!!!

La noche respondía con un silencio cómplice...
A la mañana siguiente subió Kamoi en solitario hacia la plantación de pijiguaos.
Yaminawë estaba muerto. Miró hacia arriba y las aves carroñeras hacían círculos cada vez más bajos sobre el pijiguao ensangrentado.

…………………………………

A las 10 de la noche, un bongo se deslizaba Kaname abajo, con silenciosos pasajeros.
Guasacavi arriba, por caminos verdes que ellos conocían y evitando los controles de Yavita y Maroa, por causa de Kamoi, se introdujeron en Colombia y bajaron al Guainía.
Viajando de noche y bordeando la costa colombiana llegaron al Caño Mayabo y de allí, por el portaje, cayeron en el Xié.

Estaban en casa.


29

En el Xié.

Allí se quedaron Wamo, Apiya, Umáwali, Yawi, Daliwa, Adaro, Ume, Newi... Ellos eran los mati, los caballeros de la noche.

Allí se quedó para siempre, Kamoi, mi abuelo. A orillas del negro río, con sus negros pensamientos, frente a las dos rocas negras que se parecían a las tetas de mi tía Aymara...

Allí se quedó Kamoi con la totuma enana en su cuello, a la sombra del añoso yébaro de tristes hojas y de flores lila, mirando más allá de lo que se ve, hablando muy quedo frases misteriosas que sólo algunos comprendían.

Allí se quedó mi tío Ipa, el “Tigre de Chamuchina”, el mati que se convertía en tigre, en murciélago, en martín pescador...

Así me lo contó él.


F I N

Atabapo 31 - Agosto - 2000

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